¿PUEDE la TV HACERNOS MENOS PERSONAS?

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El cuestionamiento a la television ya no se centra más en si ésta es detonante de conductas agresivas -por la violencia o la pornografía que se transmite-. El libro ´Homo videns. La sociedad teledirigida”, de Giovanni Sartori. atisba en el teleauditorio un cambio en su misma naturaleza. Un público al que le cuesta trabajo pensar, concluir, reflexionar. Quien no sabe intuir significado humano a su realidad es cada vez menos original, menos crítico, más manipulable… menos persona.



Por Ignacio Ruiz Velasco Nuño

Los ataques a la televisión y a quienes la dominan son múltiples y variados. La mayoría se centran en dos fenómenos íntimamente relacionados: la difusión de la violencia y de la pornografía. Según todos sus acusadores, la televisión es la promotora de conductas y acciones delictivas a partir de los programas exaltadores de esas dos actitudes. De acuerdo con quienes la defienden eso está por verse, pues no parece haber estudios suficientemente conclusivos. ¿Y si ambos aspectos fueran insulsos, secundarios, comparados con otro efecto mayor?

Giovanni Sartori discute ahora una acusación más grave: «Es aún más cierto y más importante entender que el acto de tele-ver está cambiando la naturaleza del hombre». Cambiar la naturaleza del hombre no es cosa fácil, pues por algo se trata de su naturaleza, no simplemente de sus actitudes o sus accidentes. La razón de fondo, según Sartori, es que «la televisión modifica radicalmente y empobrece el aparato cognoscitivo del <homo sapiens». «La televisión no es un anexo; es sobre todo una sustitución que modifica sustancialmente la relación entre entender y ver. Hasta hoy día, el mundo, los acontecimientos del mundo, se nos relataban (por escrito); actualmente se nos muestran, y el relato (su explicación) está prácticamente solo en función de las imágenes que aparecen en la pantalla. Si esto es verdad, podemos deducir que la televisión está produciendo una permutación, una metamorfosis, que revierte en la naturaleza misma del homo sapiens. La televisión no es sólo instrumento de comunicación; es también, a la vez, paideía, instrumento «antropogenético», un médium que genera un nuevo ánthropos, un nuevo tipo de ser humano».

Y aunque «la televisión beneficia y perjudica, ayuda y hace daño. No debe ser exaltada en bloque, pero tampoco puede ser condenada indiscriminadamente», lo interesante de esta discusión —desde mi punto de vista— es que ha sido puesta en un nivel más profundo: el de la naturaleza del hombre, es decir, en un plano metafísico y antropológico —y, por tanto, también epistemológico—, evitando así el difícil ámbito ético. La ética, en este caso, viene a ser una consecuencia de la metafísica o, si se quiere, deriva de ella.

¿VIDEO-NIÑOS?

Comencemos a la inversa, a partir del plano epistemológico. Comencemos por los primeros años del hombre. Según Sartori, la sociedad actual ha creado un nuevo tipo de niño: el «»Video-niño»: un novísimo ejemplar de ser humano educado en el tele-ver —delante del televisor— incluso antes de saber leer y escribir». El problema, por tanto, se encuentra en la dificultad de poner al niño frente a la televisión aun antes del aprendizaje del lenguaje escrito; antes de que llegue a la escuela el niño ha visto —con anuencia o intención de los padres— muchos miles de horas de imágenes televisivas: hemos dado prioridad a la imagen frente a la palabra o, más precisamente, a la imagen frente al concepto.

Las palabras no son, por sí mismas, conceptos, sino sus expresiones. Pero justo por ser sus expresiones, las palabras remiten a conceptos y éstos a la realidad. En el bachillerato todos aprendimos, en la clase de lógica, las diferencias radicales entre imagen y concepto:

IMAGEN CONCEPTO

Sensible Abstracto
Particular Inmaterial
Concreta Universal

Cuando el hombre, el niño, inicia su aprendizaje con una carga exagerada y casi exclusiva de imágenes, éstas dejan de remitirlo a los conceptos. La consecuencia prácticamente cae por su propio peso: el niño así formado reduce su conocimiento a aspectos sensibles, particulares y concretos, con serias dificultades para el pensamiento abstracto, universal e inmaterial. Y la ciencia y el saber son abstractos, universales e inmateriales.

