La educación en el nuevo orden mundial

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Por Manuel Araus

Hay muchas instituciones internacionales empeñadas en convertir el sistema educativo en un negocio rentable. Ninguna industria se levanta sobre unos materiales tan sólidos ni tan frágiles. Números y palabras, textos y voces, ideas y pensamientos,…capital humano. Hoy.  Para un inversor que busca cómo colocar su dinero es un universo de casi cinco billones de dólares. Pronto, en 2020, ocupará 6,5 billones (6,1 billones de euros). Se trata de un sector con 50 millones de trabajadores y, sobretodo, una clientela potencial de mil millones de alumnos y universitarios.

Aún tiene un margen muy importante de negocio fuera del sistema: 263 millones de niños que están fuera del colegio, 758 millones de analfabetos adultos y una distancia educativa de un siglo entre los países empobrecidos y los enriquecidos

Aún tiene un margen muy importante de negocio fuera del sistema: 263 millones de niños que están fuera del colegio, 758 millones de analfabetos adultos y una distancia educativa de un siglo entre los países empobrecidos y los enriquecidos. Tal vez entra dentro de los cálculos del propio nuevo orden mundial tener este “lumpen” de esclavos mientras se va realizando la transición “tecnológica” en la producción.

Cabe pensar que en el momento en el que se decida que tener a un niño o una niña en el sistema educativo es más rentable que tenerlo fuera, el Capital internacional hará desaparecer la desescolarización obligatoria en la que aún continúan sectores tan amplios. Y los cálculos ya están hechos: un minucioso trabajo de Bank of America Merrill Lynch nos descubre que invertir en educación resulta más rentable que hacerlo en Bolsa, que un dólar destinado a las aulas produce un retorno de diez y que si desapareciera la desigualdad entre hombres y mujeres la riqueza del globo aumentaría hasta en 28 billones de dólares. Y para escolarizar a todos los niños la UNESCO  calcula una inversión no excesivamente grande: el gasto militar de 8 días, unos 40 mil millones anuales en los próximos 15 años.

El proceso de mercantilización, capitalización, de la educación comenzó hace ya algunas décadas. Desde los años 1970 se nos viene preparando este terreno con algunos informes internacionales que apuntaban esta orientación dirigidos por la ONU-UNESCO. El más conocido es del Edgar Faure: Aprender a ser. La educación del futuro, que aún sigue siendo un referente. Pero cuándo realmente arrecia y aparece claramente la prioridad estratégica del sector educativo es en la década de los 90. En ese momento aparecen toda una retahíla de instituciones internacionales del ámbito económico a emitir directrices y a presionar ajustes políticos en las áreas motrices del desarrollo del neocapitalismo. El Banco Mundial publica en 1995 un documento titulado Prioridades y Estrategias para la educación que aboga por la expansión del sector privado en el sector “público”, entre ellos, el educativo. La Organización Mundial del Comercio, en su Acuerdo General de Comercios y Servicios del año 98, por “liberalizar” y comerciar con un servicio llamado educación, lo que implica, como todo lo que allí se negocia, su desregularización- privatización.

Al tiempo llegan los informes de la Comisión Europea ( InformesDelors) y, poco después, los de la OCDE, la impulsora de los ya famosos informes PISA en base a los cuáles se examina el nivel de “competencias” que ha logrado impulsar un sistema educativo en la línea que pide la “nueva economía” neocapitalista de la sociedad del conocimiento y, pronto, la inteligencia artificial.

¿Cuáles son los ejes de la mercantilización? Ya se planteó esta cuestión un conocido artículo de Nico Hirtt. Contra lo que pueda parecer, el proceso de mercantilización no siempre significa “privatización” de la titularidad de los centros o los servicios educativos. Este es, desde luego, uno de los ejes. Pero le acompañan, y en esto está la trampa en la que vienen jugando la mayoría de los postulantes a “innovadores educativos”, otros dos ejes: la formación del “empleado- trabajador” que necesita la nueva economía y la configuración del “consumidor- ciudadano global” que requiere que el engranaje del todopoderoso mercado se mantenga lucrativo y como un dios- absoluto al que nadie cuestione.

Esto significa evidentemente que los grandes agentes educativos de este momento, los que han realizado las campañas más incisivas e intensivas para hacer desaparecer el anacronismo de una escuela diseñada en el siglo XIX, sonlas grandes corporaciones transnacionales del sector tecnológico puntero: Google, Apple, Microsoft, Intel,… Sin olvidarnos de la empresa educativa por antonomasia: el grupo Pearson, auténtico baluarte de los famosos informes PISA auspiciados por la OCDE.

Pero esto significa también que la mayoría de  sistemas educativos “públicos”, los que tienen por titularidad al Estado, han venido realizando sin descanso progresivos procesos de reformas educativas en todas sus enseñanzas con el único objetivo de irse ajustando a las directrices que emanaban de estos sacroinformes nada neutrales que vienen emitiendo tanto las instituciones supranacionales (ONU, Unesco, BM, OCDE, UE, OEA,…) como los Libros Blancos encargados a mundialmente reconocidos expertos en educación, que sirven para dar legitimidad en cada “reforma” a lo que realmente importa de ellas: los ajustes que un plan de educación necesita para formar el “perfil” de persona que requiere a cada momento el Mercado.

Es más que significativo, de cara a comprender hasta qué punto los educadores estamos inmersos en este proceso inducido, el vocabulario que ha adquirido el lenguaje pedagógico más vanguardista: competencia, créditos, empoderamiento, emprendimiento, emprendedor, innovación, liderazgo, coaching , conectividad, trabajo colaborativo, trabajo en equipo, gestión emocional, capital humano,… y un largo etcétera de términos procedentes todos ellos de ese universo y entorno económico empresarial tan progresista que ha logrado la hazaña de convertir a las personas en “capital”, es decir, en mercancía.

Se trata de convertir a la educación en un proceso de formación de capital humano “autónomo”, “emprendedor”, con más capacidad de competir cuanto más “créditos” (títulos, idiomas, cursos, masters, concursos,…) hayas obtenidos en tu carrera por cumplir “tu sueño”. Más apto cuanto más capacidad de autoexplotarte, precarizarte, flexibilizarte, movilizarte y autocomplacerte… Lo que exige a continuación o convertirte en un adicto a la evasión- el filón de otra gran industria-, o convertirte en un adicto a los ansiolíticos- el negocio de la industria farmacéutica-, o ser cliente fijo de una terapia yogapsicológica o de mindfundless –la industria de la espiritualidad-. O simplemente suicidarte al comprobar que no vales nada o que, para conseguir tu “marca”, tu valor en el mundo, has tenido que renunciar a ser persona.

Evidentemente cabe plantearse la educación en otro sentido, en su acepción más promocionante, más vocacional, más humanista, más liberadora. Para ello hay que empezar a  sacudirnos esa desazón de estar siempre a rastras, con la lengua fuera, y llegando tarde y mal a todo lo que se nos presenta como lo más innovador y eficaz. Esto no será posible sin pararnos a escuchar, a mirar a los ojos de nuestros alumnos y caer en la cuenta de que estamos frente a personas, a mirar de frente nuestros fracasos: los descartados, los desertores, los que “no valen”.

Esto no será posible sin pensar, sin detenernos a analizar la realidad, el mundo que alguien está queriendo construir sin nuestro raciocinio y voluntad, sin leer y debatir, sin constituir grupos de reflexión serios, de larga duración, sin compromiso real con ese otro sentido solidario de la educación.

Artículo de la revista Autogestión