Este es el lema que a finales del siglo XIX utilizaban los anarquistas para oponerse a la guerra.
Si algo distinguió al movimiento obrero internacional desde su nacimiento fue su compromiso por la paz y la defensa de las personas cuya dignidad estuviera pisoteada por los poderosos. No es de extrañar que uno de los que más se opuso a la guerra, Jean Jaurès, afirmara que cualquier atentado contra la dignidad humana debía ser una causa del proletariado.
El estallido de la Iª Guerra Mundial rompió el sueño internacionalista. Fragmentó esa posición contra la guerra casi unánime del movimiento obrero. Aun así, hubo pequeños grupos que se opusieron. destacando figuras como las de Jean Jaurès, Rosa Luxemburgo, León Jouhaux, Tomás Meabe, Lousie Michael, León Tolstoi, Fermín Salvoechea, mujeres obreras contra la guerra… y una legión de hombres y mujeres cuyos nombres son anónimos y estamos seguros lucharon contra la barbarie de la guerra porque eran los que la padecían.
León Jouhaux, un destacado sindicalista francés que recibió el premio Nobel de la Paz en 1951, creía que la principal de las preocupaciones del movimiento obrero internacional era la lucha contra la guerra y las causas que la podían desencadenar. Además, consideraba que el ideal por el que luchaban los obreros era incompatible con el nacionalismo. Al igual que Dietrich Bonhoeffer, mártir en los campos de concentración, consideraba que cualquier nacionalismo conduce inevitablemente a la guerra.
Jean Jaurès, ha pasado a la historia como un militante contra la guerra. En julio de 1914, propuso en el Congreso del Partido Socialista francés, la huelga contra la guerra, siendo asesinado dos semanas más tardes, justo cuando comenzaba la Iª Guerra Mundial.
El último Congreso de la IIª Internacional antes de la Primera Guerra Mundial, fue el celebrado con carácter extraordinario en la ciudad suiza de Basilea los días 24 y 25 de noviembre de 1912. Nada más y nada menos que en la Catedral de Basilea. Llegaron allí quinientos cincuenta y cinco delegados al Congreso y miles de trabajadores que les acompañaban. Cuando la multitud invadía las naves y sus banderas se situaban bajo el coro, el órgano hizo sonar el «Himno a la Paz» de Beethoven. Este Congreso fue una gran manifestación del socialismo internacional contra la guerra, cuya amenaza se perfilaba ya claramente.
Jaurès pronunció uno de los discursos más bellos y comprometidos políticamente para crear opinión pública y conciencia contra la guerra: «Hemos sido recibidos en esta iglesia al son de las campanas, que me pareció, hace un momento, como un llamamiento a la reconciliación general» (…) «el momento es serio y trágico… Cuanto más se precisa el peligro, se acercan las amenazas, más urgente se vuelve la pregunta que el proletariado nos plantea, no, se la plantea a sí mismo: si la cosa monstruosa está verdaderamente allí, si efectivamente será necesario marchar para asesinar a hermanos, ¿qué haremos para escapar a ese espanto?» «… la Internacional debe velar por hacer penetrar en cada lugar la palabra paz, desarrollar en cada lugar su acción legal o revolucionaria que impida la guerra o pedir cuentas a los criminales que serán responsables de ella… Debemos ir por todas partes para introducir conciencia de nuestra acción; debemos, una vez más, confirmar en todos los parlamentos que queremos la paz.»
Pero, desgraciadamente, buena parte de aquellos dirigentes que en noviembre de 1912 hablaron en la catedral o en la plaza de Basilea y que votaron a favor de la resolución única y unánime contra la guerra, y que arengaban a la multitud pidiéndole una resistencia total, se integraban, en 1914, en los gobiernos de guerra de sus respectivos países y, muchos más, votaron los créditos de guerra en los parlamentos a que pertenecían. Igualmente, aquellos líderes sindicales que en noviembre de 1912 alzaban su voz reclamando la huelga general contra la guerra, convencidos de que ésta no es posible sin las manos activas de los obreros que fabrican y transportan las armas para los soldados, en 1914 estaban fielmente a las órdenes de sus gobiernos para asegurar el funcionamiento del aparato industrial diezmado por las movilizaciones e, incluso, incrementar su rendimiento productivo.
Pero un pequeño grupo minoritario se había opuesto a la Guerra desde el principio, apelando a la larga experiencia antimilitarista del movimiento obrero, porque eran sobre todo obreros quienes ponía su cuerpo como carne de cañón en las guerras coloniales, quienes soportaban con su trabajo el coste de los ejércitos. El antimilitarismo se expresaba en la consigna “guerra a la guerra”, un mandato que apelaba a la desobediencia civil frente a los llamamientos a filas.
