Id y Evangelizad: «La injusticia no puede ser la última palabra»

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La esposa que espera

La Iglesia y -en ella- cada uno de nosotros somos la esposa de Cristo. Cada día renovamos el desposorio en el Sagrado convite (Sacrum convivium) en el que la unión con el Amado es también corporal, unión de cuerpos en el mismo Espíritu.

La Iglesia, pueblo sacerdotal, raza escogida (1 Ped 2, 9) en torno al Altar encuentra el gozo más profundo porque el Esposo ya está con ella para siempre. Este gozo, resplandor de la gloria del Cordero, es su fortaleza.

Pero, el Esposo no se muestra del todo, está velado en la misma medida que ofrecido por y para nosotros. La razón de su ocultamiento es que su Cuerpo, su Iglesia y en ella el resto de la humanidad, sigue sufriendo mientras peregrina en este mundo hasta la Pascua definitiva. Todo sufrimiento es causado por el pecado, y acaba en la muerte.

El mayor pecado, según el propio Cristo y la Tradición de la Iglesia, es la opresión de los débiles, desnudada en decenas de páginas de la Escritura como la del crimen del rey Ajaz contra el anciano Nabot que cuidaba con ternura de la herencia de sus padres, una sencilla viña. El poderoso manipuló testigos, jueces y pueblo para despojar y asesinar a Nabot y así disfrutar de su viña. La ira de Dios, manifestación de su Justicia y Misericordia, actuó inmediatamente, aunque le dio oportunidad de arrepentimiento Ajab. La historia de nuestra humanidad está tejida con millones de Nabot, con un abismo de pecado que se cobra la vida de los más indefensos. Hambre, esclavitud, abortos… pornografía, corrupción, explotación…

El Cuerpo, en especial el Corazón del Esposo están heridos. Sangran por tanto pecado y por sus víctimas. La pandemia provocada por el nuevo coronavirus también es fruto del pecado, aunque sea de lo que menos se hable. Una pandemia que enferma a toda la humanidad, pagando justos por pecadores, porque esa es la característica más propia del pecado, la injusticia que genera.

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Una humanidad que ha dado la espalda a Dios en tan grandes proporciones no puede esperar otra cosa que los frutos de su desvarío, entre ellos, la alteración de la naturaleza y las manipulaciones que los poderosos, los nuevos Ajab, hacen a su cargo: mayor sometimiento  y control, crecimiento de la cultura de la soledad y el individualismo, obsesión por la salud y culto al propio ego… todo para asolar y apropiarse de la Viña del Señor.

El Señor ha provisto un tiempo, una historia para que en libertad acojamos su Don y cumplamos su Reino, en el que los Nabot se sienten en el primer puesto y sirvan su banquete para toda la humanidad. Es tiempo de espera, por tanto, de esfuerzo, de lucha confiada porque ya gozamos del desposorio aunque se nos vele su culminación. Cuanto más experiencia tengamos del más allá, esto es del Esposo, más razones tendremos para combatir aquí y ahora. Cuanto más alto miremos, más hondo sembraremos. La intensidad de nuestro deseo del cielo es la que marcará la capacidad de sacrificio de nuestro combate aquí en la tierra.●

Editorial del Id y Evangelizad nº 120

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