La lucha de las empleadas de hogar en Asia, víctimas de la «esclavitud del siglo XXI»

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El Servicio doméstico constituye el sector económico que presenta la mayor dificultad a la hora de controlar las condiciones de trabajo debido a varios factores: en la mayoría de los casos no existe contrato ni registro, incluso si hay contrato, su marco regulador es el régimen especial que permite mayor explotación y además el lugar trabajo es un domicilio particular no sujeto a inspección y control.

La datos “oficiales” de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en 2010 hablan de 52 millones de personas en el mundo, pero podrían ser decenas de millones más y además esta cifra excluye a los menores de 15 años, tal como reconocen en el 2012. Los niños representan un tercio de todos los empleados de hogar en el mundo y el 60 % de los cuales están en Asia; un millón y medio de niñas en Indonesia, un millón en Filipinas y alrededor de 450.000 en Bangladesh. La falta de datos y estudios, especialmente referente a las niñas es un ejemplo más de la actitud canalla e hipócrita de la OIT, que se pone también de manifiesto cuando considera “trabajadores” a los niños esclavos o cuando permanece impasible ante las continuas violaciones de sus propios convenios.

Otras fuentes indican que 40 millones de niños entre 5 y 17 años son explotados en todo el mundo en el servicio doméstico, tanto en países enriquecidos como empobrecidos. Por ejemplo, El Comité contra la Esclavitud Moderna denuncia que posiblemente haya miles de niños en Francia en esta situación. En el Reino Unido un tercio de los niños víctimas de trata es africano. “Son los niños invisibles que pasan por la policía, inmigración y servicios sociales sin ser percibidos”

En Asia, mujeres muy jóvenes, también niñas, procedentes de familias pobres, encuentran en el servicio doméstico una ocupación que, en muchas ocasiones, se convierte también en un calvario. Trabajan por salarios mínimos, de apenas cien dólares mensuales, de sol a sol. Una forma de sustento fundamental para muchas mujeres de Indonesia, Filipinas, Nepal, India o Etiopía, debido a las remesas que envían a sus familiares. Es el perfil de las víctimas de la esclavitud del trabajo doméstico. A las situaciones de explotación laboral, como jornadas inhumanas o salarios precarios, se unen, en muchos casos el maltrato físico y psicológico y, en ocasiones, abusos sexuales, violaciones, quemaduras o palizas continuadas.

Aunque algunos países han realizado mejoras en sus legislaciones, siguen siendo insuficientes, según los observadores de derechos humanos. Los marcos de protección laboral excluyen, en muchos casos, a las empleadas de hogar negándoles derechos que sí garantizan para otros trabajadores. Los tribunales sentencian en la mayoría de los casos a favor de los empleadores. A veces, estas mujeres no denuncian porque la legislación del país establece que durante el tiempo del proceso la mujer no recibirá remuneración, y deberá asumir todos los costes. Imposible para la mayoría.

En la práctica, los países suelen rasgarse las vestiduras cuando detectan algún tipo de abuso en otro Estado, pero poco miran a sus propias tripas. En 2011, Camboya decidió suspender el envío de mujeres a Kuwait para servicio doméstico después de que varios casos de abusos salieran a la luz pública. También Indonesia vetó el envío de mujeres a Arabia Saudí en represalia por la ejecución de una inmigrante de este país acusada de asesinar a su patrona en reacción a los malos tratos que había sufrido.

Arabia Saudi, el infierno de las filipinas

En Arabia Saudí, el informe del Comité Nacional sobre Trabajadores Emigrantes de Filipinas afirmaba en enero de 2011: «La violación es un espectro siempre presente que acecha a las trabajadoras domésticas filipinas en Arabia Saudí. , uno no puede sino llegar a la conclusión que la violación y el abuso sexual son habituales”. La situación de las filipinas se agrava aún más al ser reprimidas en su libertad religiosa por ser cristianas en un país islámico.

Arabia ha protagonizado precisamente algunos de los titulares más polémicos. 25 mujeres indonesias han sido condenadas a pena de muerte en el país, y otra veintena expulsadas tras ser absueltas de sus acusaciones. En enero del año pasado, una empleada de hogar era decapitada en el país después de que sus jefes la acusaran injustamente de la muerte de su bebé. A pesar de los intentos de los defensores de los DDHH, la chica fue condenada a pena de muerte. El caso provocó una enorme conmoción internacional y provocó la ruptura diplomática entre ambos países.

Hong Kong, las torturas a Erwiana desatan la solidaridad.

