LA POTENCIA DE LOS MEDIOS DE INFORMACION por KAROL WOJTYLA

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La televisión puede enriquecer la vida familiar: puede unir más estrechamente a los miembros de la familia y promover su solidaridad con otras familias y con la comunidad humana en general; puede asimismo acrecentar en ellos no sólo la palabra de Dios, sino reforzar la propia identidad religiosa y nutrir su vida moral y espiritual. La televisión puede asimismo perjudicar la vida familiar: difundiendo valores y modelos de comportamiento falsos y degradantes, transmitiendo pornografía e imágenes brutales de violencia; inculcando el relativismo moral y el escepticismo religioso; difundiendo información distorsionada o manipulada sobre los hechos y los problemas de actualidad, transmitiendo publicidad utilitaria, sustentada en los más bajos instintos; exaltando falsas visiones de la vida que obstaculizan la proyección del mutuo respeto, de la justicia y de la paz…
l. LA RESPONSABILIDAD

El 24 de enero del 2000, conmemoración de san Francisco de Sales, patrono de la prensa católica, se hizo público el mensaje para la jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, programado para el próximo domingo 19 de mayo, que tendrá como tema: «Los medios informativos: areópago para la promoción de la mujer en la sociedad». Los instrumentos de la comunicación social ofrecen posibilidades extraordinarias para el anuncio del evangelio, como ya lo subrayaba el decreto Inter mirifica, con el cual el Concilio Vaticano II se ocupó precisamente de ellos. Los padres conciliares con actitud de confianza y al mismo tiempo de lúcido realismo han reconocido ante todo los aspectos positivos de estos medios, pero no se les ha ocultado que «los hombres pueden utilizarlos contra el plan de Dios creador y dirigirlos a la propia ruina» (IM, 2). Y ¿cómo negar que precisamente tal ambivalencia ha quedado en estas décadas cada vez más en evidente?

Es innegable el valor de los mass media. Bien utilizados, pueden ofrecer un servicio inestimable a la cultura, a la libertad y a la solidaridad. En el mensaje para la próxima jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, me agradó describirlos sucintamente, como «el moderno areópago», donde se forjan comportamientos y donde de hecho se va delineando una nueva cultura». ¡Pero cuán diversos y contradictorios son los mensajes que dan a conocer, influyendo, de manera positiva o negativa, en las personas y en las familias, en las costumbres y en la vida de la gente! ¿Puede concebirse que un campo tan delicado permanezca desprovisto de reglas y de equilibradas orientaciones éticas y morales?

En ese sentido, se muestran previsoras las admoniciones del decreto Inter mirifica, especialmente por cuanto concierne al derecho a la información. El Concilio recuerda que «el recto ejercicio de este derecho requiere que la comunicación en su contenido sea siempre verdadera y, salve la justicia y la caridad, íntegra» (IM, 5). Pero se debe cuidar también el modo de informar, que debe ser «honesto y conveniente», esto es, respetuoso de las leyes morales, de los legítimos derechos, de la dignidad del hombre (ibid.).

Es una responsabilidad que recae primero sobre cuantos operan, en diverso nivel, en el mundo de los medios informativos, hoy vueltos extraordinariamente poderosos, pero incluye a toda la sociedad civil, que no puede ser destinataria pasiva de todo mensaje e información. Un sector tan decisivo de la sociedad en realidad no debe quedar abandonado a los caprichos del mercado, sino que debe ser oportunamente vigilado, tanto para garantizar una equilibrada y democrática confrontación de las opiniones, como para salvaguardar los derechos de cada uno de los miembros de la comunidad, especialmente de los más jóvenes y de los menos dotados de sentido crítico.

La Virgen Santa nos ayude a encontrar, en este delicado ámbito, la orientación que mejor corresponde a las exigencias de la dignidad humana según designio de Dios. Ponga en el corazón de los hombres y de las mujeres comprometidos en este tipo de servicio un profundo sentido de responsabilidad. Ayude a todos a comprender que la libertad no es un fin en sí mismo; sólo es auténtica cuando se pone al servicio de la verdad, de la solidaridad y de la paz.

2. LA NIÑERA ELECTRONICA

En las últimas décadas, la televisión ha revolucionado las comunicaciones influyendo profundamente en la vida familiar. Hoy, la televisión es una fuente principal de noticias, de información y de distracción para innumerables familias, al punto de modelar sus actitudes y sus opiniones, sus prototipos de comportamiento.

La televisión puede enriquecer la vida familiar: puede unir más estrechamente a los miembros de la familia y promover su solidaridad con otras familias y con la comunidad humana en general; puede asimismo acrecentar en ellos no sólo la palabra de Dios, sino reforzar la propia identidad religiosa y nutrir su vida moral y espiritual.

