JUAN PABLO II: Se vence al mal con el bien

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En su último libro Memoria e identidad, el Papa aborda en profundidad la cuestión del mal. Reproducimos algunos significativos párrafos que alientan la esperanza, en la conmemoración del atentado del 11 de marzo

En su último libro Memoria e identidad, el Papa aborda en profundidad la cuestión del mal. Reproducimos algunos significativos párrafos que alientan la esperanza, en la conmemoración del atentado del 11 de marzo

La historia moderna de Europa, marcada –sobre todo en Occidente– por la influencia de la Ilustración, ha dado también muchos frutos buenos. En esto refleja la naturaleza del mal, tal como la entiende santo Tomás, siguiendo las huellas de san Agustín. El mal es siempre la ausencia de un bien que un determinado ser debería tener, es una carencia. Pero nunca es ausencia absoluta del bien. Cómo pueda nacer y desarrollarse el mal en el terreno sano del bien, es un misterio. También es una incógnita esa parte de bien que el mal no ha conseguido destruir y que se difunde a pesar del mal, creciendo incluso en el mismo suelo. Surge de inmediato la referencia a la parábola evangélica del trigo y la cizaña. Cuando los siervos preguntan al dueño: «¿Quieres que vayamos a arrancarla?», él contesta de manera muy significativa: «No, que podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega, y cuando llegue la siega diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero». En este caso, la mención de la cosecha alude a la fase final de la Historia, la escatológica.

Se puede tomar esta parábola como clave para comprender toda la historia del hombre. En diversas épocas y en distintos sentidos, el trigo crece junto a la cizaña y la cizaña junto al trigo. La historia de la Humanidad es una trama de la coexistencia entre el bien y el mal. Esto significa que, si el mal existe al lado del bien, el bien, no obstante, persiste al lado del mal y, por decirlo así, crece en el mismo terreno, que es la naturaleza humana. En efecto, ésta no quedó destruida, no se volvió totalmente mala a pesar del pecado original. Ha conservado una capacidad para el bien, como lo demuestran las vicisitudes que se han producido en los diversos períodos de la Historia. (…)

El límite impuesto al mal

No se olvida fácilmente el mal que se ha experimentado directamente. Sólo se puede perdonar. Y, ¿qué significa perdonar, sino recurrir al bien, que es mayor que cualquier mal? Un bien que, en definitiva, tiene su fuente únicamente en Dios. Sólo Dios es el Bien. El límite impuesto al mal por el bien divino se ha incorporado a la historia del hombre, a la historia de Europa en particular, por medio de Cristo. Así pues, no se puede separar a Cristo de la historia del hombre. Lo dije durante mi primera visita a Polonia, en Varsovia, en la plaza de la Victoria. Dije entonces que no se podía apartar a Cristo de la historia de mi nación. ¿Se le puede apartar de la historia de Europa? De hecho, ¡sólo en Él todas las naciones y la Humanidad entera pueden cruzar el umbral de la esperanza! (…)

La Redención victoriosa

Quien puede poner un límite definitivo al mal es Dios mismo. Él es la Justicia misma. Es Él quien premia el bien y castiga el mal en perfecta correlación con la situación objetiva. Me refiero a todo mal moral, a todo pecado. Ya en el paraíso terrenal aparece en el horizonte de la historia humana el Dios que juzga y castiga. El libro del Génesis describe detalladamente el castigo que recibieron los primeros padres después de haber pecado. Y la pena impuesta se extendió a toda la historia del hombre. En efecto, el pecado original es hereditario. Como tal, indica una cierta pecaminosidad innata del hombre, su arraigada inclinación hacia el mal en vez de hacia el bien. Hay en el hombre una cierta debilidad congénita de naturaleza moral, que se une a la fragilidad de su existencia y a su flaqueza psicofísica. Con ella se relacionan las diversas desdichas que la Biblia, ya desde las primeras páginas, indica como consecuencia del pecado. (…)
Dios mismo ha venido para salvarnos, para salvar al hombre del mal, y esta venida de Dios, este Adviento que celebramos con tanto regocijo en las semanas previas a la Navidad, tiene un carácter redentor. No se puede pensar en el límite puesto por Dios mismo al mal en sus diferentes formas sin referirse al misterio de la Redención.

Juan Pablo II

Publicado en Alfa y Omega