La Palabra de Dios es fuerte. Es Dios el que nos dice: “Grita con fuerza y sin miedo. Grita con fuerza y sin miedo. Levanta tu voz como trompeta y denuncia a mi pueblo sus maldades”. No tener miedo. No tener miedo a decirnos la Verdad aunque la Verdad duela.
Aunque nos de vergüenza, hoy nos juntamos para reconocernos unos a otros. Para mirarnos a la cara y decirnos: «Vos tenés dignidad, y a vos te la quieren quitar». Y gritar. Hoy nos juntamos para sentirnos más fuertes porque en esta ciudad en la que vivimos nos quieren debilitar, nos quieren quitar la fuerza, nos quieren robar la dignidad.
El año pasado, en una misa similar a ésta que tuvimos en una iglesia de La Boca, me salió del corazón decir que en esta ciudad de Buenos Aires tan linda, tan nuestra, hay esclavos. Hoy lo voy a repetir de nuevo. Y hoy nos vinimos a mirar a la cara para decirnos mutuamente: «Si vos luchas, si yo lucho con vos, si nos miramos y luchamos juntos, habrá menos esclavos». El año pasado yo les decía que en esta ciudad de Buenos Aires, con mucho dolor lo digo, están los que «caben» en este sistema que se hizo y los que «sobran», los que no caben, para los que no hay trabajo, ni pan ni dignidad. Y esos que «sobran» son el material de descarte porque también en esta ciudad de Buenos Aires se «descarta» a las personas y estamos llenos de «volquetes existenciales», de hombres y mujeres que son despreciados…
«Nada más Padre tiene que decir?»… Sí. Algo peor todavía: estos hombres y mujeres, chicos y chicas, que no caben, que son material de descarte, que son despreciados, se los trata como mercadería. Son objeto de trata. Y hoy podemos decir que en esta ciudad los talleres clandestinos, con los cartoneros, en el mundo de la droga, en el mundo de la prostitución, existe la trata de personas. Por eso la Palabra de Dios nos dice: «Grita con fuerza y sin miedo» y yo hoy digo: «Gritemos con fuerza y sin miedo». No a la esclavitud. No a los que sobran. No a los chicos, hombres y mujeres como material de descarte. Es nuestra carne la que está en juego! Es nuestra carne la que se vende! La misma carne que tengo yo, que tenés vos, está en venta! Y no te vas a conmover por la carne de tu hermano? «No, es que no es igual que yo»… Es tu hermano, es tu carne.
Hoy Dios nos dice lo mismo que le decía a Caín! «Caín: donde está tu hermano?» (lo había matado). Y Caín con un gran cinismo, le contesta: «Que se yo! Acaso soy yo el custodio de mi hermano?» Esta gran ciudad de Buenos Aires contesta así muchas veces! «Que me importa, acaso yo me tengo que ocupar de todo???» Es tu hermano, es tu carne, es tu sangre¡!!… Nos hemos endurecido, hemos perdido el corazón. Buenos Aires se olvidó de llorar porque vende a sus hijos, Buenos Aires se olvidó de llorar porque excluye a sus hijos, Buenos Aires se olvidó de llorar porque esclaviza a sus hijos… Y hoy nos miramos la cara. Alguno podrá decir: Bueno, el cura nos va a decir que recemos. Lo único que les digo hoy es mirémonos las caras, reconozcamos en nuestro hermano la dignidad y luchemos para que esa dignidad sobreviva. Y abramos el corazón al llanto, a ese llanto que pide perdón por ese crimen de la trata de personas. Y no estoy inventando cosas porque estuve escuchando lo que me han contado: los talleres clandestinos, sometimiento de menores en la prostitución, tráfico de drogas… Todo ese mundo de la coima que cubre y hace lícito que esto sea posible.
Entonces hermanos y hermanas, estemos juntos unos a otros. Todos tenemos algo que darnos unos a otros. Juntos luchemos para que esta ciudad reconozca donde ha caído… y llore, y se corrija … y haya justicia. Juntos digámonos que vale la pena luchar para que en Buenos Aires no haya más esclavitud… hay mucha esclavitud. Porque eso es lo que Dios nos pide hoy: «Grita con fuerza y sin miedo. Levanta tu voz como una trompeta». Y echemos en cara a todo aquel que inventa esa infernal máquina de exclusión, esa infernal máquina de descarte de gente e imprequémosle su conducta y pidamos que Dios les cambie el corazón.
Y a quienes queremos luchar por esto, que Dios nos siga dando fuerza y valentía para que Buenos Aires llore su injusticia, llore su mundaneidad, llore el que se haya convertido en madre de esclavos. Que Dios nos conceda la gracia de esta conciencia y de la luz. Que así sea.
Buenos Aires, viernes 4 de septiembre de 2009.
Cardenal Jorge M. Bergoglio, sj.