Los obispos españoles, junto con el Papa, invitan a los católicos a ser «agentes de paz, con disposición a la acogida y el encuentro con los que llegan buscando una vida digna de hombre». «El problema original no es la emigración, sino la injusta distribución de los bienes», recuerda el mensaje de la Conferencia Episcopal con motivo del día de las Migraciones, el fenómeno de más calado social de los últimos años en toda Europa. «Se trata de no permanecer indiferentes o deslegitimar a tantas personas que cargan sobre sus espaldas situaciones con frecuencia dramáticas», afirma la nota episcopal…
Fuente: LA RAZÓN
23-8-2004
Con el lema «Iguales o distintos… en paz», el próximo domingo se celebra el Día de las Migraciones
El Día de las Migraciones, que se celebra el próximo domingo 26 de septiembre coincide con la Jornada Mundial de los Emigrantes y Refugiados. Con este motivo, el Papa Juan Pablo II y la Conferencia Episcopal Española han emitido sendos mensajes en los que reflexionan sobre el fenómeno social de las migraciones, «que pueden facilitar el encuentro y la comprensión entre las civilizaciones». Los obispos españoles, junto con el Papa, invitan a los católicos a ser «agentes de paz, con disposición a la acogida y el encuentro con los que llegan buscando una vida digna de hombre».
«El problema original no es la emigración, sino la injusta distribución de los bienes», recuerda el mensaje de la Conferencia Episcopal con motivo del día de las Migraciones |
Fecha publicación: 2003-12-23
Mensaje de Juan Pablo II para la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado 2004
«Migraciones desde una óptica de paz»
CIUDAD DEL VATICANO, 23 diciembre 2003 (ZENIT.org).- Publicamos el Mensaje de Juan Pablo II para la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado que se celebrará en el año 2004, en las fechas establecidas por las respectivas conferencias episcopales. Su título es «Migraciones desde una óptica de paz».
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1. La Jornada del Emigrante y el Refugiado, con el tema «Migraciones desde una óptica de paz», ofrece este año la oportunidad de reflexionar sobre un argumento que se ha hecho particularmente importante. El tema llama la atención de la opinión pública sobre la movilidad humana forzada, centrándose en algunos aspectos problemáticos de gran actualidad a causa de la guerra y de la violencia, del terrorismo y de la opresión, de la discriminación y de la injusticia, por desgracia siempre presentes en las crónicas diarias. Los medios de comunicación hacen llegar a las casas imágenes de sufrimiento, de violencia y de conflictos armados. Son tragedias que perturban profundamente a países y continentes, y con frecuencia golpean a las zonas más pobres. De este modo, a un drama se le suman otros.
Por desgracia nos estamos acostumbrando a ver la peregrinación desconsolada de los desplazados, la huida desesperada de los refugiados, el desembarque con todos los medios de emigrantes en los países más ricos, en busca de soluciones para sus muchas exigencias personales y familiares. Surge entonces la pregunta: ¿cómo hablar de paz cuando se registran constantemente situaciones de tensión en muchas regiones de la Tierra? ¿Cómo puede contribuir el fenómeno de las migraciones a construir la paz entre los hombres?
2. Nadie puede negar que la aspiración a la paz está en el corazón de buena parte de la humanidad. Precisamente ése deseo ardiente lleva a buscar todo camino para realizar un futuro mejor para todos. Está aumentando cada vez más la convicción de que es necesario combatir el mal de la guerra en su raíz, pues la paz no es sólo la ausencia de conflictos, sino un proceso dinámico y participativo a largo plazo, que involucra a todos los ámbitos sociales, desde la familia hasta la escuela, así como a las diferentes instituciones y organismos nacionales e internacionales. Juntos podemos y debemos construir una cultura de paz, adecuada para prevenir el recurso a las armas y a toda forma de violencia. Por este motivo se han de alentar los gestos y los esfuerzos concretos de perdón y de reconciliación; es necesario superar contrastes y divisiones que de lo contrario se perpetuarían sin solución posible. Se ha de reafirmar con vigor que no puede haber auténtica paz sin justicia y sin respeto de los derechos humanos. De hecho, existe un íntimo lazo entre justicia y paz, como ya lo ponía de manifiesto en el Antiguo Testamento el profeta: «Opus iustitiae pax» (Isaías 32, 17).
3. Crear condiciones concretas de paz, en lo que concierne a los emigrantes y refugiados, significa comprometerse seriamente para salvaguardar ante todo el derecho a no emigrar, es decir, a vivir en paz y dignidad en la propia patria. Gracias a una atenta administración local y nacional, a un comercio más equitativo, a una solidaria cooperación internacional, hay que ofrecer a todo país la posibilidad de asegurar a sus habitantes, además de la libertad de expresión y de movimiento, la posibilidad de satisfacer sus necesidades fundamentales como la comida, la salud, el trabajo, la casa, la educación, sin las cuales mucha gente se ve en la obligación de emigrar por la fuerza.
