El vértigo de la vida. Crece el suicidio entre los adolescentes.

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Podemos decir que la sociedad en la que vivimos en los países del Norte es una sociedad satisfecha que vive con poca esperanza. Un signo de esta realidad es la creciente y alarmante incidencia del suicido y sobre todo el que se produce entre adolescentes.

El suicido es un problema creciente de salud pública, con casi un millón de muertes prematuras al año en el mundo, una tasa de 15 personas por cada 100.000. En Estados Unidos, los suicidios y las muertes por sobredosis –una cuarta parte de estas se pueden catalogar como suicidas- han superado a la diabetes y se han situado en el séptimo puesto de las causas de mortalidad.

En la India, en el año 2016 se suicidaron 230.000 personas, la cuarta parte del total mundial (los matrimonio “arreglados” son un origen común de suicidios entre las mujeres indias).

España tiene una tasa de las más bajas de suicidios del mundo (8,5 por cada 100.000 habitantes) pero aún así, con 3.500 – 4.000 al año, duplica la de los muertos en carretera.

Se pude decir que existen múltiples causas que pueden llevar a una persona al suicidio: abuso de sustancias, violencia infantil, enfermedades mentales, dolor crónico, exilio, ruptura familiar, discriminación, pobreza,.. pero se han identificado tres factores clave para que una persona tome la decisión de suicidarse:

  1. Una creencia genuina, aunque irracional, de que se ha convertido en una carga para quienes le rodean
  2. Una sensación de aislamiento
  3. Y la toma de conciencia de la capacidad de hacerse daño, superando todos los instintos de autopreservación

El suicido casi siempre ha afectado a enfermos mentales adultos y ancianos acosados por desgracias o cansados de vivir. En las últimas década se observa una alarmante incidencia entre adolescentes. Según publicaba recientemente la revista Pediatrics, el numero de adolescentes hospitalizados por intentos o pensamientos suicidas se ha duplicado en Estados Unidos desde 2008. La causa de este aumento entre los adolescentes además de trastornos mentales y depresión, se suman ahora factores relacionado con el lado oscuro de las redes sociales, principalmente el ciberacoso.

Pero hay un factor clave si se quiere reducir la tasa de suicidios entre jóvenes. Consiste en reducir lo que se ha llamado: “la socialización tóxica”. Aquellos jóvenes que han crecido en un entorno tóxico tienen doce veces más probabilidades de experimentar adicciones, depresión y pensamiento suicidas. Los niños expuestos a maltratos, violencia escolar o doméstica, desarrollan muchas formas de discapacidad mental, como ansiedad, alcoholismo, trastornos de la alimentación y de la personalidad y depresión. El impacto es peor cuando los perpetradores son quienes se suponen que deben protegerles y alimentarles.

Hoy, más de la cuarta parte de los suicidas han visitado algún servicio de salud en los doce meses previos. Y con frecuencia dejan pistas previas sobre sus intenciones, no sólo la carta de despedida; parientes, médicos y servicios de salud han de estar formados y alertas para vislumbrar estas señales. Estemos atentos a las raíces del problema: la depresión, la soledad o la “toxicidad” familiar o social. Si se puede predecir se puede prevenir. Planes de prevención, teléfonos de la esperanza y protocolos de alerta son básicos para reducir los pasos finales de los intentos suicidas.

Pero hay que ir más allá. Hay que proponer un cambio en la sociedad. Frente al materialismo que invade nuestra sociedad se ha de proponer como valor la generosidad; frente al individualismo el espíritu de cooperación entre todos; frente al hedonismo que nos deja insatisfechos la entrega solidaria a un ideal de justicia.

Propongamos otras formas de vida, unamos nuestros esfuerzos a aquellos que ya han empezado este camino y sin duda empezaremos a experimentar que las cosas cambian, de verdad, y que todavía hay sitio para la esperanza. La esperanza no es una actitud infantil, todo lo contrario, es la virtud del que cree que las cosas pueden cambiar y lucha por ello.

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