Revista Autogestión 157: «Un mundo sin hijos, un mundo sin esperanza»

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EL DESAFÍO DEMOGRÁFICO

Editorial

Durante el último cuarto del siglo pasado vivimos bajo la alarma del incesante crecimiento de la población mundial que en sólo un siglo pasó de 1.600 millones de personas a aproximadamente 6.000 millones.

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Las proyecciones de este crecimiento exponencial vaticinaban un aumento de la población mundial que superaría con creces los recursos disponibles. Y se promueven las Cumbres sobre Población. En las primeras décadas del nuevo siglo, al boom demográfico se le suma la cuestión ecológica: el nivel de contaminación se hace ya insostenible y se prevé un cambio climático inminente que dificultará aún más la vida sobre la Tierra. Se señala a la culpable: la especie humana, con su actitud depredadora. Se refuerza la urgencia de frenar el crecimiento de la población mundial.

Pero he aquí que en la última década ha surgido una nueva alarma de signo contrario: el planeta se queda vacío, nos autoestinguimos, la fecundidad ha descendido por debajo del nivel de reemplazo generacional en todo el mundo desarrollado y son muchos los países del que fue llamado Tercer Mundo que ya han caído por debajo de este índice (2,1 hijo por mujer en edad fértil) o están próximos a alcanzarlo. Para el final del presente siglo la población mundial comenzará su descenso de forma imparable, fecha que otros adelantan a 2050.

De ambos relatos “oficiales”, lo que resulta obvio es la importancia que para los poderosos tiene el control de población. En el primer período resurgen las ideas maltusianas y eugenésicas: no puede crecer tanto el número de pobres porque eso deteriora la economía y la raza. Se promueve entonces reducir el número de los que viven en la pobreza controlando e impidiendo su nacimiento. Ahora, en el período reciente, el neoliberalismo pone claramente de manifiesto que debe prevalecer el “homo económicus”, el productivo, el grupo de 20 a 65 años de edad. El resto supone dependencia, gasto inútil, problemas con las pensiones… En ambos momentos se busca cómo controlar la población. Son los tiempos de la promoción y la legalización del aborto primero, y de la eutanasia después.

Lo cierto es que la población se muestra hoy como el elemento esencial para la riqueza de los países. Así se pone de manifiesto en el análisis que hacen las propias potencias que se disputan la hegemonía mundial. Cuando en una mirada prospectiva se analizan las fortalezas y debilidades de China de cara a su hegemonía en el nuevo diseño geopolítico del mundo, se señala como su principal debilidad, entre sus muchas fortalezas, el descenso de su población, fruto de la política del hijo único. En la vieja Europa, ahora también envejecida, tendremos que recurrir a la inmigración, población joven y de reemplazo, por más que gane votos el discurso que defiende la pureza de la raza como seña de identidad nacional. Eso sí, previo proceso de selección para que sólo entren los jóvenes aptos, los mejor formados en sus países de origen. Lo llaman “regulación” de las migraciones, pero en realidad es una nueva versión del “robo de cerebros” y del colonialismo.

Estados Unidos, que también tiene una fecundidad por debajo del nivel de reemplazo, en un momento en que su hegemonía está en riesgo, saca pecho con su población (gracias al ligero aumento de su fecundidad, mayoritariamente inmigrante). Representa, sin duda, una de sus fortalezas. Resulta como poco paradójico que esto ocurra en el país que impuso el control demográfico en gran parte del mundo a través de los organismos internacionales y la expansión de los servicios de salud reproductiva.

Lo que es un magnífico logro de la humanidad, a saber, reducir la fecundidad como consecuencia de una fuerte y mantenida reducción de la mortalidad, principalmente infantil, se lee como un serio problema social, económico, político… y en definitiva comunitario. Lo que resulta un bien para todos, especialmente para los más pobres, que eran los que sufrían las mayores tasas de mortalidad infantil, se interpreta por los poderosos como una amenaza. El crecimiento poblacional que toda transición demográfica conlleva, unido al baby boom posterior a la II Guerra Mundial, provocó su intervención. Los potentados de la tierra vieron amenazada su tranquila pero artificial e inestable hegemonía y decidieron intervenir en la dinámica demográfica imponiendo drásticas medidas antinatalistas. No sin consecuencias. La alteración incontrolada de la estructura de edad de las poblaciones traerá nuevos y mayores sufrimientos a los pobres de la tierra.

Cuanto más se concentra el poder, más totalitario se vuelve. Ya no basta el control cuantitativo de la población, se hace necesario también el control cualitativo. Este último tipo de control habrá que introducirlo en los análisis demográficos si queremos considerar todos los factores que marcan las tendencias actuales. Ya lo pronosticó Hannah Arendt cuando afirmó que cada nuevo ser humano es un nuevo riesgo para el totalitarismo, pues se convierte en un nuevo territorio a conquistar.

Queremos afrontar este tema con un espíritu crítico y creativo. Por eso nos sentimos en la obligación de denunciar qué se oculta tras el discurso del invierno demográfico y de la acusación misógina de que las mujeres no quieren ya hijos. Esta revista quiere contribuir a ello.