La ideología no puede ocupar el núcleo de las convicciones de la fe

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Contexto: El escenario norteamericano ha quedado estremecido por el asesinato de George Floyd y por las movilizaciones de protesta contra el racismo en diversas ciudades.

Entrevistamos a Rodrigo Guerra, Doctor en Filosofía, miembro de la Academia Pontifica por la Vida, del Equipo Teológico del CELAM y fundador del Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV) para profundizar sobre lo que está sucediendo en el gigante del norte.

– ¿Cuál es el origen de las recientes manifestaciones anti-racistas en los Estados Unidos?

En mi opinión la respuesta no es simple. Por una parte existen grupos radicalizados que de manera deliberada buscan desestabilizar la administración del Presidente Trump y que instrumentalizan la indignación ante la muerte de George Floyd con fines políticos precisos.

Y por otra parte, es necesario entender que existen muchos manifestantes que simplemente están indignados por el racismo que no logra desecharse de la cultura norteamericana y buscan ser escuchados.

Ambos componentes se mezclan y hacen que el escenario no sea homogéneo sino altamente híbrido. Simplificar la realidad en uno sólo de estos polos es pernicioso y no permite reconocer las cosas como son.

– El Papa Francisco ha rechazado simultáneamente el racismo y la violencia en Estados Unidos. Esto parece regalar a cada bando un señalamiento crítico. ¿Es así?

El Papa Francisco a través de su enseñanza ha hecho una lectura no-ideológica o política de la conflictividad contemporánea no solo respecto de lo que sucede hoy en Estados Unidos sino en otras latitudes. Él continuamente nos recuerda que las tensiones son parte de la vida humana real. El pecado original continuamente nos enemista, aún a los hermanos.

Lo importante es que ante ellas aprendamos a levantar la mirada para encontrar criterios superiores que permitan iluminar las diferencias y eventualmente introducirlas en un camino diverso al de la “lógica de la guerra”.

Este levantar la mirada en buena medida coincide con reproponer el cristianismo no como una doctrina o un paquete de valores sino como una Persona, como un encuentro, que permite mirar bajo una lógica diversa la tensión, el conflicto, y aún las mutuas violencias.

– ¿Cómo es el catolicismo norteamericano?

El catolicismo norteamericano es complejo. No se puede describir en un par de trazos.

Sin embargo, hay que reconocer que existen algunos sectores que han entrado en una deriva ideológica de la fe. No anuncian el Kerygma sino un ideal de decencia más o menos conservador. No reproponen el acontecimiento cristiano sino las razones para prepararse para emprender “batallas culturales”.

Creen que el cristianismo es principalmente una vida moral, una costumbre litúrgica, un rechazo a cosas como el aborto, la homosexualidad y similares, perdiendo de vista que nadie se salva por su coherencia moral o por comulgar en la boca o en la mano.

– ¿Influye en esto el patriotismo de algunos norteamericanos?

Amar a la Patria es amar al pueblo y a su historia. Para un cristiano servir a la Patria es una forma de agradecer el don de Dios. Sin embargo, en algunos ambientes es más decisivo ser “norteamericano”, participar en el MAGA (“Make America Great Again”), ser “conservador” o “neoconservador” que seguir a Jesucristo en la Iglesia, entendida ésta como Pueblo de Dios que camina en la Historia.

Cuando esto sucede, fácilmente los católicos no miramos las circunstancias a la luz de la lectura teológica de la historia que propone el Concilio Vaticano II y el Magisterio Pontificio, sino a la luz de juegos y rejuegos de poder. Entramos así en la “lógica de la guerra”, en la polarización maniquea.

– En días pasados el Presidente Donald Trump visitó una Iglesia protestante y posteriormente el Santuario de San Juan Pablo II en Washington. Algunos ven esto como un legítimo ejercicio del derecho a la libertad religiosa y otros como una manipulación político electoral. ¿Qué significa que el Presidente de los Estados Unidos haga estas visitas en tiempos tan ríspidos?

Cualquier ser humano, tenga el cargo que tenga, goza del más amplio derecho a la libertad religiosa. Sin embargo, esto no significa en automático que todo ejercicio de libertad en este ámbito sea por definición el más acertado.

Mons. Wilton Gregory, Arzobispo de Washington, ha sido claro y enfático señalando que la visita de Trump al Santuario de San Juan Pablo II fue oportunismo electoral. Los detractores del obispo de inmediato optaron por intentar descalificarlo a través de errores cometidos por él en el pasado, diciendo que el evento en el Santuario estaba programado con anticipación y otros pseudo-argumentos.

El viernes 5 de junio, en un evento organizado por la Universidad de Georgetown, Mons. Gregory advirtió a los católicos sobre el peligro de estar demasiado alineados a un partido político. Una simpatía acrítica hacia un partido fácilmente debilita la “capacidad profética” de todos como Iglesia.

Me parece que estos comentarios del obispo son del todo acertados. Sin embargo, requieren de una profundización reflexiva para no perderse en el olvido.

– ¿Qué sería lo esencial al momento de profundizar en esta cuestión?

Desde mi punto de vista, Jesucristo es un acontecimiento irreductible a cualquier tipo de compromiso partidista. No hay traducción unívoca y directa de la fe en un proyecto político por sano que sea. Solamente Cristo nos puede reclamar la totalidad de la vida.

Entregarle nuestro núcleo de convicciones esenciales a un cierto conservadurismo, a un cierto ideal político o a una cierta moral, desplaza a Cristo del lugar que Él debe ocupar en la vida. Cuando este desplazamiento sucede, se puede seguir asistiendo a misa, se pueden continuar cumpliendo un conjunto de devociones, pero lo esencial cristiano se habrá disuelto.

