No hay voluntad política para resolver el drama de los refugiados e inmigrantes. Según datos del Frontex (Agencia Europea para el Control de las Fronteras de la Unión Europea), 1,2 millones de personas accedieron irregularmente a Europa en 2015. De ellas, más de 942.400 han solicitado asilo político
Los 28 países de la Unión Europea se habían comprometido a trasladar desde Grecia e Italia, a otros países de la UE, a 160.000 en dos años. Sin embargo, sólo han sido capaces de acoger a 272. España únicamente recibió a 12 de ellas. ¿Es esta la protección internacional urgente que este drama necesita?
La Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) califica ese proceso de reubicación de refugiados de “desesperadamente lento”. De seguir al ritmo actual, se necesitarían 154 años para reubicar a los 160.000 refugiados, que la UE acordó acoger y ubicar en un plazo de aproximadamente un año (el objetivo está fijado para septiembre de este año).
Refugiados e inmigrantes, distintas situaciones y procedencias con un denominador común: la tragedia humana fruto de la injusticia. Su voz es la voz de los miles de personas que llegan a nuestras fronteras huyendo de guerras espantosas, de persecuciones y de violaciones de los derechos humanos, o de la inestabilidad política o social que hace imposible la vida en su propia patria. Es el grito de cuantos se ven obligados a huir para evitar las barbaries cometidas contra personas indefensas, como niños y discapacitados, o el martirio por el simple hecho de la fe religiosa que profesan.
Ante las causas que motivan la huida de los inmigrantes de sus países de origen, las mismas que provocan el grito de auxilio de los solicitantes de asilo, la división entre refugiado e inmigrante se convierte en un eufemismo hipócrita: ¿Acaso los inmigrantes –ahora denominados económicos– no vienen expulsados por el hambre, que también les persigue? Escapan de la miseria extrema, de no poder alimentar a sus familias, de no tener acceso a la atención médica y a la educación, escapan de la degradación de sus tierras… El hambre sigue siendo la injusticia más grave de nuestro mundo, con millones de niños que mueren cada año por su causa.
Pero estos emigrantes no entran en los sistemas internacionales de protección en virtud de los acuerdos internacionales. El derecho internacional tiene que cambiar: Europa tiene la obligación de ofrecer asilo y dejar de lucrarse en la guerra y en una economía de guerra.
La acción debe ser de emergencia: ni un muerto más a las puertas de Europa. Que no se sacrifiquen más vidas por falta de voluntad política. Estamos ante una grave emergencia migratoria que urge una respuesta de asilo: asilo político, asilo ante la guerra, asilo ante la violencia, asilo ante el hambre y la falta de trabajo, asilo ante la persecución religiosa, asilo ante la devastación de la naturaleza en sus países que les impide seguir cultivando o trabajando la tierra, asilo ante la persecución al débil… Se trata de colocar a la persona humana y a su dignidad en el centro de cualquier respuesta humanitaria.
De lo contrario, crecerá lo que ya se está dando en algunos países europeos como Dinamarca, donde su Parlamento ha aprobado una ley (que ya se aplica en Suiza y en algunos estados alemanes) que permite a la Policía confiscar dinero y objetos de valor a los refugiados en la frontera para costear su estancia. Esto recuerda la confiscación del patrimonio de los judíos en la Alemania nazi. Y no sólo eso, también se ha aprobado una medida que retrasa la reunificación de los refugiados con sus familias, extendiendo el plazo de uno a tres años. Con ello los refugiados que huyen de conflictos tendrán que escoger entre llevar a sus hijos en travesías peligrosas y hasta mortales, o dejarlos atrás.
Y todo ello cuando sabemos que la Oficina Europea de Policía (Europol) estima que al menos 10.000 niños refugiados han desaparecido nada más llegar a Europa. Algunos de ellos han acabado con familiares sin conocimiento de las autoridades, pero otros quedan a merced de una “infraestructura criminal paneuropea”, relativamente nueva y enormemente sofisticada que ha fijado su objetivo en los refugiados. No podemos consentir que un niño que haya huido de una guerra caiga en manos de unos traficantes.
Europa, inspirándose en su gran patrimonio cultural y religioso, tiene los instrumentos necesarios para defender la centralidad de la persona humana y encontrar un justo equilibrio entre el deber moral de tutelar los derechos de sus ciudadanos, por una parte, y, por otra, el también urgente deber moral de garantizar la asistencia y la acogida de los migrantes.
Editorial de la revista Autogestión