La conclusión es inevitable: «la televisión, a diferencia de los instrumentos de comunicación que la han precedido (hasta la radio), destruye más saber y más entendimiento del que transmite».

Algunos teóricos de la imagen no aceptarían estas conclusiones porque, según ellos, el acto de ver «abarca todo un amplio espectro de procesos, actividades, funciones y actitudes. La lista es larga: percibir, comprender, contemplar, observar, descubrir, reconocer, visualizar, examinar, leer, mirar». Pero para que esto sea verdad es necesario —vale la pena repetirlo— que la imagen conduzca, sea paso intermedio, hacia el concepto. Si la apreciación se queda en el primer plano, en la imagen, sin seguir hasta el concepto, el conocimiento humano se reduce al nivel del conocimiento animal: ambos se quedan en lo sensible. Por desgracia estos teóricos de la imagen no logran distinguir este aspecto fundamental, y así hablan de una «inteligencia visual» o un «pensamiento visual», concluyendo que «John Locke y los empiristas ingleses del diecisiete legitimaron la noción aristotélica de abstracción. Para ellos, ésta se basaba en la generalización; así, de un conjunto de casos particulares, se seleccionaban una serie de rasgos comunes, se agrupaban y su denominador común era la abstracción, posibilitada, como digo, gracias a la generalización». Esto muestra la incapacidad de esos teóricos para distinguir entre imagen y concepto, entre concreto y abstracto. Si la abstracción fuera una mera generalización, los animales también serían capaces de pensamiento abstracto. Una abstracción así no permitiría el desarrollo de la ciencia, la técnica y la cultura, porque todas ellas exigen la elevación del plano particular al universal, no simplemente a la acumulación de casos que establecen una generalidad: la generalidad no puede fundar una ley universal, y la ciencia —y el saber humano— no se puede basar en generalidades que suelen ocurrir en la mayoría de los casos… pero a veces no.

DE HOMO SAPIENS A HOMO VIDENS

Si la televisión nos convierte en seres preponderantemente visuales, nos va reduciendo la capacidad de abstracción, es decir, la capacidad de entender. La imagen se queda con lo que se ve, mientras que el entender implica captar aquello que no se ve: yo veo la imagen de un hombre particular, digamos la fotografía de un Albert Einstein; pero entiendo que él es un animal racional, al igual que muchos otros que son de distinto color, estatura, peso, raza, etcétera. Y «animal racional» es un concepto, no una imagen. No podemos ver «nación, Estado, soberanía, democracia, representación, burocracia etcétera». Por eso cuando traducimos algunos conceptos abstractos en imágenes, en realidad estamos mostrando un «sucedáneo infiel y empobrecido del concepto que intentan «visualizar»». ¿Es la libertad una estatua o la imagen de un hombre saliendo de una cárcel? No, la libertad es muchísimo más que eso y que cualquier otra imagen que podamos utilizar. «Lo que nosotros vemos o percibimos concretamente no produce «ideas», pero se insiere en ideas (o conceptos) que lo encuadran y lo «significan». Y éste es el proceso que se atrofia cuando el homo sapiens es suplantado por el homo videns. En este último, el lenguaje conceptual (abstracto) es sustituido por el lenguaje perceptivo (concreto) que es infinitamente más pobre: más pobre no sólo en cuanto a palabras (al número de palabras), sino sobre todo en cuanto a la riqueza de significado, es decir, de capacidad connotativa».

El problema radica, pues, en que la televisión «atrofia nuestra capacidad de abstracción y con ella nuestra capacidad de entender». Nos está conduciendo de nuevo a la época de las cavernas, cuando los hombres sólo se comunicaban por sonidos, sin un lenguaje conceptual. Nos está alejando de la cultura y la ciencia.

