El psicólogo Jonathan Haidt alerta de la sobreprotección de los adolescentes en su nuevo ensayo, en el que denuncia que las «malas ideas» están condenando a toda una generación de jóvenes al fracaso…
Jonathan Haidt muestra en un gráfico que el porcentaje de chavales de 16 años que ha probado el alcohol ha caído del 80% en 2000 a menos del 60%. También fuman menos que antes, conducen mejor y tardan más en perder la virginidad. «¿Qué crees que significan todos estos datos?», pregunta Haidt, de 55 años, como si estuviera en una de sus clases magistrales en la New York University.
- ¿Que sus padres pueden dormir más tranquilos? ¡En absoluto!
- Significa que, en vez de aprender a asumir riesgos sin supervisión adulta, estos chavales viven encerrados en sus casas y pegados a sus móviles. Nadie les está preparando para la vida real. Es una catástrofe. Fuente EL MUNDO
Esa es la tesis principal de La transformación de la mente moderna (Editorial Deusto), el último ensayo del psicólogo neoyorquino, escrito junto a Greg Lukianoff, abogado y defensor de la libertad de expresión. Aunque, en realidad, la sustancia del libro está en su subtítulo: «Cómo las buenas intenciones y las malas ideas están condenando a una generación al fracaso».
Las «buenas intenciones» son las de los progenitores que, a mediados de los 90, engendraron la llamada Generación Z, la inmediatamente posterior a la millennial. Son los llamados padres helicóptero, esos que llenan las horas de sus retoños con actividades extracurriculares para que entren en las mejores universidades y, a la vez, se obsesionan por ahorrarles cualquier trauma, real o imaginado, a costa de convencerles de que viven en un mundo aterrador. «Blindar a nuestros hijos de los traumas les provoca un daño irreparable», dice Haidt.
3 malas ideas inoculadas. 3 mentiras.
Para el psicólogo, las «malas ideas» son los pensamientos irracionales que los padres helicóptero han inoculado a sus hijos. Son tres: «Lo que no te mata te hace más débil» (la mentira de la fragilidad); «siempre confía en tus sentimientos» (la mentira del razonamiento emocional), y «la vida es una batalla entre buenas y malas personas» (la mentira del nosotros contra ellos).
Esta combinación letal de buenas intenciones y malas ideas no sólo condena al fracaso a una generación -la nacida a partir de 1995-, sino que, poco a poco, envenena a la sociedad en su conjunto. «En los últimos años, se han disparado la ansiedad, la depresión y el suicidio entre los adolescentes», detalla el libro. «La cultura de la universidad se ha vuelto ideológicamente uniforme, lo que impide que los alumnos aprendan de pensadores de un amplio espectro.
También han proliferado los extremistas a izquierda y derecha. Las redes sociales y los nuevos medios permiten que los ciudadanos se refugien en burbujas ideológicas, donde se siembra la polarización entre los miembros de ambos bandos…».
Preguntado por El Confidencial sobre las distintos «modelos de rebelión» universitaria.
P.En su libro sobre la revolución rusa, Richard Pipes contaba que esta empezó en realidad en 1899 cuando los estudiantes de San Petersburgo se manifestaron contra la obligatoriedad del latín y el griego. En 1964 la Universidad de Berkeley fue ocupada durante meses. Hace veinte años yo mismo era un estudiante politizado y, cada vez que venía a hablar alguien a la universidad que no nos gustaba, lo boicoteábamos. No es que esté orgulloso pero así era. Los universitarios siempre han sido emocionales y de izquierdas… ¿cuál es la novedad?
R. Tiene razón al señalar ese patrón recurrente. En cierto modo, las protestas en los campus actuales son como las de los años sesenta. Lo que ha cambiado es que muchas de esas protestas van acompañadas de la idea de que el orador o sus ideas van a dañar a los estudiantes. Hay un sentido de fragilidad que antes estaba ausente. Los estudiantes de los sesenta tomaban riesgos físicos, se enfrentaban a la policía… Hoy es muy distinto. Muchos de quienes protestan se escudan constantemente en su debilidad. Por otra parte, en los sesenta los estudiantes se alzaban contra injusticias que tenían lugar fuera de los campus como la lucha por los derechos civiles o la guerra de Vietnam mientras que hoy en Estados Unidos esas protestas tienen lugar contra las propias políticas universitarias y eso ocurre en unas universidades que ya son muy progresistas. Es extraño que los universitarios se vuelvan contra unos administradores que son ya muy izquierdistas para exigir políticas contraproducentes.
¿Qué es la generación Z?
La llamada Generación Z no sólo ha crecido habituada a las pantallas, sino conectada permanentemente a internet. Nacidos entre 1994 y 2010, fueron los primeros bebés en aparecer en las redes sociales de sus padres y aprendieron a interactuar con otros en el plano físico y en el virtual de forma casi simultánea. Hay estudios que afirman que los niños Zaprenden a manejar tabletas antes que hablar. Para ellos, los datos son parte de su alimento y la realidad online es realidad a secas.
Transtornos psicológicos
Haidt aduce un motivo para fiarse de su tesis: el hecho de que los trastornos psicológicos se hayan duplicado desde la llegada de los primeros miembros de la Generación Z a la universidad. ¿No será, simplemente, que han mejorado las técnicas de diagnóstico? «También se han disparado las cifras de ingreso por autolesiones, sobre todo entre las chicas jóvenes» replica. «Que nadie piense que esta generación son niños vagos o quejicas: simplemente, no les hemos preparado para afrontar la vida real»
Para Haidt, hay dos hechos clave que explican esta distorsión cognitiva. El primero fue la paranoia colectiva sobre los secuestros de niños que invadió EEUU a mediados de los 90, pese a que las estadísticas indicaban una caída de estos crímenes. De repente, estaba mal visto que los chavales de 10 años fueran solos al cole.
El otro momento crucial fue 2010, cuando el boom de los smartphones convergió con el de las redes sociales. «La vida social de los adolescentes cambió radicalmente», afirma. «En 2008, los chicos iban a casa de sus amigos después del cole y jugaban a su aire. En 2011, lo normal era que se encerraran en sus cuartos con sus teléfonos móviles».