A principios del siglo XX padecía el hambre el 37% de la humanidad. Hoy en sus diferentes grados afecta a 4.000 millones de personas, es decir al 80% de la humanidad.
Publicado el 11/12/2002 en la revista Autogestión
Vivimos en una sociedad donde se ha programado de manera científica y sistemática una guerra de los poderosos contra los débiles. Vivimos en una cultura de muerte donde una minoría banqueteamos y una gran mayoría muere de hambre. A principios del siglo XX padecía el hambre el 37% de la humanidad. Hoy en sus diferentes grados afecta a 4.000 millones de personas, es decir al 80% de la humanidad. En este siglo XXI que comienza se multiplicará la miseria y el hambre si no lo impedimos. Cada vez que respiramos mueren 5 niños de hambre. La organización de la ONU para la alimentación ha reconocido su fracaso. En el año 1996 estaba segura de reducir en 20 años los 800 millones de hambrientos a la mitad. Ahora reconoce que tardará en lograrlo casi 50 años más. El informe del PNUD del año 2000 indica que un 27% de la población mundial no dispone de agua potable. El planeta podría alimentar sin problemas a doce mil millones de seres humanos (el doble de los que somos) según el profesor Jean Ziegler y del comisionado de Naciones Unidas para el derecho a la alimentación y añade: «Las hecatombes del hambre no son productos de una casualidad, sino de un verdadero genocidio. por cada víctima de hambre existe un asesino» y analizando el problema hace la siguiente apreciación: «La Bolsa de Materias Primas Agrícolas de Chicago es la que, cada día laborable, fija los precios de los principales alimentos. Seis sociedades transcontinentales de agroalimentación y finanzas dominan esa Bolsa. Los precios que elaboran diariamente son, casi siempre, fruto de especulaciones.» (Le Monde diplomatique 20-11-2001).
Es nuestro deber no callar y señala que los hambrientos y empobrecidos del mundo no pueden esperar más, esto es una salvajada de nuestra civilización y todos somos responsables de este genocidio especialmente por nuestro silencio ante los amos del mundo.
El actual secretario de Naciones Unidas, Kofi Annan, ante el poder enorme de las oligarquías financieras transcontinentales y sus mercenarios de las instituciones de Breton Woods (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional) ha abandonado toda esperanza de poder reformarlos y de enfrentarse a la OMC (Organización Mundial del Comercio) y por ello suplicó, en palabras de Jean Ziegler, a los amos del mundo, reunidos en el Foro Económico Mundial de Davos. Este Foro reúne anualmente a los dirigentes de las mil sociedades transnacionales más poderosas. Para ser admitido en el «Club de los 1.000» (es el nombre oficial), se necesita reunir un imperio bancario, industrial o de servicios, cuya cifra de negocios anual sobrepase el millardo de dólares. El 31 de mayo de 1999, en la ciudad suiza de Davos, el secretario de Naciones Unidas les propuso la firma de un pacto global (de salvaguarda del medio ambiente, del empleo, de las libertades públicas, de justicia social, de relaciones Norte- Sur.). «El cordero pastó al lado del lobo. En Davos los señores le adoraron», dice el profesor de la Universidad de Ginebra, J. Ziegler, y continúa: «Aplaudieron en pie durante minutos al secretario general y su pacto. Y con razón. Cada compañía signataria tiene derecho a que todos sus prospectos, documentos, envíos publicitarios, etcétera, figuren en el logo blanco y azul de Naciones Unidas. Entre los firmantes figuran las principales sociedades transnacionales de la alimentación. Ni el Secretario General de Naciones Unidas, ejerce el menor control sobre la aplicación práctica de los principios del Pacto Global por las sociedades transnacionales que se adhirieron». Desde luego, el lobo no es vegetariano, ni acepta ningún control alguno en el gallinero del comercio mundial. Hay un consenso oculto a la opinión pública, que es una camisa de fuerza para los empobrecidos: privatizaciones y desregulación, ajustes presupuestarios estructurales y liberalización a ultranza de los mercados que hace que los fuertes sean más fuertes cada día. La actual crisis argentina, con un pueblo sufriendo penuria, desempleo y hambre, es un ejemplo de ello. El Premio Nobel de economía de 2001, Joseph Stiglitz, ha acusado al FMI de ser el gran culpable por haber insistido en políticas restrictivas: «El FMI intentará por todos los medios desviar la culpa: habrá acusaciones de corrupción y se dirá que Argentina no adoptó las medidas necesarias. Por supuesto, ese país necesitaba llevar a cabo otras reformas, pero seguir el consejo del FMI de aplicar políticas de ajuste del gasto sólo empeoró las cosas». El que fuera vicepresidente del Banco Mundial, añade: «Cualquier gobierno que aplica políticas que dejan a grandes sectores de la población desempleados o subempleados no está cumpliendo su misión primaria. Vender los bancos a extranjeros, sin crear las salvaguardas apropiadas, puede impedir el crecimiento y la estabilidad» (El País, 10-1-2002).
Jean Ziegler, reciente relator de Naciones Unidas para el derecho a la Alimentación, califica el hambre como un «genocidio silencioso» y de «crimen contra la humanidad». Así mismo no se anduvo con eufemismos cuando considera los supuestos esfuerzos internacionales para eliminar el hambre como un fracaso. Declaró que 100.000 personas mueren de hambre al día, a pesar de que según el Programa Alimentario Mundial, con los recursos hoy existentes se podría alimentar a varios miles de millones de personas más de los que hoy habitan el planeta. Declaró: «No se trata ni de fatalidad ni de ley superior o decreto de Dios, es un asesinato. Para cada víctima de hambre hay un asesino. Nos enfrentamos a una masacre deliberada, cotidiana, que ocurre en una especie de normalidad gélida».