FRACTURAS SOCIALES INTERNACIONALES

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De los seis mil millones de habitantes del Planeta, 2.800 millones viven actualmente con el equivalente de menos de dos dólares diarios en sus países, y 1.200 millones –una quinta parte de la humanidad-, lo hace con menos de un dólar. Las desigualdades mundiales han estado aumentando.




Si por algo se caracteriza el comienzo de este siglo es por la desigualdad. Por un lado, continúan persistiendo la pobreza y la miseria más descarnada, y por otro, las condiciones de vida de los seres humanos han mejorado más en el último siglo que en todo el resto de la historia de la humanidad.

La riqueza mundial, los mercados internacionales y la capacidad tecnológica son ahora mayores que nunca, pero la distribución de esas mejoras ha sido extraordinariamente desigual, por lo que los logros alcanzan a unos pocos, mientras que millones de personas siguen excluidas.

Es necesario encontrar una solución realista a la cancelación de una deuda externa que ha llegado a ser insostenible

El aumento de la renta de un país no equivale, por sí solo, a desarrollo, ya que para que éste se logre se debe conseguir una distribución razonable de la riqueza mediante políticas sociales que traduzcan el crecimiento en servicios y asistencia. De los seis mil millones de habitantes del Planeta, 2.800 millones viven actualmente con el equivalente de menos de dos dólares diarios en sus países, y 1.200 millones –una quinta parte de la humanidad-, lo hace con menos de un dólar. De éstos, el 44% se encuentra en Asia meridional y el 24,3% en África Subsahariana.

Las desigualdades mundiales han estado aumentando. Analizando las tendencias, se constata que las diferencias entre el PIB per cápita del país más rico y el del más pobre del mundo era de tres a uno en 1820, en 1973 era de 44 a 1, en 1992 de 72 a 1 y en estos últimos años ya se produce una diferencia de 85 a 1. El activo de las tres personas más ricas del mundo es superior al PIB combinado de todos los países menos adelantados y el activo de las 200 personas más ricas del mundo es superior a los ingresos del 41% de la población mundial. Una contribución anual del 1% de la renta de estos adinerados podría dar acceso universal a educación primaria para todos. Como contraste, 54 países son actualmente más pobres que en 1990, en 21 países se ha producido un descenso del índice de desarrollo humano en este periodo y en 14 ha aumentado la mortalidad infantil.

Hay que suprimir las subvenciones y los aranceles comerciales injustos para propiciar un terreno de juego más imparcial en la competencia económica internacional, que tan ufanamente se postula. Los países de la OCDE dedican cada año más de 300.000 millones de dólares a subvenciones para sus propias agriculturas.

Nuestro mundo se caracteriza, pues, por una gran pobreza en medio de la abundancia. Así, mientras más de tres millones de personas morirán este año como consecuencia de una insuficiente alimentación, medio millón lo harán en América del Norte y Europa Occidental a causa de enfermedades relacionadas con la obesidad. Los datos de la FAO revelan que entre 1998 y 2002 las personas desnutridas son 842 millones , de las cuales 799 millones viven en los países en desarrollo, 30 millones en los países en transición y 10 millones en los países industrializados. Durante la segunda mitad de los años noventa en 21 países se ha incrementado el número de personas que pasan hambre y en 19 países de máxima prioridad más de una cuarta parte de la población pasa hambre.

Unos 11 millones de niños menores de cinco años mueren todos los años en los países más atrasados. Aproximadamente el 70% de esas muertes son provocadas por la diarrea, las infecciones respiratorias, el paludismo, el sarampión o la desnutrición, según la Organización Mundial de la Salud (ONS) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF). Los datos económicos sobre los países menos avanzados pueden ser calificados de «bochornosos», según subraya el PNUD en su Informe sobre el Desarrollo Humano de 2003, destacando que se podría evitar la muerte de 10 millones de niños cada año (30.000 diarios) con un mayor acceso a la atención médica.

De los seis mil millones de habitantes del Planeta, 2.800 millones viven actualmente con el equivalente de menos de dos dólares diarios en sus países, y 1.200 millones –una quinta parte de la humanidad-, lo hace con menos de un dólar. Las desigualdades mundiales han estado aumentando.

