LA MARCHA DE LOS NIÑOS NEGROS

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La ciudad de Birmingham se escogió como escenario de una lucha no violenta decisiva contra la segregación en los Estados Unidos.
Entren los sucesos que se desarrollaron en esa ciudad en la primavera de 1963 destacamos:

Bajo el impulso de King, millares de negros participaron en manifestaciones públicas, repetidas continuamente. Querían ir a los barrios que tenían prohibidos por la ley. Sabían que cada vez que lo hacían corrían el peligro de terminar en la cárcel, de que les dieran una paliza y de sufrir la arbitrariedad de los tribunales sudistas.
«Cuando de pronto -comenta King- un hombre al que humillasteis durante años con la amenaza de un castigo cruel e injusto se vuelve hacia vosotros y os dice claramente: ¡Castigadme! ¡No me lo merezco! (… ). Cuando un hombre os habla así, no sabéis qué hacer. Os quedáis desconcertados y secretamente avergonzados, ya que sabéis que tiene un valor igual al vuestro y que ha sabido sacar de una fuente misteriosa el valor y la convicción de oponer a la fuerza física la fuerza de su alma. Y entonces, el hecho de ir a la cárcel, en vez de ser para el negro una desgracia, se convierte por el contrario en un honor … los negros no atacaron solamente la causa exterior de su miseria: su revolución les reveló lo que ellos mismos eran. El negro era alguien. Descubrió el sentido de su personalidad y que necesitaba liberarse enseguida. Durante las dos semanas en que se desarrollaron las marchas de protesta, los negros boicotearon los comercios que pertenecían a los blancos, intentado de este modo causar un perjuicio económico.»
Ningún negro había conseguido entrar en un barrio reservado a los blancos. Las cárceles estaban llenas. Muchos negros habían resultado heridos por los colmillos de los perros policías y por las mangueras de incendios utilizadas contra los manifestantes. La presión del agua era tal que los chorros de esas mangueras incluso habían llegado a arrancar la corteza de los árboles. A los negros les invadía el desánimo. Fue entonces cuando se produjo lo inesperado.
Cientos de escolares se presentaron en las sesiones de entrenamiento para la acción no violenta. Querían participar en las marchas e ir a la cárcel como los mayores. Los niños y los adolescentes consiguieron convencer a King y a sus amigos. ¿No sería capaz de conmover a todo el país el espectáculo de los escolares en marcha para conquistar su libertad? El 2 de mayo, más de mil jóvenes, rodeados de un centenar de adultos, se dirigieron en columna de a dos hacia el centro de la ciudad, entonando cánticos y aplaudiendo.
Las mangueras de incendios y los perros policías pudieron más que los manifestantes. Aquel día fueron detenidos novecientos jóvenes. Connor (jefe de la policía) tuvo que recurrir a los autobuses escolares para llevarlos a la cárcel. Una vez más, triunfaba.
Sin esperar más, nuevos voluntarios se presentaron a los compañeros de King. Al día siguiente se organizó una nueva marcha, no ya con mil, sino con dos mil quinientos jóvenes. En los límites del barrio blanco, Connor ordenó a los manifestantes que dieran media vuelta. Ante su negativa, gritó: «¡Ellos se lo han buscado!» Entonces, ante los ojos de decenas de periodistas y reporteros de la televisión, los bomberos pusieron sus mangueras en acción: con un crepitar de armas automáticas, el agua a presión alcanzaba a los niños y a los adultos, derribándolos, arrancándoles la ropa, lanzándolos contra las paredes de los edificios, arrojándolos al suelo, abatiéndolos ensangrentados». Luego Connor soltó a los perros, enseñando los colmillos. Niños y adultos huyeron a refugiarse en una iglesia: «Mirad cómo corren esos negros», se burlaba Connor. Su cinismo era tan grande que no percibía que iba creciendo el malestar entre los bomberos y los policías.
Los reportajes y las fotografías de aquella jornada de horror en Birmingham ocupaban al día siguiente la primera página de los periódicos americanos y de muchos extranjeros. Un viento de vergüenza soplaba sobre los Estados Unidos. ¿Se puede pretender vivir en una país democrático y tolerar todavía la segregación?, se preguntaban en aquel momento muchos americanos.
El domingo siguiente, 5 de mayo, salió una tercera manifestación, esta vez con tres mil participantes. A pesar de que esperaban las brutalidades de la policía, los manifestantes seguían cantando himnos y cánticos al amor, a la justicia y a la libertad. Connor había declarado poco antes de esta manifestación: «Voy a machacar a esos demonios, hijos de perra. ¿Eso es lo que voy a hacer!»
Los manifestantes se acercaban al barrio prohibido. Connor les amenazó. Siguieron avanzando. Un lider negro, Billups, gritó a los policías: «No vamos a retroceder. No hemos hecho nada malo. Todo lo que pedimos es nuestra libertad… ¿Qué sentís vosotros al actuar como actuáis? (… ) Soltad vuestros perros. Golpeadnos. No retrocederemos». Connor se volvió entonces hacia sus hombres y gritó: «Al diablo, ¡conectad las mangueras!». Todos se quedaron quietos. Algunos manifestantes habían puesto una rodilla en tierra y rezaban. Loco de rabia, Connor reiteró la orden de abrir las mangueras de incendios. Ninguno de sus hombres se movió. Los manifestantes reemprendieron su marcha. Los bomberos entonces bajaron de sus coches; algunos se habían quitado el casco dando a entender que se negaban a obedecer; muchos lloraban. Los policías con sus perros retrocedieron y dejaron pasar a la multitud. «Allí vi -dice King- toda la dignidad y la fuerza de la no violencia».
Todos entraron en el barrio prohibido. No se produjo ningún disturbio. Unos días más tarde, en Birmingham se pusieron en marcha las negociaciones para derogar varias leyes segregacionistas. Las violencias policiales habían sido condenadas sin apelación por el tribunal de la opinión pública, y la economía de Birmingham había sufrido demasiado como para que pudiera perpetuarse el desastre.