El conflicto armado que dura ya seis años en la República Centroafricana está tomando tintes de persecución religiosa y la Iglesia Católica está en el punto de mira de una manera muy particular.
La Iglesia católica, junto con la Plataforma para el diálogo interreligioso, siempre hemos denunciado que no se trata de una guerra religiosa, sino económica. La llegada en 2013 de la Coalición Seleka, de corte musulmán, se cebó en las parroquias y los bienes de la comunidad católica. Solo en nuestra diócesis de Bangassou nos robaron más de 25 coches (todo el parque móvil de la diócesis). Nos despojaron de todo. Así en todas las otras diócesis. Cada parroquia tuvo que albergar a miles de refugiados que solo dentro de los muros de las parroquias encontraban un poco de seguridad.
En una reciente conferencia de prensa en Francia, el Secretario general de la Conferencia Episcopal de Centroáfrica declaraba que la Iglesia Católica se ha convertido hoy en la máxima, y casi la única referencia moral que queda en el país donde el caos, la fuerza de las armas, los asesinatos en masa y la impunidad reinan.
Quizás, la persecución explicita que estamos sufriendo como Iglesia sea la factura que tenemos que pagar por ese liderazgo moral, y denuncia de las atrocidades que vivimos cotidianamente.
A pesar de que en mayo 2017 acogimos a 2000 musulmanes en el recinto de nuestra catedral para evitar una masacre, un mes después, nuestra parroquia de Nzako, en la diócesis de Bangassou, fue totalmente arrasada: bloque operatorio, la iglesia que iba a ser inaugurada, el presbiterio y la escuela… No dejaron ni los cimientos. Fue la venganza frente a la destrucción de la mezquita de Bangassou y el asesinato de varias decenas de musulmanes. «Hay que matar algún sacerdote, pues (los antibalakas) han matado a nuestro imán», se rumoreaba. Secuestraron al personal de Caritas; nuestros sacerdotes fueron intimidados con mensajes de muerte, uno fue secuestrado… Algunos abbés tuvieron que abandonar la diócesis. En enero 2018 intentaron degollar a nuestro Canciller que se recupera aún de las heridas en Francia… Poco a poco fueron amedrentando a nuestro personal. Mientras tanto la Iglesia siguió trabajando por la reconciliación y denunciando estas injusticias.
Estos últimos meses los ataques contra la iglesia se están recrudeciendo. Este mes de marzo 2018, en la diócesis vecina de Bambari, un grupo armado musulmán asesinó a uno de los abbés, Joseph Désiré Angbabata junto con una docena de feligreses en Sacko, diócesis de Bambari… El 1 de mayo durante la celebración eucarística de san José en la parroquia comboniana de Fátima en Bangui, un grupo Seleka atacó con granadas y kalasnikov causando más de veinte muertos entre ellos el abbé Albert Toungoumale, líder responsable de la mediación y la paz. Hace dos semanas, cuando estábamos en reunión de la Conferencia episcopal nos avisaron que habían asesinado en su casa al director de la escuela católica de Bambari… El viernes pasado, día de san Pedro y san Pablo, hemos recibido la noticia del asesinato del Vicario General de la diócesis de Bambari, el abbé Firmin Gbaboua. La Iglesia católica está en el punto de mira de estos mercenarios extranjeros, ¿por qué? Porque la iglesia continúa siendo voz de los sin voz.
Hace un mes, cuando la MINUSCA, contingente de la ONU de mantenimiento de la paz, decía que todo estaba en calma en Bambari después de la toma de la ciudad de Bambari por el grupo UPC, fue el Vicario general asesinado este viernes el único que denunció en las ondas de RFI (Radio France Internacional) la brutalidad y los asesinatos de los grupos armados, en concreto del UPC, que estaban pasando a fuego y cuchillo casa por casa para robar y matar dejando a toda la población indefensa en manos de estos asesinos. El viernes pasado fueron a por él. Vinieron en la noche. A pesar de que a 300 metros del obispado hay una barrera de cascos azules, los asesinos asaltaron el obispado donde vivían el abbé Firmin, hirieron al centinela… entraron en el obispado, robaron y antes de irse dispararon al vientre del abbé que falleció pocas horas después.
Algunas voces dicen que puede ser también la respuesta frente al reciente mensaje de los obispos centroafricanos el 24 de junio, donde la Conferencia episcopal denuncia: «No se ve ninguna gana de que las cosas avancen positivamente. Constatamos con tristeza y amargura la llegada de nuevos mercenarios que dificultan la resolución de la crisis… Nos hacemos muchas preguntas en relación a toda esta violencia sin fin, todos estos sufrimientos inútiles y tantas víctimas inocentes. Condenamos con fuerza estos actos terroristas que tienen la complicidad de actores internos».
A mediados de mayo los obispos denunciaban un plan secreto para dividir el país, hacerle ingobernable con el enfrentamiento entre la comunidad musulmana y no musulmana, y poner así el país bajo protectorado internacional. En el mensaje de Berberati hace dos semanas subrayaban: «Recordamos al Gobierno, a la Comunidad internacional y a los grupos armados que la Autoridad del Estado no es negociable y por tanto no puede ser objeto de una acción mercantil… Frente a múltiples acuerdos de paz donde se propugna amnistía para todos los asesinos los obispos gritan: «¡No hay reconciliación ni desarrollo durable sin justicia! La impunidad y la amnistía que algunos quieren imponernos no nos traerán la paz, pues ellas llevan en su seno los gérmenes de otras crisis»
Por Jesús Ruiz (obispo auxiliar de Bangassou, RCA)