Escuchen a Blaise Pascal

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Blaise Pascal

El papa Francisco ha dedicado una carta apostólica a Blaise Pascal (1623-1662) en el cuarto centenario de su nacimiento. Lleva por título ‹‹Sublimitas et miseria hominis›› (Grandeza y miseria del hombre) y está fechada en junio de 2023. Quien tenga dudas sobre la relevancia de este pensador para ser acreedor de un documento oficial de la Iglesia católica, no tiene más que leer este delicado y profundo documento de Francisco. Descubrirá la enorme actualidad de Pascal para contribuir a la búsqueda del sentido de la vida de todos aquellos que no se resignan a asumir como única respuesta el dogma del cientifismo racionalista o a abandonar su búsqueda en brazos del nihilismo hedonista que les ofrece la sociedad actual.

El espíritu de geometría: comprender con detalle cómo funcionan las cosas

‹‹Grandeza y miseria del hombre forman la paradoja que está en el centro de la reflexión y el mensaje de Blaise Pascal››, así comienza su carta el papa Francisco, poniendo de relieve, desde un primer momento, una de las claves de su pensamiento: una ontología del ser humano –la explicación de lo que verdaderamente somos– fundada a la vez en la naturaleza y en la gracia. 

Pero si Pascal pudo hacer esta aportación al pensamiento cristiano es porque, simultámente, desarrolló una epistemología –una comprensión del modo en que conocemos lo que lo conocemos– que, huyendo del reduccionismo cientifista, se abre a otras facultades de conocimiento humano que franquean el paso a la fe. 

Esta opción epistemológica no la elaboró Pascal desde el atrevimiento propio de la ignorancia, sino en el marco de una vida de científico polifacético y deslumbrante. Pascal destacó en el campo de la matemática (desarrolló el triángulo aritmético para la representación de los coeficientes binomiales, realizó trabajos sobre cálculo de probabilidades y escribió un Tratado de los senos de los cuadrantes circulares que sirvió a Leibnitz para desarrollar el cálculo infinitesimal). En el campo de la física destacó especialmente en el estudio de la mecánica de fluidos, del vacío y de la presión atmosférica –cuya unidad de medida lleva su nombre: el pascal– y en el campo de la ciencia aplicada fue el inventor de la primera máquina de calcular (la pascalina), de la prensa hidráulica y de la jeringuilla moderna.

Pascal denominó ‹‹espíritu de geometría›› (esprit de géométrie) a esta capacidad de razonamiento lógico y de observación sistemática propias del conocimiento científico, que Francisco en su carta apostólica traduce como ‹‹la capacidad de comprender en detalle el funcionamiento de las cosas››. 

El espíritu de fineza: la apertura asombrada a la realidad

La constatación por Pascal de los límites de la razón científica la explica el papa Francisco a partir de una de sus ideas fuerza: ‹‹al meditar sobre los Pensamientos de Pascal encontramos, en cierto modo, este principio fundamental: “la realidad es superior a la idea”. En la base de esto creo poder reconocer en él una actitud de fondo que yo llamaría “asombrada apertura a la realidad”››

Para dar cuenta de la realidad, para acceder a ella, el conocimiento humano se vale, según Pascal, de facultades cognoscitivas que, junto a la razón lógico-matemática y la observación sistemática, configuran lo que denomina un ‹‹espíritu de fineza›› (esprit de finesse). Escribe al respecto el papa: ‹‹Ni la inteligencia geométrica ni el razonamiento filosófico permiten al hombre llegar por sí solo a una “visión clara” del mundo y de sí mismo. El que está ocupado en los detalles de sus cálculos no tiene la ventaja de la visión de conjunto que le permite “ver todos los principios”. Esto es el resultado de la “inteligencia intuitiva”, cuyos méritos también alaba Pascal, porque cuando se busca captar la realidad “hay que ver la cosa de golpe, de una sola mirada››. De esta manera de pensar el mismo Pascal hace gala en su obra filosófica más conocida, los Pensamientos, publicada póstumamente. Inicialmente eran solo las notas para una Apología de la religión cristiana que nunca llegó a redactar.

