Una GENERACIÓN en el PODER SIN MEMORIA HISTÓRICA, por ALVIN TOFFLER

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Autor de el Shock del futuro y la Tercera Ola … En su condición de acontecimientos determinantes del siglo XX, la Segunda Guerra Mundial y la postguerra conformaron un futuro, que es hoy nuestro presente. Así y todo, no hace mucho tiempo que hubo en una universidad japonesa unos estudiantes que preguntaron a un periodista japonés lo siguiente: «¿Guerra? ¿Qué guerra? ¿No han sido siempre amigos Japón y los Estados Unidos?».

Para ellos, no había existido jamás la Guerra que terminó en 1945. En fin, si la Segunda Guerra Mundial se está difuminando de la memoria colectiva, y con ella las nubes con forma de hongo sobre Hiroshima y Nagasaki, a medida que avanza una nueva generación, ¿qué ocurre con otros acontecimientos de primera magnitud de ese mismo período? ¿Cuál es el grado de conocimiento sobre el Holocausto y cuáles son las actitudes hacia ese hecho, que consistió en la incineración de millones de inocentes por la sola razón de que, casualmente, hubieran nacido polacos, o judíos, o gitanos? ¿O por la de que fueran homosexuales? ¿O cuál sobre la entrada triunfal de Mao Tse-tung en Pekín y sobre la toma del poder en China por los comunistas en 1949?

Entre quienes tienen la edad suficiente para haber sido conscientes de hechos como éstos (digamos, a partir de los 10 años de edad), los acontecimientos citados se mantienen vivos en la memoria, todavía cargados de emoción. Sin embargo, ¿acaso significan algo en un mundo de 6.000 millones de personas con un promedio de edad de 25 años, para quienes, en su inmensa mayoría, la conciencia colectiva difícilmente se remonta en el pasado más allá de los años 90? El drama, la emoción, los terrores y los éxitos de los sucesos de otros tiempos se antojan tan remotos que bien podrían haber tenido lugar en algún universo paralelo.

Esa misma erosión de la memoria es aplicable, con muy escasas excepciones, a personajes famosos que en sus tiempos se ganaron la condición de símbolos. Miembros de la realeza de Hollywood como Clark Gable o Rita Hayworth, incluso Charlie Chaplin, se han desvanecido en el recuerdo. Todavía hay turistas que acuden con flores al lugar en que descansan los restos mortales de Marilyn Monroe, ahora como antes, pero pocos de ellos son jóvenes. Elvis perdura en la memoria como resultado de una promoción comercial permanente, pero son cada vez menos los chicos de hoy que conocen a los Beatles o que se interesan por ellos. El rostro del Che Guevara, en tiempos símbolo de la revolución (y eso que, en cuanto a hacer la revolución, no fue sino de fracaso en fracaso, lo que no deja de tener su ironía), está experimentando una moderada rehabilitación en calidad de complemento decorativo entre unos jóvenes que apenas si tienen idea de las razones por las que se hizo famoso. También se irá d! esdibujando poco a poco.

La memoria colectiva de cada generación se concentra en los acontecimientos que la han determinado: el asesinato de John F. Kennedy en 1963, el primer paseo por la luna en 1969, la evacuación de la embajada de los Estados Unidos en Saigón en 1975 con helicópteros, la caída del muro de Berlín en 1989 y de la Unión Soviética en 1991 y, en el caso de las nuevas generaciones, sin duda alguna, los sucesos del 11 de septiembre del 2001. No obstante, se acaban olvidando incluso estos acontecimientos que han hecho Historia.

Los antiguos así lo entendían, por supuesto, y lo resumían con las palabras sic transit gloria mundi, es decir, así de efímera es la gloria de este mundo. Sin embargo, lo que no se les hubiera podido pasar por la cabeza era la velocidad a la que en nuestros días desaparece el pasado, especialmente, en aquellas partes del mundo que sufren cambios con una aceleración vertiginosa.

El concepto de «amnesia generacional» es importante para comprender las visiones conflictivas del mundo y los insólitos derroteros políticos que están adoptando algunos integrantes de estas nuevas generaciones que en estos momentos están alcanzando posiciones de poder.

