La asociación «Europa Laica»: principal promotora del laicismo en España

1933

Víctor Guerra García es miembro del Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española. Ha publicado la «Aproximación a la masonería gijonesa de los siglos XIX y XX» Es fundador de la asociación «Europa Laica» que, como puede verse en su página web, promueve fundamentalmente los ataques a la Iglesia Católica.

Algunos nombres de «Europa Laica»:

  • Gonzalo Puente Ojea, presidente de honor.
  • Juan Francisco González, presidente.
  • Francisco Delgado Ruiz, vicepresidente. Diputado constituyente y senador, ha presidido la Confederación Española de APAS (CEAPA) y ha sido miembro del Consejo de Administración de la Asociación Europea de Padres. Autor en 1997 de La Escuela Pública Amenazada.

En la carta fundacional de «Europa Laica» puede leerse: «Nuestra asociación se define como laicista, entendiendo por laicismo la defensa del pluralismo ideológico en pie de igualdad como regla fundamental del Estado de Derecho y el establecimiento de un marco jurídico adecuado y efectivo que lo garantice y lo proteja frente a toda interferencia de instituciones religiosas».

A continuación, publicamos un artículo del fundador de «Europa Laica», no porque compartamos sus ideas, sino para mostrar su sectarismo antirreligioso.

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Europa y su dimensión

Victor Guerra García
Fundador de la asociación «Europa Laica»

Mientras estamos emporcados en temas del ombligo local, tan interesantes como apasionantes: el tema del vídeo de los directivos del Sporting y demás zarandajas; la carrera por el futuro cargo político que empieza a desprender del guindo electoral algún que otro lirón que se había dormido en las ricas mieles de la cosa pública; y alguna que otra discusión casera.

Se está dando en otros ámbitos, -a los cuales habremos de subir casi en marcha,- un debate acerca del ser y la razón de Europa.

Ya en su momento perdimos un debate, del cual se han enterado muy poquitos, y menos han sido los que han participado, o han tenido la posibilidad de participar en la elaboración de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, cuya piedra de toque fue la introducción dentro del texto legislativo por parte de las instituciones y autoridades eclesiásticas la cuestión de Dios y la herencia cristiana. Lo cual puso en marcha a todo el movimiento laicista y librepensador de Europa, que logró que se pospusiera tal cuestión, puesto que no había acuerdo y había riesgo de grandes exclusiones.

El ajedrez que supone la UE es tan distinto en Francia y en Inglaterra, donde la cultura laicista y el propio movimiento ateo y agnóstico tienen cierta potencia y manejan con habilidad sus mecanismos de defensa y se diferencian como del cielo a la tierra, con relación a otros países de la UE, como Irlanda o Polonia, pues éstos todavía siguen mezclando en su realidad cotidiana argumentos religiosos y políticos, manteniendo levantada la bandera de que no contemplar tal herencia es la destrucción de su identidad católica.

A esta corriente se ha sumado España, que ha ido como a la chita callando detrás de dichos argumentos con temas como el aborto, el divorcio o la eutanasia como banderín de enganche.

Pues bien, mientras seguimos metidos en nuestras tareas cotidianas, en discusiones más o menos estériles sobre tribus y patrimonios históricos y cunas de nobleza, se nos vuelve a hurtar a los ciudadanos el debate sobre la futura Constitución Europea y se sigue en ese emperramiento de la inclusión de la referencia a Dios, de la herencia de la fe cristiana en una Europa que se construye a base de ir vinculando entre sí a diversas naciones por un conjunto de acuerdos y de instituciones laicas.

Una Europa donde, además, hay 10 millones de musulmanes y sólo un 15 por ciento es «regularmente practicante».

Por tanto, debemos eludir aquellas propuestas que tienen como objetivo el debilitamiento, la reducción o la división, recreando condiciones de turbación y conflictos pasados que buscan reforzar en una buena parte de la población europea la más extremista y fundamentalista, que se cierra sobre sí misma en una identidad cerrada, como si de una clonación religiosa se tratara, al margen, claro está, de una Constitución Europea que debe, por encima de todo, proclamar la libertad de conciencia.

Creo que ése es el crisol que hay que cuidar y en el cual nos educamos los masones en cuyas logias nos reunimos ciudadanos libres, religiosos, incrédulos y hasta «estúpidos ateos» que trabajamos en nombre de un bien supremo, en nombre de la libertad de conciencia, y ésta no puede propagarse desde la coacción, sino desde la emancipación de los conocimientos y de las personas.

Por tanto, la Constitución Europea debería garantizar el ejercicio libre de los cultos y proteger el espacio de libertad necesario de éstos, pero también de los que escogen otras opciones, construyendo una Europa donde la identidad política sea independiente, donde se respete la identidad cultural de los pueblos de Europa que la forman.

Pueblos que tienen un rico paquete de factores armónicos y de alianza, como pudieran ser la primacía del derecho europeo, una Comisión independiente, un Parlamento europeo, un mercado y hasta una moneda única, que son el basamento para articular una Constitución neutral en lo político y en lo religioso, sin injerencias y sin querer constitucionalizar las raíces cristianas de Europa.

Éste ha sido, pues, un debate que sólo se ha visto en los grandes medios de comunicación y por algunos miembros de la clase política e intelectual, pero éste debe bajar a la calle, a la sociedad civil, que tiene el derecho a participar activamente en algo que le concierne y que le va regir en un futuro no demasiado lejano.

De no hacerlo, tendremos que darle la razón a Herrero de Miñón cuando dice que es dudoso que la Unión Europea esté madura para darse una verdadera Constitución. Si no empezamos a trabajar la piedra, nunca tenderemos el edificio.