La radicalidad de un orante

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Publicada una tesis sobre D. Eugenio Merino, primer consiliario de la HOAC
José Ramón Peláez Sanz, Mentalidades y estrategias para una nueva evangelización. D. Eugenio Merino (1881-1953), consiliario de la HOAC, Voz de los sin voz, 2013, 727 pg.

Por fin tenemos una tesis de aquel gran cura que fue D. Eugenio Merino. Escrita por José Ramón Peláez, otro cura castellanoleonés que ha contado con amplias y significativas colaboraciones.

Desde el grupo Eugenio Merino manifestamos nuestra alegría. Queremos al animar a leer esta tesis y destacar algunas de las concreciones de la radicalidad de este místico-místico que buscó hacer vida la gracia de Dios que recibimos en el Bautismo, su lema: las 24 horas de vida honrada en gracia de Dios. Dejando claro que lo que no es honrado no es cristiano, aunque lo hagan el Papa o un obispo.

La más importante, sin duda, es que fue un hombre capaz de cambiar de mentalidad en la búsqueda de un camino para evangelizar una sociedad que cada vez más alejada de la Iglesia. Él, que aspiraba a formar dirigentes que orientaran “desde arriba”, acaba aceptando la necesidad de militantes pobres que sean levadura en medio de la masa. La cuestión puede parecer baladí pero no conocemos en todo el siglo XX frecuentes cambios de mentalidad de esta magnitud. ¿Es una transformación comparable a la de un Carlos de Foucauld? Es posible. No hay otra fuente para esta conversión que su fe, su identidad cristiana, su mística.

Este cambio de mentalidad se concreta en una serie de concreciones de su RADICALIDAD, entendida esta IR A LAS RAICES, entendida como la capacidad de vivir la palabra del Nuevo Testamento, de ir contra corriente, de no amoldarse, de estar siempre asociado y buscar con otros.

Radical en no aceptar la identificación cristianismo-resignación

D. Eugenio fue un hombre tremendamente activo. Es especialmente crítico con la pastoral de masas del catolicismo triunfal de los años cuarenta y primeros cincuenta, donde en empresas, regimientos, universidades… se organizan desde la misma institución tandas de ejercicios y comuniones masivas que, por la mala disposición, aunque no son sacrílegas apenas traen fruto, son como un chaparrón repentino de gracia en tierra seca.

Radical en no aceptar la identificación catolicismo-derecha

Puede llamar la atención la valoración positiva que D. Eugenio tendrá de las organizaciones obreras y del socialismo. Así en sus escritos hablará del origen cristiano de esta ideología, basada en la manipulación del dolor de los trabajadores y de las verdades de la fe cristiana; reconociendo lo justo de sus fines, que coinciden con la propuesta de la Iglesia en la crítica a los abusos del liberalismo y en la aspiración a la justicia social que eleve a la clase trabajadora. Y hasta llegará a recoger las opiniones favorables de autores los católicos extranjeros ante la posibilidad de colaborar cristianos y socialistas. No por ello, deja de ser crítico con la propaganda ideológica que impulsa este movimiento nacido para él del deseo de justicia de los pobres oprimidos. Una critica que saca siempre los aspectos positivos del socialismo, a la vez que denuncia su materialismo, violencia y sectarismo anticristiano.

En esta época el P. Nevares, jesuita y dirigente de los sindicatos católicos patrocinados por el Marqués de Comillas, visitó Valderas, donde vivió y trabajó y D. Eugenio, para predicar que un católico y un socialista solo pueden ser enemigos. Una enseñanza que se pagó con sangre.

Radical respecto de no querer recibir honores

Cuando le nombraron Monseñor, el obispo pidió limosnas para sufragar los hábitos prelaticios y gastos del banquete honorífico. Según recuerdan algunos, D. Eugenio no acudió al banquete y cuando van a buscarle da como única explicación: ¡Collo! Con esto no se restaura la Iglesia.

Radical respecto de no aceptar la “superioridad” de los religiosos

Uno de los temas que más predicó fue la llamada de todo sacerdote a la santidad. El tema estaba en el ambiente de manera tan polémica con los religiosos en la que debió intervenir públicamente el mismo Pío XII, dado que en la predicación que los jesuitas y otros hacían a los seminaristas durante los ejercicios insistían en que para ser santo eran necesarios los votos, lo que ponía en crisis a muchos de ellos, que se planteaban pasar a alguna congregación. Este tema era especialmente doloroso para D. Eugenio, no sólo por la falsedad teológica que contiene, sino porque su hermano Eusebio había abandonado el clero secular cuando estaba a punto de ordenarse, haciéndose jesuita. Por ello, enseñó a los seminaristas leoneses a patear golpeando el suelo cuando algún predicador entraba en ese tema.

Radical respecto de no aceptar los formalismos piadosos

El mismo decía: Hablándoles muchas veces de la sinceridad y confianza de nuestras oraciones, les había repetido en las clases éstas o parecidas palabras: Seguramente no encontraréis un solo niño que para conmover el corazón de su madre, comienza a pedirle pan, diciéndole: ‘¡Oh, señora mía! ¡Oh, madre mía! Vos, que con tanto trabajo me llevasteis en vuestro seno por espacio de nueve meses, y al nacer me recogisteis y alentasteis con tanto amor. Vos, que con tanto cariño me cuidasteis en mi debilidad los primeros días de mi tierna infancia. Vos, que… qué…’ Todos los niños, cuando llegan del colegio, francamente, sin rodeos, con una ciega confianza, le dicen simplemente: ‘¡Madre, pan!’ Eso es oración.

Radical en su respeto al laicado

Un largo informe, clasificado de estrictamente confidencial, donde el consiliario santanderino Antonio Gómez Moya, denunciaba el protagonismo e independencia del presidente diocesano Julián Gómez del Castillo, que se empeña en seguir las reuniones de formación que propone el Boletín de la HOAC y no las lecciones de DSI que quiere dar el consiliario. El problema lo achaca a que Guillermo Rovirosa y el mismo D. Eugenio le han inculcado la idea del protagonismo seglar, hasta atreverse a cerrar la puerta a los curas que llegan tarde (potestad que el remitente sólo reconocería a un consiliario nacional). Al tiempo se queja de que Julián no aceptada fácilmente las oportunidades de cambio de trabajo, mejor sueldo o vivienda que por su cargo quiere ofrecerle el mismo consiliario.

Sin conocer vidas como la de D. Eugenio no entendemos el camino que preparó la Iglesia para el Concilio Vaticano II.

Autor: Grupo Eugenio Merino