La centralidad de las víctimas

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Toda la sociedad española tenemos una deuda con las víctimas del terrorismo de ETA. Las debemos el que no hayan dado una respuesta violenta a los crímenes salvajes sufridos en sus vidas; evitando de esta forma una violencia desatada que habría sumido a España en una situación de guerra.

Las víctimas han asumido de forma silenciosa su sufrimiento y han sido testimonio de lucha sacrificada, en muchas ocasiones con el silencio cómplice del resto de la sociedad. Nos siguen interrogando las palabras que aparecían en una exposición sobre el terrorismo de la Fundación Tomás Caballero: “No basta con estremecerse ante el cadáver apenas oculto por una manta, o ante el gesto inconsolable de una viuda; es preciso que todos nos preguntemos a continuación donde estábamos entonces, qué hacíamos, cuánto tiempo tardamos en descubrir que aquel crimen y aquel dolor, también formaban parte de nuestras vidas. Todos estamos retratados en estas escenas, aunque sea por omisión”.

Es inmoral pretender el perdón de las víctimas sin arrepentimiento alguno. Si se quiere la reconciliación en el País Vasco es necesario purificar la memoria, es necesario enfrentarse  todas las partes a las injusticias de los daños causados. No vale sólo un “alto el fuego permanente” (ahora no mato y olvidáis que antes maté), o sólo “un abandono de las armas”, o pretender ahora "poner el contador a cero" sin pedir el perdón a las víctimas, sin enfrentarse todas las partes a las injusticias de los daños causados. Hablar de “paz” sin “justicia” es siempre una inmoralidad, oculta la injusticia cometida, y al pedir resignación a la víctima, le niega sus derechos y su dignidad.

Pero además de por el respeto a las víctimas, es una acción de justicia el poner a las víctimas en el centro, es un deber político solucionar los problemas reales que ha dejado la violencia si queremos que la justicia presida la política democrática.

Nos sumamos a las palabras de Reyes Mate en su artículo “El último testigo” publicado en el anterior número de nuestra revista: “el único discurso que cabe, si quiere estar a la altura moral de las exigencias políticas del momento, es el que esté construido sobre la centralidad de las víctimas, la solidaridad con el sufrimiento real que tiene causas y causantes, y el rechazo de la violencia, no porque conviene, sino por principio. Si las víctimas ocupan el centro es porque ellas encarnan los múltiples daños del terrorismo a los que necesariamente tiene que enfrentarse desde ahora una política sin ETA”.