Un análisis desde las causas sociales, la antropología adecuada y el bien común
Grupo de Sanidad y Biopolítica
Profesionales por el Bien Común (PBC)
“Una concepción antropológica adecuada materializada socialmente es fundamental para crear un ambiente social protector frente al suicidio”
INTRODUCCION
Hablar sobre el suicidio en nuestra sociedad actual, significa poner encima de la mesa cuestiones existenciales y de gran profundidad filosófica que tienen de fondo, la pregunta sobre el sentido último de nuestra vida.
Se podría decir que desde que el hombre tiene conciencia de sí mismo y se plantea el sentido de su existencia, el suicidio ha constituido un problema no sólo desde un punto de vista ético, sino también legal, y en la época postmoderna actual, también se quiere plantear como un problema de derechos y libertades individuales o como una expresión más del derecho a decidir sobre la propia vida.
La cultura actual que se nos quiere imponer es una cultura de muerte impuesta de forma sistemática e institucional. Hoy hay muchas formas de manifestar este desprecio por la vida: la tendencia antinatalista, el aborto, la eutanasia y la eugenesia, la alienación y la violencia de la juventud, el suicidio, etc… sin duda manifiestan el sin sentido de una vida cerrada sobre sí mismo contraria a la naturaleza solidaria del hombre.
El suicido en los últimos siglos fue considerado como una respuesta del hombre a los condicionantes sociales en que se desarrollaba su existencia. No ha sido hasta los últimos 30 años cuando se ha producido un cambio en el paradigma dando primacía a los condicionantes individuales (psicológicos/psiquiátricos, neurobiológicos, genéticos…) relegando a los factores sociales (laborales, educativos, familiares,….) a un papel secundario. Hay que tener en cuenta que muchos de los problemas o factores personales que llevan a una persona al suicido vienen marcados profundamente por los determinantes sociales, este es el caso de la depresión, la esquizofrenia, el alcoholismo, el abuso de sustancias, la ansiedad, la anorexia nerviosa y los trastornos de la personalidad.
El suicidio se debe seguir entendiendo hoy como un hecho con un alto condicionante social, y no sólo como un acto de voluntad individual.
CONCEPTOS BÁSICOS
Tanto la muerte voluntaria como sus variantes constituyen un tema de gran controversia ya que los numerosos términos que se han empleado para designar a estas variantes se les han atribuido distintos significados, lo que ha generado mucha confusión. Es preciso, por tanto, determinar bien el significado de los conceptos que se van a utilizar.
La Asociación Americana de Psiquiatría define el suicidio como “la muerte autoinfligida con evidencia (tanto explícita como implícita) de que la persona tenía la intención de morir”.
Pero la definición que mejor delimita el concepto sería: “acción u omisión consciente de una persona (u otra a petición de esta), promovida contra ella misma con idea, deseo, intención y resultado de muerte”.
Además del suicidio existe otro grupo de conductas e ideas autolesivas que constituyen un amplio espectro autodestructivo:
El “intento de suicidio” sería aquella conducta autolesiva con un resultado no mortal y que se acompaña de la evidencia de la intención de morir. El “intento de suicidio abortado” es la conducta potencialmente autolesiva con la evidencia de que la persona tenía la intención de morir, pero paró el intento antes de que el daño físico tuviese lugar. El “subintencionado” (suspender el diabético su terapia con insulina). La “autolesiones” sin intención letal (o grito de ayuda) es todo acto doloroso, destructivo o perjudicial intencionado y autoinfligido, pero sin la intención de morir.
Existe otra situación que se puede dar en el marco de «las decisiones clínicas al final de la vida» como es el suicidio médicamente asistido. Que se define como «la actuación de un profesional sanitario mediante la que proporciona, a petición expresa y reiterada de su paciente los medios intelectuales y/o materiales imprescindibles para que pueda terminar con su vida suicidándose de forma efectiva cuando lo desee.
El IMPACTO DEL SUICIDIO
Cada año se suicidan un millón de personas en el mundo, lo que convierte al suicidio en la decimotercera causa de muerte. Eso significa que 3.000 personas se suicidan cada día. Una cada 40 segundos.
La Organización Mundial de la Salud, ha estimado que esta cifra podría duplicarse en los próximos 20 años.
El suicidio se ha convertido en la primera causa de muerte externa en muchos países del mundo y de las primeras causas de muerte no natural en adolescentes en los países enriquecidos. Además, por cada persona que se suicida otras 20 personas han realizado actos autolesivos no consumados.
El 25% de quienes intentaron una vez el suicidio, lo intentará nuevamente dentro del siguiente año y el 10% lo logrará en el plazo de diez años.
Entre un 45% a 70% de quienes intentan el suicidio sufren depresión, con rasgos de impulsividad y agresividad, y trastornos de la personalidad, que a menudo van unidos a una pérdida reciente.
En el género masculino, el ahorcamiento es el método más usado para el suicidio, seguido por el suicidio con armas de fuego; en el género femenino es el envenenamiento mediante la ingestión de benzodiazepinas, barbitúricos, analgésicos. En la mayoría de los países los intentos de suicidio son más frecuentes en las mujeres que en los hombres.
En España, según cifras oficiales, el suicidio es la causa de muerte no natural más frecuente, por delante de los accidentes de tráfico. Sólo en lo que llevamos de siglo, en España se han producido más 60.000 suicidios.
En España, tradicionalmente ha existido una de las tasas de suicidio más bajas de Europa, pero la tendencia en los últimos años es de crecimiento constante.
- En 2019 han fallecido por suicidio 3.671 personas en España
- 10 personas al día; una cada dos horas y media.
- 3 de cada 4 han sido de varones (2.771) y un 26% mujeres (900).
El suicidio sigue siendo la principal causa de muerte no natural en España, produciendo el doble de muertes que los accidentes de tráfico, 11 veces más que los homicidios y 72 veces más que la llamada violencia de género, siendo también, después de los tumores, la principal causa de muerte en la juventud española (15 a 34 años).
Aunque el mayor número de suicidios en ambos sexos se produce entre los 40 y los 59 años, el riesgo de suicidio aumenta con la edad, sobre todo en varones, que llega a multiplicarse por 7 respecto a las edades más tempranas.
Por comunidades autónomas, Asturias y Galicia poseen las mayores tasas de suicidio por 100.000 habitantes, mientras que la menor la registra la Comunidad de Madrid, situándose la media estatal en 7,9.
FACTORES ASOCIADOS AL SUICIDIO
El suicidio es un fenómeno complejo, de causa multifactorial. Los factores de riesgo y protección en el suicidio que hemos visto reflejados en la literatura científica actual son:
* Factores de riesgo comunitarios – sociales
- Progresivo envejecimiento de la población
- Bajo estatus económico
- Maltrato físico o abuso sexual en la infancia
- Falta de apoyo social
- Acoso de iguales (Bullying/Ciberbullying) o acoso laboral (Mobbing)
- Dificultades sentimentales
- Amplia cobertura sobre el suicidio en periódicos y televisión
- Antecedentes familiares de conducta suicida o trastornos
- Familias monoparentales
- Disminución de la tasa de natalidad
- Acontecimientos vitales estresantes
- Pobre o mala comunicación en el matrimonio
- Aumento del divorcio y separaciones matrimoniales (aumento de hogares unipersonales)
- Frecuentes mudanzas/ cambios residencia – inmigración
- Relaciones pobres/deficitarias con iguales. Individualismo.