La televisión puede asimismo perjudicar la vida familiar: difundiendo valores y modelos de comportamiento falsos y degradantes, transmitiendo pornografía e imágenes brutales de violencia; inculcando el relativismo moral y el escepticismo religioso; difundiendo información distorsionada o manipulada sobre los hechos y los problemas de actualidad, transmitiendo publicidad utilitaria, sustentada en los más bajos instintos; exaltando falsas visiones de la vida que obstaculizan la proyección del mutuo respeto, de la justicia y de la paz.

La televisión también puede acarrear efectos negativos en la familia, aun cuando los programas televisivos no sean de por sí moralmente criticables: puede alentar a los miembros de la familia a aislarse en sus mundos privados, relegándolos de las auténticas relaciones interpersonales, y también dividir la familia, distanciando a los padres de los hijos y a los hijos de los padres.

Puesto que la renovación moral y espiritual de la familia humana en su integridad debe arraigarse en la auténtica renovación de cada una de las familias, el tema de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales 1994 -«Televisión y familia: criterios para difundir sanas costumbres en el televidente»- es particularmente apropiado, sobre todo en este Año Internacional de la Familia, durante el cual la comunidad mundial está buscando cómo dar nuevo vigor a la vida familiar.

En este mensaje, deseo particularmente subrayar las responsabilidades de los padres, de los hombres y de las mujeres de la industria televisiva, las responsabilidades de las autoridades públicas y de quienes cumplen sus deberes pastorales y educativos en el seno de la Iglesia. En sus manos está hacer de la televisión un medio cada vez más eficaz para ayudar a la familia a desarrollar su propio papel, o sea el de constituir una fuerza de renovación moral y social.

Dios ha investido a los padres de la grave responsabilidad de ayudar a los hijos a «buscar la verdad y a vivir en conformidad con ella, a buscar el bien y a promoverlo» (Messaggio per la Giornata Mondiale della Pace 1991, núm. 3). Tienen, por consiguiente, el deber de llevar a sus hijos a apreciar «todo aquello que es verdadero, noble, justo, puro, amable, honrado» (Fil 4, 8). Por consiguiente, además de ser espectadores capaces de discernir por sí mismos, los padres deberán contribuir activamente a formar en sus hijos hábitos para ver la televisión que conduzcan a un sano desarrollo humano, moral y religioso. Los padres deberán informar anticipadamente a los propios hijos del contenido de los programas y hacer, en consecuencia, la elección consciente para el bien de la familia en cuanto a ver o no determinado programa. A este propósito pueden servir de ayuda tanto las críticas y los juicios suministrados por organismos religiosos y por otros grupos responsables, como programas educativos adecuados, propuestos por los medios de comunicación social. Los padres también deberán discutir sobre la televisión con los propios hijos, estableciendo las condiciones de regular la cantidad y calidad de los programas que ven y de percibir y juzgar los valores éticos que se hallan en la base de determinados programas, puesto que la familia es «el vehículo privilegiado para la transmisión de aquellos valores religiosos y culturales que ayudan a la persona a adquirir la propia identidad» (Messaggio per la Giornata Mondiale della Pace 1994, núm. 2).

Formar los hábitos de los hijos puede a veces simplemente querer decir apagar el televisor, porque tenemos cosas mejores que hacer, o porque la consideración hacia los demás miembros de la familia así lo reclama, o porque la visión indiscriminado de la televisión puede ser perjudicial. Los padres que se sirven habitualmente y por largo tiempo de la televisión como de una especie de niñera electrónica abdican de su papel de principales educadores de sus propios hijos. Este depender de la televisión puede privar a los miembros de la familia de la oportunidad de interactuar unos con otros por medio de la conversación, la actividad y la oración en común. Los padres sabios además están conscientes de que los buenos programas también deben estar integrados por otras fuentes de información, entretenimiento, educación y cultura.

Para garantizar que la industria televisiva proteja los derechos de las familias, los padres deberán expresar sus legítimas preocupaciones a los productores y a los responsables de los medios de comunicación social. A veces, será útil unirse a otros, formando asociaciones que expresen sus intereses en relación con los medios de comunicación, a los financieros, a los patrocinadores y a las autoridades públicas.

Todos los que trabajan para la televisión – administradores y funcionarios, productores y directores, autores e investigadores, periodistas, personajes de la pantalla y técnicos- tienen graves responsabilidades morales hacia las familias, que constituyen la gran parte de su público. En su vida profesional y personal, quienes trabajan en el ámbito televisivo deberán poner todo su empeño en respetar la familia en cuanto fundamental comunidad social de vida, amor y solidaridad. Reconociendo la capacidad de persuasión de la estructura en la cual trabajan, deberán convertirse en promotores de auténticos valores espirituales y morales y evitar «todo aquello que puede lesionar la familia en su existencia, en su estabilidad, en su equilibrio y en su felicidad [… 1 que se trate de erotismo o violencia, de apología del divorcio o de actitudes antisociales entre los jóvenes» (Paolo VI, Messaggio per Giornata Mondiale delle Comunicazioni Sociali 1969, núm. 2).

