Una huelga, un movimiento no violento en los años 60 en Sao Paulo; 50 años después, aún vive en la memoria de la comunidad, que vislumbra en la antigua fábrica una universidad y un centro cultural.
Los piquetes recordaban a los de otras huelgas. La diferencia es que más de 200 policías estaban dentro de la fábrica desde las 3h de la madrugada, a petición del patrón. Los que estaban allí debían salir. A los que llegaban no se les dejaba entrar. El movimiento, marcado para comenzar a las 6h del 14 de mayo de 1962 en el caso de que las reivindicaciones no fuesen atendidas, fue diferente también, porque se prolongaría por 7 años y 4 meses.
Todos cruzaron los brazos; los 1.400 trabajadores en la fábrica de cemento localizada en Perus, en el noroeste de la capital paulista, y en las canteras de calizas situadas a 20 kilómetros de allí, en el municipio de Cajamar.
Durante 99 días, todo se detuvo en la que fue la mayor fábrica de cemento de América Latina y fábrica de productos para la construcción de los primeros edificios de Sao Paulo, viaductos, puentes, carreteras, y estadios de la capital federal. El jubilado Sebastião de Souza Silva, de 79 años, más conocido como Tião de Perus, se acuerda bien de esos dias. Contratado como mecánico poco antes, él relata que el paro obrero incluía a trabajadores de otras 3 empresas del patrón José João Abdalla, el poderoso J.J. Abdalla, dueño de un complejo industrial, bancario, y terrateniente agrícola, influyente en la política y famoso por comprar fábricas para explotar hasta que no diesen más lucro. Diputado estatal y federal, fue secretario de Trabajo del gobernador Ademar de Barros entre 1950 y 1951.
La Compañía brasileña de Cemento Portland Perus (CBCPP) fue abierta por un consorcio de empresarios canadienses y brasileños en 1926, cuando todavía no había leyes para garantizar derechos laborales, apenas existían normas específicas sobre límite de edad y jornada nocturna. Hasta la década de 1940 atendía la mitad de la demanda nacional. En 1951 el empresario J.J. Abdalla compró la fábrica, la mina y el ferrocarril Perus-Pirapora.
«En los primeros 99 días todo paró, pero en el día100 hubo una operación rompe-huelga. Muchos volvieron al trabajo, Yo, no», cuenta Tião. Según él, fue la interferencia de la diputada estatal Conceicão da Costa Neves, que estaba siempre en el barrio para convencer a los trabajadores de volver al trabajo. Iba a la casa de muchos, acompañada por la policía, y hasta los invitaba a reunirse con Abdalla. Los acuerdos firmados por separado por los trabajadores de las otras empresas – lo que Tião llama traición – favoreció la operación rompe-huelga.
A lo largo de aquel año fueron realizadas varias marchas por el barrio y en el centro de Sao Paulo, hubo además huelgas de hambre frente a la residencia oficial del gobernador Carvalho Pinto. Sin acuerdo, el Sindicato de los Queixadas, como era conocido, comenzó acciones judiciales para que se readmitiera a los trabajadores. Abdalla se negó, justificándolo en el abandono del trabajo. Y aún quiso sacarlos de las villas obreras, mandando incluso cortar el agua y la luz de las casas.
Hubo resistencia y nueva acción en Justicia. Los dirigentes sindicales recomendaron entonces a los huelguistas pedir nueva Cartera de Trabajo y buscar otro trabajo en cuanto los procesos se estuvieran tramitando en Justicia. «Mi padre, que era carpintero, fue a trabajar en la construcción de mansiones en el litoral. Muchos amigos suyos se emplearon en grandes constructoras. Había muchos queixadas construyendo el estadio», recuerda Sidnei Fernandes Cruz, ex-queixada y actual presidente del sindicato en Perus.
SOLIDARIDAD
A lo largo de los siete años, los huelguistas hicieron campañas y recibieron apoyo de diversas organizaciones.
