EL YOGA, EL ZEN, LA MEDITACIÓN TRASCENDENTAL Y EL CRISTIANISMO

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Hastiados del activismo y de la técnica, grupos e individuos occidentales sienten una creciente fascinación por la psicotécnica oriental. De ahí la divulgación del yoga, del Zen y de la meditación trascendental en sus diferentes manifestaciones.

Hastiados del activismo y de la técnica, grupos e individuos occidentales sienten una creciente fascinación por la psicotécnica oriental. De ahí la divulgación del yoga, del Zen y de la meditación trascendental en sus diferentes manifestaciones. No pocos se preguntan en qué medidas son compatibles con el cristianismo esos sistemas. Si se trata de discernir qué aspectos son compatibles con el cristianismo y cuáles no, puede asentarse un principio general. El yoga, el zen y la meditación trascendental podrían ser de algún modo compatibles con el cristianismo en su vertiente psicotécnica, no en cuanto a su trasfondo ideológico y religioso.


Por el Dr. Manuel Guerra Gómez


En los últimos tiempos, el mundo occidental se ha dejado llevar por el afán obsesivo de dominar la naturaleza y de tener más cosas, con la particularidad de que, una vez conseguidas, se sigue trabajando a ritmo creciente para cambiarlas por otras más novedosas. Pero, a pesar de contar con recursos jamás soñados, el hombre occidental parece sentirse más desgraciado que nunca.


Hastiados del activismo y de la técnica, grupos e individuos occidentales sienten una creciente fascinación por la psicotécnica oriental. De ahí la divulgación del yoga, del Zen y de la meditación trascendental en sus diferentes manifestaciones. No pocos se preguntan en qué medidas son compatibles con el cristianismo esos sistemas. Pero, antes de valorar estas corrientes de procedencia o impronta hindú y budista, se impone describir las etapas de su infiltración en Occidente y su trasfondo doctrinal.


Los libros religiosos del hinduismo y del budismo, traducidos al inglés, son puestos al alcance del hombre occidental por un equipo de especialistas, que -bajo la dirección de Max Muller- publicó en 50 volúmenes los libros sagrados de Oriente [1]. A partir de esos años se multiplican los estudios parciales, especialmente del budismo zen y los del yoga. La atracción que ejercen actualmente el yoga y el zen ofrece todos los síntomas de una moda y, por lo mismo, de algo pasajero. Pero resulta innegable el impacto que está produciendo.


El terreno estaba preparado. La siembra de ideas ya se había realizado sobre todo entre los Intelectuales. Los gurúes [2], los roshi [3], etc. itinerantes, se han encargado de que los recursos psicotécnicos de Oriente y, con frecuencia, sus ideas hindú-budistas enraícen y germinen en grupos más o menos amplios por los países europeos y americanos.


En los primeros años de la posguerra, se pensó que la quiebra espiritual de Occidente ofrecía una oportunidad excelente para la penetración del budismo, etc. Sin embargo, se quedó en ilusión. En Europa los budistas -con pagodas en casi todas las capitales de nación y en otras ciudades importantes- son unos 20,000, en Hispanoamérica 160,000, en Estados Unidos 200,000, en Asia unos 300 millones. Mejor suerte estadística ha tenido el hinduismo: 770,000 en Africa, en América 770,000, 350,000 en Oceania, 200,000 en Europa y en la India son 475 millones [4].



Vertiente psicotécnica de estas doctrinas orientales


Si se hiciera una encuesta entre los occidentales, probablemente casi la totalidad respondería que de Buda y del budismo, del hinduismo y de sus dioses, apenas conocen el nombre.


No obstante, también más de un occidental, cansado del activismo técnico y con escasa formación cristiana, puede dejarse seducir por el exotismo oriental. El agotamiento, el hastío de la vida y los trastornos psíquicos, junto con una hábil propaganda de la eficacia a la vez sedante y estimulante del yoga, del zen, etc., ha empujado a muchos a iniciarse en esos sistemas en su vertiente psicotécnica, o sea, en lo que tienen de praxis. Esta servirá en no pocos casos de trampolín de lanzamiento a la teoría, a la aceptación de las doctrinas subyacentes.


