El mensaje central del cristianismo es la encarnación de Dios. Jesús es nuestro prójimo, identificándose con todos los parias y pobres del mundo de forma que ya no hay nadie que esté sin un prójimo y nadie para nosotros puede ser excluido de la projimidad. El cristianismo es la afirmación y valoración del hombre EXISTENTE, REAL, pese a su pecado. Ni el "superhombre" de Nietzsche, ni el "hombre nuevo" de Marx son merecedores de amor porque no son reales. Cristo, Dios encarnado, es así la salvaguardia contra las agresiones, violaciones o negaciones de la humanidad. Y esto no porque haya creado una humanidad de héroes, genios o santos, sino, porque ha acogido bajo su Cruz a los débiles, vulnerables y despreciados de la Historia.
ENCARNACIÓN : COMUNIÓN – SOLIDARIDAD DE DIOS CON EL HOMBRE
Por Carlos Llarandi,
Profesor de Química y Física.
Militante del Movimiento Cultural Cristiano
El mensaje central del cristianismo es la encarnación de Dios. Jesús es nuestro prójimo, identificándose con todos los parias y pobres del mundo de forma que ya no hay nadie que esté sin un prójimo y nadie para nosotros puede ser excluido de la projimidad.
El cristianismo es la afirmación y valoración del hombre EXISTENTE, REAL, pese a su pecado. Ni el «superhombre» de Nietzsche, ni el «hombre nuevo» de Marx son merecedores de amor porque no son reales. Cristo, Dios encarnado, es así la salvaguardia contra las agresiones, violaciones o negaciones de la humanidad. Y esto no porque haya creado una humanidad de héroes, genios o santos, sino, porque ha acogido bajo su Cruz a los débiles, vulnerables y despreciados de la Historia.
Por ello, ningún proyecto de vida religiosa que escinda la relación con Dios de la relación con el prójimo, es cristiano. El espiritualismo -degradación del espíritu – es la clausura del hombre con Dios, separado aparentemente del mundo y de la Historia. El espiritualismo desprecia al hombre, lo mancilla y lo aparta de Dios. No se puede admitir la negación de que el mundo y la historia sean el lugar y el instante del ENCUENTRO entre Dios y el hombre. El espiritualismo es una blasfemia.
Jesús ha ejercido misericordia con el hombre caído. Quien va y hace lo mismo que Jesús y le sigue, sabe quien es su prójimo. Toda su existencia, más aún, el sentido último de su ser y de su venida al mundo es por nosotros y por nuestra salvación. Dios mismo ha cogido el camino de este mundo y ha levantado a los caídos que ha encontrado en su camino. Con una infinita elegancia ha pagado el precio de su curación, no ha reclamado la devolución, ni siquiera agradecimiento, mientras ha seguido preocupándose por él hasta que la curación fuera total.
A Dios no le mueven la dignidad, el valor o la riqueza del otro para amarle, sino que es su amor previo el que funda la dignidad del hombre. El hombre es infinitamente valioso tras haber sido amado por Jesús. El cristianismo es la religión que en seguimiento y obediencia a Cristo otorga valor absoluto a cada hombre y con más decisión, cuanto más pobre e indefenso sea, porque justamente a esos más pobres, pecadores, esclavos y marginados fue a los que Cristo mostró más cercanía. En este sentido socio-político primero, moral luego y fundamentalmente religioso, el cristianismo es la religión de los HUMILDES.
Por tanto, si Dios es prójimo del hombre y el hombre es prójimo de su hermano, la negación del prójimo es la negación del cristianismo, ya que Jesús se ha identificado con todo hombre, en especial con los pobres, encarcelados, enfermos y hambrientos. Estos representan verdaderamente la HUMANIDAD de Cristo. Una HUMANIDAD que no es sólo reproducción de Dios , sino que es IMAGEN de Dios.
Dios no es ajeno al destino del pueblo -comunidad de excluidos – sino que lo comparte y desde dentro de él constituye su fuerza y su esperanza. La solidaridad en el pueblo, entre los hombres que sufren y luchan es reflejo de la presencia de Dios en su seno. No hay mejor expresividad de Dios entre los hombres que la comunión solidaria y su negación es, objetivamente, negación de Dios. La encarnación y sobre todo la crucifixión otorgan credibilidad a la paternidad y hermandad de Dios con el hombre. Dios es Padre y hermano sufriente. El escándalo de la cruz no es ante todo el mucho dolor o escarnio público … es el hecho de que Dios está sometido al destino y la libertad del hombre y mientras tanto no ejerce su poder como venganza sino como acogimiento y perdón. Jesús en la cruz realiza la oración más gloriosa de la historia de la humanidad -«Padre perdónalos porque no saben lo que hacen»- mostrando el acto más grandioso de amor y promoción del hombre, ya que con infinito amor acepta que el hombre ejerza su libertad, aun contra sí mismo.
Es esta noción de redención por el sufrimiento, respetando absolutamente la libertad del hombre, la que asombra al mundo, la que sobrecoge al hombre hasta las entrañas. ¿No es el sufrimiento amoroso de una madre lo que remueve con más violencia las entrañas del hijo?.
¿Por qué Dios hace esto por el hombre?. Por amor. Dios es amor. Amor creativo que nos da la libertad incluso de negarle. Amor sufriente que vela por nuestro regreso, que llama a nuestro corazón aunque la respuesta siempre sea No. Dios nos quiere libres y sólo nos pregunta dos cosas: «¿Dónde estás?» ( Gén 3,9) y «¿Dónde está tu hermano?» (Gén 4,9). Nuestra vocación suprema consiste en escuchar estas dos preguntas que él mismo nos hace y responde. Dios pregunta, llama y la HUMANIDAD que Jesús muestra es la respuesta.
¿Por qué rechazamos escuchar estas dos preguntas?. ¿Por qué estamos sordos a la vocación – llamada – suprema?
La respuesta parece ser que comprendemos radicalmente que el prójimo – el más prójimo es Jesús – es límite absoluto de cualquier voluntad de poder. Nuestra educación, nuestra mentalidad cristiano – burguesa nos empujan no fundamentalmente a una negación de Dios, sino a la negación de los demás. Y esto es profundamente diabólico. Porque una humanidad sin Dios puede un día recuperarlo desde el encuentro con el prójimo, pero una humanidad sin prójimo se queda irremediablemente sin hombre y sin Dios. El amor solidario, la promoción integral del hombre, el sacrifico desinteresado, la lucha por la Justicia, la sensibilidad por el misterio del otro son rechazados. Y se sustituyen por sucedáneos – tranquilizadores de conciencia, asistencialismos baratos y opresores – que encubren nuestro pecado personal y las estructuras de pecado del mundo salvaje en que vivimos.
Los hombres percibimos que hay un peligro mortal en mirar de frente la verdad durante un tiempo prolongado. Y es cierto: ese conocimiento es más mortífero que una espada, la muerte que inflige produce más miedo que la muerte carnal. Con el tiempo mata en nosotros todo lo que llamamos «YO». Para sostener esa mirada hay que amar la verdad más que la vida. Quienes son capaces de hacerlo se apartan con toda el alma de lo superficial y transitorio. ¿Estamos dispuestos?. Dios – que es la Verdad – nos quiere personas. ¿Personas para qué? .La llamada es para realizar una misión. No podemos SER sin RESPONDER. No hay vocación sin misión. El envío al otro , al prójimo, nos hace persona.
¿Queremos ser personas?. Entre el pesebre y la cruz está el camino; no hay atajos.