Verdad y caridad, inseparables
(Editorial revista Id y Evangelizad 130)
La relación entre verdad y caridad no es fácil. En algunos momentos de nuestra historia eclesial, ha predominado la corriente teológica que considera que, al ser la Iglesia la depositaria suprema de la verdad revelada, es una obligación del creyente dificultar o impedir las creencias erróneas. En el caso de los gobernantes católicos ese principio implicaba la ilegalización y hasta persecución de esos otros credos. Los españoles fuimos testigos de ello en el periodo del nacionalcatolicismo durante la dictadura franquista.
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El resultado ya lo sabemos: al separar verdad de caridad, se pierde la voluntad de encarnación y diálogo con amplios sectores de la sociedad, que nos ven con la misma sospecha y hasta rechazo que nosotros a ellos. Pero, al perder la caridad, también se pierde la verdad porque son inseparables.
En otros periodos, por el contrario, se intentó primar la caridad sobre la verdad. Es el caso del postconcilio, en el que muchos dieron un lamentable «pendulazo» y se fueron al extremo contrario del que hemos descrito antes. Se empezaron a repetir los falsos mantras de que todos los caminos para ir a Dios son igualmente válidos o que no hacía falta evangelizar a otros pueblos y culturas porque ya son buenos (y hasta mejores que el cristianismo). En este sentido, la teoría de los «cristianos anónimos» hizo un daño incalculable a la misión evangelizadora. También aquí se demuestra que, al sacrificar uno de los dos polos, se pierde el otro; tampoco estos postulados han servido para practicar la caridad que necesita nuestro mundo.
Ni un extremo ni el otro se corresponden con nuestra Tradición, tal y como nos lo recuerda el Vaticano II en sus cuatro grandes Constituciones y en la declaración Dignitatis humanae sobre la libertad religiosa.
Para amar no hay que rebajar la verdad, al contrario. El Vaticano II y el Magisterio posterior reafirman que la plenitud de la verdad está en la Iglesia católica. La Iglesia de Cristo, dice Lumen Gentium 8, «subsiste en la Iglesia Católica». Lo certifica la Declaración Dominus Iesus del año 2000. Pero para servir a la verdad hay que amar hasta dar la vida antes que violentar la dignidad de nadie.
Verdad y caridad: principios que serán explicados y aplicados de manera magistral por Benedicto XVI en Caritas in veritate: «Un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos, útiles para la convivencia social, pero marginales» (n.4).
De ahí que una de las tareas más urgentes en nuestra época sea retomar la armonía e indisolubilidad entre verdad y caridad. La plenitud de la verdad ha sido encomendada por Dios a una sola Iglesia, la católica, y es nuestro deber transmitirla a todos los pueblos desde el amor, el diálogo y la encarnación, tal y como subraya el papa Francisco.
Los mártires cristianos de nuestro tiempo continúan mostrándonos el camino, iniciado hace más de 2000 años, entregando sus vidas por la verdad, que es la única manera de amar realmente: la sangre de los mártires de Nigeria y de otras víctimas del yihadismo; la sangre de los hermanos de China, Corea del Norte y otros países comunistas; la sangre de los cristianos asesinados por el nacionalismo hindú; los creyentes silenciados, postergados, burlados en los países liberales… Esa sangre, ese amor en la verdad, nos reclaman a todos nosotros que sigamos luchando por la libertad de conciencia y de religión de todos los hombres, recordando que solo la verdad nos hace libres.
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