Muchas de las mayores corporaciones que hay en el mundo son empresas de propiedad familiar en las que el control del fundador se ha mantenido durante un largo período de tiempo. Muchas de las más grandes empresas se constituyeron justo después de la Segunda Guerra Mundial y están a punto de transferir su control a una generación más joven, lo cual quiere decir, según algunas estimaciones, que nada menos que un tercio de la riqueza de todo el mundo está a punto de pasar de manos de presidentes o máximos ejecutivos de entre 60 a 70 años a las de personas de entre 40 a 50 años, tras de las cuales están ascendiendo familiares y gestores profesionales, seleccionados a dedo, de entre 30 y 40 años de edad. ¿Hasta qué momento del pasado alcanzan sus recuerdos? ¿Hasta qué punto será su visión del mundo diferente de la de sus mayores?

En Corea del Sur, donde el promedio de edad es de 33 años, han sido las nuevas generaciones las que han propiciado la elección del actual gobierno de Roh Moon Hyun y las que, según se dice, están dando un giro de 180 grados a unas actitudes de amistad hacia los Estados Unidos y de hostilidad hacia Corea del Norte que han durado medio siglo. Si de algo es indicativa la experiencia que tuvimos recientemente en el campus de la Universidad de Corea, la prensa mundial está cayendo en una apreciación exagerada de dicho giro. Sin embargo, no deja de tener su importancia.

¿Qué es lo que sabe esta nueva generación sin historia, cuyos conocimientos escasamente alcanzan los años 80, acerca de la guerra de los primeros años de la década de los 50 en la que 37.000 soldados norteamericanos perdieron la vida junto con otros 140.000 surcoreanos para impedir que una Corea del Norte apoyada por China se apoderara del sur? Fue aquella guerra lo que impidió que Corea del Sur, una de las más avanzadas economías del mundo en la actualidad, acabara como su vecina del norte, en la que millones de campesinos se morían de hambre hace nada más que unos pocos años. «Los jóvenes coreanos del Sur -en palabras de Suki Kim, novelista- no tienen memoria de la guerra», lo cual ayuda a explicar la política actual de su país.

En el vecino Japón, esa misma generación es la que presta atención a las estrellas de la música pop respondonas, rebeldes y antiautoritarias, un fenómeno que presagia importantes cambios políticos en un país en el que los votantes octogenarios y conservadores del medio rural han ejercido desde 1955 un dominio desproporcionado sobre el partido gobernante.

En un país que el nacionalismo ha llevado a la ruina, muchos votantes jóvenes están dando muestras de interés por el más radical y abiertamente antioccidental de todos los políticos, un hombre cuyo lema de «Asia para los asiáticos» guarda un estrecho paralelismo con los argumentos de los militaristas japoneses en los años 30 del siglo pasado, cuando conquistaron y colonizaron la mayor parte de Asia con el pretexto de salvarla de Occidente.

Recientemente, uno de sus partidarios, un hombre de cuarenta y tantos años que trabaja en la actualidad en una influyente fundación con sede en Tokio, nos descubría (generosamente empapada de sake) la imagen que él tenía del pasado. Japón no necesita para nada la ayuda militar de los Estados Unidos, según nos dijo, porque Japón ya era lo suficientemente poderoso como para volver a apoderarse de China, si fuera preciso, «como ya lo hicimos en el pasado». Japón también estaría en condiciones, según él, de controlar la decisión de Corea del Norte de fabricar armas nucleares: no tenía más que lanzarle la bomba atómica. ¿In vino veritas?

También en Europa el nacionalismo y el neonazismo están sacando pecho en contra de la Unión Europea, y con modos tanto más repugnantes y peligrosos cuanto menores son las fronteras morales de carácter generacional.

La frontera moral que representaba el Holocausto, surgida de la repugnancia mundial ante la matanza de millones de judíos con métodos industriales en los campos nazis de exterminio, hizo del antisemitismo una actitud poco elegante en Europa y en la mayor parte del mundo. En la actualidad se está extendiendo un antisemitismo (cosa distinta del antiisraelismo) alimentado y financiado por regímenes y medios de comunicación árabes, pero que no hacen sino expresar en voz alta actitudes bien arraigadas de la extrema derecha y la extrema izquierda. La violencia dirigida contra sinagogas, cementerios judíos y personas normales y corrientes, que va en aumento, está llevando ya a una huida silenciosa de judíos de Francia. ¿Tienen presente los jóvenes de Europa que, además del genocidio, los nazis fueron responsables de convertir en trabajadores esclavos a millones de sus abuelos?

