Apocalipsis: tribulación y esperanza
Lamentablemente, el término «apocalipsis» es en nuestros días sinónimo de catástrofe, desastre, devastación, cuando su sentido verdadero es revelación, manifestación. Sin embargo, el último libro de la Biblia trata de lo que el Espíritu Santo quiere que la Iglesia conozca para poder interpretar correctamente su ser y su misión en la historia. El Apocalipsis es, sin duda, el primer libro cristiano de teología política; y está lleno de esperanza y combatividad.
El sabio biblista Lucien Cerfaux concluía casi al final de su vida que, después de dos siglos de ensañamiento crítico y «desmitificación» de la Biblia, estamos descubriendo con sorpresa que, posiblemente, el modo más «científico» de leer la Sagrada Escritura es hacerlo con sencillez.
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En las páginas que siguen no van a encontrar complicadas disquisiciones exegéticas sobre el libro del Apocalipsis. Tampoco lecturas desquiciadas u oportunistas de la obra que nos ocupa. De hecho, el lenguaje que utiliza este libro sagrado no es tan complicado como nos suelen repetir los que huyen de la lectura sencilla de la que hablábamos; simplemente es un lenguaje simbólico, el necesario para introducirnos en la realidad en sus múltiples dimensiones. En efecto, todo esfuerzo por interpretar la realidad (sea la que sea) de modo fragmentario –separando lo humano de lo divino, la historia de la trascendencia, la libertad de la Gracia– es estéril y es lo que ha posibilitado todas las teologías políticas erróneas que hemos padecido: las que han parido los distintos escapismos e inmanentismos y que son responsables de millones de víctimas inocentes.
La lectura simbólica también nos introduce en otra perspectiva: la línea cronológica real, la que existe verdaderamente, no es la que nos han enseñado en la escuela: pasado-presente-futuro. Sobre todo, no tiene sentido el presentismo en el que nos estamos ahogando. El tiempo, en cristiano (en realidad), es una experiencia anticipada en el hoy de algo que solo será consumado mañana, pero que ilumina todo el devenir histórico desde el más allá.
En este sentido, Castellani explica en su comentario al Apocalipsis que Cristo no se equivocó cuando situó el fin de los tiempos –previo a su segunda venida– en el futuro inmediato de su generación, pues tal fue, efectivamente, para el pueblo judío la destrucción de Jerusalén por los Romanos en el año 70; pero, al mismo tiempo, este hecho es como una puerta que nos permite internarnos en la eternidad y leer por “transparencia trascendente” sucesos situados al final de la historia. Del mismo modo, Ratzinguer, hablando de la segunda venida o parusía, nos dice que esta ocurrirá –ciertamente– pero que, al mismo tiempo, ya ocurre cada día en la Eucaristía.
Con Ratzinguer y con Castellani hemos querido contar en este número para acercarnos al significado esperanzador del Apocalipsis. Él nos advierte de que la hora definitiva y última –donde el Señor viene y triunfa– ya ha comenzado con la Encarnación y con la Pascua de Cristo. Estamos ya en ella y nos exige definición y premura. Con esta actitud te invitamos a entrar en el Apocalipsis.