Falta voluntad política frente al suicidio

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Hoy diez personas se suicidarán en España.

El suicidio es la primera causa de muerte externa (no natural) entre los españoles. Desde 2006 está por delante de los accidentes de tráfico. Unas 60 veces más que las causadas por la violencia de género. Por cada suicidio consumado hay una media de 25 intentos fallidos. Pero ¿cómo podemos dar respuesta cada año a los cerca de 90.000 intentos de suicidio en nuestro país?

En noviembre de 2017, el Congreso aprobó una Proposición No de Ley urgiendo un Plan Nacional de Prevención del Suicidio, con el objetivo de poner en marcha un plan institucional integral, pero hasta hoy, ningún gobierno ha puesto en marcha dicho plan. El único compromiso que se ha adoptado por parte del ministerio de sanidad fue la creación en marzo  de un “teléfono contra el suicidio similar al 016” del que hasta la fecha seguimos sin noticias. Hay que tener en cuenta que ya existen organizaciones como el teléfono de La Esperanza o La Barandilla que se encargan eficazmente de ésta labor de prevención.

La realidad es que no hay voluntad política para actuar coordinada y eficazmente para atajar este gravísimo problema que deja cada año 3.600 cadáveres en España. Si analizamos los programas electorales de hace apenas cinco meses, podemos ver que tanto PSOE como Unidas Podemos y Ciudadanos apenas dedicaron una línea cada uno a mencionar la necesidad de un plan para la prevención del suicidio. El Partido Popular, Vox, ERC, PNV, Coalición Canaria ni siquiera citaban el suicidio en sus programas.

El pasado 10 de septiembre, Día Mundial para la Prevención del Suicidio, se volvió a hablar de ello. Hay siempre muchas declaraciones contritas y se pronuncia una y mil veces las palabras lacra, drama, etc. Compartimos vídeos, hashtags y memes. Hay especiales en algunos medios, como cada año, recopilando cifras y recomendaciones que luego pocos recordarán. Algunos descubren una realidad que ni habían imaginado; otros, incrédulos, ponen en duda que el suicidio exista fuera de casos raros y situaciones extremas que sólo les pasan a otros. Los supervivientes a un suicidio se sentirán un poco menos solos por unas horas, aunque a la vez se reabrirán las heridas y aparecerán de nuevo todos los fantasmas, para luego volver a plegarse cuidadosamente hasta el año próximo dentro de ese gran baúl silencioso llamado “Suicidio: el último tabú”.

Y, sin embargo, el suicidio no es un asunto privado ni sólo una cuestión de salud pública. Prevenir el suicidio, y también arropar y atender a los supervivientes, es un deber institucional, posible y obligatorio. Pero es imprescindible la voluntad política, sin medias tintas.

El suicidio no es una enfermedad. Es una conducta letal indeseable que como sociedad debemos prevenir y evitar en la mayor medida posible. Hay muchos mitos  y mentiras acerca del suicidio que hemos de desmontar. En nuestra sociedad postmoderna en la que se aboga por los derechos y las libertades individuales, no es improbable, que en un futuro cercano, se plantea el reconocimiento del suicido como un derecho, dándole legitimidad legal y ética. Se va a plantear el suicidio como un derecho fundamental donde el individuo debe poder escoger cuando morir sin interferencia de las instituciones médicas ni del Estado. Se va a enmascarar esta realidad  con “la regulación al derecho a una muerte digna”. Pero es falso que el suicidio sea un ejercicio de libertad individual. El suicidio es expresión de una cultura sin sentido de la vida.

Hay que tener en cuenta que una cultura sin sentido de la vida genera en el hombre de hoy:

– La pérdida del gusto de vivir. Porque se rompe el horizonte de “la ley de la existencia que es el inclinarse ante lo infinitamente grande” (Dostoyevsky).

– El hombre, incapaz de ser sí mismo, busca refugio en sistemas, en ideologías, en las que no se vea implicado como hombre.

– Se ha eliminado la finalidad y el origen último del vivir, así el instante no tiene sentido y la vida se convierte en una serie amarga de ocasiones perdidas.

–  La soledad es el resultado de haber generado un hombre que tiende constantemente a afirmarse a si mismo como último término de la realidad. Este nuevo hombre se ve  ahora separado de sus relaciones con las cosas, con los demás y hasta consigo mismo.

–  El hombre de hoy testimonia la afirmación trágica de la imposibilidad de relación. Si el hombre es medida de todo, está solitario, como un dios sin compañía. El hombre, condenado a una cierta concepción de la libertad, cae en la cuenta de que de que esa libertad sólo extrae extrañeza sobre sí mismo. Y entonces es libre para nada, el hombre no sabe qué hacer con esa libertad. Y no sabe qué hacer con la realidad misma. Y así todo se convierte en nada.

– Y ante ésta realidad se nos presenta al Estado como el único dique que la humanidad de hoy sabe poner a su propia disolución; el Estado es la fuente de todo. Llegamos a aceptar que la salvación última del hombre sería asegurada por la esclavitud enmascarada respecto del poder de unos pocos afortunados que tienen la fuerza.

Frente a esta realidad es necesario proponer una visión del hombre adecuada a la experiencia humana que acoja y reúna todos los ámbitos donde se desarrolla la vida: la dimensión personal, la dimensión relacional afectiva y la dimensión público-institucional. Esta visión del hombre da así respuesta a los latidos profundos del corazón humano: libertad, amor, alegría sin contraponerlos y sin tener que repartirse los espacios vitales entre sí.

La alternativa al suicidio es dar sentido a la vida. No hay que buscar porque quiero morir sino porque querría vivir.

Grupo de trabajo sobre Sanidad y Biopolítica (Profesionales por el Bien Común)