- Países socialdemócratas y de la antigua Unión Soviética
- Países con alta industrialización
*Factores de riesgo individuales
Demográficos
- Ancianos y adolescentes (Hombres)
- Enfermedades: hipertensión arterial, diabetes y cáncer
- Estrato económico pobre
- Áreas urbanas
- Ateos y protestantes
Biológicos
- Disfunción serotoninérgica
- Disminución ácido homovalínico (precursor de dopamina) y del 5-hidroxiindolacético
- Disfunción dopaminérgica
- Hiperactividad del eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenal con aumento de la secreción de cortisol en plasma
- Aumento de la densidad de receptores 5HT1A, 5HT2A, 5HT2 en el córtex prefrontal
- Disminución de los niveles noradrenérgicos en el locus cerúleo del encéfalo
- Disminución de la proteína quinasa A y PKA en el córtex prefrontal y en el hipocampo
- Aumento de Interleucinas IL3 y IL4 en el córtex prefrontal
- Hipoxia crónica
- VIH
- Utilización de anticonceptivos hormonales
Genéticos
- Polimorfos en el gen del triptófano hidroxilasa
- Anormalidad de la codificación de la proteína COMT en el cromosoma 22
- Marcadores GRIK2 y GRIA3
Psicológicos y cognitivos
- Impulsividad, agresividad
- Perfeccionismo socialmente prescrito
- Pensamientos e ideas suicidas
- Apego inseguro
- Déficit de habilidades de resolución de problemas
- Falta de restricciones religiosas o morales contra el suicidio
- Agresividad
- Desesperanza
- Hostilidad
- Baja autoestima
- Sentimientos de fracaso
- Inhibición emocional
- Estrés agudo
- Dolor psicológico
- Déficit de la función ejecutiva
- Bajo nivel de la competencia
- Psiquiátricos
- Depresión mayor
- Enfermedad bipolar
- Consumo de alcohol y de otros tóxicos (cannabis)
- Psicosis
- Trastorno de personalidad
- Alteraciones en la conducta alimentaria
- Trastorno de Déficit de atención por hiperactividad
- Enfermedades físicas incapacitantes, terminales, dolorosas
- Esquizofrenia
- Trastornos de ansiedad
- Problemas de sueño
- Síndromes orgánicos cerebrales
- Distimia
Otros
- Orientación sexual (Homosexual)
- Aislamiento social
- Fracaso escolar
- Fácil acceso a los métodos de suicidio (armas de fuego-policías y militares, altas dosis de medicación- sanitarios, veterinarios)
*Factores precipitantes
- Acontecimientos vitales estresantes
- Imitación de algún modelo de fantasía
- Falta de comunicación familiar
- Pérdidas financieras
- Intoxicación por consumo de sustancias aguda.
- Facilidad de acceso a aquellos métodos de mayor letalidad
- Duelo reciente
- Exclusión social
- Anticipación de un castigo
- Problemas en el grupo de iguales
- Crisis con los padres o familiares
- Fracaso o dificultades escolares o laborales
- Factores personales o psicológicos de la persona
- Exposición o contagio reciente de un suicidio
- Interacción con un familiar psicótico
- Conflicto sentimental
- Carencias de afecto y cohesión familiar
*Factores protectores
- Cohesión familiar / con grupo de iguales
- Nivel educativo
- Buenas relaciones interpersonales
- Estrategias de afrontamiento positivas
- Autoconcepto positivo
- Autorregulación y flexibilidad cognitiva
- Autocontrol emocional
- Estilo atribucional positivo
- Valores/actitudes positivas hacia suicidio
- Habilidades resolución problemas
- Mujeres
- Embarazo, lactancia
- Tener y cuidar a los hijos
- Tener creencias religiosas (católico, judío) y culturales
- Apoyo familiar y comunitario
- Locus de control interno
- Buena autoestima
- Inteligencia
- Habilidades para formar razones para vivir.
- Tener apoyo y recursos de tipo social, comunitario, sanitario y educativo
La mayoría de los estudios concuerdan en que para entender la conducta suicida es necesario integrar numerosas variables: biológicas, psicológicas, sociales, económicas, culturales, religiosas. Además de estas variables, tanto de riesgo como protectoras, detrás de la conducta suicida (muertes e intentos de suicidio) existe con frecuencia un trastorno psiquiátrico desencadenante o acelerador del proceso, de manera que los últimos estudios sitúan una enfermedad psiquiátrica en más del 90% de las personas que fallece como consecuencia de un suicidio (29% en el trastorno bipolar, del 16% en el trastorno depresivo mayor, del 16-29% en los trastornos de consumo de alcoholy del 23-30% en los trastornos psicóticos). Pero un 10% de los individuos que se suicidan o intentan hacerlo no presentan una enfermedad psiquiátrica identificable previamente.
EL SUICIDIO DESDE UNA PERSPECTIVA SOCIAL
El primero que expuso una investigación de carácter social sobre el suicidio fue Émile Durkheim en el siglo XIX. Para él, “el suicidio es un fenómeno social y sus causas son antes sociales que individuales”. En su obra “El suicidio. Estudio de sociología” (1897) aborda en profundidad el suicidio como un fenómeno social, para ello, realiza un análisis comparativo de estadísticas de suicidios y las explica desde una óptica que supera al individuo. Con ello rompe la tendencia tradicional de considerarlo como un fenómeno estrictamente individual y por ende sólo como objeto de la psicología o de la moral. El pensamiento de Durkheim une estrechamente tres aspectos: la moralidad, la sociología como ciencia reformista con atención a las patologías y la educación con orientación a la ciudadanía.
Durkheim para llegar a la conclusión del origen social del suicidio, trabaja con la tasa anual de suicidios que existe en varios países europeos desde la sexta década del siglo XIX. Analizando esas tasas, aprecia que suelen mantenerse constantes o con cambios muy leves a lo largo de prolongados períodos de tiempo. También se percata de que la tasa de suicidios es diferente de unos países y de unas comunidades sociales a otras. Pone el ejemplo de cómo en las sociedades católicas había menos suicidios a nivel comparativo que en las sociedades protestantes, pero entre los judíos las tasas eran todavía menos que entre los católicos. A partir de ello, infiere que el suicidio es ante todo un hecho social y sus causas son antes sociales que individuales o no netamente psicológicas como se explicaba hasta el momento.
Durkheim propone, de este modo, identificar las diferentes causas sociales del suicidio. A partir de ello, distingue entre cuatro tipos de suicidio, según los resultados a los que llega:
- El suicidio egoísta, este tiene lugar cuando los vínculos sociales son demasiado débiles para comprometer al suicida con su propia vida en la sociedad en la que radica. En ausencia de la integración de la sociedad, el suicida queda libre para llevar a cabo su voluntad de suicidarse. Su excesivo individualismo, producto de la desintegración social, no le permite realizarse en cuanto individuo social que es.
- El suicidio altruista es el causado por una baja importancia de la individualidad. Es el tipo exactamente opuesto al egoísta o individualista. Durkheim pone el ejemplo de muchos pueblos primitivos, entre quienes llegó a ser moralmente obligatorio el suicidio de los ancianos cuando ya no podían valerse por sí mismos.
- El suicidio anómico es aquel que se da en sociedades cuyas instituciones y lazos de convivencia se hallan en situación de desintegración o de anomia. En las sociedades donde los límites sociales y naturales son más flexibles, sucede este tipo de suicidios.
- El suicidio fatalista, que se produce allí donde las reglas a las que están sometidos los individuos son demasiado férreas, de modo que éstos conciben y concretan la posibilidad de abandonar la situación en la que se hallan. Es el tipo exactamente opuesto al anómico.
Estos cuatro tipos de modelos de suicidio, en la realidad, se encuentran relacionado entre sí, creando tipos compuestos que explican los diferentes casos.
Los estudios de Durkheim intentan indagar en las tasas, y hace un análisis viendo no solo el factor religioso, sino también, según el matrimonio, hijos, grupos profesionales, género, edad, grupos políticos, tipo de sociedad o de medio social, etc.
El objetivo que tenía Durkheim con sus estudios era recuperar un núcleo de valores y normas sociales que, por su dimensión integradora, terapéutica y moralizante, pudieran convertirse en un soporte fiable de regulación social.
En base a los estudios de Durkheim a principios del S.XX y contrastados con estudios actuales se pueden plantear como factores sociales asociados al suicidio en el momento actual:
LA PARTICIPACION EN LA VIDA RELIGIOSA
- La religión no preserva del suicidio per se sino que contribuye a la integración social que lo mitiga.
- Quienes profesan una religión protestante presentan un mayor nivel de suicidio en comparación con católicos o judíos.
- El proceso de secularización rompe los lazos que integran a los individuos con el grupo e incrementa el riesgo de suicido.