Por suerte esos jóvenes, histórica y moralmente ciegos, no tienen por qué ser los representantes de toda su generación. Las nuevas generaciones presentan demasiadas facetas como para incurrir en estereotipos y son millones los jóvenes que en todo el mundo están realizando un trabajo esforzado y útil en el seno de organizaciones de la sociedad civil, ocupándose de los pobres, combatiendo el sida, enseñando a niños, atendiendo a víctimas de violaciones, ayudando a las mujeres de Afganistán.

La memoria colectiva es diferente según los diferentes lugares del mundo, debido en parte a las diferencias en sus ritmos de cambio.

En los lugares en los que la evolución es lenta, el proceso de olvido generacional es asimismo lento y los recuerdos perduran durante mucho tiempo. Los ancianos merecen respeto porque tienen la facultad de recordar el pasado y de extraer enseñanzas de él. Estas enseñanzas representan un regalo de inestimable valor para las nuevas generaciones porque, si poco o nada ha cambiado, los métodos antiguos, perfeccionados a lo largo de los siglos, mantienen su vigencia. En los lugares donde la evolución es lentísima, los grupos tribales alimentan sus rencores de generación en generación y se cobran sus venganzas entre sí. El pasado sigue ejerciendo una poderosa influencia sobre el presente.

En los países árabes, con elevados índices de pobreza, regímenes no democráticos prácticamente inamovibles y unos cambios sociales y políticos espantosamente lentos, las imágenes de otros tiempos son tan vívidas como si fueran de ayer mismo. Compárense con lo que está ocurriendo en China, donde los cambios son vertiginosos y violentos.

Allí donde los cambios son rápidos e inexorables, como ocurre en la China de hoy, las enseñanzas de los mayores dejan de tener sentido. Es posible que lo que fue de utilidad para sus abuelos y sus padres no sirva para los jóvenes de hoy que viven en un contexto que se ha transformado y que los ancianos, en otro tiempo reverenciados, no sean considerados ya fuente de útiles consejos ni sean tan respetados por los jóvenes.

Colgada de lo más moderno en teléfonos digitales, cámaras, agendas digitales y otros artilugios, la nueva generación de China, famosa en todo el mundo por sus 5.000 años de memoria, vive en una aceleración permanente, impaciente, ávida por disfrutar del momento.

La nueva generación no comparte la advertencia del filósofo George Santayana de que «aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo». Aunque quizá puedan estar de acuerdo con Santayana quienes viven en sociedades de evolución lenta, es posible que para quienes están inmersos en el vértigo de cambios que en la actualidad barre de un extremo a otro buena parte del mundo las cosas sean muy diferentes. De hecho, podrán aducir que, allí donde el cambio es rápido, el pasado se repite muy poco. Incluso en el caso de que parezca que se reproduce un hecho concreto, habrá cambiado el contexto que lo rodea, lo que le confiere un significado nuevo y diferente. Están en lo cierto. Los cambios cambian la manera en que pensamos acerca de los cambios.

Tampoco es que la falta de interés de la nueva generación en el pasado se haya visto reemplazada por su interés en el futuro.Son tantas las cosas que están sucediendo simultáneamente y a tal velocidad, en tantas y tan diferentes dimensiones, que mucha gente ha abandonado la esperanza de comprender y aún menos de prever el acontecimiento que vendrá después. Si tanto el pasado como el futuro están excluidos del conocimiento, lo que queda es el presente.

El diluvio de cambios en nuestros tiempos (el bombardeo de que somos objeto desde tantas influencias contradictorias) está modificando el sentido del tiempo pasado y del tiempo futuro, vaciándolos de contenido y no dejando tras de sí nada salvo el presente, un lugar peligroso y poco sólido. Porque, a medida que se acelera la aceleración del cambio, el pasado y el futuro se acercan cada vez más entre sí y comprimen el presente en la nada. Que no es precisamente un lugar satisfactorio para pasar la vida.