1. El panteísmo y el pancosmismo del yoga


La palabra yoga sugiere a muchos la práctica regularizada de ejercicios físicos, gimnásticos y mentales (reconcentración, meditación), e incluso una concepción exótica del ser y de la vida. El yoga es ciertamente eso, pero también algo más. Hay muchas clases de yoga, pero todas coinciden en la meta u objetivo último: la unión del hombre con su ser más profundo (armonía, equilibrio interior) y con lo Absoluto, lo Uno-Todo, con Brahmán -panteísmo, del yoga hindú [5] -, con el Universo -pancosmismo, del yoga budista y jinista [6] -, así como la desatadura de la cadena de la reencarnación, que arrogaría el alma a este mundo con tantos anillos cuantos sean los cuerpos vivificados por la misma alma.


El yoga as algo mucho más complejo que lo que suele entenderse por esta palabra en Occidente, donde apenas se conocen los rudimentos psicotécnicos del hatha-yoga y del raja-yoga, de ordinario fuera de su concepción teórica del cuerpo humano y de su contexto filosófico y religioso. Para los verdaderos yoguis -practicantes del yoga-, su sistema es una forma de vida integral: existe un modo yóguico de comer, de beber, de realizar la higiene de los diferentes miembros y funciones fisiológicas, de vivir durante el día y de dormir, así como de trabajar, aprender, enseñar, amar, obedecer, mandar, etc.


2. Origen budista del Zen


El zen es considerado por muchos como la cima del budismo. Todavía en nuestro tiempo, es la norma única de vida de algunos millones de bonzos y sus discípulos en Japón. La palabra «zen» es la forma abreviada del japonés zenna, transliteración del sánscrito dhyana. La raíz de la palabra sánscrita aúna el doble aspecto de «pensamiento» y «ejercicio». Zen significa, pues, el proceso de concentración de la mente en un solo punto u objeto.


Zen es el apelativo ordinario de la «Doctrina del corazón de Buda», nombre de una de las escuelas o sectas budistas dentro de la rama denominada Mahayana («Gran vehículo»). Sus enseñanzas se encaminan a la autorrealización o plena realización del propio yo, a saber, a la obtención de la «iluminación», similar a la que había tenido Buda.


En el siglo XII el zen pasó de China a Japón. En nuestros días ha irrumpido en Occidente, precisamente cuando está en decadencia creciente en Oriente. Así lo reconoce el famoso roshi Yasutani: «En la India, lugar donde nació Buda, el zen ha dejado de existir prácticamente y, según tengo entendido, está muerto virtualmente en China …Solo en Japón vive todavía, aunque está declinando incesantemente; es probable que no haya diez maestros verdaderos [de zen] en todo Japón» [7].


Los objetivos del zen se pueden reducir a tres:


a) El desarrollo del poder de concentración


Lo proponen como el resultado de la unificación de la mente y de su aplicación en un solo punto. En este aspecto, coincide en gran medida con el yoga, aunque difieran los métodos empleados. Los rayos solares, concentrados por medio de una lupa, tienen efectos sorprendentes; además de calentar, queman. La luz de la mente unificada mediante la atención y los ejercicios zenistas -posturas, cuenta de las respiraciones, etc.- producirían resultados extraordinarios.


 b) Alcanzar la «iluminación»


 La iluminación o autorrealización, plena realización de la mente, es la culminación del zen, una mirada interior e intuitiva a lo esencial de las cosas y de uno mismo: el despertar a la propia naturaleza verdadera, o, lo que es lo mismo, a la naturaleza de todo lo existente. No es resultado de ningún proceso dialéctico ni de la comprensión lógica e intelectual, ni, por supuesto, fruto de la ayuda divina.


c) La actualización del «camino» supremo en la vida


Un objetivo permanente del zen es la entrega a cualquier acción -por insignificante que parezca- con atención y conciencia plenas. El zen es una técnica de vida, que concede la máxima importancia a las más sencillas acciones cotidianas: levantar la mano, masticar la comida, tomar un libro, beber una taza de té, preparar un florero. Con todas esas acciones, hechas con la máxima atención posible, uno vive el zen y se ejercita en él [8].



3 – La meditación trascendental: un término equívoco


Es promovida por una gran organización con sede central en la India; tiene una amplia ramificación con las filiales en Suiza, Alemania y Estados Unidos.