Esa fue la consigna rescatada por Rosa Luxemburgo en 1914. Socialista y defensora de la libertad y la paz, dedicó toda su vida a luchar por los derechos de los más débiles y a reivindicar la paz por encima de los conflictos. Rosa intentó por todos los medios oponerse a la escalada bélica que desembocaría en la Primera Guerra Mundial. Su idea principal se centraba en la unión de todos los proletarios de Europa, al margen de los nacionalismos, para frenar el creciente militarismo y conseguir así evitar una guerra.
La aprobación por parte del Partido Socialdemócrata Alemán de financiar el conflicto armado con bonos de guerra fue para Rosa Luxemburgo una terrible decepción. Pero tras sufrir una profunda depresión, se unió a Karl Liebknecht, Clara Zetkin y Franz Mehring para crear un grupo que derivaría en la conocida como Liga Espartaquista.
«En este momento de locura armamentista y orgía guerrerista, sólo la voluntad decidida de lucha de las masas trabajadoras, su capacidad y disposición…, pueden mantener la paz mundial y alejar la conflagración mundial que nos amenaza. Y con mayor razón que la idea del Día del Trabajo, es la idea de la acción de masas resuelta como muestras de solidaridad internacional y como una táctica de la lucha por la paz y por el socialismo, que se está enraizando en la parte más fuerte de la Internacional, en la clase obrera alemana, esta es la mayor garantía que tendremos para salir de la guerra mundial, que tendrá lugar inevitablemente, tarde o temprano, y que tendrá finalmente una victoriosa lucha entre el mundo del trabajo y el del capital.»
Fue perseguida, detenida y encarcelada varias veces por sus discursos antibelicistas. Pero los ataques a ella no provenían solo del Estado alemán, sino también de su partido, que se puso al lado, no de los empobrecidos de ese momento que eran los obreros, sino de la burguesía. Esa fue la gran traición de la socialdemocracia.
Rosa fue asesinada un frío 15 de enero de 1919, tras recibir reiterados golpes. Su cuerpo fue arrojado a un río, junto con sus compañeros Karl Liebknecht y Wilhelm Pieck.
También un grupo de mujeres obreras se opusieron a la guerra. Las obreras lo tenían claro: PARA LA GUERA NADA.
Clamaban en 1870: “No, mil veces no. La mujer en la naturaleza no es agente de muerte, sino de vida”. Hermanas todas, opongámonos a la GUERRA.
Las mujeres somos, en conjunto, la madre de la sociedad. ¿Cómo hemos de consentir que nuestros hijos se maten? ¿Hemos de mirar impasiblemente el fratricidio?
En 1912, en la Internacional socialista exclamaban: “Mujeres socialistas de todos los países, en unión inseparable con la Internacional Socialista, combatan contra la guerra. La guerra moderna significa destrucción masiva y matanza masiva. Pero la guerra sólo es la extensión de la matanza masiva que el capitalismo desata cada hora de cada día contra los proletarios. Año tras año, cientos de miles de víctimas caen en el campo de batalla laboral de las naciones capitalistas desarrolladas, muchas más víctimas que en cualquier guerra. Entre esas víctimas, las mujeres son un número cada vez mayor. La guerra es sólo la explotación masiva más alocada por medio del capitalismo. Son los hijos de los proletarios quienes deben enfrentarse, matarse entre sí. Las mujeres y las madres deploran ese crimen y no sólo porque mutila los cuerpos de sus propios familiares, sino también porque destruye las almas. La guerra amenaza con todo los que las madres enseñan a sus hijos sobre la solidaridad y la comunidad internacional. Las mujeres pueden instilar en sus hijos profundos sentimientos contra la guerra, pero esto no significa que las mujeres no quieran hacer sacrificios. Ellas saben que es necesario luchar y morir en la lucha por la libertad. La lucha contra la guerra, y la lucha por la libertad, no pueden librarse sin las mujeres”.
Hoy la guerra sigue oprimiendo, destruyendo y matando. Vivimos una Tercera Guerra Mundial, en donde la mayoría de la población está sufriendo sus consecuencias, porque así lo han decidido los poderosos de la Tierra.
Desde esta página de la historia hacemos un llamamiento para que seamos constructores de PAZ, aun siendo perseguidos. Y no puedo terminar sin recordar a Gloria Fuertes: ¡Qué todos los soldados se declaren en huelga!; y a nuestro amigo Julián Gómez del Castillo, militante obrero cristiano: «No cojamos un arma, antes que matar a un hermano, dejémonos matar.»