ENTREVISTA con FREI BETTO: Responsable del Proyecto HAMBRE CERO del GOBIERNO de BRASIL

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Trabajar la relación fe y política es un imperativo. Debemos sentir indignación, porque según la FAO hay comida para 12.000 millones de personas y somos poco más de la mitad. En Brasil, también hay comida para toda la población, pero hay 44 millones de personas con hambre. Entonces el problema no es el exceso de población, sino la falta de justicia. La humanidad tiene dos futuros posibles: compartir los bienes o ir hacia la barbarie



Por Olga Cubides
Observatoriodigital.net
BOLETÍN SEMANAL nº 245
Del 28 de noviembre al 4 de diciembre de 2003

Es paradójico que el hijo de una escritora de libros de cocina, y por tanto, buena cocinera, se dedique precisamente a lograr que millones de personas tengan algo que llevar a su cocina para poder comer. Frei Betto, dominico y actual responsable del Proyecto Hambre Cero, que impulsa el Gobierno de Lula da Silva en Brasil, está convencido de que otro mundo es posible. Otro mundo fuera del paradigma neoliberal y más cerca de un nuevo socialismo en el que todos aprendamos a compartir lo que tenemos. Y en ello están. En asegurar que millones de brasileños puedan tener las tres comidas, lo que ya de por sí abre las alternativas que son posibles cuando se tiene el estómago lleno. Y en asegurar, además, que los adultos se alfabeticen, lleven a sus hijos a la escuela y tiren adelante proyectos y sueños; éstas son las exigencias a cambio de alimentos. Parece utópico pero se espera hacer realidad para tres millones y medio de familias. Esto demuestra que otro mundo es posible. En el panorama mundial de la desconfianza, Brasil es un espacio de esperanza colectiva.

¿Alguna vez será posible hacer realidad en todo el mundo algo parecido al Proyecto Hambre Cero que impulsa el Gobierno de Lula en Brasil?

Quizá, pero no tenemos esa pretensión. Éste es un proyecto para Brasil, un país que tiene dimensiones continentales. No tenemos pretensiones imperialistas. Pero es verdad que la FAO y algunos países, como Paraguay y Argentina, están muy interesados en el Proyecto. Creo que Hambre Cero debería ser una meta mundial. El presidente Lula viene planteando la importancia de un Hambre Cero Mundial, pero hay que adaptarlo a la realidad de cada país. El desafío es erradicar el hambre de 840 millones de personas, y con eso evitar que sigan muriendo 100 mil personas cada día, de los cuales 30 mil son niños menores de 5 años. Es un desafío humanitario y ético. Y la manera de hacerlo no puede ser asistencialista, porque el hambre es algo que cada uno de nosotros siente por lo menos una vez al día. Hay que encontrar la metodología adecuada, y quizá la nuestra pueda ayudar a inspirar otras.

Uno de los resultados inmediatos del Proyecto Hambre Cero es que durante el 2004 no ha muerto ningún niño por hambre en la zona brasileña de Guaribas. ¿Cómo lo han logrado?

Hambre Cero es un programa de inserción social que identifica a las familias que viven por debajo de la línea de la miseria (según la ONU hay dos líneas: por debajo del nivel de pobreza, los que tienen una renta per cápita inferior a los 60 dólares al mes, y en la miseria, menos de 30 dólares al mes). Cuando se identifica a estas familias se les entrega una tarjeta de alimentación para que cada mes puedan sacar 50 reales (18 euros) del Banco estatal. A cambio, esta familia tiene unos deberes: alfabetizar a los adultos, escolarizar a los niños y seguir un programa de salud; este último es el que ha tenido consecuencias positivas sobre la mortalidad infantil, porque muchas de las muertes se producen en las zonas de sequía por consumo de agua contaminada. Por eso, Hambre Cero trabaja simultáneamente con Sed Cero, que intenta que la gente tenga acceso a agua potable.

Se dice que el proyecto es asistencialista, porque soluciona el hambre, pero no da herramientas para que las personas puedan autogenerar procesos de desarrollo. ¿Qué opina?