Como el yoga y el zen, consta de unos recursos psicotécnicos que se apoyan en un trasfondo doctrinal determinado. Y como ellos -excepto en algunos casos de orientación simplemente pragmática, psicotécnica- el movimiento de la «meditación trascendental» o «tántrica», más que infiltrar la religiosidad oriental en Occidente en contra del cristianismo, aspira a conseguir una síntesis de ambos. Refleja con nitidez el espíritu ecléctico de los hindúes.


Aunque se denomine «meditación», no lo es el sentido que esto término tiene en Occidente. No es una reflexión especulativa o filosófica ni simplemente discursiva sobro una idea, un tema o una realidad. Tampoco se trata de una meditación de índole religiosa o espiritual, es decir, una oración hecha con la mente o los pensamientos, que se compaginan con el corazón, los afectos, y desemboca en la adoración de Dios, en la acción de gracias, en reparación, en petición. La meditación trascendental se caracteriza por la ausencia deliberada de todo esfuerzo en los ejercicios de interiorización. Se deja que la «meditación», la concentración, la interiorización, el gozo y la calma broten por sí mismos en el interior de las personas.


Trasfondo doctrinal: el hinduismo y el budismo


El concepto básico y originario de la divinidad en el hinduismo es politeísta. Admite la existencia de 33 millones de dioses, que algunos multiplican por diez. Pero en la vida religiosa de los hindúes el politeísmo se convierte casi siempre en henotenismo: según las diversas necesidades, circunstancias y regiones se dirigen a una sola deidad, quedando las restantes como en la penumbra y prácticamente como no existentes. Es el caso de Krisna en la sociedad internacional para conciencia de Krisna.


Este politeísmo real y honoteísmo práctico se compaginó muy pronto con el panteísmo o creencia en Brahmán (en sánscrito, palabra de género neutro), «lo Uno, lo Todo, lo Absoluto». De Brahmán proviene por emanación (evolucionismo regresivo) -como la tela de arena- el universo y sus cosas, o sea, el maya («ilusión» en sánscrito). Como el calor no es el fuego, pero irradia de él, así maya (lo múltiple, lo apariencial y transitorio, lo percibido por los sentidos) no se confunde con lo Uno-Todo, pero irradia de ello, de Brahmán, y no puede subsistir sin ello. Para su desgracia, el hombre suele dejarse fascinar por maya: es el samsara, es decir, la pegajosidad o vinculación subjetiva del hombre a maya. La aspiración suprema de los hindúes es la liberación de samsara y la fusión de su alma -perdida su individualidad- con Brahmán.


El budismo ha sido y es considerado como ateo, si bien en realidad no lo es del todo. Buda permanecía en silencio cuando se le preguntaba acerca de la divinidad. Pero el budismo es un movimiento heterodoxo, deshojado del hinduismo. Y no pudo evitar la temprana irrupción del politeísmo hindú. Pronto los budistas creyeron en miles de dioses, pero los textos más antiguos recomiendan no acordarse de ellos. Por tanto, no creen en la divinidad en cuanto causa eficiente o hacedora y conservadora de las cosas e influyente en el mundo o en el destino de los hombres. En cierto sentido admiten la divinidad en cuanto «causa final» o imán de todas sus aspiraciones; es el nirvana, especie de «cielo» sin Dios ni ángeles. El nirvana es el estado de lo subsistente del hombre tras la muerte, una vez purificado del todo. Se trata de un estado de «aniquilamiento» del samsara y de todo deseo de lo caduco, lo apariencial. Entre los medios para conseguir esa «extinción» total del deseo, descuella la «huida» o separación del mundo (vida eremítica y cenobítica de los bonzos), el yoga, el zen y la reencarnación. En el budismo, como en el hinduismo, no hay inmortalidad o subsistencia después de la muerte del alma personal, ni, menos aún, resurrección de los muertos.


El budismo no cree en la existencia del alma. En cambio, admite algo intrínseco a todos los seres que «sienten» y subsisten a pesar de las mutaciones de lo apariencial. Es lo que en el zen se denomina ordinariamente «naturaleza búdica» o «de Buda», y también «naturaleza esencial», «naturaleza verdadera», «yo verdadero».


