La conversión científica del llamado «Rey del aborto»

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Después de ser uno de los principales promotores de la legislación del aborto en los Estados Unidos, hasta el punto de ser conocido en Nueva York como ´el rey del aborto´, el Dr. Bernard Nathanson experimentó un cambio radical. El conocimiento de los avances médicos que demuestran la existencia de una vida humana en el feto le abrió los ojos. Un hombre que ha realizado personalmente casi cinco mil abortos, afirma ahora: ´Dramáticamente tengo que reconocer que el feto no es un trozo de carne: es un paciente´.

CONFERENCIA PRONUNCIADA POR EL DOCTOR BERNARD NATHANSON.

I. Una amiga embarazada

Mi interés por el aborto comenzó a raíz de mi paso por la Facultad de Medicina y de la experiencia, casi obligada, de tener una amiga que quedó embarazada. En aquella época era casi imposible obtener un aborto; finalmente lo logramos, pero el sujeto que lo realizó era un charlatán que por poco la mató. Después siguieron algunos años de práctica en obstetricia y ginecología ocho años, para ser exacto. Fue entonces cuando se despertó en mí una gran sensibilidad por lo penoso de la situación de aquellas mujeres que se exponían a lesiones graves e, incluso, a la muerte, en los abortos practicados clandestinamente. Y en el período siguiente, de 1957 a 1967, ejerciendo ya como médico, me reafirmé en mi creencia de que era necesario cambiar las leyes que prohibían el aborto, por considerarlas restrictivas e injustas.

II. El éxito de una campaña propagandística.

Así que en 1968 organicé un grupo llamado Asociación Nacional para la Renovación de las Leyes del Aborto. A nuestros contrincantes los cogimos durmiendo. En esta organización, que unió todas las fuerzas que había entonces en pro del aborto, ideamos una serie de tácticas para nuestra campaña. Le dijimos al público que de diez a quince mil mujeres morían cada año debido a los abortos clandestinos. De hecho, sabíamos por nuestras investigaciones que el número era más bien de doscientas o trescientas. Inventamos también lemas sumamente persuasivos y agresivos, como «la mujer tiene derecho al dominio de su propio cuerpo», «libertad de elección», «la conspiración católica» y otros similares. Tuvimos un éxito extraordinario.

Trabajamos con un presupuesto de siete u ocho mil dólares anuales, echamos por tierra la ley en el Estado de Nueva York en dos años. Gracias a una telaraña de mentiras y calculada intriga, logramos tener, por vez primera en Estados Unidos, una ley que permitía absolutamente el aborto. Hicimos de Nueva York la capital del aborto en el país, mientras que mis colegas me calificaban en la prensa como el «rey del aborto».

Por supuesto, no nos consideramos satisfechos simplemente con haber logrado la despenalización del aborto. Aspirábamos a poner en marcha toda una operación masiva, que permitiera a cualquier mujer –también a las pobres- obtener un aborto barato, rápido y seguro. Y establecimos una clínica bajo el nombre de Centro de Salud Sexual y la Reproducción, un eufemismo bastante bueno para lo que a fin de cuantas se convirtió en matadero.

Durante la época en que fui director de la clínica se practicaron 60,000 abortos, aproximadamente 120 diarios. Yo mismo, personalmente, he realizado cerca de cinco mil abortos a lo largo de mi vida. La clínica generaba uno ingresos de cinco millones de dólares anuales. De hecho, entonces era la única instalación de ese tipo.

De 1970 a 1972, atraíamos a mujeres de la mitad Este de los Estados Unidos, y jamás volverá a darse una experiencia tan concentrada en un solo punto, ya que la sentencia de Tribunal Supremo (en 1973) levantó las restricciones al aborto en todos los Estados.

III. El ataque contra la iglesia Católica

Otra táctica muy importante fue presentar la oposición al aborto como injerencia de la iglesia Católica. No se trataba de fustigar al Papa porque el centrar la atención en un solo hombre podría despertar una reacción de simpatía. Desechamos también condenar a todos los católicos porque esto diluiría el tema demasiado. Además, íbamos a necesitar algunas mujeres católicas para llevarlas al frente, como escudo, para que dijeran que estaban a favor del aborto. Y así lo hicimos. Por eso concentraremos el ataque en los obispos y altas jerarquías, un grupo lo suficientemente reducido para que absorbiera el castigo y lo bastante amplio para que fuera obvio.