La única medida que hace parte del Proyecto y que no se ha llevado a cabo es la reforma agraria; las demás están en operación. Efectivamente es cierto que si no hay reforma agraria, Hambre Cero no tendrá éxito. Hay un Plan Nacional de Reforma Agraria que será anunciado el próximo año, después de la reforma ministerial, y cuyo contenido definitivo actualmente se está discutiendo con todos los sectores. Esta misma semana se acaban de anunciar las 11 metas de trabajo. Hambre Cero, que compra directamente a los agricultores, tiene cinco mil millones de reales (cerca de 1.500 millones de euros) y 400 millones para la agricultura familiar (más de 117 millones de euros). Además, el Banco Central de Brasil ha creado un corresponsal bancario en cada uno de los 5.561 municipios del país. Son medidas estructurales que junto con la reforma agraria van a permitir que la gente autogenere procesos de desarrollo; de hecho en algunos municipios ya empieza a haber procesos de reinmigración de personas que vivían en favelas y que regresan a sus municipios de origen. Creo que dejando de lado factores externos e inesperados, podremos lograr en estos cuatro años reducir drásticamente la pobreza y la miseria en Brasil.

Usted está buscando apoyo internacional para el Proyecto. ¿Qué papel tiene la comunidad internacional en la erradicación del hambre?

Estoy divulgando el programa y buscando cooperación, sobre todo para dos programas: «Ciudades hermanas» y «Educación ciudadana». La experiencia del socialismo en el Este europeo nos muestra que no basta con facilitar a la gente las políticas públicas, también tenemos que cambiar los paradigmas de la gente, es decir formar sujetos políticos. Una de nuestras experiencias más expresivas en este sentido son las comunidades eclesiales de base (de allí provienen cinco ministros de Lula); han sido verdaderas escuelas de formación política. El capitalismo privatizó los bienes materiales y socializó los bienes simbólicos, los sueños; entonces se puede vivir en una favela, pero se tiene un televisor y la sensación de que se pueden hacer realidad los sueños.

En cambio el socialismo cometió el error contrario: socializó los bienes materiales y privatizó los sueños, que eran exclusivos del comité central del partido. Los seres humanos ontológicamente necesitamos vivir de sueños. Por ello el Programa de Educación ciudadana tiene contenidos pedagógicos en la línea de la metodología de Paulo Freire, principal responsable de la victoria de Lula: la victoria de Lula sólo se entiende comprendiendo la historia de los movimientos sociales de Brasil durante los últimos 40 años; y sólo se entiende la construcción de un poder popular, si se entiende la metodología de Paulo Freire.

Las comunidades eclesiales de base han tenido una gran importancia en América Latina. ¿Qué papel tienen las iglesias del mundo contemporáneo para lograr un mundo más justo?

El papel es cada vez más importante, porque después de la caída del Muro de Berlín y, por lo tanto, de las utopías libertarias, la gente cada vez busca menos paradigmas ideológicos y más paradigmas religiosos. Las religiones están al alza en el mundo. Hoy la cosa más difícil de encontrar es un ateo, lo máximo que encuentras es un agnóstico, y el consumo de mercancía religiosa es algo impresionante. Por ejemplo, el fenómeno Paulo Coelho obedece a la búsqueda de espiritualidad y sentido. El crecimiento del islamismo –la religión que más crece en el mundo– o la explosión en América Latina de iglesias neo-pentecostales son demostraciones de que la gente no tiene dónde buscar el sentido fuera de la religión; las encuestas muestran que la gente no cree en los partidos y que las ideologías también están en crisis, desde que el Muro de Berlín se vino abajo. Yo mismo cuántas veces prediqué en mis cursos de educación popular que ningún país socialista había regresado al capitalismo porque ir hacia el socialismo era la dinámica de la historia, y hoy tengo conciencia de que predicaba un dogma, porque la historia mostró que era un equívoco.

Las iglesias tienen un papel muy importante, pero su problema es que todavía no han logrado madurar su relación con la razón política. En América Latina, la Iglesia católica lo ha logrado un poco más, por realidades como la Teología de la Liberación, pero en otras zonas las religiones o se apartan de la política y no tienen conciencia de que están haciendo una política de legitimación del desequilibrio social o toman una postura fundamentalista, es decir, asumen la militancia política desde fundamentos meramente religiosos y posturas extremistas. Por ello hoy es un imperativo trabajar la relación fe y política. Hay una búsqueda muy fuerte de sentido de la vida y esta búsqueda hoy se centra en las religiones, aunque muchas no están preparadas para dar esta respuesta. En el bazar de las creencias hay ofertas de todo tipo, algunas muy buenas y otras peligrosas.