EL NIVEL EDUCATIVO
- Decía Durkheim que hay una relación positiva entre nivel de instrucción y la incidencia de suicidio. La secularización de la educación y el incremento del nivel educativo eran factores que contribuían al individualismo y le hacía perder cohesión social.
- En los estudios actuales el bajo nivel educativo incrementa las probabilidades de suicidio principalmente entre los hombres, aunque para las mujeres, sin embargo, las conclusiones no son estadísticamente significativas.
LA VIDA FAMILIAR
- El hecho de vivir en matrimonio atenúa levemente la incidencia del suicido en el caso de los hombres pero aumenta en el de las mujeres. La viudez y el divorcio predispone al suicidio de los varones pero beneficia a las mujeres.
- El descenso de los niveles de fecundidad incrementa las tasas de suicidio. Cuantos más hijos tiene un matrimonio menos tendencia al suicidio. Tal y como intuyó Durkheim, la fecundidad marital tiene un signo negativo altamente significativo en los estudios actuales, se puede afirmar que los hijos protegen frente al suicidio
LA VIDA POLITICA
- Las revueltas y las guerras avivan lo sentimientos colectivos y facilitan la integración social bajando las tasas de suicidio.
- La vida política facilita que se estrechen los lazos sociales entre los individuos reduciendo también las tasas de suicidio.
LOS CAMBIOS ECONÓMICOS
- Las transformaciones económicas súbitas generan repentinos aumentos en las tasas de suicidio. Las crisis industriales o financieras acrecientan los suicidios no por lo que empobrecen a las sociedades, sino porque trastornan el orden colectivo y producen anomia.
- Con respecto al nivel de ingresos, Durkheim creía que la pobreza protege contra el suicidio porque es un freno por sí misma, «porque ella es, en efecto, la mejor de las escuelas para enseñar al hombre a contenerse». De esta manera, los países más pobres serían en cierta manera inmunes al suicidio. Mientras haya desarrollo económico habrá un incremento progresivo de la tasa de suicidios. Estas afirmaciones de Durkheim no se han podido contrastar estadísticamente en los estudios actuales (no existe un efecto protector de la pobreza frente al suicidio).
LOS SECTORES ECONÓMICOS
- «La gran industria favorece el suicidio» ya que la transformación económica de una base agrícola a otra industrial alimenta la anomia económica. En los estudios recientes, las tasas de empleo tienen signos positivos, es decir, cuanto mayores son las tasas de empleo más altas son las de suicidio. La justificación a esta afirmación es que se asocia el suicidio a el aumento de los niveles de estrés asociados al trabajo y por que en las zonas donde las tasas de empleo son más elevadas, las personas ancianas o con algún tipo de dependencia pueden estar peor atendidas por sus familiares, lo que puede incrementar a su vez las tasas de suicidio.
LOS CAMBIOS DEMOGRAFICOS
- El suicidio es una manifestación masculina en una relación de 3.5/1. El suicidio aumenta con la edad (por insatisfacción vital y melancolía inerte): la tasa de suicidio en varones >60 años es 10 veces mayor que los que tienen menos de 30 años.
- Decía Durkheim que el suicidio está más extendido en la población urbana que en el campo ya que el proceso de urbanización rompe los lazos entre los individuos y destruye las bases ancestrales de las relaciones familiares. Los datos españoles contradicen en parte la hipótesis de Durkheim de que el suicidio está estrechamente ligado a la civilización urbana. Al contrario, es posible que el entorno urbano ofrezca más oportunidades económicas y más posibilidades para que las personas puedan desarrollar su propio estilo de vida, facilite la conexión con otros ciudadanos y seguramente también libere del control social (en ocasiones asfixiante) típico de municipios de pequeño tamaño donde todos los vecinos se conocen. Por lo tanto, el proceso de urbanización, lejos de debilitarla, podría facilitar la integración social de los individuos.
Podemos concluir que el ser humano en su naturaleza comunitaria, política tiene un conjunto de vínculos (religiosos, laborales, familiares, educativos) que le conforman individual y socialmente y que en relación al suicidio le protegen sobremanera. Esto no elimina los condicionantes individuales o subjetivos del cada ser humano, pero los sitúa en un contexto, ecosistema o atmósfera social protectora o promotora del suicidio. Siguiendo a Durkheim, afirmamos que, si las condiciones sociales favorecen estos vínculos, la persona estará protegida frente al riesgo de suicidio.
Sin embargo, la cultura actual ha roto o degradado las estructuras que conforman adecuadamente al ser humano. Se ha generado un ecosistema donde las personas más vulnerables, desde este punto de vista, están cada vez más expuestas a un ambiente pro-suicida.
Por ello es necesario generar una concepción antropológica adecuada materializada socialmente como eje fundamental para crear un ambiente social protector frente al suicidio.
EL SENTIDO DE LA EXISTENCIA
Estamos en medio de una revolución biotecnológica generada por la convergencia en los últimos años de tecnologías físicas, biológicas y digitales que está produciendo un cambio de paradigma que afectará a todas las dimensiones del ser humano y de la sociedad. Lo más significativo de este nuevo paradigma es hacer posible la transformación de la naturaleza del ser humano para adecuarla a las exigencias culturales, políticas y económicas del sistema. En esta nueva propuesta de realidad el derecho a decidir sobre la propia vida y la libertad personal se han convertido en el principio máximo de organización de la sociedad. En nuestra sociedad postmoderna se aboga por los derechos y las libertades individuales, y no es improbable, que en un futuro cercano, se plantea el reconocimiento del suicido como un derecho, dándole legitimidad legal y ética. Se va a plantear el suicidio como un derecho fundamental donde el individuo debe poder escoger cuándo morir sin interferencia de las instituciones médicas ni del Estado, todo ello enmascarado baja “la regulación al derecho a una muerte digna”.
La idea de autonomía personal o de libertad absoluta del individuo es un concepto falso sobre el que se quiere apoyar un forma de dignidad utilitarista. Ningún ser humano es, ha sido y será autónomo en ninguna fase de su vida y por tanto no constituye un elemento que pueda servir de garantía de los derechos humanos. El ser humano es un ser social y político por naturaleza y necesita de los demás para su desarrollo integral. Su vida por tanto siempre es consecuencia de una comunidad que le acoge, que le protege y que le cuida y sobre la que adquiere una responsabilidad futura. Nunca la disponibilidad sobre la propia vida puede ser un derecho individual porque afecta a la convivencia social y por tanto al bien común.
Todo ser humano busca la felicidad. Pero no todo el mundo cree que el camino para encontrarla sea el mismo. Sin embargo, la experiencia ha demostrado que la auténtica felicidad se alcanza cuando el ser humano desarrolla plena e integralmente su potencial intrínseco. Este potencial natural debe ser buscado y reconocido, y su consecución es lo que, de una forma genérica, llamamos «bien». A esto se denomina la «verdad sobre el bien del hombre». Este bien se verifica esencialmente cuando la vida encuentra sentido y este se descubre plenamente cuando la persona se dona sinceramente a los demás de diferentes formas.
Cuando no se respeta, consciente o inconscientemente, la verdad sobre el bien del ser humano de forma integral, se promociona un desarrollo insuficiente o deformado de su ser. Esto recibe el nombre de reduccionismo antropológico. Es decir, al hombre se le identifica solo con una parte o dimensión de su naturaleza, infravalorando o disminuyendo las demás (hombre unidimensional). Por ejemplo, cuando solo se tiene en cuenta las necesidades económicas del ser humano y prescindimos de las necesidades culturales se está cayendo en el reduccionismo materialista o economicista. O cuando se prescinde de las necesidades materiales y sólo considera importantes o exclusivas las realidades espirituales, se está promoviendo un reduccionismo espiritualista, etc.
Sin embargo, el reduccionismo antropológico más importante, y que subyace debajo de todos los demás reduccionismos es el que afecta a la dignidad del ser humano como persona. Este reduccionismo sintetiza la situación sociológica de la mayoría de la sociedad actual y es la fuente de fundamental de las sociopatías.
Todo ser humano por el hecho de serlo posee una serie de características esenciales que le hacen ser persona y que le distinguen de los demás seres, vivos o inertes: razón, conciencia de sí mismo; autoposesión, libertad; capacidad de autodonación, afectividad y una radical tendencia a buscar algo que lo trascienda y que no le agote en su vida biológica.