Ahora pienso que si en la propaganda de aquellos años, en la que arremetíamos contra la Iglesia Católica, hubiéramos sustituido la palabra «católica» por la palabra «negro» la opinión pública nos hubiera aplastado. Pero entonces se había puesto de moda fustigar a la Iglesia Católica, y nos aprovechamos de ello.

Para que un lema sea eficaz debe esgrimirse un argumento. En este caso, el de que la Iglesia no debe inmiscuirse en los asuntos del Estado. Sin embargo, todos sabemos que Martín Luther King era un ministro protestante y llevó a cabo una de las revoluciones sociales más profundas en los Estados Unidos. También recordaremos que algunas de las personas más activas en la abolición de la esclavitud en Boston fueron miembros del clero. También escucharán ustedes que el aborto es un problema médico, que debe dejarse en manos de los doctores. Pero el que el aborto sea una técnica médica no lo convierte en un problema médico, del mismo modo que la pena de muerte no es un asunto de los ingenieros electricistas por el hecho de que se use la silla eléctrica.

Cada año se practican en Estados Unidos 1,300.000 abortos, a un promedio de 350 dólares por aborto, hacen 500 millones de dólares anuales, que van a parar a los bolsillos de los médicos y de los responsables de las clínicas. Dejar una cuestión como la del aborto en manos de los más interesados en ella económicamente es locura e irresponsabilidad.

IV. La farsa del aborto terapéutico

También tenemos bastantes experiencias en Nueva York sobre los comités del «aborto terapéutico», cuando antes de 1970 el aborto sólo era posible por necesidad médica. Estos comités, formados por tres doctores en cada hospital, dictaminaban sobre la validez de cada solicitud de aborto.

Aquellos comités bien pronto se convirtieron en una farsa. Las solicitudes de aborto iban invariablemente acompañadas de dos certificados extendidos por psiquiatra, manifestando que la mujer en cuestión tenía tendencias suicidas a causa del embarazo. Naturalmente, siempre que tenía una paciente que deseaba abortar, la enviaba a dos psiquiatras amigos míos. Estos extendían los certificados acostumbrados –una tarea rutinaria que no les llevaba más de cinco minutos- y cobraban los cien dólares acostumbrados. Yo enviaba los informes al comité que los revisaba, les estampaba su sello y la paciente obtenía rápidamente el aborto solicitado. Los comités eran algo absolutamente vacío, invitaban al descrédito y al abuso de la ley, y cuando ésta fue abolida en 1970 se desbandaron.

Otro dato ilustrativo sobre el llamado «aborto terapéutico» es el cambio que se produjo en 1976, cuando el Congreso aprobó una enmienda en virtud de la cual sólo podrían ser financiados con fondos públicos los abortos motivados por violación, incesto o porque estuvieran en peligro la vida de la madre. En pocos meses, el porcentaje de abortos sufragados por el Estado cayó a un 2%. Estaba claro que la inmensa mayoría de los abortos no respondían a ninguna «necesidad medica».

V. Los avances científicos me abrieron los ojos

Renuncié al cargo de director del «Centro de Salud Sexual y la Reproducción» a fines de 1972, no porque estuviera desilusionado del aborto o porque tuviera serias dudas, sino porque tenía demasiados compromisos, estaba minando mis fuerzas y me sentía casado.

Cuatro meses después me pidieron que organizara y dirigiese el servicio de embriología y perinatología en el hospital St. Luke’s, uno de los más importantes de Nueva York, perteneciente a la Universidad de Columbia. Esta unidad engloba las disciplinas médicas que estudian el ciclo de vida, los hábitos, la psicología, la sensibilidad y la fisiología del feto. Esta nueva rama de la Medicina ha sido posible gracias a los logros de ciertas tecnologías, como el ultrasonido, la inmunoquímica, el marcador de corazón de feto y otras técnicas muy complejas. Allí tuve ocasión de entrar en contacto con estos avances que han venido a arrojar luz sobre el obscuro campo de la vida del feto.

