La ganadería, actividad económica de nuestra región desde tiempos ancestrales, pasa por sus peores momentos. Cada año es más difícil sobrevivir en este sector.
En sólo diez años, de 1989 a 1999, el número de explotaciones ganaderas se redujo de 30.382 a 18.461. Del 2004 al 2009, de 100 explotaciones, 47 echaron el cierre, quedando a finales del 2010, tan solo 1.100 productores lácteos en la región. La media de edad de los ganaderos es de 57 años sin esperanzas de entrada de jóvenes, con el consiguiente despoblamiento del medio rural.
Respecto al precio de la leche, en nuestra región los consumidores pagamos alrededor de 500 millones de euros al año, de los que sólo 125 millones van a parar a los productores. En septiembre del 2010, de 33 céntimos que cuesta producir un litro de leche, el ganadero cobra 28 céntimos de precio medio por litro, con la consiguiente inviabilidad de muchas explotaciones que se ven obligadas a cerrar. Paradójicamente, no se produce suficiente leche para el abastecimiento, teniendo que importar leche de Francia a pesar de tener una cornisa cantábrica con vocación ganadera. La producción de leche va disminuyendo cada año: 402.280 litros en el 2009 frente a 416.000 litros en el 2008.
Las causas del declive de la ganadería en Cantabria se remontan a la entrada de nuestro país en la Comunidad Económica Europea en 1984, que impuso una especialización económica de las diferentes regiones europeas en base a decisiones adoptadas por los países más poderosos: Alemania y Francia. Y gracias a unos gobiernos, que a nivel nacional, regional o local, no han priorizado el bien común. Profundicemos en todo ello:
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La Política Agraria Común (PAC) de la CEE en 1984, estableció unas cuotas máximas de producción láctea basándose en la producción de aquel año que había sido excepcionalmente baja, lo que redujo la producción en nuestra región un 15%. Paralelamente, se repartieron ayudas a los ganaderos por las pérdidas de rentas en función del tamaño de la explotación en vez de la renta del ganadero. Esto enriqueció a unos pocos.
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La estrategia de la industria láctea para disminuir los costes, eliminando plantas procesadoras y abaratando la recogida del producto. Para ello, pagan mejor la leche a los ganaderos que entregan más litros, con diferencias de hasta 10 pesetas más por litro para aquellos ganaderos que entregaban más cantidad de leche, expulsando así a gran número de pequeños ganaderos del sector, y obligando a aumentar la producción a otros mecanizando la explotación. También se han reducido el número de empresas de recogida, y empresas de la región, como Collantes o Frixia, han sido absorbidas por grandes como Pascual o Iparlat o han desaparecido. La distribución final al consumidor, recae cada vez más en las grandes multinacionales como Carrefour y en las marcas blancas. Esto produce situaciones como la de la fábrica «Leche Celta», que paga 28 céntimos litro como máximo a los ganaderos, debido a que envasa leche para una marca blanca de las que encontramos en los hipermercados. Las grandes superficies comerciales a las que acudimos los consumidores, se quedan con el margen de intermediación.
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Los Acuerdos comerciales de Blair House entre Europa y Estados Unidos, firmados en 1973 y ratificados en 1994, que supusieron un reparto de la producción, asignando la soja y las proteínas vegetales a Estados Unidos y la cebada a Europa. Europa importaría millones de toneladas de proteínas de América totalmente libres de impuestos y aranceles. Estas proteínas son componentes fundamentales de los piensos compuestos. A cambio, Europa tenía permiso para efectuar el «dumping» comercial subvencionando con sus productos en los países del Tercer Mundo, inundándoles de alimentos a muy bajo precio, destruyendo su producción local y condenándoles a la dependencia alimentaria y al hambre. A los ganaderos europeos se les incentivó con ayudas y subvenciones al uso de piensos y harinas de carne industriales para alimentar al ganado, abandonando los pastos y el forraje que habían sido el alimento natural y asequible de las reses cántabras.
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Cambio del modelo productivo ganadero. A partir de la obligación de entregar más litros a las empresas recolectoras de leche y de las ayudas dirigidas al uso de piensos ricos en proteína vegetal americana, se pasa a un modo de producción intensivo y mecanizado. Este modelo sustituye el carro y la pradera de pasto por el tractor, los aperos mecánicos, semillas tratadas, abonos nitrogenados, pesticidas, piensos, antibióticos, carros mezcladores,… En definitiva, aunque aumente la producción –siempre limitada por la cuota láctea-, aumenta mucho el coste en función de las fluctuaciones de precios de los piensos, gasóleo, electricidad,… y del endeudamiento con los bancos para poder acceder a esta mecanización.
Las consecuencias de todo ello han sido una ruina para los ganaderos de la región y unos enormes beneficios para las multinacionales que controlan las semillas y los insumos agrarios (como Monsanto, Novartis,…), las multinacionales de maquinaria agrícola, las petroleras que venden el gasóleo y las entidades bancarias que han dado los préstamos.
¿No hay otras alternativas? Por supuesto que si. Hay estudios que demuestran que la ganadería tradicional de pastos sería suficientemente rentable. El ahorro en todos los productos anteriores haría viable sobrevivir con este tipo de explotaciones familiares. Sin embargo nos toparíamos con la Ley del Suelo y la Ley de Costas de la región. Nuestros políticos han estado más pendientes de la construcción y el turismo que reportaba más beneficios en licencias de obra y favores de las constructoras, que en crear un tejido productivo de pastos naturales.
Y eso ha sido responsabilidad de todos los gobiernos regionales de los últimos 30 años. En vez de promover las actividades económicas naturales de una región tan privilegiada, se han dedicado a engañar con promesas a los ganaderos y a sostener una actividad dependiente de ayudas públicas, lo que de por sí la hace inviable. Solo desde la asociación es posible dar respuesta a estos problemas.