El ser humano descubre en sí mismo una tendencia (vocación) a buscar la verdad y el bien y su dignidad básicamente se manifiesta en asumir esta tendencia como el deber fundamental de su vida. Cuando cumplimos nuestro deber en relación a la verdad y al bien experimentamos la auténtica felicidad. Pero esta felicidad no es la felicidad hedonista, siempre superficial e insatisfecha, sino que es una felicidad que exige, naturalmente, sacrificios pero que siempre da frutos. Esta felicidad es la vivencia del sentido de la existencia.
Y es en la necesidad de asumir este deber de donde surgen los derechos humanos. Los derechos humanos son así entendidos como la salvaguardia de los deberes humanos. Si proteger la vida humana es un deber, entonces la vivienda, el salario justo o la seguridad física y jurídica son derechos humanos. Si comprometerme en el desarrollo político de la comunidad a la que pertenezco es un deber, la libertad de expresión, la libertad de reunión o la libertad de conciencia son derechos humanos. etc.
Y estos derechos humanos nacen, como es evidente, de la propia naturaleza moral del ser humano, naturaleza “prepolítica”, en el sentido de que no nacen de una ley aprobada por el Estado que los otorga. Esto solo se entiende si se reconoce la existencia de una dignidad humana natural e intrínseca por el exclusivo hecho de ser persona. Cuando a un ser humano se le priva de su dignidad personal se está cometiendo un crimen, aunque la ley lo permita.
La dignidad humana, por tanto, es la fuente de los deberes y derechos humanos. La desvinculación entre derechos y deberes es una de las características más negativas de la sociedad actual. Cuando se exige un derecho que no corresponde a un deber ( por ejemplo tener un hijo a costa de la vida o dignidad de otro ser humano) o cuando se impone un deber sin que haya un derecho que lo proteja (el deber de trabajar sin un salario justo que permita vivir) se está atacando a la dignidad humana, al bien del hombre y como consecuencia al Bien Común. Sin olvidar que una persona puede renunciar a sus derechos por un bien, pero nunca puede renunciar a sus deberes.
La separación entre derechos y deberes se manifiesta en la actualidad de una forma categórica en el utilitarismo, que es la moral predominante actualmente y que solo considera como «bueno» lo útil, pretendiendo reducir al ser humano a un instrumento eficaz y eficiente. El utilitarismo reduce al ser humano a una máquina biológica o cibernética que se desenchufa cuando no funciona. El utilitarismo reduce al hombre a una herramienta u objeto que cuando no es eficaz o rentable se le despide o se descarta. También se reduce al hombre a un animal de consumo que se consume y que consume dominado por sus tendencias al poder, al tener o al placer. El ser humano también, en muchas ocasiones, es reducido a un conjunto de órganos y tejidos susceptibles de ser manipulados o comercializados. Sin embargo, todos sabemos por experiencia que cada ser humano es único e irrepetible y posee una dignidad inalienable desde su concepción hasta su muerte natural.
Una de las manifestaciones más claras de la dignidad personal de cada ser humano es la apertura a lo trascendente. Es una cualidad evidente y que está presente en los seres humanos desde la prehistoria. Esta apertura del ser humano, que trasciende lo meramente biológico e instintivo, se sigue manifestando hoy en día después de cientos de miles de años de humanidad especialmente en la búsqueda de sentido y en la vocación del hombre a la verdad, al bien y a la belleza. La actual cultura científico-técnica ha podido, durante un tiempo muy breve, eclipsar esta dimensión del ser humano. Sin embargo, una cultura científica adecuada no solo no niega el sentido trascendente del ser humano, sino que lo hace mucho más razonable y comprensible a la mentalidad contemporánea. El cientifismo, que redujo el conocimiento humano a una versión deformada de la ciencia eliminando su relación con la filosofía, la moral, la teología o la estética, debe dejar paso un conocimiento humano que integré todas las dimensiones de la realidad.
Desde el punto de vista de las capacidades del ser humano, es necesario un desarrollo integral de acuerdo con su naturaleza racional, moral y afectiva. Los seres humanos estamos dotados de inteligencia-razón, voluntad-libertad y afectividad y es necesario un desarrollo pleno y adecuado de todas pues todas están íntimamente relacionadas. Un desarrollo insuficiente o desordenado de nuestras capacidades reduce nuestras posibilidades como seres humanos.
Un desarrollo desequilibrado de la razón nos condena a un racionalismo o a un intelectualismo alejado de la realidad. El objetivo fundamental de la razón es buscar la verdad. El ser humano tiene vocación a la verdad. A nadie normal le gusta ser engañado. La verdad es la adecuación entre nuestra inteligencia y la realidad. Y esta adecuación adquiere la forma de una búsqueda. El ser humano es limitado y su acceso a la realidad también. Por tanto, siempre hay una distancia irreducible entre nuestro conocimiento de la realidad y la realidad misma. Esta limitación hay que tenerla en cuenta, pero no puede absolutizarse cuestionando la realidad o cuestionando la verdad sobre la misma. La búsqueda de la verdad es un proceso aproximativo que cada hombre en particular debe realizar y que la humanidad lleva realizando desde los orígenes. Tener conciencia histórica de los avances y retrocesos que ha experimentado la humanidad en su desarrollo es fundamental en la búsqueda de la verdad sobre el bien del hombre.
Este dinamismo de la búsqueda de la verdad es lo que nos permite a los seres humanos dialogar. El diálogo solo es auténticamente humano cuando se orienta hacia la verdad. Si se niega esta búsqueda, el diálogo no es posible y aparece el sectarismo ya sea de tipo religioso, político o científico. Los fundamentalismos y las ideologías pretenden imponer la verdad negando su propia esencia: que la verdad no se impone desde fuera sino que se busca, se descubre -no se fabrica- y se propone. Cuando la verdad penetra en el ser humano se impone en la conciencia y ésta no puede hacer otra cosa que reconocerla y aceptarla. Una de las características de los sectarismos y fundamentalismos es bloquear o anular el juicio de la razón impidiendo el desarrollo de un espíritu crítico honesto con la verdad.
Históricamente, desde el punto de vista institucional o político, el primer enemigo de la verdad es el totalitarismo que puede manifestarse de maneras muy diversas (dictadura, cultura relativista…). Todos los regímenes totalitarios pasados y presentes tienen como objetivo primario anular la vocación intrínseca del hombre a la verdad y su estrategia siempre ha ido orientada a conquistar cada conciencia humana. Así, cada vida humana es en sí misma siempre un bien porque cada niño que nace es una conciencia tendente a la verdad y al bien, y por tanto siempre potencialmente enemiga del totalitarismo.
La conciencia humana es ese espacio interior en el que cada ser humano se confronta con la verdad, por eso es una gran responsabilidad como se forma la conciencia de la persona. Una conciencia no formada en el amor a la verdad es una conciencia manipulada, alienada y, por tanto, sometida a la voluntad del más poderoso, que en cada momento y circunstancia histórica tiene una manifestación distinta.
Cuando los padres, las familias, la escuela no forman la conciencia de los niños en el amor a la verdad están construyendo una sociedad totalitaria, aunque no lo sepan. Respetar y formar la conciencia de cada ser humano es clave para no favorecer ningún totalitarismo.
Contra la vocación del ser humano a la verdad se han alzado diversas corrientes culturales entre las que destacan:
- El escepticismo, que niega la capacidad de poder alcanzar una verdad sobre la realidad en general y sobre la realidad del hombre en particular.
- El relativismo, que niega que haya una única verdad sobre el bien del hombre afirmando que hay múltiples verdades, ninguna más verdadera que otra, aunque sean contradictorias. Hay diferentes manifestaciones del relativismo. El historicismo, que afirma que la verdad sobre el bien del ser humano depende de la época histórica concreta. El relativismo cultural y religioso, en el que la verdad se hace depender de las características específicas de cada cultura o de cada religión. El subjetivismo, donde la verdad al final depende de cada individuo. Al afirmar que todo es relativo, el relativismo se niega a sí mismo como teoría del conocimiento. En la práctica el relativismo se ha impuesto en la sociedad como una auténtica dictadura de los poderosos contra los débiles ya que al no aceptar una verdad que pueda ser descubierta y admitida por la razón de todos, solo queda la fuerza como argumento; la fuerza de la violencia y del poder.