Este es el clima sobre el que renace el espíritu de cruzada, la idea de que los cristianos somos fundamentalmente “guerreros” llamados a “combatir enemigos”. Esta es la atmósfera de polarización que hace resurgir la herejía cátara y la herejía maniquea.

– ¿Pero, los cristianos estamos llamados al radicalismo? ¿No es así?

Los cristianos estamos llamados a ser “radicales” en el amor, en la paciencia, en el perdón. El radicalismo de la espada,  de la condena, de la legitimación acrítica de cierta fórmula política es ajeno al evangelio.

– Mons. Carlo María Viganò ha escrito una carta al Presidente Trump confesándole que está de su lado mientras que existen obispos alineados al “Estado profundo”, al globalismo, al “Nuevo Orden Mundial”. ¿Estamos en un escenario de lucha entre el bien y el mal tal y como el exnuncio lo describe en su carta?

La más reciente carta de Mons. Viganò al Presidente Trump es un documento paradigmático que visibiliza cuan real es el peligro de la “Teología política” tal y como Erik Peterson y Massimo Borghesi la caracterizan.

Trump, desde sus preocupaciones político-electorales busca instrumentalizar la sensibilidad religiosa del pueblo norteamericano.  Por su parte, Viganò le ofrece una lectura teológica ad-hoc que legitima las batallas del hombre de la Casa Blanca.

El planteamiento esencial está basado en la lucha teológica entre el bien y el mal. En unos cuantos renglones, Mons Viganò explica que él y Trump representan las fuerzas del “bien”. Mientras que existen en el interior de la sociedad, de la política y de la Iglesia “hijos de la oscuridad” que colaboran con el “Estado profundo” y el “Nuevo Orden Mundial”.

Este planteamiento, aunque utiliza un poco de lenguaje católico en el fondo repropone la lectura cátara-maniquea tan típica del integrismo católico clásico.

– ¿En qué consiste esta lectura herética de la historia?

Existen muchas versiones de esta forma de ver las cosas. Menciono una de las más típicas basada en una lectura ideológica de la “Ciudad de Dios” de San Agustín. El planteamiento más o menos es así: el bien y el mal están en conflicto. Existe una enemistad teológica entre quienes reconocen al portador del bien y quienes piden que sea crucificado. La Ciudad de Dios intenta ser destruida por la Ciudad del Diablo.

La Ciudad de Dios son los buenos. La Ciudad del Diablo son todas las fuerzas, personas y grupos que de manera oculta buscan destruir la civilización occidental cristiana. Es necesario que los buenos se organicen, denuncien la existencia de las fuerzas secretas que pretenden gobernar el mundo, y actúen en una guerra contra los malos. Solo así se establecerá el “Reinado social de Jesucristo”.

– ¿Cuál es el error de esta perspectiva?

Fundamentalmente creer que las “dos Ciudades” agustinianas son realizaciones socio-políticas. Para el verdadero San Agustín, el conflicto entre las “dos ciudades” no es político sino espiritual. Se da en el corazón de cada persona.

Para Jesucristo, para San Agustín, para el Concilio Vaticano II, para el Papa Francisco el trigo y la cizaña se encuentran en cada persona. Todo ser humano está herido por el pecado, y en todo ser humano misteriosamente actúa la gracia.

La cuestión no es entonces la lucha  de los buenos contra los malos. Sino la tensión entre Cristo que ya triunfó y mi vanidad y egoísmo que me hacen creer que puedo construir un camino para mi vida, para la sociedad o para la Iglesia al margen de la unión con la vid verdadera.

– Mons. Viganò habla de “Estado profundo” y de “Iglesia profunda” ¿qué significan estas expresiones?

A Mons. Viganò le gusta usar el lenguaje de una de las teorías de la conspiración más recientes en el interior de los grupos de derecha radical norteamericanos. Los grupitos en torno a Breitbart más o menos hablan así.

Para él, existe una suerte de gobierno secreto que atraviesa los servicios de inteligencia, las burocracias estatales y otras instituciones. Esta estructura oculta busca controlar las instancias de poder para avanzar en la agenda del “globalismo” y del “nuevo orden mundial”. Así mismo, para él existe algo similar en la Iglesia.

Como es fácil advertir, el hecho real de que existan mafias aquí y allá, es aprovechado para construir una teoría de la conspiración de base pseudo-teológica. Viganò quiere aproximarse a Trump y le canta al oído cosas que le resultan familiares.

– ¿Qué debemos tener en cuenta los católicos para no caer directa o indirectamente en actitudes de polarización extrema, de conspiracionismo, de manipulación política de la fe?

Mucha gente buena está siendo víctima de discursos radicalizados no solo en los Estados Unidos sino en diversas partes del mundo. Los católicos tenemos que aprender del Papa Francisco que nos anuncia con sencillez y profundidad la buena noticia de Jesús.

Los cristianos estamos llamados a construir puentes, no a edificar muros. Los cristianos estamos llamados a ser solidarios con quienes hoy sufren violencia o discriminación. Es muy fácil ser un cristiano burgués, aparentemente correcto y desentendido de quien es humillado y aplastado en su dignidad. El cristianismo burgués que no se ensucia las manos, se ve bonito en fotos, no se despeina, pero termina siendo muy diferente a Jesucristo.

El testimonio de Dorothy Day y de Oscar Romero bastaría para recordarnos que la santidad cristiana proviene en buena medida de otro itinerario, ciertamente arriesgado pero que el Señor siempre acompaña.

Fuente de la noticia en Aleteia