Existe también el derecho a emigrar. El fundamento de este derecho, recuerda el beato Juan XXIII en la encíclica «Mater et magistra» es el destino universal de los bienes de este mundo (Cf. números 30 y 33). Corresponde obviamente a los gobiernos reglamentar los flujos migratorios en el pleno respeto de la dignidad de las personas y de las necesidades de sus familias, teniendo en cuenta las exigencias de las sociedades que acogen a los inmigrantes. En este sentido, existen ya acuerdos internacionales que tutelan a los que emigran, así como a quienes buscan refugio o asilo político en otro país. Son acuerdos que siempre pueden ser ulteriormente perfeccionados.
4. ¡Nadie puede quedar indiferente ante las condiciones que experimentan columnas enteras de emigrantes! Se trata de gente a la merced de los acontecimientos, que cargan a sus espaldas situaciones con frecuencia dramáticas. Los medios de comunicación transmiten imágenes impresionantes y en ocasiones aterradoras. Se trata de niños, jóvenes, adultos y ancianos con rostros demacrados y con los ojos henchidos de tristeza y soledad. En los campos en los que son acogidos experimentan en ocasiones agudas restricciones. Sin embargo, es un deber en este sentido reconocer el laudable esfuerzo realizado por muchas organizaciones públicas y privadas para aliviar las situaciones preocupantes que se han creado en algunas regiones del Planeta.
Tampoco se puede dejar de denunciar el tráfico de explotadores sin escrúpulos que abandonan en el mar, en embarcaciones precarias, a personas que buscan desesperadamente un futuro menos incierto. Quien atraviesa condiciones críticas tienen necesidad de ayudas diligentes y concretas.
5. A pesar de los problemas que he mencionado, el mundo de los emigrantes es capaz de ofrecer una válida contribución a la consolidación de la paz. Las migraciones pueden de hecho facilitar el encuentro y la comprensión entre las civilizaciones, así entre personas y comunidades. Este enriquecedor diálogo intercultural constituye, como escribí en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2001, un «camino necesario para la construcción de un mundo reconciliado». Es lo que sucede cuando los emigrantes son tratados con el debido respeto de la dignidad de toda persona; cuando se favorece con todos los medios la cultura de la acogida y la cultura de la paz, que armoniza las diferencias y busca el diálogo, sin caer en formas de indiferencia cuando los valores están en cuestión. Esta apertura solidaria se convierte en ofrecimiento de paz y en condición de paz.
Si se favorece una integración gradual de todos los emigrantes, en el respeto de su identidad, manteniendo al mismo tiempo el patrimonio cultural de las poblaciones que los acogen, se corre menos el riesgo de que se concentren formando verdaderos y propios guetos, en los que quedan aislados del contexto social, terminando a veces por alimentar incluso el deseo de conquistar paulatinamente el territorio.
Cuando las «diferencias» se encuentran integrándose, dan vida a una «convivencia de las diferencias». Se redescubren los valores comunes a toda cultura, capaces de unir y no de dividir; valores que hunden sus raíces en un mismo «humus» humano. Esto ayuda al establecimiento de un diálogo provechoso para construir un camino de tolerancia recíproca, realista y respetuosa de las peculiaridades de cada quien. Con estas condiciones, el fenómeno de las migraciones ayuda a cultivar el «sueño» de un porvenir de paz para toda la humanidad.
6. «¡Bienaventurados los que trabajan por la paz!», dice el Señor (Cf. Mateo 5, 9). Para los cristianos la búsqueda de una comunión fraterna entre los hombres encuentra su manantial y su modelo en Dios, Uno en su naturaleza y Trino en las Personas. Deseo de corazón que toda comunidad eclesial, formada por emigrantes y refugiados y por aquellos que les acogen, sacando inspiración de los manantiales de la gracia, se comprometa incansablemente en la construcción de la paz. ¡Que nadie se resigne ante la injusticia, ni se deje abatir por las dificultades y los problemas!
Si el «sueño» de un mundo en paz es compartido por muchos, si se valoriza la aportación de los emigrantes y de los refugiados, la humanidad puede convertirse cada vez más en familia de todos y nuestra Tierra en una auténtica «casa común».
7. Con su vida y sobre todo con su muerte en la cruz, Jesús nos demostró el camino que hay que recorrer. Con su resurrección nos ha asegurado que el bien triunfa siempre sobre el mal y que todo esfuerzo y toda pena, ofrecida al Padre celestial en comunión con su Pasión, contribuye a la realización del designio universal de salvación.
Con esta certeza, invito a cuantos están involucrados en el gran sector de las migraciones a ser agentes de paz. Rezo especialmente por ello, mientras invoco la maternal intercesión de María, Madre del Unigénito Hijo de Dios hecho hombre, a todos y a cada uno envío mi bendición.
Vaticano, 15 de dicembre de 2003
IOANNES PAULUS II