Como ésta se halla en todo lo que «siente» -hombres, animales, plantas-, la reencarnación puede tener lugar no sólo en otro hombre, sino también en un perro, mono, libélula, en cualquier animal e incluso en algún árbol o planta, de acuerdo con el grado de «mérito» o «demérito» acumulado en las existencias anteriores. Cuando esa «naturaleza búdica» consigue purificarse del todo, pasa al nirvana. Es ya «lo totalmente iluminado» subsistente a la serie de reencarnaciones.


Vestigios de Dios


El Concilio Vaticano II habla de los vestigios de Dios que se encuentran también en las religiones no cristianas: «La Iglesia Católica no rechaza nada de lo que en estas religiones (concretamente el hinduismo, budismo, islamismo y judaísmo) hay de santo y verdadero». No se refiere a ellas en cuanto no cristianas, sino en la medida en que recogen destellos de la Verdad que es Cristo, «camino, verdad, y vida» (1o 14,6) y exigencias de lo natural o inherente a la naturaleza misma del hombre, hecha o dispuesta así por Dios [9]. Por eso, a continuación añade; «considera con sincero respeto los diferentes comportamientos y sistemas de vida, los preceptos y las doctrinas, que, aunque discrepen mucho de lo que ella profesa, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombros» (Nostra aetate, 2b).


Si se trata de discernir qué aspectos son compatibles con el cristianismo y cuáles no, puede asentarse un principio general. El yoga, el zen y la meditación trascendental podrían ser de algún modo compatibles con el cristianismo en su vertiente psicotécnica, no en cuanto a su trasfondo ideológico y religioso [10].



1. ¿Doctrinas de salvación?


Por lo mismo, del yoga un cristiano puede asimilar (en la medida en que lo sirvan para el dominio de sí mismo) todo un conjunto de técnicas y ejercicios físicos, gimnásticos, respiratorios, los recursos psicomentales y de concentración. Pero resulta inaceptable la doctrina subyacente -la explicación teórica de esos recursos psicotécnicos y de sus resultados- que presenta al yoga como doctrina de salvación.


Respecto de los restantes aspectos, salta a la vista -a través de lo expuesto en los apartados anteriores- que el diagnóstico desfavorable se apoya en síntomas tan inequívocos como su concepto de la divinidad, afectado profundamente de panteísmo (yoga hindú) o de pancosmismo (yoga budista o jinista); sus confusas y equívocas explicaciones de la naturaleza humana y de sus relaciones con las demás realidades; su disolución de la responsabilidad y conciencia personal; su desvalorización del trabajo en el mundo y de las realidades temporales; su reducción de la superación humana al autodominio, y de la oración a la autoconcentración, frutos del esfuerzo personal, sin apenas resquicio para la intervención divina (yoga hindú), que es totalmente excluida en el yoga búdico.


Quien se inicia en el yoga o en cualquier movimiento de impronta hindú, corre el riesgo de recibir primero las lecciones y prácticas relativas a los recursos psicotécnicos, compatibles con el cristianismo. Esa puede ser su intención, con el deseo de no pasar de ahí. Pero, con frecuencia, en la mente del gurú o del iniciador lo psicotécnico no es sino una especie de anzuelo. Une vez aceptado, el gurú trata de sacar del recinto cristiano a quien se inicia: es más frecuente que pretenda habituarlo -ordinariamente con cierto forcejeo más o menos resistente- a las doctrinas hinduístas, precipitándolo en el sincretismo y en el relativismo, disolventes de lo específicamente cristiano. De hecho, el gurú Maharaj Ji suele tardar unos dos años en decir a los asiduos a sus lecciones y sesiones que él es un avatara [11] de Jesucristo y una mujer residente en Estados Unido lo sería de la Virgen María. Precisamente el panteísmo, que puede ser presentado de modo más capcioso para los cristianos sin formación teológica, y la reencarnación de las almas, fácilmente reconocible por cualquiera, pueden servir de hitos orientadores a la hora de discernir cuándo se pasa de la praxis psicotécnica a la teoría o creencia hindúes.