¿Qué papel tienen las ONG en el Proyecto Hambre Cero?

Brasil tiene 750.000 ONG, es algo impresionante. Las ONG tienen un papel muy importante, porque es una sociedad civil muy organizada. Gracias a los movimientos sociales Lula pudo ganar las elecciones. En el Proyecto, hay un foro de ONG, denominado ASA (Articulación en lo Semi Árido), que congrega a 700 organizaciones diferentes y que trabaja en la construcción de cisternas de captación del agua de lluvia.

Se trata de una tecnología inventada hace 20 años por un agricultor –ningún gobierno había querido invertir en ello–; significa un milagro y una revolución social, política y económica, que resuelve el problema de la sequía en el nordeste de Brasil. Con esta cisterna una familia puede emanciparse, en lo social, porque las mujeres y los niños no tendrán que caminar horas y horas para encontrar agua que, además, está contaminada; en lo económico, porque la familia pasa a tener condiciones de producir; y en lo político, porque acaba con toda una clase de políticos que viven de la explotación de la sequía a través de los camiones de agua. En el nordeste de Brasil llueve pocos días al año y hay 8 o 9 meses de sequía, pero llueve suficiente para llenar la cisterna (16.000 litros), y con esta agua se puede abastecer una familia de cinco personas durante el período de sequía. Mientras hablamos de sequía, dejamos perder el agua de lluvia que también es potable. Quizá las futuras generaciones nos pregunten por qué no conservamos el agua de lluvia y por qué en nuestros edificios no pusimos algo para recogerla. Hambre Cero proyecta construir un millón de cisternas, cerca de 27.000 durante el 2003. Cada cisterna cuesta 600 euros y dura 40 años. Además, es la propia familia la que recibe formación para construir la cisterna, con lo que adquiere cualificación profesional. Esto es toda una revolución.

Hace unos días usted decía que deberíamos arrodillarnos cuando entramos a una panadería. ¿Quizá la opulenta sociedad occidental debería arrodillarse frente a cada comida, para agradecerla y para agradecer que no ha nacido en Guaribas o en Somalia?

Sí, arrodillarnos, pero también sentir indignación, porque según la FAO hay comida para 12.000 millones de personas y somos poco más de la mitad. En Brasil, también hay comida para toda la población, pero hay 44 millones de personas con hambre. Entonces el problema no es el exceso de población, sino la falta de justicia.

¿Cómo paliar estas desigualdades globales?

Este es el problema. Tenemos que cambiar este mundo, por otro en el que se puedan compartir los bienes, por eso sigo siendo socialista, porque para mí la humanidad tiene dos futuros posibles: el socialismo o la barbarie. O compartimos los bienes de la tierra y los frutos del trabajo humano –como dice el sacerdote en la Eucaristía sin saber que está predicando el socialismo– o vamos a la barbarie.

¿Otro mundo es posible?

Sí, otro mundo, con un nuevo socialismo. Es una cuestión aritmética: ya que vivimos en una nave espacial llamada Planeta Tierra y no podemos buscar recursos fuera, la clase ejecutiva debe compartir la comida con los de la clase turista. La Tierra es como un avión trasatlántico, y puede haber divisiones de clase como en los aviones, pero cuando se vaya abajo, nadie se salvará. Tenemos conciencia de la responsabilidad histórica de abrir un nuevo camino fuera del paradigma neoliberal y estamos en la búsqueda de este nuevo camino.

Cuando usted vivió en una favela, se dio cuenta de que todos somos iguales; la única diferencia es que los pobres son más solidarios.