Cualquiera puede afirmar que muchos no ven la televisión, o lo hacen con sentido crítico. En ese caso, la conclusión puede ser, entonces, más dramática: sólo unos cuantos seguirán como animales racionales mientras los demás, el grueso de la humanidad pasará a constituir un mundo de tele-dirigidos, regidos por el Gran Hermano, «que no será —es cierto— un Gran Hermano en singular. Lo cual no será óbice para que la «tecnópoli» digital sea utilizada por una raza patrona de pequeñísimas élites, de tecno-cerebros altamente dotados, que desembocará —según las previsiones de NeilPostman— en una «tecnocracia convertida en totalitaria» que plasma todo y a todos a su imagen y semejanza».

MÁS SENSITIVOS, MENOS CRÍTICOS, MÁS MANIPULABLES

Sí, si el hombre pierde esa capacidad de abstracción, si pasa de ser una animal conceptual a uno visual, no hay diferencia con el reino de las bestias, que también conocen por la vista, por la imagen. «El telespectador es más un animal vidente que un animal simbólico. Para él las cosas representadas en imágenes cuentan y pesan más que las cosas dichas con palabras. Y esto es un cambio radical de dirección, porque mientras que la capacidad simbólica distancia al homo sapiens del animal, el hecho de ver lo acerca a sus capacidades ancestrales, al género al que pertenece la especie del homo sapiens». El gran público de la televisión se está convirtiendo en una gran tropa, un conjunto homogéneo de animales de pastoreo. Esos individuos cada vez son más sensitivos… y menos racionales; más fantasiosos, y menos originales; más repetitivos y menos críticos: cada vez son más objeto de manipulación comercial, política, social y cultural.

La televisión está convirtiendo a su público en una gran masa. Las características de un individuo masificado son para alarmar a cualquiera: «Es un hombre privado de la voluntad de poseer una forma de vida propia, de ser original en su conducta y de crearse un mundo que le sea propio a él. Un hombre que, ante todo, acepta formas de vida tal y como ellas le son impuestas por una planificación central más o menos anónima y que las acepta con el sentimiento de que eso es justo y correcto; un hombre, en fin, que manifiesta una tendencia espontánea a insertarse en los cuadros, en los planes y no, al contrario, a destacar en tanto que individuo».

Cuando Sartori compara su homo videns, ese desarrollo natural del video-niño, con el homo sentiens de Ferrarotti, encuentra un paralelismo perfecto: al homo sentiens «la lectura le cansa [ …] . Intuye. Prefiere el significado resumido y fulminante de la imagen sintética. Ésta le fascina y lo seduce. Renuncia al vínculo lógico, a la secuencia razonada, a la reflexión que necesariamente implica el regreso a sí mismo [ …] . Cede ante el impulso inmediato, cálido, emotivamente envolvente. Elige el living o­n self-demand, ese modo de vida típico del infante que come cuando quiere, llora si siente alguna incomodidad, duerme, se despierta y satisface todas sus necesidades en el momento».

Y con estas características, ¿qué falta para ser convertido en hombre masa, en un individuo miembro de una tropa? Poco, quizá el último empujón, que puede ser dado por la misma televisión o por cualquier poder que utilice los medios de comunicación.

La gran aportación de Sartori, en este pequeño e interesante libro, consiste en discutir los efectos perversos de la televisión y los medios que utiliza ésta para «validar» su proceder: las consecuencias para la educación familiar, escolar y universitaria del video-niño, o los resultados de la video-política, los peligros de la televisión para la democracia, la difusión de la intolerancia en la vida civil, la fragmentación («aldeanización») del mundo… así como el valor real de las noticias televisivas, de los sondeos de opinión y las encuestas («esas prostitutas de la comunicación», como las ha llamado Froylán), las diferencias entre subinformación y desinformación, etcétera, sin omitir su propedéutica para el Internet: «La paideía del vídeo hará pasar a Internet a analfabetos culturales que rápidamente olvidarán lo poco que aprendieron en la escuela y, por tanto, analfabetos culturales que matarán su tiempo libre en Internet, en compañía de «almas gemelas» deportivas, eróticas, o de pequeños hobbies».

En definitiva, Homo videns es un texto que ayudará a pensar a padres de familia, educadores, comunicólogos, politólogos, sociólogos y una amplia gama de personas.