Por la falta de los salarios de los maridos, las mujeres organizaron una cooperativa de costura. Como recuerda Tião, ellos se reunían con frecuencia para acompañar los dobles turnos, participar de asambleas y viajes en busca de sustento y apoyo para el movimiento. «Con relación a eso, dentro de la fábrica, las jornadas eran interminables para mantener la producción, con muchos obreros muertos de cansancio, exhaustos», recuerda el jubilado.
El retorno a la producción después de la huelga, con la sustitución de obreros, demuestra la simpleza de las rutinas duras y dolorosas. «La política de rebajar la calidad de los servicios de mantenimiento iba unida a unas normas duras de trabajo por parte de la administración de Abdalla», apunta Elcio. Las condiciones de trabajo eran tan ruines que muchos enfermaban y morían. La exposición al polvo causaba silicosis, grave dolencia pulmonar que puede generar cáncer, como ocurrió con el padre de Sidnei Fernandes Cruz.
Con la simpatía de la opinión pública, que acompañaba los desdoblamientos de la huelga, el sindicato decidió que era el momento para denunciar a Abdalla también como corrupto. En 1966, con la caída de Ademar de Barros – que había vuelto en 1963, en el lugar de Carvalho Pinto -, terminó la persecución policial a los trabajadores.
La admiración por aquellos obreros, se debía principalmente a su forma de lucha, basada en la no-violencia, que más tarde sería llamada Firmeza Permanente; pregonada por Mario Carvalho de Jesús, abogado del sindicato, consistía en resistir sin aceptar ni una provocación policial.
La postura combinaba ideas del Mahatma Gandhi (1869-1948) y del dominicano padre Lebret (1897-1966), teólogo francés que aproximó el pensamiento cristiano y la acción económica para una sociedad más justa. Tal comportamiento recordaba al de los queixadas, cerdos salvajes que se defienden del agresor reuniéndose en manada- de ahí el apellido de los trabajadores del sindicato.
El Sindicato de los Queixadas llegó a asociar al 99% de los trabajadores. Otra peculiaridad era la solidaridad con otros movimientos, como los de Rhodia, del hilo y la costura Santo André y de la Fábrica Mirada. Más tarde, en la época de las grandes huelgas del ABC paulista, los queixadas denunciaron a la Organización Internacional del Trabajo (OIT) la represión a esos sindicatos.
Sólo en 1967 el gobierno estatal reconoció el derecho de huelga de los 400 trabajadores fijos, que fueron readmitidos dos años después. La fábrica debería pagar los salarios correspondientes a los 7 años. La lucha continuó con denuncias de fraudes contra Abdalla y la reivindicación de la cogestión de la fábrica. La huelga fue considerada legal en 1975, cuando el gobierno federal pagó los salarios concernientes a los 2.448 días de paralización e intervención de la fábrica.
En aquel año, hubo grandes manifestaciones en Perus contra la polución, todas apoyadas por la Iglesia católica y reprimidas por el Dops, que usó el episodio como pretexto para expulsar misioneros extranjeros en 1974, los trabajadores exigían la confiscación total de los bienes de Abdalla, el pago de los salarios atrasados y la instalación de filtros en las chimeneas. Después surgen movimientos para el cierre de la fábrica y medidas de compensación por los daños sufridos por la población por la contaminación de polvo.
IDEAL PRESENTE
Todos los sábados, en la comunidad cultural Quilombaque, alumnos de la graduación asisten al aula, abierta también al público. «La fábrica es el rescate de la memoria del trabajo, de los propios medios de producción del espacio urbano y de una fase importante de la construcción de la ciudad», define el profesor Euler Sandeville, que cree en el potencial educativo y cultural del espacio.
Para muchos, la huelga de los Queixadas fue una derrota especialmente para los trabajadores que no tenían estabilidad y dejó recuerdos amargos entre aquellos que no estaban de acuerdo con los rumbos que tomó. «Había quien quería simplemente realizar acciones reivindicativas, sin pretender una lucha contraria al orden burgués», dice Elcio. Tião de Perus, que no tenía estabilidad en el trabajo, piensa diferente. «No fracasamos, el movimiento nos enseñó muchas cosas, como la solidaridad.
* Extracto
Por Cida de Oliveira