2. El pancosmismo y el irracionalismo, rasgos definitorios del zen


Algunos de sus propagadores enseñan que el budismo zen es una escuela de sabiduría, y no propiamente una religión. Aún admitiéndolo, según los verdaderos maestros de Zen, sólo el primer grado de zen y el segundo son asequibles a los cristianos. Y esto siempre en un plano meramente natural. No hace falta subrayar el concepto equivocado que tienen de la contemplación cristiana y de sus efectos. Hablan de ella como si su origen, su naturaleza y sus frutos fueran búdicos, de índole meramente natural y psicotécnica, no verdaderamente sobrenaturales.


Los zenistas no suelen hablar de Dios de lo sobrenatural, para afirmarlo ni para negarlo. Aparentemente sólo se preocupan de llegar a conocimiento vivencial, a una experiencia más profunda, fructuosa e íntima del propio ser. A primera vista, todo parecería, compaginable con el cristianismo, excepto el reencarnacionismo y el nirvana y poco más. Quien así piense no ha calado en la esencia del zen y del budismo. Por eso, resulta imprescindible poner de relieve un criterio esclarecedor; consiste en detectar el talante naturalista del zen, que se manifiesta en dos aspectos más o menos diluidos en los libros y en las iniciaciones.


El pancosmismo (del griego pan -todo-, y kosmos -universo, mundo-) es una especie de panteísmo, secularizado y radicalmente desacralizador. De suyo es una consecuencia y reflejo del «ateísmo» budista. Una y otra vez reaparece en las fuentes zenistas la creencia en la identificación del ser propio con el Ser cósmico, raíz y esencia profunda de todas las cosas. Pero este ser (aunque se escriba con mayúscula a veces) no es Dios (monoteismo) ni lo Uno-Todo (panteísmo hindú), sin el ser que todos somos en conexión con todos los seres.


El zen es una vivencia personal, inmediata e indecible; algo esencialmente subjetivo, ilógico e irracional. El zen propiamente no es una filosofía, ni una religión. No enseña nada por vía de análisis intelectual, ni exige la aceptación de algo por medio de la fe. Tampoco contiene verdades inmutables, obligatorias para sus adeptos. Priva de valor a los escritos sagrados y a su interpretación. La vivencia personal -en su raíz psicológica- está por encima de cualquier autoridad y de las explicaciones subjetivas.


El subjetivismo e irracionalismo del zen sintonizan, en gran medida, con dos de las características del hombre occidental en nuestro tiempo. Esta afinidad ayuda a explicar su irrupción en Occidente.



La contemplación cristiana: realidad sobrenatural


El hombre está hecho «a imagen de Dios» (Gen 1,26) y para Dios. De ahí que la aspiración mística y la necesidad de recursos acéticos en orden a conocer mejor lo divino y de alcanzar la unión con Dios sea algo connatural al hombre; forma parte de la vocación que el hombre tiene desde su mismo origen e inhiere en lo más profundo de su ser. Por eso, es lógico que aparezca de diferentes maneras también fuera del cristianismo. El yoga, el zen, la meditación trascendental, pueden ser considerados como diversas modalidades de esa aspiración natural del hombre a su perfeccionamiento y felicidad, que de modo pleno y verdadero sólo puede realizarse en el cristianismo.


Lo decisivo para el cristiano es vivir plenamente las exigencias de su fe y sus implicaciones ascéticas, a imitación de Jesucristo. «Dios, que ha creado al hombre -escribe el Dr. Alvaro del Portillo-, se le ha ido manifestando de diversos modos hasta que, una vez llegada la plenitud de los tiempos, sobrevino la encarnación de Jesucristo, el Verbo Divino, enviado por el Padre para darnos a conocer todo aquello que Dios ha querido comunicarnos y hacernos participar de la misma vida divina. Este rasgo -este progresivo acercamiento de Dios al hombre, esta gratuita apertura al hombre de la intimidad divina- caracteriza de modo propio y singular la religión proclamada por Jesucristo, y la distingue radicalmente de cualquier otra: el cristianismo, efectivamente, no es una búsqueda de Dios por el hombre, sino un descenso de la vida divina hasta el nivel del hombre. Es Dios quien se manifiesta, se descubre, se revela, quien busca a los hombres, para infundir en ellos su misma vida. Punto de partida de la fe cristiana es, por tanto, la aceptación, la recepción llena de fe (obediencia de la fe) de aquello que Dios ha dado: sólo después; una vez recibido y aceptado libremente el don de Dios, surge la necesidad de una respuesta por parte de la criatura. La religión cristiana es pues, una irrupción de Dios en la vida del hombre: olvidar este hecho supondría reducir la vida del cristiano a una especie de humanismo religioso -a la búsqueda puramente racional de un, Dios lejano, para que se nos muestre propicio- o, en el plano de las relaciones con los demás hombres, a un mero sociologismo o a un moralismo antropológico, sin más horizonte que la ética de los valores» [12].