Esta inteligencia intuitiva que es el espíritu de fineza está conectada con una facultad humana que Pascal sitúa en lo que llama el corazón: ‹‹Conocemos la verdad, no solamente por la razón, sino también por el corazón. De esta última manera es como conocemos los primeros principios y es en vano que el razonamiento, que no tiene ninguna parte en ello, trate de combatirlos››. El corazón para Pascal no es fuente de deseo irracional o caprichoso, sino otra forma de acceso a la verdad y, en este sentido, forma parte de la razón –razón cordial–; por ello pudo afirmar que ‹‹El corazón tiene razones que la razón ignora››.

La paradoja del hombre

Se ha acusado a Pascal de postular el pesimismo antropológico –desprecio de la naturaleza humana– propio de la doctrina del jansenismo a la que estuvo cercano, en particular en la versión matizada de la congregación de Port-Royale en la que profesaba su hermana Jaqueline. Esta doctrina toma su nombre de Cornelius Jansen – Jansenio–, que había escrito un tratado, el Augustinus, publicado en 1640. La corriente teológico-espiritual del jansenismo buscaba contrarrestar el optimismo humanista que renacía en esa época y que estaba derivando peligrosamente hacia el pelagianismo. Esta doctrina pelagiana, atribuida al monje Pelagio –que vivió entre los siglos IV y V– sostenía que el hombre puede, por sus propias fuerzas y en ejercicio de su libertad, hacer la voluntad de Dios, lo que deriva, en su versión moderna, en la pretensión de conquistar la felicidad al margen de Dios: asaltar el cielo para crear el ‹‹cielo en la tierra›› o, lo que es lo mismo, ‹‹ser como dioses››, con las nefastas consecuencias que esto ha tenido –y sigue teniendo– para la humanidad. Con este fin apologético de combatir el pelagianismo, el jansenismo realizó una interpretación tan maximalista del papel de la gracia en san Agustín que casi adelantaba a Lutero y su doctrina de la sola gratia, o la concepción calvinista de la predestinación, ambas doctrinas fatalistas que dejan poco margen a la libertad y voluntad humanas y convierten a la criatura querida por Dios en un monigote. 

Pero en Pascal no hay ni pelagianismo ni pesimismo antropológico. Ocurre, eso sí, que su ‹‹asombrada apertura a la realidad›› y su ‹‹espíritu de fineza›› le permitieron reconocer la miseria del hombre (por el pecado original). Pero también le permitieron conocer su grandeza (por ser imagen de Dios y redimido por Cristo) y, a través de la fe, experimentar la confianza y la felicidad de la salvación. Nada más lejos del pesimismo y del fatalismo.

Precisamente, es la ‹‹apertura a la realidad›› de Pascal la que le permitió, en palabras del papa Francisco, dirigir al hombre una mirada ‹‹tan humilde como lúcida y constatar que “es un extraño para sí mismo, grande y miserable››. Su grandeza anida en su corazón como deseo de bien, de verdad y de belleza. Su miseria es, por una parte, moral, pues le es imposible realizar por sí mismo la plenitud de bien, verdad y belleza a la que se siente llamado; pero también es material, al constatar que es un ‹ser para la muerte››, lo que lo priva anticipadamente del destino eterno al que aspira su corazón. De nuevo en palabras de Francisco, para Pascal el hombre es ‹‹grande en su razón, en su habilidad para dominar las pasiones, grande incluso “porque se sabe miserable”. En concreto, aspira a algo más que a satisfacer sus instintos o resistirse a ellos, “porque lo que es naturaleza en los animales lo llamamos miseria en el hombre”. Hay una desproporción insoportable, por una parte, entre nuestra voluntad infinita de ser felices y de conocer la verdad; y, por otra, nuestra razón limitada y nuestra debilidad física, que conduce a la muerte››. 

