Desde que Dios creó al ser humano, hace más de cien mil años, Uno y otro siempre se han buscado mutuamente. Dios viene a nuestro encuentro desde tiempos del Paraíso para dialogar como con un amigo y los hombres buscamos su amparo y favor, por diferentes motivos.
Es una relación que se convierte en turbulenta a partir del pecado original de nuestros primeros padres, que perturba gravemente la visión y el corazón humanos. A partir de esta caída originaria y originante, existen dos caminos para realizar el intercambio divino-humano. Y son contrapuestos: el camino ascendente, en el que nosotros nos inventamos determinadas imágenes de Dios con el fin de domesticarle; y el descendente, en el que es Dios el que se nos revela y el hombre debe prestarle obediencia con todas sus potencias intelectuales, volitivas y afectivas.
El método religioso ascendente es equivocado y tiene diversos rostros: desde el mito hasta el politeísmo, pasando por el espiritismo-esoterismo, animismo y el deísmo, que es su forma más ilustrada. El común denominador de todas estas manifestaciones de religiosidad errónea es el voluntarismo moral (pelagianismo) y el gnosticismo, del que tratamos en este número.
El principio y fundamento del gnosticismo es que dentro de nosotros hay una «chispa» divina sofocada por las presiones familiares, hereditarias, ambientales, culturales, etc.; con la ayuda de algún maestro, grupo y metodología adecuada, podemos despertar esa chispa y vivir iluminados, por encima del común de mortales, aherrojados en su terrenalidad. A partir de aquí todo es problemático e inasumible: ¿quién define la esencia de esa chispa?; ¿cuál de los casi infinitos métodos-maestros-grupos es el más adecuado para ese despertar?; ¿serán los dioses mitológicos, el contacto con los muertos o con las «almas» de las verduras y los pajaritos…?; ¿cómo sabes que realmente estás despierto y que los demás son los que viven engañados?
El gnosticismo es, sencillamente, el intento de control de lo divino, el ensoberbecimiento del humano que apuesta por identificar a Dios con una idea, una ética, un ser creado, un sentimiento-herida… El gnosticismo es la promesa diabólica de ser como Dios, que nos convierte en tiranos contra nosotros mismos y los demás.
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El gnosticismo está detrás de las grandes tendencias de nuestros días: desde las ideologías del siglo XX (comunismo, nazismo y fascismo), hasta los nacionalismos, los movimientos identitarios (feminismo, ecologismo, indigenismo, LGTBIQ, supremacismo y antisupremacismo, movimiento «woke»…) y también en el capitalismo en su conjunto, basado en la primacía de lo irreal (capital). El error gnóstico también subyace a todas las concepciones teológicas de un Dios omnipotente y distante, ajeno a la razón. Nada más lejos del Dios logos y amor, del Dios encarnado en el que creemos los católicos, tal y como nos explica Benedicto XVI en su conocido discurso en Ratisbona que reproducimos en este número.
Frente al gnosticismo solo hay un camino: el que hemos denominado descendente y que consiste en la aceptación desde la fe, la razón y la voluntad de lo que Dios mismo nos ha manifestado y de la manera en que Él lo ha hecho. Es lo que llamamos Revelación y Tradición, ambas solo recibidas plenamente por la Iglesia católica, aunque el judaísmo tenga una parte considerable (AT) y la Iglesia Ortodoxa esté muy próxima al conjunto.
Este camino descendente es el de la aceptación de la realidad. Dios se nos ha mostrado en la realidad de nuestra naturaleza humana (creada a imagen y semejanza de la suya) y de la que nos rodea; en la realidad de unos libros inspirados y en la de su interpretación autorizada; y, sobre todo, en la realidad de su Hijo hecho carne y de su Cuerpo en la historia que es la Iglesia; pero también en la realidad de los empobrecidos y de su lucha histórica por la liberación integral.
Lamentablemente, también en la propia Iglesia católica se ha introducido el gnosticismo, como se muestra en algunas prácticas religiosas que dan primacía a lo subjetivo, lo individual, lo emotivo o lo ideológico, expresión de un espiritualismo desencarnado.
El gnosticismo fue la herejía más grave que tuvo que enfrentar la Iglesia en sus primeros tiempos. Ahora, lo vuelve a ser. Frente al gnosticismo, la encarnación.
Editorial de la revista Id y Evangelizad nº 126