Los seres humanos tenemos la misma naturaleza, los mismos defectos y cualidades, dones y talentos, maneras de pensar y culturas, que marcan una diferencia –y esto es una riqueza–, pero que no debería ser también una divergencia. Donde he encontrado más solidaridad es donde hay más sufrimiento: en la cárcel y en la favela, entre los pobres. Ahí la gente es más solidaria, porque cuando uno está en situación de carencia, entiende la carencia del otro y sabe que debe atenderla. Esta solidaridad me ha marcado mucho. Pero no debemos tener una visión idílica de los pobres. Siempre digo que trabajar con los pobres supone tres fases: la primera es la visión idílica (los pobres son maravillosos), la segunda es la decepción (los pobres son igualitos a nosotros), y la tercera es cuando descubrimos que el hecho de que sean como nosotros no es un problema, lo importante es la pedagogía de trabajo. Ellos son así, porque son el fruto de nuestras estructuras sociales.

¿Cuál es su perspectiva del Foro Social Mundial y cómo hacer que pase de ser un movimiento reactivo a ser propositivo?

Nunca conocí nada más democrático y progresista que el Foro Social Mundial. Estoy optimista con este camino. Creo que hay que evitar peleas internas por una hegemonía partidaria, porque ésta sería la destrucción del movimiento. Tiene que mantenerse como un espacio ecuménico, con esa fantástica diversidad de opiniones, de militancias y de propuestas, todas críticas hacia el neoliberalismo, que busca un mundo fuera de la hegemonía del mercado y con una sensibilidad ética fuerte. Y el desafío está en cómo transformar esto en una propuesta con densidad filosófica y pragmática. También hay que intentar hacer la distinción entre lo que significa lucha de liberación –justa y necesaria– y terrorismo –una protesta feroz, que hoy ya no necesariamente abre un camino–. Como me dijo un musulmán –algo que me impactó mucho, porque era como justificar los atentados suicidas–: «hoy nos han quitado todos los derechos, excepto el derecho a morir, y ahora nos quieren quitar el derecho de escoger la hora de morir».

¿Hasta qué punto se puede llevar a cabo un Proyecto como Hambre Cero con el modelo de Estado actual?

No podemos cambiar toda la estructura del Estado y es una estructura que fue hecha para legitimar y fortalecer la oligarquía. Gobernar a favor de los pobres, a través de una máquina que no fue hecha para ello, es muy difícil. En el Gobierno de Lula soy responsable de la movilización social; ningún Gobierno había pensado en esto, porque prefieren la «inmovilización social».

En muchas ocasiones, Brasil ha demostrado ser una potencia en desarrollo tecnológico, y lo ha demostrado en casos como el desarrollo de medicamentos genéricos que ha puesto al servicio de los enfermos de sida. ¿Cómo se pueden poner las nuevas tecnologías al servicio de la erradicación de las desigualdades y de la pobreza?

Sí, por ejemplo, en Hambre Cero cada comité gestor, en cada municipio, tiene una computadora y un sistema de proveedores que se puede hacer funcionar en áreas muy pobres y que da mucha libertad de acción. El objetivo también es este sistema, porque la inclusión digital también es una preocupación de Hambre Cero.

Usted tomó la decisión definitiva de ser fraile porque lo sedujeron san Juan de la Cruz y santa Teresa de Ávila. ¿Qué le sedujo de ellos?

La lectura de sus escritos me permitió un descubrimiento más personal de la experiencia de la fe. Pasé de una religiosidad sociológica a una experiencia religiosa más personal y centrada en mi esencia ontológica. Mi experiencia de fe se divide en dos partes: antes y después de conocerlos. Me han marcado profundamente.

Usted ha contado que durante la huelga de hambre que hizo estando prisionero tuvo una experiencia espiritual muy profunda. ¿Puede explicarnos?

En una huelga, el hambre es acuciante durante los cinco primeros días (también en los últimos días), pero después del quinto o sexto día uno experimenta una sensación espiritual tan buena que ya no importa no comer. Quizá por eso los monjes antiguamente hacían ayunos prolongados, para lograr esta sensación espiritual. Hay un cambio de nuestro metabolismo y hay una exacerbación de nuestra parte espiritual. Los compañeros ateos y comunistas también sintieron esto, no como experiencia religiosa, sino la sensación de levedad, un estado de creatividad, de poder hacer poesía, por ejemplo. Tuve la impresión de vivir una inversión: empíricamente sentimos que el cuerpo envuelve al espíritu y, durante la huelga pasó lo contrario, el espíritu envolvió al cuerpo. No llegué a sentir el espíritu fuera de mi cuerpo, pero sí sentí mucho mi espíritu.