Francisco nos revela a un Pascal muy actual, de gran finura psicológica, al reflexionar sobre los vicios humanos como producto de la desesperación que ocasiona no tener acceso a la plenitud que el alma anhela. Nos dice: ‹‹la fuerza de Pascal también está en su realismo implacable, “no hay que tener el alma muy elevada para comprender que no hay aquí satisfacción verdadera y sólida, que todos nuestros placeres no son más que vanidad, que nuestros males son infinitos, y que, finalmente, la muerte, que nos amenaza a cada instante, debe ponernos infaliblemente, en pocos años, en la horrible necesidad de ser eternamente aniquilados o desgraciados. No hay nada más real que esto, ni más terrible. Hagámonos los valientes tanto como queramos: he aquí el final que espera a la vida más bella del mundo”. En esta condición trágica, se comprende que el hombre no pueda permanecer solo en sí mismo, ya que su miseria y la incertidumbre de su destino son insoportables. Por tanto, necesita distraerse, lo que Pascal reconoce de buen grado: “De ahí viene que a los hombres les guste tanto el bullicio y el movimiento”. Porque si el hombre no disfruta de su condición –y todos sabemos muy bien cómo distraernos con el trabajo, el ocio, las relaciones familiares o las amistades, pero también, por desgracia, con los vicios a los que nos conducen ciertas pasiones–, su humanidad “se da cuenta de su nulidad, de su abandono, de su insuficiencia, de su dependencia, de su impotencia, de su vacío. Al momento saldrán del fondo de su alma el tedio, la negrura, la tristeza, la pena, el despecho, la desesperación”. Y, sin embargo, la diversión no apacigua ni colma nuestro gran deseo de vida y felicidad. Esto todos lo sabemos bien››.

El corazón que siente ansia de Dios

Pascal constata con ese ‹‹realismo implacable››, que dice Francisco, la paradoja (deseo y realidad, grandeza y miseria) que anida en el corazón del ser humano; pero su espíritu de fineza descubre precisamente en esa paradoja una revelación del corazón, una fuente válida de conocimiento. Pascal, en un texto de reminiscencias platónicas citado por el papa, afirma: «¿qué es pues lo que nos dice esta avidez y esta impotencia, sino que hubo antaño en el hombre una verdadera felicidad, de la que no le queda ahora más que la señal y la impronta vacía, y que trata inútilmente de llenar con todo lo que le rodea, buscando cosas ausentes y las ayudas que no obtiene de las presentes, pero de lo que son todas incapaces, porque ese abismo infinito sólo puede ser llenado por un objeto infinito e inmutable, es decir, por el mismo Dios? […] Si el hombre es como un rey destronado, que sólo quiere recuperar la grandeza perdida y, sin embargo, es incapaz de hacerlo, ¿entonces qué es? ¿Qué quimera es, pues, el hombre?, ¿qué novedad, qué monstruo, qué caos, qué montón de contradicciones, qué prodigio? Juez de todas las cosas, indefenso gusano, depositario de la verdad, cloaca de incertidumbre y de error, gloria y desecho del universo. ¿Quién desenredará ese embrollo? […] la razón humana no puede››.

La revelación de Dios al corazón que lo anhela

Llegamos a un punto culminante del razonamiento pascaliano, nos dice Francisco: ‹‹Pascal señala que si Dios existe y si el hombre ha recibido una revelación divina –como afirman muchas religiones–, y si esta revelación es verdadera, ahí debe encontrarse la respuesta que el hombre espera para resolver las contradicciones que lo torturan (…) Pascal llegó a la conclusión de que “ningún pensar ni ningún obrar pueden ofrecer un camino de salvación” si no es “mediante el criterio superior de la verdad de la irradiación de la gracia en el alma”; “Es en vano, ¡oh hombres! –escribió Pascal imaginando lo que el Dios verdadero podría decirnos– que busquéis en vosotros mismos los remedios para vuestras miserias. Todas vuestras luces sólo pueden llegar a conocer que no es en vosotros mismos donde encontraréis la verdad y el bien. Los filósofos os lo han prometido y no han podido hacerlo. No saben ni cuál es vuestra verdadera felicidad ni cuál es vuestro verdadero estado”».  