- Y el cinismo, por último, que reconoce la verdad pero que se ríe de ella y prefiere apostar por la defensa de los puros intereses particulares.
Ni el escepticismo, ni el relativismo ni el cinismo han aguantado el juicio de la realidad, de la vida y de la historia. Son, más bien, posturas de salón que pretenden justificar la ausencia de un compromiso con la verdad o legitimaciones utilizadas por el poder para imponer su voluntad. Actualmente en nuestra cultura transmitida por los mass media, hay un descrédito inducido contra la razón que pretende negar la capacidad de ésta, y por tanto del hombre, para el conocimiento de la verdad sobre el bien.
Por otro lado, un desarrollo desequilibrado de la voluntad, nos puede llevar a una libertad “loca” que se puede manifestar de muchas formas: indolencia, hedonismo, activismo. La libertad, y por tanto la voluntad, deben estar subordinadas a la verdad sobre el bien del hombre. Es cierto que el hombre debe ser libre para poder desarrollarse, pero la libertad tiene dos momentos. Un primer momento que supone liberarse de las cadenas que le oprimen ya sean físicas, políticas o psicológicas. Y un segundo momento, que normalmente se obvia, y es en el que debe orientar su libertad hacia un proyecto de plenitud moral. La libertad auténticamente humana es una libertad moral, que es directamente proporcional a la responsabilidad, es decir, orientada hacia la búsqueda del bien ; es una libertad también realista, es decir, que reconoce la realidad del ser humano y sus condicionamientos. La libertad del ser humano no es ausencia de condicionamientos. Finalmente, la libertad humana es una libertad compartida, no individualista y que permite un desarrollo adecuado de los Derechos Humanos.
Frente a una concepción de la libertad auténticamente humana se alza, en primer lugar, el relativismo moral, como ya hemos mencionado, que conlleva la desvinculación entre la verdad y la libertad y que es sin duda uno de los problemas más importantes de la sociedad y del momento histórico actual. Es la verdad la que nos hace libres y no al revés. La negación de la verdad y por tanto la negación de la posibilidad de conocer y buscar el bien objetivo del ser humano hace que hoy predomine una cultura nihilista, es decir, carente de valores o principios morales que den sentido y proyección a los seres humanos.
Las consecuencias de ello sobre la realidad personal, social y política son enormes: por ejemplo, un concepto de democracia formal vacía de valores morales objetivos, que solo se basa en el respeto a ciertos procedimientos -procedimentalismo-, pero incapacitada para generar una autentica responsabilidad política del pueblo. O un concepto de justicia que se limita a la aplicación de un derecho positivo, es decir, un derecho cuya formulación se ha desvinculado de principios morales pre-políticos – principios no derivados del poder político, del consenso, del contrato, sino de la propia dignidad humana.
La experiencia nos dice que la libertad se autodestruye cuando no respeta ni su orientación hacia el bien o cuando no asume la realidad del hombre. Frente a este concepto de auténtica libertad humana se ha alzado también el existencialismo que apuesta por una libertad absoluta, sin condicionamientos, sin límites, sin orientaciones salvo la propia voluntad subjetiva del individuo manifestada siempre como voluntad de poder. Como consecuencia de este existencialismo se deriva un constructivismo en el que el ser humano no sólo no reconoce una verdad objetiva y permanente sobre el ser humano sino que el propio ser humano cree que puede construirse a sí mismo en todos los niveles desde la nada: inteligencia, personalidad, sexualidad (ideología de género)… Este constructivismo se ha acentuado con el factor tecnológico y con las investigaciones en biología molecular, genética y neurociencia que en la actualidad plantean la posibilidad de una trasformación psicosomática del ser humano mediante la inserción de interfaces artificiales, la estimulación cerebral y la modificación genética. Es lo que se ha denominado transhumanismo, es decir, ir más allá de lo humano.
Finalmente, cuando la razón se desvincula de la búsqueda de la verdad, y la libertad, por consiguiente, se desvincula de la responsabilidad. Entonces la afectividad se descontrola y hace que tanto el juicio y la acción estén guiadas por un emotivismo irracional susceptible de ser permanentemente manipulado. Los afectos, las emociones y los sentimientos son muy importantes en el ser humano y son los que de alguna manera movilizan y dan un sabor, un color, un olor a las relaciones humanas. El afecto si es fruto del amor nos permite conocer mejor y más al fondo de lo que somos; se adquiere una sensibilidad nueva. Prescindir, despreciar o infravalorar la dimensión afectiva del ser humano es un reduccionismo nefasto pero no saber integrar esta dimensión es aún peor. Las emociones, sentimientos y afectos deben vincularse adecuadamente a la razón y a la voluntad. Un ejemplo dramático de este problema es cómo se está educando actualmente a los niños y jóvenes en un permisivismo que los hace seres débiles y manipulables. Otro ejemplo es la actual crisis de la institución matrimonial y familiar. El emotivismo irracional hace que se construyan relaciones muy débiles, fáciles de romper al menor contratiempo, incapaces de afrontar las dificultades y los proyectos de una vida seria.
La dimensión afectiva es muy importante y hay que cultivarla adecuadamente. Actualmente el emotivismo irracional es una corriente en la que se podrían englobar muchas tendencias aparentemente contradictorias pero que poseen un denominador común: la desvinculación entre verdad y libertad, y el aislamiento entre razón y afectividad. Con esta tendencia, la argumentación moral racional que da razón de lo que se hace, por qué y para qué se hace, ha sido desterrada y se impone un tipo de argumentación que identifica lo bueno con lo que “yo apruebo”, sin mayor contraste racional con una verdad objetiva. Según el emotivismo, los juicios de valor, y más específicamente los juicios morales, no son nada más que expresiones de preferencias, expresiones de actitudes o sentimientos en la medida en que éstos posean un carácter moral o valorativo. Al ser los juicios morales expresiones de sentimientos o actitudes no son verdaderos ni falsos y el acuerdo en un juicio moral no se asegura por ningún método racional porque no lo hay. Para el emotivismo la proposición «esto es bueno» significa aproximadamente lo mismo que «yo apruebo esto; hazlo tú también». También decir «esto es bueno» es enunciar una proposición con el significado aproximado de «¡bien por esto!».
Al final, lo que se impone son los intereses particulares de cada individuo, de cada clan o cada casta sin que haya un juicio universal e impersonal que pueda servir para construir una convivencia social realmente humana. Con el emotivismo irracional dominante, el Bien Común de la sociedad está a la deriva.
DESDE UNA ANTROPOLOGIA ADECUADA
Desde el punto de vista de la naturaleza objetiva del ser humano hay tres polaridades antropológicas que determinan su desarrollo. La polaridad cuerpo-alma; la polaridad varón- mujer y la polaridad individuo- sociedad.
Entendemos por polaridad antropológica dos dimensiones distintas del ser humano, distinguibles, inconfundibles pero que están relacionadas y que no pueden separarse o aislarse. Evidentemente la polaridad genera tensión, pero no se puede eliminar. Reducirlas eliminando una de ellas (monismo) o separarlas (dualismo) supondrían una concepción antropológica errónea fuente inagotable de problemas.
Polaridad cuerpo-alma. Actualmente es una de las más difíciles de asumir puesto que vivimos en una sociedad muy materialista. Sin embargo, todo ser humano tiene experiencia de su dimensión corporal y de su dimensión espiritual. El ser humano es una unidad sustancial cuerpo-alma. Y tiene necesidades materiales evidentes: comer, beber, dormir. Pero también tiene necesidades espirituales como buscar la verdad y el conocimiento; encontrar el sentido de su existencia; contemplar la belleza en la naturaleza, en el arte; amar y sentirse amado. Y ambas dimensiones están conectadas de tal forma que se influyen mutuamente. Una buena salud mental, psicológica y espiritual repercute positivamente en la salud corporal y viceversa. Cuando Viktor Frankl relata su experiencia en los campos de concentración (VER ANEXO: “El hombre el busca de sentido”) constata como los que más resistieron el sufrimiento físico son los que realmente tenían un sentido para su vida y no los más fuertes físicamente.
