Eutanasia: La falacia de la muerte digna

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El utilitarismo neocapitalista, que es la cultura predominante, está imponiendo una antropología que reduce al ser humano a un ente cuyo valor depende de su capacidad productiva o consumista. Tanto las corrientes liberales como social-demócratas son agentes políticos de esta mentalidad materialista promoviendo leyes que, bajo la falsa apariencia de servir a la dignidad humana, construyen las bases fundamentales de un estado totalitario muy superior en su capacidad de opresión a los regímenes comunistas y nazis. Esto es así porque su nivel de dominio y control sobre las conciencias de las personas y la sociedad es menos explícito y se postula como parte de la propia libertad y dignidad humana.

El reciente «asesinato legal» del niño Alfie Evans ha sido aprovechado por una pseudoizquierda desnortada para proponer una nueva ley sobre la eutanasia en España.

El reciente «asesinato legal» del niño Alfie Evans ha sido aprovechado por una pseudoizquierda desnortada para proponer una nueva ley sobre la eutanasia en España. El nivel de desinformación y manipulación informativa que se avecina formará una cortina de humo que impedirá una toma de conciencia adecuada sobre el totalitarismo que se está conformando. Cada día es más claro que habrá una nueva ingeniería social basada en criterios fundamentalmente biopolíticos donde colectivos humanos enteros podrán ser eliminados o marginados legalmente (homo sacer: deficientes, enfermos terminales, ancianos incapacitados,  inmigrantes empobrecidos…).

La palabra “eutanasia” a lo largo de los tiempos ha significado realidades muy diferentes. Etimológicamente, eutanasia (del griego “eu”, bien, “Thánatos”, muerte) no significa otra cosa que buena muerte, bien morir, sin más.

Sin embargo, esta palabra ha adquirido desde antiguo otro sentido, algo más específico: procurar la muerte sin dolor a quienes sufren. Pero todavía este sentido es muy ambiguo, puesto que la eutanasia, así entendida, puede significar realidades no sólo diferentes, sino opuestas profundamente entre sí, como el dar muerte al recién nacido deficiente que se presume que habrá de llevar una vida disminuida, la ayuda al suicida para que consume su propósito, la eliminación del anciano que se presupone que no vive ya una vida digna, la abstención de persistir en tratamientos dolorosos o inútiles para alargar una agonía sin esperanza humana de curación del moribundo, etc.

Hoy, más estrictamente, se entiende por eutanasia el llamado homicidio por compasión, es decir, el causar la muerte de otro por piedad ante su sufrimiento o atendiendo a su deseo de morir por las razones que fuere. Sin embargo, en el debate social acerca de la eutanasia, no siempre se toma esta palabra en el mismo sentido, e incluso a veces se prefiere, según el momento, una u otra acepción para defender tal o cual posición dialéctica. Esto es de extrema importancia, porque, según la significación que se dé al término eutanasia, su práctica puede aparecer ante la gente como un crimen inhumano o como un acto de misericordiosa solidaridad.

En el debate público se da por parte de los patrocinadores de la eutanasia, una manipulación de las palabras, cuyo resultado es presentar ante la opinión pública la realidad de la eutanasia como algo más inocuo de lo que es (se dice «muerte dulce», «muerte digna»), y propiciar así su aceptación social; como si no existiera, o fuera secundario, el hecho central de que en la eutanasia un ser humano da muerte a otro, consciente y deliberadamente, por muy presuntamente nobles o altruistas que aparezcan las motivaciones que lo animen a ejecutar tal acción y por poco llamativos que sean los medios que utilice para realizarla. Los grupos partidarios de legalizarla y de darle respetabilidad social interpretan que la vida humana no merece ser vivida más que en determinadas condiciones de plenitud, frente a la convicción que considera, por el contrario, que la vida humana es un bien superior y un derecho inalienable e indisponible ni si quiera por uno mismo.

Llamaremos eutanasia a la actuación cuyo objeto es causar muerte a un ser humano para evitarle sufrimientos, bien a petición de éste, bien por considerar que su vida carece de la «calidad» mínima para que merezca el calificativo de digna. Así considerada, la eutanasia es siempre una forma de homicidio, pues implica que un hombre da muerte a otro, ya mediante un acto positivo, ya mediante la omisión de la atención y cuidado.

Aquí están los elementos esenciales que configuran el fenómeno complejo de la eutanasia:

  1. La muerte ha de ser el objetivo buscado, ha de estar en la intención de quien practica la eutanasia: no es eutanasia, por tanto, el aplicar un tratamiento necesario para aliviar el dolor, aunque acorte la expectativa de vida del paciente como efecto secundario no querido, ni puede llamarse eutanasia al resultado de muerte por imprudencia o accidente.
  2. Puede producirse por acción o por omisión (negarle la asistencia médica debida); ha de buscarse la muerte de otro, no la propia. No consideraremos el suicidio como forma peculiar o autónoma de eutanasia.
  3. Los motivos son un elemento sustancial para hablar de eutanasia con propiedad. Puede realizarse porque la pide el que quiere morir. La ayuda o cooperación al suicidio sí la consideramos una forma de eutanasia.
  4. Puede realizarse para evitar sufrimientos, que pueden ser presentes o futuros, pero previsibles; o bien porque se considere que la calidad de vida de la víctima no alcanzará o no mantendrá un mínimo aceptable (deficiencias psíquicas o físicas graves, enfermedades degradantes del organismo, ancianidad avanzada, etc.).
  5. El sentimiento subjetivo de estar eliminando el dolor o las deficiencias ajenas es elemento necesario de la eutanasia; de lo contrario estaríamos ante otras formas de homicidio.