Así pues, hay un Dios que se revela, pero al que solo un corazón que lo ansía puede reconocer. Por ello afirma Francisco: ‹‹Llegado a este punto, Pascal, que ha escudriñado con la increíble fuerza de su inteligencia la condición humana, la Sagrada Escritura e incluso la tradición de la Iglesia, pretende proponerse, con la sencillez del espíritu de infancia, como humilde testigo del Evangelio; es ese cristiano que quiere hablar de Jesucristo a los que se apresuran a declarar que no hay ninguna razón sólida para creer en las verdades del cristianismo. Pascal, al contrario, sabe por experiencia que lo que dice la Revelación no solo no se opone a las exigencias de la razón, sino que aporta la respuesta inaudita a la que ninguna filosofía habría podido llegar por sí misma››.

La voluntad y la gracia sin la cual no hay fe

A ese corazón que anhela lo que la revelación le promete todavía le queda un paso, que puede dar merced a otra facultad humana (la voluntad) y a un don sobrenatural (la gracia). Hay una profunda lógica en ello, pues el paso a dar es hacia el Amor que, dice Francisco, ‹‹se propone, pero no se impone›› y así, en palabras de Pascal, ‹‹hay suficiente luz para aquellos que sólo desean ver, y bastante oscuridad para aquellos que tienen una disposición contraria››.

Es así que, dice el papa, ‹‹la inteligencia inmensa e inquieta de Blaise Pascal, colmada de paz y alegría ante la revelación de Jesucristo, nos invita, según el “método del corazón”, a caminar con seguridad alumbrados por “esas celestes luces”. Porque si nuestro Dios es un “Dios escondido” (cf. Is 45,15), es porque Él “ha querido ocultarse”, de modo que nuestra razón, iluminada por la gracia, nunca habrá terminado de descubrirlo. Es, pues, por la iluminación de la gracia que podemos conocerlo. Pero la libertad del hombre debe abrirse; y una vez más Jesús nos consuela: “No me buscarías si no me hubieras encontrado”››.  

En resumen: la certeza de la fe proviene, por tanto, de un regalo de Dios (gracia), que se otorga gratuitamente al que quiere creer (voluntad) porque su corazón –razón cordial– así se lo reclama al constatar que su anhelo de grandeza –parejo a su deseo de abandonar la miseria– solo quedará colmado si confía en el Dios escondido que se le ha revelado. 

Como afirma Pierre Manent, autor de Pascal y la proposición cristiana (2023), ‹‹En la conversión, la persona descubre tanto su incapacidad para liberarse de la esclavitud del pecado por sus propias fuerzas como el poder liberador e iluminador de la gracia divina››. 

La razonabilidad de la fe

Si Pascal no es un teólogo que busca probar racionalmente la existencia de Dios (La fe no necesita pruebas; estas se dirigen a la razón, pero no es allí donde se decide la fe: es un don de Dios que la pone en el corazón del hombre››), tampoco rechaza la razón. Como afirma Francisco citando a Benedicto XVI, ‹‹la tradición católica, desde el inicio, ha rechazado el llamado fideísmo, que es la voluntad de creer contra la razón››; En esta línea, ‹‹Pascal está profundamente apegado a “la razonabilidad de la fe en Dios”, no sólo porque “el espíritu no puede ser forzado a creer lo que él sabe que es falso”, sino porque, “si ofendemos los principios de la razón, nuestra religión será absurda y ridícula”››. Pierre Manent afirma que ‹‹Nada es más extraño para Pascal que el “acto de fe”.  Más bien, nos ofrece un camino de razón que nos lleva a una elección del corazón, del corazón que sabe, porque no es una elección ciega, sino una elección reflexiva e iluminada››

Por lo tanto, Pascal sitúa el último jalón del acto de fe –que compara con una “apuesta”– en la voluntad más que en la inteligencia, lo que, sin embargo, no se opone en modo alguno a la razón: ‹‹Las profecías, los mismos milagros y las pruebas de nuestra Religión no son de tal naturaleza que se puede decir que son absolutamente convincentes, pero también lo son de tal manera que no se puede decir que no hay razón para creer en ellas››.