Hong Kong se ha convertido en los últimos tiempos en lugar de destino para miles de trabajadoras indonesias, empleadas en condiciones de esclavitud. La ley obliga a las empleadas a vivir en el hogar de su jefe y estar a su disposición las 24 horas, lo que supone un blindaje en la práctica a las torturas. No existe salario mínimo para el servicio doméstico y, según la “regla de las dos semanas” la trabajadora está obligada a encontrar otro empleo en el plazo de quince días, si el contrato se rompe. Además, no podrán obtener la nacionalidad, como sí sucede con los empleados inmigrantes empleados en otros sectores, al cumplir siete años de residencia en el país. Según Amnistía Internacional, estas mujeres trabajan una media de 17 horas al día, no reciben ni un día por descanso, y sus salarios no llegan al mínimo establecido en el país, unos 500 dólares.

Doris Lee, responsable de la marca «No Chains» en Hong Kong (talleres textiles por la dignidad asociados con La Alameda, de Argentina) afirma: “Las agencias de colocación de personal y los departamentos de los países de origen y destino de los migrantes administran negocios millonarios y remesas a costa de la super explotación de estos trabajadores. Es un tráfico de personas patrocinado por el Estado”.

«Me echaron porque la sangre de mis heridas manchaba la alfombra»

En febrero de 2013 el caso de Erwiana, una joven indonesia, provocó conmoción en Hong Kong. La joven, trabajadora doméstica en el país, fue esclavizada y torturada por sus empleadores durante ocho meses. En este tiempo, recibió palizas continuas de su jefa, que la obligaba a trabajar hasta 21 horas diarias y a llevar pañales para que no perdiera tiempo en ir al baño.

No tenía días libres y como alimento recibía sólo un plato de arroz al día. Las heridas le sangraban tanto que su jefa se quejaba de que manchaba la alfombra y decidió echarla. Amenazó con asesinar a su familia si contaba lo sucedido.

Este caso generó una ola de manifestaciones entre las trabajadoras coordinadas por la Federación de Hong Kong de Sindicatos Asiáticos de Trabajadores domésticos (FADWU) en la que los puestos de responsabilidad son asumidos por trabajadoras domésticas.

Gracias a la presión, la presunta agresora, una mujer de 44 años perteneciente a la clase alta de China, fue detenida. Pero, según los médicos, Erviana no volverá a caminar debido a las lesiones provocadas por las palizas recibidas. El caso provocó una fuerte oleada de protestas entre las trabajadoras, aproximadamente 300.000, que desempeñan empleos domésticos en el país principalmente de los países del sudeste de Asia – Indonesia y Filipinas.

Con el de Erwiana, numerosos casos de abusos y torturas a empleadas del hogar en países asiáticos han saltado a titulares. En 2010, los jefes de una sirvienta en Indonesia pidieron contra ella cinco meses de prisión por robarles seis platos de comida de buey para preparar una sopa. El caso recibió fuertes críticas de las organizaciones de derechos humanos y quedó en suspenso.

Malasia, escapar por la ventana

En Malasia, en diciembre de 2012, las autoridades rescataban a 105 mujeres, casi todas indonesias, obligadas a trabajar a la fuerza y sin recibir ningún salario como empleadas de hogar. Las mujeres habían sido engañadas por una red que las llevaba a casas para limpiar durante el día y por las noches las mantenía encerradas en un edificio.

“Si terminaba mi trabajo rápido, mi jefe me obligaba a limpiar la casa otra vez. La esposa de mi empleador me gritaba y me golpeaba todos los días. Me pateaba, me abofeteaba, me golpeaba en todo el cuerpo … El empleador también me golpeaba con sus manos y me pateaba. Nunca recibí mi sueldo. Empezaba a trabajar a las cinco de la mañana y no podía irme a dormir hasta las tres de la madrugada”

Es la historia de Chain Channi, una empleada de hogar camboyana en Malasia, explotada durante años por sus jefes. En el país han trascendido varios casos, algunos de gran repercusión internacional, como en 2007, cuando una criada indonesia trató de huir por la ventana de la decimoquinta planta de un edificio de este país, la vivienda en la que trabajaba y en la que la empleada dijo “haber vivido un calvario”. Durante meses, contó tras su rescate, vivió encerrada en una habitación, privada de comida y sufriendo continuas palizas. La joven, de 33 años, se descolgó por la ventana con una cuerda elaborada con sábanas y sarongs, una típica falda malasia. Afortunadamente, consiguió escapar de su cautiverio.

Las mujeres empleadas de hogar en estos países se ven envueltas en un infierno casi desde el mismo momento en que son contratadas. El tráfico de empleadas de hogar ha hecho florecer numerosas redes de explotación que ofrecen contratos de trabajo a cambio de fuertes pagos de dinero. Estas redes se suelen quedar además con sus pasaportes, o se los conceden al jefe que las contrata, lo que limita cualquier posibilidad de movimiento en caso de abusos. Las “agencias” les prometen un trabajo con remuneración y garantías, pero, en la práctica, rebajan sus salarios y les imponen cuotas que deben abonar en caso de que renuncien a su empleo.

