Moumouni Manacounou denuncia que la importancia en España no es el color con el que se mira, sino el idioma en el que se habla. Así nos lo cuenta con la siguiente carta al director.
Soy, como denominan los medios de comunicación, un «subsahariano«. Un «subsahariano» indignado por el comportamiento de algunas personas europeas.
Hace dos años y medio vine a Barcelona, gracias a una invitación para pasar aquí mis vacaciones ofrecida por una española que había conocido en mi país, Burkina Faso. Habíamos vivido momentos excelentes y entrañables allí, pero cortos, y de vuelta, ella me invitó. Es así como vine, para pasar unas bonitas vacaciones, con maravillosas personas que conocí aquí. Después de tres meses, volví a mi país.
Pero la española y el «subsahariano» se habían enamorado, así que decidieron vivir juntos, no importaba el lugar. Por la profesión de mi futura mujer, nos pareció más oportuno quedarnos aquí, por lo menos de momento, con lo que iniciamos un surrealista camino en busca de los papeles que me «definiesen» como «legal«. Finalmente, después de ver que conseguir papeles a través de un trabajo era casi una utopía, decidimos casarnos. Hoy hace dos años que vivo en Barcelona, y soy padre de una niña de un año.
Con los acontecimientos de Ceuta y Melilla he visto cómo Europa se desenmascaraba, he vivido la ignorancia de las personas. He descubierto la insolidaridad humana y la falta de educación. En el metro, en el bus, en el tren, siempre hay esa mirada acusadora que pregunta qué haces tú aquí. Te miran y te juzgan de la peor de las maneras. Muchas veces, la gente te rehúye, sujetan sus bolsos, se sienten inseguros por tu presencia. Te acusan sin darte opción a expresarte.
Incluso un colega de trabajo, de unos 50 años, me preguntó el otro día que cuándo había pasado la valla de Melilla para llegar hasta aquí. Callé. Hubiera sido mejor contestar al momento, lo sé, pero la educación africana nos impide faltar el respeto a una persona mayor.
He constatado, además, que la discriminación no es de orden racial, sino que se trata de racismo económico. Recibo un buen trato cuando me confunden con americano o británico. Incluso, aunque parezca broma, cuando llevo el bolso cruzado, como si fuera un turista. Es triste, pero es así. No sé cómo son las cosas en el resto de España, pero aquí, en Barcelona, eres más respetado cuando entras en los cafés y te diriges en inglés o francés, puesto que cuando hablas en español desvelas que eres un «subsahariano«. Desgraciadamente, es el complejo que sienten algunos lo que los convierte en irrespetuosos.
Una falta de respeto que se potencia en los medios de comunicación, que han tomado la palabra «subsahariano» como sinónimo de hambre, pobreza, enfermedad y falta de dignidad. Un término geográfico que busca definir personas como un grupo homogéneo que no tiene otros objetivos que «intentar saltar la valla«.
Espero que esta carta dé respuestas a muchas personas incultas e ignorantes.
Moumouni Manacounou