Por medio del cuerpo el hombre se siente, inevitablemente, inserto en el cosmos y participa, con toda su sensibilidad y conforme a su ser racional, de leyes de la naturaleza firmemente establecidas. La corporeidad es algo esencial para la identidad de la persona como demuestra la identidad sexual.
Por otra parte, por medio del espíritu el hombre trasciende la realidad material y es capaz de proyectarse hacia el futuro en una familia, en un proyecto profesional o social; insertarse en la historia de las generaciones anteriores; preguntarse por el sentido de su existencia o por el origen de la propia realidad que le rodea. Su propio ser moral de querer ser mejor y que la realidad progrese pertenecen también a esa dimensión inmaterial o espiritual que además es personal, única e intransferible y determina también, como su cuerpo, su identidad.
Esta polaridad se vive con tensión en el hombre de forma que la unidad no se experimenta de forma pacífica. La historia es, desde siempre, la sucesión de diversas formas de espiritualismo y materialismo que buscan un modo de resolver definitivamente esta dualidad en la unidad. Cuando Descartes dice “Pienso luego existo” estaba reduciendo el ser humano solo a pensamiento. Cuando la sociedad actual nos empuja a consumir para encontrar la felicidad nos está reduciendo solo a materia.
El dato antropológico fundamental que nace de la estructura originaria del hombre es la irreductible unidad dual de estas dos dimensiones corporal y espiritual. Y es esta relación la que hace que cada ser humano sea único e irrepetible, tenga sus propias experiencias, sentimientos, pensamientos y su específica vocación.
Polaridad varón-mujer: Otra dimensión antropológica originaria que se manifiesta ya en la corporeidad es la diferencia sexual entre masculino y femenino. Históricamente ha habido una valoración del cuerpo y de la sexualidad como algo negativo que no ha favorecido una adecuada vivencia de esta polaridad. La naturaleza sexuada de los animales tampoco ha favorecido que se pueda considerar esta polaridad como un elemento específico del hombre mismo. Sin embargo, la dualidad varón-mujer en la persona humana hay que tenerla muy en cuenta en términos de reciprocidad asimétrica. La sexualidad humana implica que la persona existe siempre y solo como varón o como mujer. No hay un tercer o cuarto sexo. El sexo no es opcional.
En la relación hombre-mujer se descubre que el ser humano siempre tiene necesidad del otro, depende del otro para su propio cumplimiento, y al mismo tiempo, es capaz de superarse para dejar espacio al otro. Se trata de una alteridad que es también diferencia.
La sexualidad indica, por tanto, que para el hombre la alteridad, la relacionalidad es constitutiva e insuperable. A causa de su naturaleza sexuada, mediante el vínculo con la generación, el hombre descubre la muerte. La unidad dual hombre-mujer inserta al ser humano en el ciclo de las generaciones humanas que se suceden implacables, mediante el cual la especie misma se conserva. La naturaleza dramática de la existencia humana alcanza aquí una de sus cotas más altas.
En este contexto es en el que se inserta la reflexión sobre el principio de la ayuda recíproca entre el hombre y la mujer: el hombre y la mujer son iguales y al mismo tiempo insuperablemente distintos. El contenido propio del dato antropológico de la naturaleza sexuada de la persona humana puede formularse mediante la categoría de reciprocidad entre el hombre y la mujer, expresión del binomio identidad-diferencia. La identidad (dignidad personal) del ser humano se manifiesta en la diferencia entre hombre y mujer. La sexualidad, en cuanto que dimensión constitutiva de la persona, pone de manifiesto simultáneamente la identidad y la alteridad, la unidad y la dualidad. Esta unidad dual abre, objetivamente, el horizonte de la reciprocidad.
Sin embargo, la experiencia humana elemental muestra que la reciprocidad no es complementariedad. No es búsqueda de una unidad andrógina, como sugiere Aristófanes en el Banquete de Platón. El hombre-mujer no expresa dos mitades de un uno perdido. La reciprocidad entre el hombre y la mujer es asimétrica, no se cierra y no se completa en sí misma, sino que siempre permanece abierta. Abierta a la vida de otros seres humanos (hijos); abierta a la vida en la sociedad a la que pertenecen (Bien Común). Esta estructura de reciprocidad asimétrica abre al hombre al descubrimiento del don sincero de sí mismo al otro y a los otros como forma más elevada de realización personal.
La diferencia sexual, en cuanto que dualidad en la unidad, manifiesta que el rostro completo de la reciprocidad asimétrica es la fecundidad. Por ello, los factores sexualidad, amor y procreación están esencialmente correlacionados, de modo que no es posible, en sentido objetivo y absoluto, sustraerlos de su mutua implicación sin alterar sustancialmente la esencia de cada uno de ellos. Cuando amor, sexualidad y procreación se viven por separado se degradan.
Polaridad individuo -sociedad. La unidad dual hombre-mujer puede ser considerada justamente el signo primero de la última polaridad constitutiva de la persona humana, la de individuo-sociedad. Esta polaridad manifiesta la unidad dual mediante la toma de conciencia de la originaria sociabilidad del hombre. El hombre es más que un ser social, es un ser político y comunional; un ser orientado hacia la solidaridad-comunión con otros hombres. Aristóteles hablaba de amistad civil como una virtud fundamental para la vivencia del Bien Común. La amistad civil está basada en la concordia, literalmente “con el mismo corazón”, y que no se debe restringir solo a las personas sino también a los grupos humanos que forman comunidades políticas más amplias como familias, pueblos, naciones. Sin la amistad civil (politike philia), sin solidaridad diríamos hoy en día, no es posible ninguna comunidad política y por tanto la verdadera sociedad humana. El amor de amistad civil, la solidaridad, exige reciprocidad y supone una auténtica vocación.
El hombre como animal político de Aristóteles se ha interpretado de forma estructuralmente optimista o de forma pesimista como Hobbes (Homo homini lupus: El hombre es un lobo para el hombre) en la que la libertad humana si quería sobrevivir a su propia depredación tenía que admitir la ley y el Estado como una imposición externa resultado de una convención. Por otro lado, fruto de la elaboración ideológica esta tensión originaria entre individuo y sociedad genera la variada gama de sistemas sociales: desde el idealismo liberal (el individuo está por encima de la comunidad) hasta el comunismo perfecto (la comunidad está por encima del individuo), resultando que en ninguno la tensión ha sido y puede ser superada. Por un lado, el individuo está permanentemente expuesto al peligro de ser considerado un número insignificante negándole toda capacidad de trascendencia. Por otro lado, el individualismo ha demostrado su capacidad destructiva de la solidaridad y la concordia política.
Sin la dimensión comunitaria, la existencia humana sería incomprensible. Los seres humanos están creados como personas capaces de un conocimiento y de un amor que son personales e interpersonales. Cuando se habla de persona nos referimos tanto a la identidad e interioridad irreductible -cada ser humano es único- que constituye cada individuo como a la relación fundamental con los otros que está en el cimiento de la comunidad humana.
La persona no puede encontrar realización sólo en sí misma, es decir, prescindir de su ser «con » y « para » los demás.
Esta verdad le impone no una simple convivencia en los diversos niveles de la vida social y relacional, sino también la búsqueda incesante, de manera práctica y no solo ideal, del bien, es decir, del sentido y de la verdad que se encuentran en las formas de vida social existentes.
CONCLUSION
Todo suicidio deja soterradamente un inquietante mensaje, pues no se entiende que alguien sea capaz de renunciar a la vida, considerada en nuestra cultura y en nuestros días como el bien supremo, por la muerte, considerada asimismo como el peor de todos los males. Es por ello que el suicidio se justifica como una enfermedad mental o como la consecuencia de una enfermedad mental. Esta es la principal posición de la medicina y de la psiquiatría de hoy en día y de la sociedad occidental en general: el suicidio se ha medicalizado y se entiende que quien se suicida o lo intenta es ante todo un enfermo individual sin considerar las condiciones sociales en las que desarrolla su existencia.