La vida de fe en el cristianismo supone la colaboración del hombre. Pero, sobre todo, es obra de Dios, del Dios personal, Uno y Trino, trascendente al hombre a la vez que inhabitante en él. Por eso, es posible la conversión instantánea sin preparación previa alguna: lo cual es imposible tanto en el yoga como en el zen. Piénsese, por ejemplo, en la conversión de San Pablo (Act 9,1 ss.), la de Alfonso de -Ratisbona en el siglo pasado (20-I-1842) y la de André Frossard en nuestros días (8-VII-1935).


En la contemplación cristiana, la unión con el Padre de los cielos no tiene parangón en el plano horizontal, subjetivo, antropocéntrico, en el que se mueve el zen. Y es que la contemplación cristiana no se agita en el mundo interior cerrado del yo, sino que se abre a Dios, a nuestro Padre y centro de nuestra vida íntima, que es, con palabras de Paul Claudel, Quelqu»un qui soit en moit plus moi-meme que moi (Alguien en mi más yo mismo que yo). Resuena el eco profundo del intimior intimo meo de San Agustín, quien llama así a Dios «más íntimo» a mi mismo que «mi propia intimidad» o, si se prefiere, que «mi misma intimidad».


La vida del cristiano en cuanto tal se apoya en el soporte objetivo de la filiación divina, en su participación de la naturaleza divina, en su condición de hijo -con frecuencia pródigo- de Dios, inserto en Cristo, el Hijo de Dios. El cristiano no participa de la esencia divina por naturaleza, efecto de una concepción panteística, anuladora de lo individual, sino por gracia santificante. La vida y mística cristianas son esencialmente vida y mística de fe y de gracia. De ahí que la práctica ascético-mística quede en segundo plano, pues a Dios no se llega a base de esfuerzos, de concentración, de recursos psicotécnicos, como la iluminación búdica y zenista. Aunque no prescinda de ellos, el cristiano sabe que más que elevarse él hasta Dios, es Dios quien se adelanta, se le manifiesta y se comunica con él. Dios está en un plano distinto. El hombre debe saltar, pero sabe que sólo podrá ascender al plano sobrenatural, divino, si Dios, desde arriba y desde dentro de él mismo, lo toma y eleva.


La filiación divina, realidad objetiva, se convierte en el plano subjetivo, personal, en la contemplación y amor filial a nuestro Padre Dios, que serán definitivos y totalmente beatificantes en el más allá de la muerte, para el alma de cada bienaventurado antes de la Parusía o venida gloriosa del Señor y, después de ella, también para el cuerpo resucitado. Se salva o se condena cada persona, no un alma o un yo profundo vivificadores de un sin número de cuerpos a lo largo de sus sucesivas reencarnaciones. La contemplación cristiana, por emplear una fórmula no rara en las Actas de los mártires, debe ser continua die noctuque -de día y de noche-, de modo que todos los estratos y sectores de nuestra personalidad están transidos de luz y amor divinos. Por esta razón «el cristiano, condenado a muerte, da gracias» [13] y, con la gratitud, a veces se siente inundado por un pozo -en ocasiones desbordante- incluso en el momento mismo del martirio [14].


San Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, nos indica la tarea y destino puesto por Dios a sus elegidos: «ser conformes, conformados, a la imagen de su Hijo», Jesucristo (Rom 8,29). Esta conformación se realizará incluso en cuanto al cuerpo. Pues en la Parusía «Cristo transfigurará nuestro cuerpo conformado a su cuerpo de gloria» (Phil 3,20), o glorioso, resucitado. Jesucristo no sólo es nuestro «modelo» (alguien distinto a quien miramos en orden a reproducir en nosotros su forma de pensar, reaccionar y ser) al estilo de Buda para los budistas. Tampoco se limita a influir en nuestra vida desde fuera, en cuanto causa eficiente, al modo de Krisna según las creencias de sus devotos. Jesucristo es, además, y debe ser nuestro «molde», dentro del cual es preciso vaciarse, fundirse, para alcanzar la perfección humana y cristiana. De ese modo, se hará realidad la afirmación paulina: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Gal 2,20). No cabe duda que las manos de la Madre de El y nuestra, la Virgen, facilitan muchísimo al cristiano el acierto en su transformación en quien -en cuanto hombre- se parece sólo a ella.


