Hemos dado testimonio de hechos semejantes, como el de Barthi Kumari en la India o el de Iqbal Mashib en Pakistán. Conocemos el caso de Malala. Pero…qué poco sabemos de los miles de gestos cómo éstos que mueven a diario el mundo de los más empobrecidos.
En todos ellos un factor común: angustia, conmoción por la injusticia, conciencia, sentido de la responsabilidad y voluntad. No se han puesto a lamentarse ni se han quedado paralizados ni desmoralizados ante los obstáculos que tenían delante. No han empezado a “calcular” la cantidad de problemas que iban a tener que vencer para hacer algo. Y… ¿de dónde salen estos niños? Evidentemente, del testimonio invisible y permanente de la solidaridad entre los más pobres y vulnerables. Un testimonio que normalmente han recibido de algún familiar, de alguien próximo a ellos, de una madre o de una abuela.
Nicanor va al colegio por la mañana. Pero por la tarde, va a al patio de su abuela, pero no a jugar, sino a enseñar y llevar adelante otra “escuela”. Tiene apenas 12 años, pero una vocación docente que conmueve.
Nadie le paga, y aunque seguramente se divierte y comenzó como un juego, lo que hace es muy importante. Ni paredes firmes ni puertas pidió; apenas pizarrones y unas mesas armadas con hormigón y madera para que los chicos puedan ir a hacer sus tareas, a reforzar conocimiento, a escapar de la calle, a aprender más cosas y no repetir de grado, y también a jugar entre ellos en los recreos y tomar algo calentito.
En el fondo de la casa de su abuela Ramona en el humildísimo barrio Las Piedritas, en Pocito, San Juan, Nicanor fundó su primer colegio, armado con cañas, nailon y poco más. Se llama Escuela Patria Unida.
En cartulina escrita a mano se lee una proclama, de esas que seguramente marcan el espíritu de esta sencilla (por qué no llamarla así) institución: “Los niños tienen derecho a tener una familia”.
Esa suerte de lema propuesto por niños para niños, reviste nulas paredes que son reemplazadas por lonas divisorias para ordenar a los grados en tres salas distintas, que a su vez son ocupadas en distintos turnos, dando lugar también a los que van al colegio por la tarde.
La escuelita abre en tres turnos: de 14h. a 16h., de 16h. a 18h., y de 18h. a 20h. Son 34 los niños de entre 4 y 14 años que asisten a alguno de ellos.
Los testimonios de los niños que asisten, que dicen que pudieron pasar de grado gracias a la ayuda de este colegio fundado por niños, conmovieron a miles en redes sociales.
Conmueve el caso de Nicanor, aunque tanto como conmueve indigna el que para sacar a los niños de la calle y ayudarlos a superar los desafíos del colegio, no tengan más que un sencillísimo refugio emprendido por uno de ellos. Aunque tal vez el Estado, con más medios, jamás sería capaz de remplazar el calor de la solidaridad que se desprende de un gesto como éste.
Fuente: Aleteia