La abolición de la moral como abolición del ser humano,C.S. Lewis (extracto)

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(…) le envió un ejemplar de un libro de texto de lengua para la educación primaria, y la lectura de dicha obra insignificante le lleva a analizar los valores que desde la misma se transmiten a los niños, como síntoma de la posición ante la moral que se mantiene en determinados círculos intelectuales.

Luis Miguez Macho. EL SEMANAL DIGITAL


Clive Staples Lewis (Belfast, 29 de noviembre de 1898 – Oxford, 22 de noviembre de 1963), más conocido como C. S. Lewis (o Jack Lewis para los amigos), es un autor que nunca ha sido relegado al olvido en el mundo anglosajón. En cambio, en nuestro país su figura y su obra sólo han empezado a popularizarse gracias al cine, primero con el estreno en 1994 de Tierras de penumbra, una conmovedora y hermosa película dirigida por Richard Attenborough y protagonizada por Anthony Hopkins que ilustra un episodio concreto de su vida, y después con la adaptación cinematográfica por la Disney de parte de su heptalogía Las Crónicas de Narnia. También su estrecha amistad con J.R.R. Tolkien ha ayudado a esa popularización, en el marco del revival tolkieniano que vivimos desde hace algunos años.

Lewis, profesor de lengua y literatura inglesa en Oxford y, por tanto, colega de Tolkien, tiene dos facetas como escritor que son las que le han dado fama: la de autor de literatura infantil, en la que se enmarcan las citadas Crónicas de Narnia, y la de apologista cristiano. En efecto, tras su conversión desde el ateísmo al anglicanismo (en realidad, a una modalidad de anglicanismo muy cercana al catolicismo), se transformó en un reputado apologista cristiano y de los principios de la ley natural o moral tradicional. En este último terreno nos ha dejado como legado una de las más elocuentes defensas de esos principios que se han escrito en nuestros días y para el mundo en que vivimos, el ensayo La abolición del hombre.

La imposibilidad de un orden objetivo de valores distinto del representado por la moral tradicional

Los problemas que Lewis detectaba en 1943, que es de cuando data esta obra, han eclosionado en toda su plenitud tras la ruptura cultural que supuso el movimiento de Mayo de 1968, y sus consecuencias últimas las estamos padeciendo hoy en el contexto del post-marxismo. En pocas palabras, La abolición del hombre trata de la cuestión de si es posible una moral alternativa a la tradicional o si, por el contrario, la destrucción de los principios de ésta equivale a negar la existencia de valores objetivos y, en último término, a negar al hombre.

Lewis parte para su reflexión de una anécdota que podría parecer trivial, pero que está llena de significado en la España de nuestros días: alguien (los autores o el editor) le envió un ejemplar de un libro de texto de lengua para la educación primaria, y la lectura de dicha obra insignificante le lleva a analizar los valores que desde la misma se transmiten a los niños, como síntoma de la posición ante la moral que se mantiene en determinados círculos intelectuales. Esa posición, caracterizadora de la crisis de la modernidad, consiste en la negación de la existencia de valores objetivos, es decir, externos a la subjetividad de la persona y válidos por sí mismos, y se basa en la imposibilidad de que los principios morales tradicionales superen un juicio de racionalidad, entendida como la razón teórica propia de la lógica y de las ciencias naturales.

En la formulación inicial de esta crítica, que es la que todavía se mantenía en 1943, no se pretendía impugnar toda la tabla de principios y valores que llamamos ley natural, moral tradicional o, en el término oriental que le gusta emplear a Lewis, tao (es decir, camino). Lo que se ponía en cuestión era su fundamento «natural» (natural en el sentido de que este tao estaría enraizado en la naturaleza humana, como lo probaría el que haya sido mantenido por todas la civilizaciones dignas de tal nombre), así como rechazar alguno o algunos de sus principios y valores.

Ahora bien, y ésta es una de la tesis centrales del ensayo de Lewis, es fácil darse cuenta de que, una vez destruida la base, el mismo razonamiento disolvente que conduce a negar cualquiera de los preceptos de la ley natural o moral tradicional puede aplicarse a todos los demás, con lo que se acaba desembocando en el puro nihilismo. En este sentido, el autor pone de relieve que el que los principios y valores de la ley natural o moral tradicional no puedan superar el juicio de falsación de la razón teórica no implica que no se ajusten a otro tipo de racionalidad, la que conocemos como razón práctica.

Por supuesto, Lewis tiene buen cuidado en distinguir la crítica al tao externa al mismo, es decir, formulada desde la negación de su fundamento, de la crítica interna, que parte de la aceptación de aquél y lo que busca es perfeccionarlo. Es cierto que hay supuestos fronterizos en los que es difícil trazar los límites entre ambos tipos de crítica, pero en la mayoría de los casos la diferencia es clara, y en ella sustenta la obra de todos los grandes reformadores morales que la humanidad ha conocido.

Las consecuencias del nihilismo

Este extraordinario ensayo de Lewis se cierra con la discusión de un último punto que presenta especial interés en la actualidad. Bien, podría decirse, admitamos que impugnando el fundamento de la moral tradicional o negando la validez de cualquiera de sus principios estamos destruyendo la posibilidad de un orden objetivo de valores; ¿y no podría pasarse la humanidad sin éste?

La respuesta es también evidente. Si no hay un orden objetivo de valores al que obedecer, lo que resulta no es la libertad, como falazmente se quiere presentar por los impugnadores de la moral tradicional, sino, bien el contrario, el sometimiento al puro arbitrio de quienes están en posición, desde las diferentes tribunas de poder que existen en la sociedad, de dirigir las mentes (los «Manipuladores», como les llama Lewis).

Lo que resulta, en definitiva, es un gigantesco experimento de ingeniería social que ya se está produciendo hoy en las sociedades occidentales desarrolladas, en el cual los manipulados ven degradada su condición humana, pues, en vez de someterse a un camino común que se impone por igual a gobernantes y gobernados, a ricos y pobres, a cultos e incultos (y en eso y no en otra cosa radica la verdadera libertad moral del hombre), lo hacen a la voluntad de un amo como animales. Así, la abolición de la moral acaba siendo la abolición del ser humano.