A está posición se une una corriente de pensamiento moderno, que es eminentemente existencialista que hace un planteamiento de que la vida deriva de una elección puramente subjetiva y libre y no de normas objetivas. Además, el existencialismo centra su filosofía en la existencia humana propiamente dicha, en la libertad necesaria y en la responsabilidad individual. Este planteamiento se culmina con la llegada del movimiento postmoderno que llega hasta nuestros días y que se resume en la idea de que el suicidio es un derecho y de que ya no es necesario estar gravemente enfermo para que éste sea legítimo. El paradigma de este pensamiento es que el individuo debe poder escoger cuándo morir sin interferencia de la institución médica o del Estado. Consideran que la vida es un bien disponible y no un valor absoluto, y se apoyan, para defender sus argumentaciones, en el principio de autonomía individual, según el cual el hombre es el único propietario de su vida y, por tanto, es también el único que tiene libertad y derecho absoluto para decidir sobre la misma. El futuro augurable es que, tal y como están evolucionando las ideas sobre el suicidio en la sociedad occidental del siglo XXI, éste acabe instaurándose tarde o temprano como un derecho.
La alternativa al suicidio es el dar sentido a la vida, en cualquier circunstancia. No hay que buscar porque quiero morir sino porque querría vivir. La clave fundamental es desarrollar una concepción del ser humano (antropología) adecuada, es decir, coherente con su naturaleza. Cuando las condiciones sociales no respetan o no favorecen el desarrollo de su propia naturaleza se produce un desajuste que favorece socialmente el suicidio entre otras sociopatías.
Partimos de que el ser humano tiene una naturaleza relacional, comunitaria, comunional, política que se concreta en un conjunto de vínculos fundantes y fundamentales que le conforman individual y socialmente y que en relación al suicidio le protegen sobremanera. Esto no elimina los condicionantes individuales o subjetivos del cada ser humano, pero los sitúa en un contexto, ecosistema o atmósfera social protectora o promotora del suicidio. Siguiendo a Durkheim, afirmamos que, si las condiciones sociales favorecen estos vínculos, la persona estará protegida frente al riesgo de suicidio.
- Vínculos fundantes y fundamentales: Paternidad, maternidad, esponsalidad, filiación, fraternidad, amistad, solidaridad, mismidad.
- Variables sociales protectoras fundamentales: Vinculación familiar, Vinculación económico-profesional, Vinculación política-Bien Común; Vinculación Cultural de la vida; Vinculación Religiosa.
Una concepción antropológica adecuada materializada socialmente es fundamental para crear un ambiente social protector frente al suicidio. Sin embargo, la cultura actual: individualista, materialista y hedonista, ha reducido la dignidad humana hasta tal punto que ha generado un ecosistema pro-suicida. Las personas más vulnerables desde este punto de vista están cada vez más expuestas a un ambiente que ha roto o degradado las estructuras que conforman adecuadamente al ser humano.
Estas estructuras fundamentalmente son aquellas que generan vínculos (fundantes y fundamentales) sanos y fuertes que permiten afrontar los desafíos vitales en el proceso de desarrollo integral de cada persona y de la comunidad humana en su conjunto.
- Una concepción adecuada de la propia naturaleza humana que permita una relación sana de cada ser humano consigo mismo y con los demás.
- El matrimonio y la familia en donde el ser humano aprende a amar y a ser amado desinteresadamente descubriendo los vínculos de paternidad, maternidad, filiación y fraternidad.
- El trabajo como el medio de transformación de la realidad natural, social y personal mediante la razón y la voluntad. Descubriendo la solidaridad intrínseca del trabajo el ser humano descubre la solidaridad social y por tanto política.
- La comunidad política que proporciona el concepto de Bien Común, bien que armoniza el bien personal y el bien social como única forma de alcanzar plenamente ambos.
- El cultivo de la dimensión transcendente o religiosa que proporciona el sentido último de la realidad tan importante para mantener un perspectiva personal y social esperanzadora.
Por tanto tres tipos de factores protectores antropológicos y sociales:
TEXTOS DE REFERENCIA:
- El suicido. Un estudio de sociología. Emile Durkheim. (1897)
- El bien común y la vocación profesional. Profesionales por el Bien Común. (2019)
- El suicidio actual. Julia Picazo (2017)
- Suicidologia clínica. Vicente Gradillas (2017)
- Trabajo y suicidio. Chistophe Dejours (2009)
- Suicidio y vida. Asociación Victor E.Frankl (2011)
- Evangelium Vitae. S. Juan Pablo II. (1995)
- Instrucción Dignitas Personae sobre algunas cuestiones de bioética. (2008)
- La huella de las desesperanza. Javier Urra (2019)
- Depresión y suicidio 2020. Documento estratégico para la promoción de la Salud Mental. (2020)
- Guía de práctica clínica de Prevención y tratamiento de la conducta suicida. Ministerio de Sanidad. (2011)
- Observatorio del suicidio en España. Fundación Española para la prevención del suicidio (https://www.fsme.es)
Artículos:
- Análisis de las estadística oficiales del suicidio en España (1910-2011). Jesús S. Barricarte. (2017)
- Variables de riesgo y protección relacionadas con la tentativa de suicidio. David Teruel (2018)
- El suicidio en la España de hoy. Isabel Ruiz. (2008)
- Suicidio, desempleo y recesión económica en España. Celso Iglesias (2016)
- Riesgo de suicidio en población sin hogar. Fran Calvo (2016)
- Conducta suicida en la infancia: una revisión crítica. Laura Mosquera. (2016)
- El suicido infanto-juvenil: una revisión. Julia Picazo (2014)
- Protocolo de urgencias hospitalarias ante conductas suicidas. España Osuna (2010)
- Guía para familiares en Duelo por suicidio. Salud Madrid.(2019)
- Association of hormonal contraception with sucide attempts an suicides. Charlotte Wessel. (2018)
- El suicidio en jóvenes en España: cifras y posible causas. Análisis de los últimos datos disponibles. Noelia Navarro (2016)
- Recomendaciones preventivas y manejo del comportamiento suicida en España. Jose L. Ayuso (2011)
- Retos actuales en la investigación en suicidio. Mª Luisa Barrigón (2017)
- Suicidio, desempleo y recesión económica en España (2017)
- ¿Afecta el medio a los suicidios que se cometen en España? Análisis descriptivo del patrón temporoespacial. Maite Santurtún (2018)
- Número de suicidios en España: diferencias entre los datos del Instituto Nacional de Estadística y los aportados por los Institutos de Medicina Legal. Lucas Giner (2014)
- Tendencias de la mortalidad por suicidio en España, 1980-2016. Aurelio Cayuela (2020)
- La epidemia de la desesperación. La tasa de suicidio aumenta un 25% en EE.UU. en las últimas dos décadas. (2018)
- La gran epidemia silenciosa del Siglo XXI. (2019)
- El principio de la dignidad humana como fundamento de un bioderecho global. Angela Aparisi (2013)
- Prevención del suicidio. Guía informativa. Generalitat Valenciana (2018)
- El suicidio como suprema libertad. Virginia Moratiel (2018)
- Revisión sistemática de la prevalencia de ideación y conducta suicida en menores víctimas de abuso sexual. Alba Perez (2013)
- Prevención de la conductas suicidas: aspectos bioéticos y morales. Manuel Bousoña. (1999)
ANEXO
La libertad interior
Del libro: “El Hombre en busca de sentido”. Viktor Frankl.
Tras este intento de presentación psicológica y explicación psicopatológica de las características típicas del recluido en un campo de concentración, se podría sacar la impresión de que el ser humano es alguien completa e inevitablemente influido por su entorno y (entendiéndose por entorno en este caso la singular estructura del campo de concentración, que obligaba al prisionero a adecuar su conducta a un determinado conjunto de pautas). Pero, ¿y qué decir de la libertad humana? ¿No hay una libertad espiritual con respecto a la conducta y a la reacción ante un entorno dado? ¿Es cierta la teoría que nos enseña que el hombre no es más que el producto de muchos factores ambientales condicionantes, sean de naturaleza biológica, psicológica o sociológica? ¿El hombre es sólo un producto accidental de dichos factores? Y, lo que es más importante, ¿las reacciones de los prisioneros ante el mundo singular de un campo de concentración, son una prueba de que el hombre no puede escapar a la influencia de lo que le rodea? ¿Es que frente a tales circunstancias no tiene posibilidad de elección?