La televisión a menudo se encuentra tratando temas serios: la humana debilidad y el pecado, así como sus consecuencias para los individuos y la sociedad; las debilidades de las instituciones sociales, incluidos los gobiernos y la religión, y las fundamentales interrogantes sobre el significado de la vida. Debería tratar estos temas de manera responsable, sin sensacionalismos, con sincera solicitud por el bien de la sociedad y escrupuloso respeto a la verdad. «La verdad os hará libres» (Jn 8, 32), ha dicho Jesús; y toda la verdad tiene su fundamento en Dios, que es también la fuente de nuestra libertad y de nuestra capacidad creadora.

En el cumplimiento de las propias responsabilidades, la industria televisiva deberá desarrollar y observar un código ético que incluya el compromiso de satisfacer las necesidades de las familias y promover los valores que sustentan la vida familiar. También los consejos, formados tanto por miembros de la industria televisiva como por representantes de los que disfrutan de los medios de comunicación de masas, son un modo deseable de volver la televisión más capaz de reaccionar a las necesidades y valores de los usuarios.

Los canales de la televisión, administrados por la industria televisiva pública o por la privada, son un instrumento público al servicio del bien común; no son solamente un «terreno» privado para intereses comerciales ni un instrumento de poder o de propaganda para determinados grupos sociales, económicos o políticos; existen para servir al bienestar de la totalidad de la sociedad.

Como «célula» fundamental de la sociedad, la familia merece, por tanto, ser ayudada y defendida con medidas apropiadas por parte del Estado y de las demás instituciones (cf. Messaggio per la Giornata Mondiale della Pace 1994, núm. 5). En él se subraya la responsabilidad que incumbe a las autoridades públicas respecto a la televisión.

Reconociendo la importancia del libre intercambio de ideas y de información, la Iglesia sostiene la libertad de palabra y de prensa (cf. Gaudium et Spes, núm. 59). Al mismo tiempo, insiste en el hecho de que «se debe respetar el derecho de cada uno, de la familia y de la sociedad, a la intimidad, a la pública decencia y a la protección de los valores fundamentales de la vida» (Pontificio Consiglio delle Comunicazioni Sociali – Pornografia e violenza nei mezzi di comunicazione: una risposta pastorale, núm. 21). Las autoridades públicas son invitadas a fijar y a hacer respetar modelos éticos razonables para la programación, que promuevan los valores humanos y religiosos en que se basa la vida familiar y que combatan todo lo que le es dañino; deberán, además, promover el diálogo entre la industria televisiva y el público, suministrando estructuras y ocasiones para que esto pueda acontecer.

Los organismos religiosos, por su parte, pueden rendir un excelente servicio a las familias instruyéndolas sobre los medios de comunicación social y ofreciendo sus juicios sobre filmes y programas. Cuando los recursos lo permitan, las organizaciones eclesiásticas de comunicación social también pueden ayudar a las familias, produciendo y transmitiendo programas para la familia o promoviendo este tipo de programación. Las conferencias episcopales y las diócesis deberán con firmeza insertar en sus programas pastorales para las comunicaciones sociales, la «dimensión familiar» de la televisión (cf. Pontificio Consiglio delle Comunicazioni Sociali, Aetatis novae, núms. 21 y 23).

Puesto que laboran presentando una visión de la vida a un amplio público, que incluye niños y adolescentes, los profesionales de la televisión tienen la posibilidad de servirse del ministerio pastoral de la Iglesia, que puede ayudarles a evaluar aquellos principios éticos y religiosos que confieren pleno significado a la vida humana y familiar: «programas pastorales en condiciones de garantizar una formación permanente, capaz de ayudar a estos hombres y estas mujeres -muchos de los cuales están sinceramente deseosos de saber y de practicar aquello que es justo en el campo ético y moral- a estar cada vez más compenetrados por criterios morales tanto en la vida profesional como en la privada» (íbid., núm. 19).

La familia, basada en el matrimonio, es una comunión única de personas, constituida por Dios como «núcleo natural y fundamental de la sociedad» (Dichiarazione Universale deí Dirittí dell´Uomo, art. 16, 3). La televisión y los otros medios de comunicación social tienen un poder inmenso para sostener y reforzar tal comunión en el interior de la familia, así como la solidaridad hacia las otras familias y el espíritu de servicio para con la sociedad.

Agradecida por la contribución que la televisión, en cuanto medio de comunicación, ha dado y puede dar a tal comunión en el interior de la familia y entre las familias, la Iglesia -comunión ella misma en la verdad y en el amor de Jesucristo, en la palabra de Dios- aprovecha la ocasión de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales para animar a las familias mismas, a quienes trabajan en el ámbito de los medios de comunicación social y a las autoridades públicas, a realizar plenamente el noble mandato de sostener y reforzar la principal y más vital «célula» de la sociedad: la familia.

Ciudad del Vaticano, 24 de enero de 1994