La Declaración del Milenio de Naciones Unidas se comprometió a cumplir para 2015 algunos objetivos sanitarios: reducir la mortalidad infantil y la tasa de mortalidad materna en dos terceras partes, y comenzar a reducir para 2015 la propagación del SIDA, el paludismo y otras enfermedades graves.

Ninguno de estos objetivos es alcanzable al ritmo actual, e incluso en África Subsahariana «no se conseguirá reducir la mortalidad infantil en dos tercios hasta 150 años más tarde». En aquella parte del mundo el SIDA es el causante de los retrocesos en el Indice de Desarrollo Humano (IDH) que recoge el informe de 2003 y que afecta a una de cada cinco personas.

Hay asimismo grandes dificultades dentro de los propios países tanto en el mundo pobre como en el rico. El crecimiento y el bienestar es muy distinto en las áreas rurales y alejadas de los núcleos urbanos que son más pobres, como también lo son en todos los sitios las minorías étnicas. La tasa de escolaridad entre los grupos indígenas es mucho más baja en los países latinoamericanos. Asimismo, y en todos los grados de desarrollo, la situación de las mujeres sigue siendo más desfavorable que la de los hombres.

Ante esta situación, ¿qué se puede hacer? Desde luego, hay que empezar por entender que la situación de «catástrofe socio-humanitaria» a la que nos encaminamos no es fruto de la casualidad ni de un designio fatal de los hados, sino que es el resultado de unas políticas económicas concretas que están provocando graves fracturas sociales. Por ello, es necesario rectificar estas políticas y situar las políticas sociales y de bienestar global en un lugar destacado de la agenda política. Pero, mientras se llega a este horizonte de rectificación, algunas líneas de actuación internacional se hacen cada día más urgentes. Es necesario que los países menos desarrollados tengan un mayor acceso al progreso tecnológico. Sólo el 10 por ciento de lo que se invierte en investigación y desarrollo se dirige a resolver los problemas de salud del 90 por ciento de la población mundial. Los países ricos generalmente están limitando, de facto, el derecho de los países pobres a disponer de fármacos que puedan salvar vidas a precios asequibles, un derecho ratificado en el acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de la Propiedad Intelectual (ADPIC) de la Organización Mundial del Comercio. El Informe sobre el Desarrollo Humano de 2003 de la ONU apela también a los países ricos para que este derecho se convierta en una realidad.

Analizando las tendencias, se constata que las diferencias entre el PIB per cápita del país más rico y el del más pobre del mundo era de tres a uno en 1820, en 1973 era de 44 a 1, en 1992 de 72 a 1 y en estos últimos años ya se produce una diferencia de 85 a 1. Ninguno de los objetivos propuestos para el año 2015 es alcanzable al ritmo actual, e incluso en África Subsahariana «no se conseguirá reducir la mortalidad infantil en dos tercios hasta 150 años más tarde».

Hay que suprimir las subvenciones y los aranceles comerciales injustos para propiciar un terreno de juego más imparcial en la competencia económica internacional, que tan ufanamente se postula. Los países de la OCDE dedican cada año más de 300.000 millones de dólares a subvenciones para sus propias agriculturas. Las subvenciones que los Estados Unidos conceden a los productores de algodón equivalen a más del triple de la ayuda que el Gobierno de EEUU envía a toda el África Subsahariana. En la Unión Europea , la subvención en efectivo por cada vaca lechera es superior a la ayuda europea total per cápita que recibe el África Subsahariana. Por todo esto los aranceles sobre las importaciones protegen a los mercados de los países ricos y reducen los incentivos a los agricultores de los países pobres para invertir en agricultura.

Y sin intención de agotar el tema, es necesario encontrar una solución realista a la cancelación de una deuda externa que ha llegado a ser insostenible. El Informe sobre el Desarrollo Humano de 2003 aboga porque los países ricos apliquen una reducción significativa de la deuda y hace un llamamiento a los países donantes para que comprendan mejor el peso específico de la deuda en los países pobres muy endeudados. En todos y cada uno de los 42 Países Pobres Muy Endeudados, el ingreso per cápita es inferior a 1.500 dólares y, entre 1990 y 2001, sus economías crecieron en promedio sólo el 0,5 por ciento al año