La magia de leer en voz alta para otros

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Clay Banks / Unsplash

Silvia Hurtado González, Universidad de Valladolid

Las lecturas públicas o compartidas en voz alta han sido una práctica habitual durante siglos. Pero, dejando al margen las que suelen organizarse con motivo de la celebración del Día del Libro –como la lectura continuada del Quijote en Madrid–, leer ante un auditorio hoy día es excepcional.

Sin embargo, tal como explica Alberto Manguel en Una historia de la lectura, hay algunos momentos a lo largo de los últimos siglos en los que leer para otros fue un acto con una función muy específica.

En los monasterios

En el siglo VI, san Benito de Nursia decretó que las lecturas en voz alta fuesen una parte esencial de la vida monástica. El artículo 38 de su Regla, que se aplicó en los monasterios cistercienses fundados por toda Europa desde comienzos del siglo XII, dispone cómo debía ser esa actividad lectora:

“A la hora de la comida de los hermanos siempre se leerá; que nadie ose tomar el libro e iniciar la lectura al azar, sino que aquel a quien corresponda leer durante toda la semana comience su tarea el domingo. Y, al disponerse a iniciarla después de la misa y de la sagrada comunión, pida a todos que recen por él, a fin de que Dios lo aparte del espíritu de júbilo”.

Ilustración de un libro abierto sobre una mesa con un pan delante.
Ilustración a propósito del artículo 38 de la regla de san Benedicto.
Internet Archive Book Images/Wikimedia Commons

Como vemos, en tiempos de san Benito se consideraba que escuchar a un lector era un ejercicio espiritual con una elevada finalidad, por lo que estas lecturas en voz alta estaban alejadas, al menos teóricamente, del placer personal.

En los talleres de tabaquería en La Habana

Dando un gran salto hacia adelante, esta forma de lectura con lector y auditorio se convirtió en Cuba, en el siglo XIX, en algo revolucionario. Si bien leer en voz alta dentro del ambiente de trabajo ya se había llevado a cabo en otros contextos, el caso de Cuba es llamativo porque fue un acto que llegó a institucionalizarse entre la clase obrera tabacalera de entonces.

Saturnino Martínez, en 1835, tuvo la idea de publicar un periódico para los trabajadores de la industria cigarrera. El primer número de La Aurora apareció el 22 de octubre de aquel año. Pero el analfabetismo era un obstáculo para que llegara a a ser un periódico popular.

Por esta razón, a Martínez se le ocurrió utilizar lectores como vía de acceso a los trabajadores cubanos que no sabían leer, que eran la mayoría. Así empezaron las lecturas públicas durante el trabajo, cuyo fin se anunció en el primer editorial: “Su propósito será ilustrar, de todas las maneras posibles, a la clase social a la que está destinado”.

Al cabo de muy poco tiempo se acusó a esta práctica de subversiva y acabó desapareciendo. Sin embargo, las lecturas públicas en las tabaquerías no fueron olvidadas y, a pesar de las dificultades experimentadas durante su existencia, aún perviven en Cuba. Es más, esta práctica ha sido reconocida como parte del patrimonio cultural de la nación cubana.

En El Quijote

La lectura en voz alta no siempre ha tenido propósitos tan edificantes o instructivos. Manguel, en el libro anteriormente mencionado, también explica que leer para otros podía tener como fin el puro placer y, para ilustrarlo, cita este pasaje de Don Quijote de la Mancha:

“Cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí las fiestas muchos segadores, y siempre hay alguno que sabe leer, el cual coge uno destos libros en las manos, y rodeámonos dél más de treinta, y estámosle escuchando con tanto gusto, que nos quita mil canas”.

Esta mención a la lectura en voz alta surge en la conversación sobre libros que mantienen en este capítulo el cura y el ventero Palomeque. A continuación, el cura encuentra, entre los libros que el ventero custodia, la novela corta El curioso impertinente. Ante la insistencia de los allí presentes, el cura procede a su lectura, si bien este relato ocupa el capítulo siguiente en la novela de Cervantes.

Así, tras defender el ventero las lecturas en voz alta sin más ánimo que el de entretener, el cura representa uno de esos momentos lectores.

Dibujo de un hombre sentado en una mesa que lee en voz alta rodeado de más personas que le atienden.
Ilustración del capítulo 32 de Don Quijote de la Mancha.
Biblioteca de la Facultad de Derecho y Ciencias del Trabajo Universidad de Sevilla, CC BY

Sincronizar los cerebros

El placer de leer en voz alta, y escuchar historias, estaría justificado, ya que “cuando una persona le lee a otra en voz alta, se trate de un niño o de un adulto, entre las dos sucede algo mágico, y es que sus cerebros se sincronizan”, en el sentido de que “el contador de la historia y el oyente experimentan la misma actividad cerebral y liberan exactamente los mismos neuroquímicos”, lo cual explica por qué la lectura en voz alta crea esa sensación tan potente de encuentro y deleite compartidos.

En palabras de Manguel, “la ceremonia de escuchar priva al oyente de parte de la libertad inherente al acto de leer […], pero también proporciona al texto polifacético una identidad respetable, un sentido de unidad en el tiempo y una existencia en el espacio que raras veces tiene en las manos caprichosas de un lector solitario”.The Conversation

Silvia Hurtado González, Profesora del Departamento de Lengua Española de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Valladolid

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.