Los patrocinadores de la legalización de la eutanasia quieren que se legitime el que un hombre dé muerte a otro dadas ciertas circunstancias.

La renuncia a la obstinación terapéutica sin esperanza -que se suele designar como encarnizamiento terapéutico no puede considerarse eutanasia, aunque desde el mero punto de vista etimológico sea, desde luego, una forma de favorecer la «buena muerte». Este es un ejemplo concreto de lo fácilmente que se introduce la confusión en esta materia por los diversos significados que pueden darse a una misma palabra.

Según el criterio que se emplee, hay diversas clasificaciones del fenómeno de la eutanasia que dependen también del significado que se dé al término.

  • Desde el punto de vista de la víctima la eutanasia puede ser voluntaria o involuntaria, según sea solicitada por quien quiere que le den muerte o no; perinatal, agónica, psíquica o social, según se aplique a recién nacidos deformes o deficientes, a enfermos terminales, a afectados de lesiones cerebrales irreversibles o a ancianos u otras personas tenidas por socialmente improductivas o gravosas, etc. Algunos hablan de auto eutanasia refiriéndose al suicidio, pero eso no es, propiamente, una forma de eutanasia, aunque muchos de sus patrocinadores defienden también, con arreglo a su propia lógica, el derecho al suicidio.
  • Desde el punto de vista de quien la practica, se distingue entre eutanasia activa y pasiva, según provoque la muerte a otro por acción o por omisión, o entre eutanasia directa e indirecta: la primera sería la que busca que sobrevenga la muerte, y la segunda la que busca mitigar el dolor físico, aun a sabiendas de que ese tratamiento puede acortar efectivamente la vida del paciente; pero esta última no puede tampoco llamarse propiamente eutanasia.

Existen muchas más clasificaciones posibles y una misma acción puede, a su vez, incluirse en varias de las modalidades referidas aquí. Pero todo esto es, en el fondo, secundario, y con frecuencia contribuye a aumentar la confusión sobre la realidad del problema, en lugar de ayudar a esclarecer la cuestión.

Distanasia (del griego «dis», mal, algo mal hecho, y «thánatos», muerte) es etimológicamente lo contrario de la eutanasia, y consiste en retrasar el advenimiento de la muerte todo lo posible, por todos los medios, proporcionados o no, aunque no haya esperanza alguna de curación y aunque eso signifique infligir al moribundo unos sufrimientos añadidos a los que ya padece, y que, obviamente, no lograrán esquivar la muerte inevitable, sino sólo aplazarla unas horas o unos días en unas condiciones lamentables para el enfermo. La distanasia también se llama «ensañamiento» y, «encarnizamiento terapéutico», aunque sería más preciso denominarla «obstinación terapéutica».

Ortotanasia. Con esta palabra (del griego «orthos», recto, y «thánatos», muerte), se ha querido designar la actuación correcta ante la muerte por parte de quienes atienden al que sufre una enfermedad incurable en fase terminal. La ortotanasia estaría tan lejos de la eutanasia, en el sentido apuntado aquí, como de la distanasia u obstinación terapéutica. Este término, reciente, no se ha consagrado más que en ciertos ambientes académicos, sin hacer fortuna en el léxico habitual de la calle; pero su sola acuñación revela la necesidad de acudir a una palabra distinta de «eutanasia» para designar precisamente la buena muerte, que es lo que se supone que tendría que significar la eutanasia, y que sin embargo ya no significa, porque designa la otra realidad mencionada: una forma de homicidio.

Se suele promover la legalización de la eutanasia y su aceptación social con cinco clases de argumentos:

  • el derecho a la muerte digna, expresamente querida por quien padece sufrimientos atroces;
  • el derecho de cada cual a disponer de su propia vida, en uso de su libertad y autonomía individual;
  • la necesidad de regular una situación que existe de hecho. Ante el escándalo de su persistencia en la clandestinidad;
  • el progreso que representa suprimir la vida de los deficientes psíquicos profundos o de los enfermos en fase terminal, ya que se trataría de vidas que no pueden llamarse propiamente humanas;
  • la manifestación de solidaridad social que significa la eliminación de vidas sin sentido, que constituyen una dura carga para los familiares y para la propia sociedad.

No todos los partidarios de la eutanasia comparten todos estos argumentos; pero todos, en cambio, comparten los dos primeros, y a menudo el tercero.

Carlos Llarandi