Cuando era estudiante de Medicina en la Universidad de McGill de Canadá, manejábamos un libro de texto conocido como Williams. Todavía hoy es un texto clásico en medicina. La edición que yo utilicé era 1947, hacía la octava y tenía 22 páginas dedicadas al feto, del total de 750 u 800 páginas de que contestaba el libro. Actualmente se encuentra en su decimosexta edición, publicada en 1980. Tiene 137 páginas sobre fisiología del feto y otras 127 sobre diagnósticos de enfermedades embrionarias, esto hace aproximadamente una tercera parte del libro, lo que es un índice de la importancia que ha cobrado el estudio del feto en los últimos ocho o diez años, desde que se constituyó la ciencia de la embriología.

Desde que comprobé con absoluta claridad, gracias a nuevas técnicas, que el feto respira, que duerme con unos ciclos de sueño perfectamente definidos, que es sensible a los sonidos se ha comprobado que reacciona de distinta manera ante diferentes tipos de música, al dolor y a cualesquiera otros estímulos que ustedes y yo podemos percibir, me resultó insoslayable que el feto es uno de nosotros, de nuestra comunidad, que es una vida: una vida que debe ser protegida. Incluso mujeres que están decididamente en pro del aborto, cuando estén embarazadas y se someten a pruebas tales como un ultrasonido, saldrán impresionadas. Es tremenda la sacudida que se recibe al ver al feto tan cerca, en el monitor, moviéndose, respirando, chupándose el dedo o rascándose la nariz ya a los dos meses y medio o tres de vida. Es una revelación conmovedora, y estoy convencido de que pasar por esta experiencia se convertirá en el argumento más poderoso para detener la matanza.

La falsedad de los lemas abortistas

¿Qué queda, pues, de los slogans abortistas? Tomemos ése de la «Libertad de elección». Todos estamos a favor de la elección. Siempre y cuando, claro está, que la elección sea una elección ética. Si una de las alternativas no es éticamente aceptable, la elección no soporta el escrutinio: de hecho, no es una elección, y por tanto, la «libertad de elección» es lema vacío. Supongamos que estoy en quiebra: puedo elegir entre trabajar para pagar dinero, o robar un banco, o asaltarle a usted para quitarle la cartera; pero las dos últimas no son elecciones éticas.

El del «derecho al dominio del propio cuerpo» es otro lema de gran atractivo. Hoy gracias a la inmunología, se sabe con absoluta certeza que el feto no es una gran parte del cuerpo de la madre. Los glóbulos blancos de la sangre son capaces de reconocer cualquier cuerpo extraño al organismo y de poner en marcha los mecanismos de defensa para destruirlo. Cuando el feto se implanta en la pared del útero, el sistema inmunológico materno reacciona para expulsar al intruso, pero, naturalmente, el feto está dotado de un delicado método de defensa ante esta reacción. En algunos casos la defensa no es tan eficaz como debiera, y el feto es expulsado y se malogra. Esto muestra que el feto no es una parte del cuerpo de la madre. Simplemente está ahí como huésped de paso y ella no puede disponer sobre él.

VI. «No soy un hombre religioso»

No soy un hombre religioso; de hecho no he estado en un templo desde los trece años. Pero si quiero decirles que hemos de detener ese proceso ineficaz y destructivo, cuyo resultado es una mayor disolución de la familia. Debemos reafirmar el amor entre nosotros, especialmente para el ser más pequeño e indefenso. Ahora veo el aborto como un mal, indefendible éticamente, a la luz de nuestros actuales conocimientos sobe el niño aún no nacido.

Dr. Bernard Nathanson

Extracto de la conferencia pronunciada por Bernard Nathanson en Canberra (Australia) en febrero de 1981, patrocinada por la Asociación Para el Derecho a la Vida.

Testimonio del Doctor Bernard Nathanson en el VII congreso internacional de conversos

El Dr. Bemard Nathanson dio un giro en redondo en su trayectoria el día en que vio latir el corazón de un embrión en un monitor. Desde entonces es uno de los mayores defensores del derecho a la vida. Convertido al catolicismo, su trabajo pro vida le sale «del corazón y del alma, no sólo del cerebro». Ahora consagra sus energías a la defensa de la vida humana.

Explicó que dirigía la «mayor clínica abortista de Occidente, en Nueva York. Tenía 35 médicos a mi cargo, con 85 enfermeras. Hacíamos 120 abortos cada día en 10 quirófanos… Durante los 10 años en que fui director, realizamos 60.000 abortos. Además, supervisé 10.000 y personalmente realicé 5.000. Tengo 75.000 muertes inocentes en mi haber».