Privadas de protecciones fundamentales, como un día de descanso semanal, vacaciones o la limitación de las horas de trabajo, estas trabajadoras se encuentran además a merced de la voluntad de sus jefes, de forma que, según la mayoría de legislaciones nacionales, no pueden rescindir el contrato ni cambiar de empleo. Ni siquiera cuando son sometidas a abusos. El requisito legal en muchos países de que estas trabajadoras deban vivir con sus familias aumentan el aislamiento al que son sometidas y las exponen a mayores riesgos de abusos. Las pocas que se atreven a escapar para denunciar a sus empleadores se encuentran con un círculo de difícil salida. Porque, para muchas, el único contacto que tienen en el país es con frecuencia la misma red de explotación que las introdujo y que nada hace por ellas, o suele devolverlas al jefe que las maltrata.

Ante esta situación, diferentes organizaciones estan luchando en Malasia para que el gobierno, como mínimo, ratifique el convenio de la OIT nº 189 sobre trabajo doméstico (2011), pero éste se sigue negando.

Nepal: Las «kamalaris», niñas empleadas de hogar a los seis años

En Nepal, más de 10.000 niñas son aún kamalaris, a pesar de que el Gobierno lo prohibió –sobre el papel- hace ya catorce años. Niñas incluso de seis años que tienen que subirse a taburetes para poder limpiar.

Son niñas que acaban siendo vendidas por sus padres para que sean empleadas del hogar en familias adineradas. En esa transacción lo que se promete es que la niña tendrá oportunidad de ir al colegio, que recibirá una mensualidad. Pero a la hora de la verdad, las niñas no reciben dinero, trabajan de sol a sol, duermen muy poco. Son tratadas básicamente como esclavas, que se deben al señor de la casa y reciben vejaciones por parte de todos los miembros de la familia.

En febrero de 2006 nació la Asociación Independiente de Trabajadoras domésticas del Nepal (NIDWU), que es la primera asociación en Nepal y en todo el sur de Asia. Su impulsora y actual presidenta es Sonu Danuwar, que fue Kalamari y sigue siendo trabajadora doméstica.

Tras pasar por una iniciativa de educación no formal de una ONG, siendo aún kalamari, organizó con sus compañeras el Foro de los niños trabajadores domésticos (DCWF), bajo la forma de un club infantil. Cuando sus patrones se enteraron la cargaron con más trabajo y la dificultaban salir de la casa. Posteriormente formaron en 2006 el Foro de Trabajadoras Domésticas (DWF) que iniciaron con seis meses de formación sobre la sindicalismo y organización de los trabajadores domésticos. Finalmente crearon la federación NIDWU, que preside siendo aún trabajadora doméstica.

Existen muchos ejemplos de kamalaris que tras ser liberadas, dedican su vida a luchar contra esta injusticia, como lo hiciera Iqbal Masih contra las mafias tapiceras de Pakistán.

Urmila Chaudhary era kamalari pero cuando vio por televisión a su hermano participando en una protesta, sintió que debía volver a casa. Le llevó un años pero se escapó, consiguió unirse a su hermano en la lucha y alcanzó su libertad en el 2007.

La misma historia se repite con Gita Tharu y Bishnu Chaudhary (ver foto). Esta última se prepara para ser abogada y luchar por la libertad de las kalamaris y estudia en el mismo colegio que Urmila, donde organizaban acciones de solidaridad, lo que provocó que las amenazaran con expulsarlas. Pero no se detuvieron y han conseguido ganarse a los profesores. Con 18 años, Bishnu lleva un programa de radio en su pueblo Dang en defensa de las Kalamaris.

Estas tres jóvenes se han entrevistado con los últimos tres Primer Ministro pero sin que éstos se hayan comprometido eficazmente. Afirman “Sólo los políticos y representantes que hayan sido Kalamaris entienden nuestros problemas”

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Se dice que la esclavitud es cosa del pasado. Sin embargo, las dinámicas del capitalismo global han reproducido un sistema global de trabajo forzado que es mantenido por prácticas tanto legales como ilegales de tráfico de mano de obra. Las mujeres y niñas trabajadoras domésticas se encuentran en lo más bajo de la jerarquía social. Sus condiciones de trabajo, que a menudo incluyen violaciones y abusos sexuales, constituyen una condición prácticamente igual que la de la esclavitud. Tal y como en los casos de la esclavitud tradicional en los siglos XVIII y XIX, la abolición de este sistema de trabajo cautivo y forzado debe de ser una prioridad en la agenda política del siglo XXI.
Sin embargo, allí donde se producen estos abusos, las trabajadoras domésticas explotadas se unen en asociaciones para defender su dignidad, en muchos casos jugándose la vida por la solidaridad.

Autor: Equipo Felipe López