Que el trabajo es un factor determinante para la salud es una cuestión indudable en Salud Pública
Desde el siglo XVIII, se reconoce una relación inequívoca entre las condiciones de trabajo y la salud: la baja salud mental y física está asociada con ganarse la vida con un trabajo precario (contratos temporales o a tiempo parcial, bajos salarios, largas jornadas laborales, estacionalidad en el empleo…). Es un hecho: las desigualdades sociales y laborales no sólo se ponen de manifiesto en la diferencia de salarios, sino que también se plasman en diferencias de salud.
Por ejemplo, el estrés que genera la actividad laboral se asocia con un incremento superior al 50% del riesgo de sufrir enfermedades coronarias graves; los trabajadores no cualificados presentan más problemas de salud mental, dolores de espalda y de cabeza; los trabajos cuyo esfuerzo no se ve recompensado debidamente incrementan el riesgo de sufrir problemas físicos y psíquicos. Es decir, el trabajo es un factor que soluciona carencias que, de no cubrirse, supondrían la pérdida o una reducción del estado de salud.
Y, al mismo tiempo, el trabajo puede generar riesgos para la salud de los trabajadores (caídas, aplastamientos, exposición a agentes físicos, químicos o biológicos, movimientos repetitivos, posturas, estrés, irritabilidad, depresión, burnout,…). Pero unas condiciones de trabajo deficientes no sólo van a tener un efecto negativo para el trabajador. Sus repercusiones van a ser también sociales y van a ir mucho más allá de un problema personal. El trabajador verá afectada su organización de la familia, socavada su dignidad, reducida su motivación, lastradas sus relaciones interpersonales, condicionadas la estructura y la organización de su tiempo, obstaculizada la satisfacción de sus necesidades y perspectivas, comprometida su solidaridad con la comunidad… Y por si aún fuese poco, estos efectos son tremendamente clasistas, es decir, dependen en gran medida de la clase social a la que pertenezca el trabajador.
Según los datos disponibles, en 2008 se produjeron 1.739.765 accidentes laborales que provocaron la muerte de 831 trabajadores.
El sector servicios seguido de la construcción concentraron el mayor número de accidentes mortales (590 entre los dos). Inmigrantes, los peor parados en salud laboral. En material laboral, a la población inmigrante no sólo se le garantiza estar peor retribuida que los españoles, sino que además tienen más probabilidades de morir en el puesto de trabajo. Un trabajador inmigrante tiene casi 5 veces más posibilidades de morir a causa de un accidente laboral que uno español (la mayoría de los siniestros tienen lugar en los sectores de la construcción y servicios, los dos sectores con mayor presencia de extranjeros). Y esas diferencias son aún mayores cuando nos referimos a las mujeres. (Unidad de Investigación en Salud Laboral de la Universidad Pompeu Fabra. 2006).
En las lesiones no mortales, la siniestralidad de los extranjeros también es mayor (3,8 veces superior a la de los autóctonos). Sin embargo, las cifras reales pueden ser aún peores ya que estos datos no incluyen los accidentes acaecidos en la economía sumergida, sector reservado preferentemente a los extranjeros. En palabras del secretario general de Empleo, Valeriano Gómez, sobre la situación de la población extranjera, los datos “avalan la impresión de que estamos en presencia de una población que desempeña no sólo los peores puestos de trabajo en cuanto a retribución, sino también en cuanto a riesgo”.
Respecto a las causas de la mayor accidentabilidad de la población inmigrante, los datos apuntan al desempeño (el “encargo”) de actividades de mayor riesgo intrínseco, además de otros factores coadyuvantes como la economía sumergida, el elevado índice de rotación de unos puestos de trabajo a otros, la escasa cultura de prevención, su mayor inestabilidad, la temporalidad en los contratos, subcontratación para abaratar costes, el exceso de horas extras que aumenta el cansancio y el riesgo de accidente… en definitiva, la explotación y la precariedad laboral que afecta al colectivo inmigrante… y, en situaciones de crisis, también cada vez más a los trabajadores españoles.
Sin embargo, a pesar de su mayor accidentabilidad, entre los trabajadores inmigrantes se contabiliza un menor número de bajas laborales, y por la mitad de tiempo, que entre los trabajadores autóctonos. Una explicación a estas diferencias podría ser que la mayoría de inmigrantes son personas jóvenes y con buena salud. Pero también puede deberse (y estaremos todos de acuerdo) a sus peores condiciones laborales, lo que les lleva a trabajar incluso estando enfermos o no recuperados del todo por miedo a perder su empleo o no poder conseguir o renovar los papeles.