Conocido como el «rey del aborto», «tenía barcos, avionetas, fincas, mujeres… pero era todo en base a una gran mentira, la mentira de que la persona en el vientre materno no vale nada», reconoció. Hijo de un prestigioso médico judío especializado en ginecología, «me crié judío, 3 veces a la semana iba a la escuela judía. Mi padre, educado como judío pero alejado de la fe, me preguntaba por lo que yo aprendía, se reía de mí y ridiculizaba lo que me enseñaban… A los 13 años, tras la ceremonia de entrada en la vida adulta judía, dejé de acudir a la sinagoga. Era un judío ateo».

Así describió el primer eslabón de una cadena interminable: «Tuve mi primera experiencia con el aborto en la universidad. Mi novia se quedó embarazada, y nos parecía imposible casarnos. Mi padre me dio dinero para pagar el aborto, ilegal, que se complicó. Ella estuvo a punto de morir. Yo la cuidaba, y me llenaba de indignación social contra el aborto ilegal».

«Años después -continuó- otra novia mía se quedó embarazada. Ella no quería abortar pero yo la persuadí. Quería el mejor abortista, y ése era yo: lo hice y así ejecuté a mi propio hijo, fríamente, sin sentimiento, otro procedimiento quirúrgico más para mí».

El Dr. Bernard Nathanson fue cofundador de la Liga de Acción Nacional por el Derecho al Aborto: «Tuvimos éxito: en dos años conseguimos destruir la ley de Nueva York que penalizaba el aborto desde 1829. Pero el aborto legal no bastaba: debía ser barato, seguro y humanitario… En esa época no sabíamos nada del feto, no teníamos forma de medirlo, ni verlo, ni confirmar su humanidad. Nuestro interés se centraba en la mujer, no en el bebé, pero cuando dejé la clínica y fui director de obstetricia en el Saint Luke Hospital de Nueva York, algo cambió… Allí empezábamos a tener la tecnología con la que hoy contamos. Por primera vez pudimos estudiar al ser humano en el vientre y descubrimos que no era distinto de nosotros: comía, dormía, bebía líquidos, soñaba, se chupaba el dedo, igual que un niño recién nacido. La verdad era que esto era un ser humano con dignidad, dada por Dios, que no debía ser destruido o dañado».

El médico se convirtió a la defensa de la vida después de estudiar al feto durante 3 ó 4 años: «Cuestioné el aborto con conferencias e hice dos películas. En una se veía un aborto real, un niño de 12 semanas aspirado hasta la muerte. Se veía cómo le succionaban brazos y piernas, se rompía el tórax, etc. Era muy fuerte… Los pro aborto dijeron que era un montaje. Les he animado siempre a que, si piensan así, hagan ellos su propia película de un aborto real, con sus propias imágenes. Nunca lo han hecho, porque saben muy bien lo que se vería».

Pero a la transformación de Nathanson faltaba todavía algo importante, según él mismo relata: «A principios de los ochenta yo tenía dinero, propiedades, bodegas, tres matrimonios fracasados, un hijo trastornado y 75.000 víctimas… Negaba que hubiese otra vida, pero sabía que la había. Deprimido, pensaba en el suicidio. Conocí entonces a un sacerdote pro vida y empezó un diálogo de siete años. Él fue mi guía, mi Virgilio en el infierno… Me convencí de la verdad, de que la gran mentira ya no dominaba mi vida. Ahora mi trabajo pro vida salía del corazón y del alma, no sólo del cerebro».

«A menudo se plantea el tema del aborto como libertad de elección de la mujer. Pero una persona no puede elegir quitar la vida a otra. No es posible hablar del derecho a elegir, porque se trata del mandamiento, » ¡ No matarás !».

“Voz de los sin Voz” ha editado la autobiografía y conversión del llamado “rey del aborto”. La colaboración económica es de tan sólo 1,20 euros. Puedes solicitar un ejemplar en nuestra dirección de correo: Formulario de contacto o en Avda. Monforte de Lemos 162. Librería Dersa, 28029, Madrid, España. Tef: 91.3734086. También está a tu disposición el video por la vida que hizo famoso al Doctor Bernard Nathanson: “El grito silencioso”. La colaboración económica es de 3,60 euros más costes de envío…