La epidemia silenciosa de la soledad

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La pandemia del coronavirus ha puesto imagen y voz a otra enfermedad más silenciosa que nos acompaña desde hace años y que no deja de crecer: la soledad.

       Por Grupo Social Autogestión

La soledad no deseada es un cáncer que lleva años acechando al mundo moderno. El número de las personas que se sienten solas sigue aumentando a escala mundial y la pandemia ha agrandado aún más este problema.

La Covid-19 está cambiando muchas cosas en todo el mundo, también en España. Una de ellas son los sentimientos y la vida social de las personas. El Informe España 2020, elaborado por la Cátedra José María Martín Patino de la Cultura del Encuentro de la Universidad Pontificia Comillas, así lo revela: la crisis provocada por el coronavirus ha provocado que el 11% de las personas consultadas en una encuesta propia confiese sentir soledad grave, frente al 5,2% que consideraba padecerla antes de la pandemia. Según este informe, la soledad en España ha crecido un 50%.

«La soledad vivifica, el aislamiento mata», escribió el abate Joseph Roux en 1886

«La soledad vivifica, el aislamiento mata», escribió el abate Joseph Roux en 1886. El peligro no es la soledad, sino el aislamiento, el encerrarse uno sobre sí mismo, quizá como consecuencia de las heridas recibidas en el trato con los demás.

En la era de las redes sociales, de la hiperconectividad, son cada vez más los que se sienten solos. Según el estudio en el que se basa el capítulo “La soledad del siglo XXI”, escrito por los profesores de Comillas CIHS, más del 21% de la población siente aislamiento social –el 26% leve y el 3% de modo intenso–, y un 21,1% carece de un grupo de amigos. Además, el sentimiento de soledad se dobla entre los jóvenes: se han sentido solos el 14,7% de los mayores de 60 años, el 18% de quienes tienen entre 30 y 60 años, y el 31% de los jóvenes menores de 30.

Problema de salud

Se ha vinculado la soledad con muchos problemas de salud graves, como la demencia, enfermedades cardíacas, trastornos del sueño, hipertensión arterial, depresión, accidentes cerebrovasculares… Otras investigaciones informan de que la soledad crónica puede ser tan o más peligrosa para la vida como la obesidad y el tabaquismo. Un estudio de la Universidad de Harvard incluso sugiere que la soledad puede aumentar el riesgo de muerte prematura en un 30 %, lo que la hace tan peligrosa como fumar 15 cigarrillos al día.
La soledad puede provocar una respuesta negativa del sistema endocrino y está ligada a un mayor riesgo de sufrir enfermedades como el cáncer o diabetes tipo 2.

Incluso está demostrado que quienes viven solos presentan un mayor riesgo de morir prematuramente. Según destaca el Dr. Vicente Ezquerro, médico especialista en Psicología y Psiquiatría en Zaragoza y miembro de Doctología, un caso de soledad puede convertirse en un problema médico, ya que el aislamiento implica un riesgo “gravísimo” en la salud de las personas. Con la soledad, explica el doctor, aumenta la tristeza, el cortisol (“la hormona del estrés”), y esa tristeza hace que empeore el sistema inmunitario. El aislamiento resta eficacia a la respuesta defensiva de nuestro organismo y, por ello, las personas que están solas ven mermadas la producción de anticuerpos y son más propensas a contraer enfermedades víricas.

La hipótesis detrás de este fenómeno es que los humanos evolucionaron para vivir en grupo, y cuando están aislados durante un período prolongado pueden sentirse inconscientemente amenazados y permanecer en un estado de «hiperalerta», desencadenado por el sistema simpático.

Los sentimientos prolongados de soledad y de aislamiento social pueden, además, reducir las destrezas cognitivas, como la concentración, toma de decisiones, solución de problemas e incluso la capacidad de cambiar los pensamientos negativos. Y esto puede llevar a la depresión, y en algunos casos al suicidio.

Las causas del malestar de nuestra sociedad enriquecida, no son materiales sino inmateriales. A nivel global, todos los indicadores objetivos están en máximos: somos los más longevos, ricos, con mejor acceso a la educación, y estamos más protegidos contra el hambre, la violencia y la enfermedad. Somos la generación que disfruta de más lujos y comodidades de todas las que han pisado la faz de la Tierra, pero también la más angustiada y deprimida. Esta situación facilita el incremento de adicciones en nuestra sociedad.

Las personas vivimos por y para alguien, cuando no se vive para nadie, se pierde el sentido de vivir. Hay situaciones de deterioro gravísimas y no hay que estigmatizar el miedo a pedir ayuda y entenderlo como una necesidad básica.

Es importante que nadie se sienta excluido ni abandonado. La respuesta a esta soledad no deseada pasa por la solidaridad, una solidaridad que tenga en cuenta la dignidad de las personas como parte de una comunidad de amigos y familias.