No sólo accidentes, también enfermedades Este hecho nos enfrenta a otra manifestación de esa terrible realidad, quizás más oculta a la vista de la población pero igualmente preocupante: las enfermedades entre la población ocupada son más frecuentes que los accidentes. En 2007, un 17,8% (casi 6 millones) de los ocupados padeció algún tipo de enfermedad. De ellos, 1.630.000 aseguraron que su enfermedad que provocada o agravada por el trabajo mientras que el 67,6% enfermó sin tener causa alguna con su empleo. Y no sólo la salud física se ve perjudicada. Más de 5 millones de trabajadores “declaran haber estado expuestos a factores adversos para su bienestar mental”. La salud laboral es clasista
Y entre todos, los trabajadores de las clases sociales más pobres, los menos cualificados, son los que peor parados salen: tienen peores contratos de trabajo, obtienen menos recursos para poder alimentarse adecuadamente, están expuestos a unas condiciones de trabajo con más riesgos, carecen de una vivienda adecuada, fuman y beben con mayor frecuencia, tienen más difícil acceso a los servicios sanitarios o éstos son de peor calidad… y todas estas circunstancias terminan dañando su organismo, desencadenando enfermedades y aumentando el riesgo de morir. Una verdadera paradoja: el trabajo, que debiera ser un factor de protección, se convierte en un factor desencadenante de pérdida de salud que impide llevar una vida sana y cubrir las necesidades básicas de cada persona. En palabras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), «la combinación nefasta de pobres políticas sociales y circunstancias económicas injustas está matando a la gente a gran escala».
Es necesario analizar la dimensión sociopolítica de la salud El enfoque biologicista que ha predominado en la reflexión científica sobre la salud durante el último siglo y medio, somete a un reduccionismo conceptual y a una fragmentación de la realidad el análisis de la salud laboral. Los problemas de salud son entendidos como enfermedades laborales y/o como enfermedades profesionales. La actual legislación en materia de Riesgos Laborales hace invisible la relación existente entre la precarización del empleo y la salud de la población. Y, más en general, deja de hablar de las repercusiones que sobre las condiciones de vida de los trabajadores tienen los avatares de la economía. Se desvinculan las consecuencias (pérdida de salud) de sus condicionantes sociales y económicos. Se hace imprescindible relanzar la dimensión política de la salud ya que no es posible identificar una causa específica y única como responsable de una enfermedad. Es necesario retomar el análisis de las condiciones de trabajo que configuran las condiciones de vida de la población. La precariedad y la explotación laboral generan pésimas situaciones en materia sanitaria. Y con el enfoque actual no es posible sacarlas a la luz: la legislación no las contempla, el trabajador se encuentra desprotegido… y el Estado y los empresarios se lavan las manos a la hora de asumir su responsabilidad. El reconocimiento y la indemnización de las enfermedades profesionales está basado en un sistema de lista (RD 1999/2006), de modo que sólo serán consideradas como tales las que estén incluidas en dicho listado.
Sin embargo, como hemos visto, dicho sistema supone una interpretación restrictiva de las relaciones entre el trabajo y sus efectos sobre la salud. Cada vez más las alteraciones de la salud son de tipo inespecífico, aumentando las patologías de origen multifactorial en detrimento de los cuadros clínicos monofactoriales. Centrarse en profesiones clásicas y en relaciones unicausales supone un reduccionismo. Debemos tender a un concepto más cercano a la realidad, más complejo, donde también se valoren las enfermedades relacionadas con la explotación del trabajo y las enfermedades del trabajo… y sus indemnizaciones correspondientes. Los sindicatos deberían tomar un papel mucho más crítico con la administración laboral y demostrar que efectivamente están de parte del Trabajo y no del Capital.
- En estas cifras no están contabilizados los accidentes in itinere.
- Problemas respiratorios o pulmonares (28,2%), problemas óseos, articulaciones, o musculares que afectan a la cadera, piernas o pies (17,3%) y los problemas óseos, articulaciones o musculares relacionados con la espalda (17,3%), fueron las tres principales causas de las enfermedades provocadas o agravadas en el trabajo.
- El principal factor negativo, que afecta al 81,6%, es la falta de tiempo o la presión. En segundo lugar, están quienes han sido amenazados o han sufrido algún tipo de violencia: el 11% de ellos y el 11,7% de ellas. Por último, el acoso o la intimidación, actitudes de las que ellas han sido víctimas el 9,4% y de ellos el 7,4%.