La vida en la fe.

Hay más, mucho más, en Pascal. El papa, en su carta apostólica, deja entrever algo:

Su experiencia mística de conversión o ‹‹noche de fuego››, que le hizo derramar lágrimas de alegría y que anotó en un pedazo de papel, el Memorial, fechado con precisión (1656), cosido en el forro de su abrigo y descubierto después de su muerte. 

Su convicción de que la caridad, en particular el servicio a los pobres, debe estar en el centro de la vida cristiana: ‹‹Es conmovedor constatar que, en los últimos días de su vida, un pensador tan brillante como Blaise Pascal no viera mayor urgencia que dedicar su energía a las obras de misericordia: “y si los médicos dicen verdad y Dios permite que salga de esta enfermedad, estoy resuelto a no tener más ocupaciones ni otro empleo del resto de mis días que el servicio de los pobres”››. Antes había escrito: ‹‹El único objeto de la Escritura es la caridad››. 

Su urgencia en tomarse en serio y vivir con radicalidad la fe: ‹‹Pascal nunca se resignó a que algunos de sus hermanos en humanidad no sólo no conocieran a Jesucristo, sino que desdeñaran tomarse en serio el Evangelio, por pereza o a causa de sus pasiones. Ya que es en Jesucristo donde se juegan la vida. Pascal nos previene contra las falsas doctrinas, las supersticiones o el libertinaje que alejan a muchos de nosotros de la paz y la alegría duraderas, de Aquel que quiere que elijamos «la vida y la felicidad» y no «la muerte y la desdicha» (Dt 30,15). ‹‹Es la experiencia del amor de este Dios personal, Jesucristo, que ha formado parte de nuestra historia y participa constantemente en nuestra vida, la que lleva a Pascal por el camino de la conversión profunda y, por tanto, a la “renunciación total y dulce”, vivida en el amor, al “hombre viejo, que se va corrompiendo por la seducción de la concupiscencia” ( Ef 4,22)».

Su convicción de la alegría de la fe: ‹‹Nuestro Dios es alegría, y Blaise Pascal lo testimonia a toda la Iglesia y a todo el que busca a Dios, no es el Dios abstracto o el Dios cósmico, no. Es el Dios de una persona, de una llamada, el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob, el Dios que es certeza, que es sentimiento, que es alegría. Este encuentro, que confirmó a Pascal la “grandeza del alma humana”, lo llenó de esta alegría viva e inagotable: “Alegría, alegría, alegría, lágrimas de alegría”››. 

Escuchen a Blaise Pascal

Así pues, el papa Francisco nos ha escrito esta carta para pedirnos que escuchemos, con toda la Iglesia, a Pascal: ‹‹Él, que por la fe había tenido el encuentro personal con el Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no de los filósofos y de los sabios, reconoció en Jesucristo “el Camino, la Verdad y la Vida” ( Jn 14,6). Esta es la razón por la que les propongo a todos los que quieran seguir buscando la verdad –una tarea que nunca termina en esta vida– que escuchen a Blaise Pascal, hombre de inteligencia prodigiosa que quiso recordarnos cómo fuera de los objetivos del amor no hay verdad que valga la pena››.

Artículo escrito por Miguel Ángel Ruiz Albert (Consejo de Redacción de Voz de los sin Voz)

Publicado en la revista ID y EVANGELIZAD nº 136