Siempre, pero quizás en nuestro tiempo más que nunca, se impone redescubrir y vivificar los tesoros del cristianismo, tal vez olvidados a causa de la fascinación del mítico progreso científico-técnico, y por el despotismo de la imagen y de lo sensorial.


La irrupción de lo oriental: yoga, zen, etc., puede hacernos revivir lo ocurrido hace mucho tiempo a Eisik, un judío pobre de Cracovia, según una antigua narración simbólica. En sueños recibió la orden de ir a Praga. Allí le esperaba un tesoro enterrado bajo el puente del Rey, pero había centinelas de día y de noche. No se atrevió a excavar bajo el puente; lo hizo alejado del mismo. Más los centinelas lo vieron y le interrogaron hasta que contó el sueño. El jefe de la guardia se echó a reír. Pero, recapacitando, refirió que en sueños él había recibido la orden de ir a Cracovia, pues en la casa de un rabino llamado Eisik, detrás del horno, hallaría un fabuloso tesoro escondido. Apenas oyó su nombre, el judío regresó a Cracovia, excavó en su propia habitación, detrás del horno de su casa y encontró un inmenso tesoro. El cristiano puede soñar la tentación de «abandonar la casa del padre» para hallar la armonía interior y la felicidad, pero el verdadero tesoro -la contemplación de Dios y el gozo del espíritu en el más acá y en el más allá de la muerte- lo tiene en su misma casa -en la Iglesia- en la riqueza inagotable de la fe cristiana.



[1]. Sacred Books of the East, Oxford, 1879-1910.


[2]. Gurú: persona merecedora de respeto y obediencia en particular los padres. Ahora es un tecnicismo, referido a los «maestros espirituales» que inician en el yoga.


[3]. Roshi («maestro» en japonés), titulo honorífico concedido a los grandes iniciadores en el budismo zen.


[4]. Population and vital statistics Report, 1972, de la ONU.


[5]. La palabra «hindú» suele reservarse a los pertenecientes a la religión del hinduismo.


[6]. Jinismo: religión fundada por Vadhamana Mahariva, llamado Jina (s. VI a.c.). De substrato panteísta, no admite, sin embargo, una divinidad personal. En su lugar pone las realidades materiales, animadas e inanimadas, que considera eternas. Admite la reencarnación de las almas y lleva hasta el extremo la ahimsa o no violencia».


[7]. Cfr. Ph. Kapleau, Los tres pilares del zen. Enseñanza práctica e iluminación, México, 1975, p. 269.


[8]. Tada: en el zen «el camino supremo, la perfección misma». Literalmente «sólo», «únicamente». Si la mente se ocupa en ideas distintas de lo que está haciendo, no está en tada. Es como el contacto inmediato e inmanentista con la vida y el universo, en el que no cabe la intervención de Dios.


[9]. M. Guerra, Historia de las religiones, t. II, ps. 335-369.


[10]. Algunos aspectos del yoga, zen, etc., son inadmisibles incluso científicamente, por oponerse a las conclusiones ciertas de la medicina y la psicología.


[11]. Avatara («descenso» en sánscrito), descenso de un dios que «deitica» a un ser mítico o histórico a partir de un momento de su vida.


[12]. Alvaro del Portillo, Escritos sobre el sacerdocio, Palabra, 4ª ed., Madrid, 1976, ps. 97-98.


[13]. Tertullianus, Apol 1, 12.


[14]. D. Ruiz Bueno, Actas de los mártires, Madrid, 1974; con abundantes testimonios de los primeros cristianos.


(*) Tomado de SAEMB, revista de la Sociedad Argentina de Ética y Moral Médica y Biológica, Bs.As., Argentina, Segundo Trimestre, 1986.