La creación de un nuevo sujeto, fase superior del materialismo
Editorial
Algunos de ustedes recordarán el libro de Lenin Imperialismo, fase superior del capitalismo. En parte tenía razón: la dinámica del capitalismo, por su propia naturaleza, ha conducido a una concentración de la riqueza y del poder como nunca se había conocido en la historia. Pero Lenin y sus secuaces se equivocaron en lo principal: el imperialismo no es la fase superior del capitalismo.
La etapa final, definitiva, del capitalismo –expresión máxima del materialismo– se alcanzará cuando se cree un nuevo sujeto humano o post-humano que no sólo no tenga nada que ver con la persona parida de las entrañas judeocristianas, sino que –además– posea una estructura radicalmente opuesta a la moldeada por las manos del Dios Trinidad y que ha sido la que la Iglesia católica ha cultivado en su regazo maternal. Benedicto XVI afirma tajante en Caritas in veritate (2009): ‹‹hoy la cuestión social se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica›› (n 75). Es un giro histórico mucho más definitorio, aunque concomitante, que todos los adelantos tecnológicos juntos.
Las piezas del nuevo Frankenstein provienen del final de la Edad Media cuando el teocentrismo va siendo sustituido por el subjetivismo y el individualismo. La cultura protestante e ilustrada engrasa y pone al día el mecanismo y –finalmente– la ingeniería social contemporánea da vida al engendro; para ello utiliza movimientos sociales con los que la masa empatiza gracias a la acción combinada de saturación mediática (especialmente en redes sociales), victimización de un determinado colectivo y elevación a verdad absoluta e incuestionable (pero nunca explicada) de sus nuevas propuestas.
Estos movimientos sociales se han centrado, en las últimas décadas, en nuestra dimensión más constitutiva y sensible, después de la religiosa, como es la afectivo-sexual-familiar. Para ello se comenzó negando el vínculo entre sexualidad y reproducción (rechazo a la Humanae vitae de S. Pablo VI en 1968); se continuó con la trivialización del compromiso matrimonial (legalización masiva del divorcio indiscriminado); siguió no sólo la despenalización del asesinato o aborto de los hijos, sino hasta la pretensión de su elevación a derecho humano, y ahora vivimos los coletazos de este monstruo en las ideologías ecológicas, feministas y de género. El resultado es evidente: la persona resultante se cree la falacia de que es autónoma porque ya no tiene vínculos estructurales con nadie, ni con el otro sexo ni con sus hijos, ni siquiera con su propia conciencia. Cree que –¡por fin!- ha matado a Dios y con Él todas las referencias axiológicas y comunitarias. Se cree libre para sí, pero es más esclava que nunca: está totalmente inerme ante el mercado capitalista y sus estructuras de pecado.
Una de las conclusiones de este proceso es que los grupos y movimientos de objetivo único o identitario (nacionalistas; ambientalistas; feministas; pacifistas; género…) son piezas fundamentales para el triunfo del nuevo capitalismo imperialista en la medida en que configuran una antropología acorde a sus objetivos.
Evangelizar este nuevo mundo, esta nueva antropología, es apasionante. Es verdad que el nuevo sujeto salido del laboratorio social anteriormente descrito ya no entiende las categorías tradicionales de la Iglesia; pero, sin embargo, esta es una oportunidad de oro en la medida en que no se puede seguir poniendo el acento en evangelizar a través de la convicción, de los conceptos (que son imprescindibles, pero como momento segundo); sino a través de la conversión, que es el asombro que produce la Misericordia. Es el camino que el Espíritu le pide a la Iglesia a través de Francisco. La misericordia nos llama a comunidades que, entrañadas en la Eucaristía y el Mandamiento Nuevo, desentrañen tanto amor en realidades políticas, culturales, económicas y sociales. Y esto tiene mucho futuro. Y presente también. Porque es nuestra Tradición.
Editorial Id y Evangelizad
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