Podemos contestar a todas estas preguntas en base a la experiencia y también con arreglo a los principios. Las experiencias de la vida en un campo demuestran que el hombre tiene capacidad de elección. Los ejemplos son abundantes, algunos heroicos, los cuales prueban que puede vencerse la apatía, eliminarse la irritabilidad. El hombre puede conservar un vestigio de la libertad espiritual, de independencia mental, incluso en las terribles circunstancias de tensión psíquica y física.
Los que estuvimos en campos de concentración recordamos a los hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas -la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias- para decidir su propio camino.
Y allí, siempre había ocasiones para elegir. A diario, a todas horas, se ofrecía la oportunidad de tomar una decisión, decisión que determinaba si uno se sometería o no a las fuerzas que amenazaban con arrebatarle su yo más íntimo, la libertad interna; que determinaban si uno iba o no iba a ser el juguete de las circunstancias, renunciando a la libertad y a la dignidad, para dejarse moldear hasta convertirse en un recluso típico.
Visto desde este ángulo, las reacciones mentales de los internados en un campo dé concentración deben parecemos la simple expresión de determinadas condiciones físicas y sociológicas. Aun cuando condiciones tales como la falta de sueño, la alimentación insuficiente y las diversas tensiones mentales pueden llevar a creer que los reclusos se veían obligados a reaccionar de cierto modo, en un análisis último se hace patente que el tipo de persona en que se convertía un prisionero era el resultado de una decisión íntima y no únicamente producto de la influencia del campo. Fundamentalmente, pues, cualquier hombre podía, incluso bajo tales circunstancias, decidir lo que sería de él -mental y espiritualmente-, pues aún en un campo de concentración puede conservar su dignidad humana. Dostoyevski dijo en una ocasión: “Sólo temo una cosa: no ser digno de mis sufrimientos” y estas palabras retornaban una y otra vez a mi mente cuando conocí a aquellos mártires cuya conducta en el campo, cuyo sufrimiento y muerte, testimoniaban el hecho de que la libertad íntima nunca se pierde. Puede decirse que fueron dignos de sus sufrimientos y la forma en que los soportaron fue un logro interior genuino. Es esta libertad espiritual, que no se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido y propósito.
Una vida activa sirve a la intencionalidad de dar al hombre una oportunidad para comprender sus méritos en la labor creativa, mientras que una vida pasiva de simple goce le ofrece la oportunidad de obtener la plenitud experimentando la belleza, el arte o la naturaleza. Pero también es positiva la vida que está casi vacía tanto de creación como de gozo y que admite una sola posibilidad de conducta; a saber, la actitud del hombre hacia su existencia, una existencia restringida por fuerzas que le son ajenas. A este hombre le están prohibidas tanto la vida creativa como la existencia de goce, pero no sólo son significativas la creatividad y el goce; todos los aspectos de la vida son igualmente significativos, de modo que el sufrimiento tiene que serlo también. El sufrimiento es un aspecto de la vida que no puede erradicarse, como no pueden apartarse el destino o la muerte. Sin todos ellos la vida no es completa.
La máxima preocupación de los prisioneros se resumía en una pregunta:
¿Sobreviviremos al campo de concentración? De lo contrario, todos estos sufrimientos carecerían de sentido. La pregunta que a mí, personalmente, me angustiaba era esta otra:
¿Tiene algún sentido todo este sufrimiento, todas estas muertes? Si carecen de sentido, entonces tampoco lo tiene sobrevivir al internamiento. Una vida cuyo último y único sentido consistiera en superarla o sucumbir, una vida, por tanto, cuyo sentido dependiera, en última instancia, de la casualidad no merecería en absoluto la pena de ser vivida.
El destino, un regalo
El modo en que un hombre acepta su destino y todo el sufrimiento que éste conlleva, la forma en que carga con su cruz, le da muchas oportunidades -incluso bajo las circunstancias más difíciles- para añadir a su vida un sentido más profundo. Puede conservar su valor, su dignidad, su generosidad. O bien, en la dura lucha por la supervivencia, puede olvidar su dignidad humana y ser poco más que un animal, tal como nos ha recordado la psicología del prisionero en un campo de concentración. Aquí reside la oportunidad que el hombre tiene de aprovechar o de dejar pasar las ocasiones de alcanzar los méritos que una situación difícil puede proporcionarle. Y lo que decide si es merecedor de sus sufrimientos o no lo es.
No piensen que estas consideraciones son vanas o están muy alejadas de la vida real.
Es verdad que sólo unas cuantas personas son capaces de alcanzar metas tan altas. De los prisioneros, solamente unos pocos conservaron su libertad sin menoscabo y consiguieron los méritos que les brindaba su sufrimiento, pero aunque sea sólo uno el ejemplo, es prueba suficiente de que la fortaleza íntima del hombre puede elevarle por encima de su adverso sino. Y estos hombres no están únicamente en los campos de concentración. Por doquier, el hombre se enfrenta a su destino y tiene siempre oportunidad de conseguir algo por vía del sufrimiento. Piénsese en el destino de los enfermos, especialmente de los enfermos incurables. En una ocasión, leí la carta escrita por un joven inválido, en la que a un amigo le decía que acababa de saber que no viviría mucho tiempo y que ni siquiera una operación podría aliviarle su sufrimiento. Continuaba su carta diciendo que se acordaba de haber visto una película sobre un hombre que esperaba su muerte con valor y dignidad. Aquel muchacho pensó entonces que era una gran victoria enfrentarse de este modo a la muerte y ahora -escribía- el destino le brindaba a él una oportunidad similar.
Los que hace unos años vimos la película Resurrección -según la novela de Tolstoi- no hubiéramos pensado nunca en un primer momento que en ella se daban cita grandes destinos y grandes hombres. En nuestro mundo no se daban tales situaciones por lo que no había nunca oportunidad de alcanzar tamaña grandeza… Al salir del cine fuimos al café más próximo, y, junto a una taza de café y un bocadillo, nos olvidamos de los extraños pensamientos metafísicos que por un momento habían cruzado por nuestras mentes. Pero cuando también nosotros nos vimos confrontados con un destino más grande e hicimos frente a la decisión de superarlo con igual grandeza espiritual, habíamos olvidado ya nuestras resoluciones juveniles, tan lejanas, y no dimos la talla.
Quizás para algunos de nosotros llegue un día en que veamos otra vez aquella película u otra análoga. Pero para entonces otras muchas películas habrán pasado simultáneamente ante nuestros ojos del alma; visiones de gentes que alcanzaron en sus vidas metas más altas de las que puede mostrar una película sentimental. Algunos detalles, de una muy especial e íntima grandeza humana, acuden a mi mente; como la muerte de aquella joven de la que yo fui testigo en un campo de concentración. Es una historia sencilla; tiene poco que contar, y tal vez pueda parecer invención, pero a mí me suena como un poema.
Esta joven sabía que iba a morir a los pocos días; a pesar de ello, cuando yo hablé con ella estaba muy animada.
“Estoy muy satisfecha de que el destino se haya cebado en mí con tanta fuerza”, me dijo. “En mi vida anterior yo era una niña malcriada y no cumplía en serio con mis deberes espirituales.” Señalando a la ventana del barracón me dijo: “Aquel árbol es el único amigo que tengo en esta soledad.” A través de la ventana podía ver justamente la rama de un castaño y en aquella rama había dos brotes de capullos. “Muchas veces hablo con el árbol”, me dijo.
Yo estaba atónito y no sabía cómo tomar sus palabras. ¿Deliraba? ¿Sufría alucinaciones? Ansiosamente le pregunté si el árbol le contestaba.
“Sí” ¿Y qué le decía? Respondió: “Me dice: ‘Estoy aquí, estoy aquí, yo soy la vida, la vida eterna.”