Azam, de 9 años, es oriundo de la pequeña aldea en la provincia más pobre de Bihar, donde más de la mitad de la población vive con el salario mínimo que demarca el umbral de la pobreza: 22 rupias (unos 40 céntimos) diarios.
El niño tenía siete años cuando su madre decidió que tenía que trabajar para mantener a sus hermanos menores, relata su historia el semanario británico The Observer. Trabajaba en Delhi apartando basura desde la madrugada hasta el alba y vivió con otros cinco niños en un cuartucho diminuto. Él esperaba que le pagaran por el trabajo, pero no recibió ni un céntimo. La historia de Azam no es una excepción, sino la norma en la que viven provincias como Bihar, considerada como uno de los centros del tráfico de niños. Cada año alrededor de 200.000 niños indios son presa de los traficantes de esclavos. Se estima que medio millón de niños trabajan en Delhi, tres cuartas partes de los cuales tienen menos de 14 años. Muchos de ellos son engañados o robados por los traficantes o, en otros casos, vendidos por sus propios padres por sumas miserables de unos 1000 rupios (18 dólares).