¡No matarás!

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El famoso escritor italiano Giovanni Papini en una de sus obras mas conocidas mundialmente: «Historia de Cristo», (ediciones voz de los Sin voz), que escribió tras su conversión, expresa clarificadoras palabras para nuestros días. En nuestro mundo hay una «guerra de fuertes contra débiles» que bajo una cultura de muerte, provoca el asesinato de cien millones de personas anualmente por hambre, guerras, abortos, penas de muerte, esclavitud… y donde existen cainitas que llegan a pronuncian el nombre de Dios para justificar la guerra o el terrorismo…, y hasta premios nobel, como el comunista José Saramago que recientemente ha afirmado que : «al espíritu humano no le faltan enemigos, pero la creencia en Dios; en cualquier Dios, es uno de los más corrosivos» y continúa diciendo que: «Las religiones,- todas, sin excepción- nunca servirán para reconciliar al hombre. Al contrario han sido y serán causa de inenarrables sufrimientos, de matanzas… «. A partir de esto lanza la propuesta del ateísmo liberador. El Dios en que no cree el Señor Samarago tampoco creemos nosotros, pero los frutos de su ateísmo militante, como nos enseña la historia, son tan criminales como los del fanatismo religioso.

El Jesús de las Bienaventuranzas sigue promoviendo luchadores por la Justicia y la Paz en el mundo, aunque le pese a Saramago, como san Francisco de Asís, y es sabido que del sermón de la montaña del nazareno, Gandhi tomó el espíritu de la no violencia. Jesús no sólo ofreció la otra mejilla, (en contra de la ley del talión) sino todo su cuerpo que fue destrozado a latigazos y crucificado; y de él sólo salieron estas palabras de amor: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Conviene recordar estas palabras de Papini ahora que hay tambores de guerra en nombre de Dios.

«Fue dicho a los antiguos… no matarás…; pero Yo os digo: Todo aquel que se encoleriza contra su hermano será llevado ante el tribunal, y el que haya llamado a su hermano «cretino», será llevado ante el Sanedrín, y el que le hubiese llamado loco, será condenado al fuego de la gehenna». Jesús va derecho hasta lo más extremo. No admite ni siquiera la posibilidad de matar, no quiere ni pensar en que haya un hombre capaz de matar a un hermano. Ni siquiera de herirle. No concibe ni siquiera el propósito, la voluntad de matarlo.

Un instante solo de cólera, una palabra sola de vituperio, un solo impulso de ofender equivalen al asesinato. Los espíritus blandengues y flojos exclamarán: «¡Exageración!». Porque no hay grandeza donde no hay pasión, es decir, exageración. Jesús tiene su lógica y no se equivoca. El homicidio no es sino la última consecuencia de un sentimiento. De la ira se pasa a las palabras malas, de las palabras malas a los malos hechos, de los golpes al asesinato. No basta, pues, con prohibir el acto último, el acto material y exterior. Este no es sino el momento resolutivo de un proceso interior que lo ha hecho necesario. Es preciso, por el contrario, quemar la mala planta del odio, portadora de frutos ponzoñosos desde la primera semilla […]

La ira es como el fuego: no puede apagarse sino cuando es chispa. Después es ya tarde. Jesús condenó con profunda razón la primera injuria a la misma pena que el asesinato. Cuando sepan todos tronchar desde el primer momento todo rencor y tragarse los insultos, dejarán de producirse las reyertas de palabra y de manos entre los hombres, y el homicidio no será sino una lúgubre memoria de nuestra antigua condición de fieras.