La verdad es la mejor arma contra la guerra

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“Las guerras no empiezan con las bombas, sino con las mentiras.”

Cartas al director (Solidaridad.net) por Pedro Gajete

Es una frase que leí hace mucho tiempo. No recuerdo su autor, pero sé que es completamente veraz. Y lo podemos ver en todas las mentiras que han llevado a la guerra en Ucrania. Muchas por parte del gobierno ruso, el mayor responsable de esta desgracia. Pero también por parte de Occidente, que siempre prima sus intereses por encima de la justicia.

Lo primero que tenemos que hacer para poder decir la verdad sobre la guerra, es decir y decirnos la verdad sobre nosotros mismos. Si nos situamos en la mentira como punto de partida, no podremos ser honestos. Así que tenemos que quitarnos la careta y decirlo. Decirlo abiertamente: Estamos asustados. Estoy asustado. Comentarlo en público, comentarlo con la familia, comentarlo con los amigos. La guerra da miedo. La amenaza nuclear da miedo. Yo no sé si la Covid19 nos ha educado en fingir normalidad cuando la situación no es normal, o si somos así de serie, pero me sorprende que apenas reconozcamos que estamos asustados. Queremos fingir que no nos asustan las palabras de Putin, nuestros políticos están tomando decisiones fingiendo que no hay un riesgo en las decisiones que toman… Y no es verdad. Tenemos miedo y nuestros dirigentes tienen miedo. Probablemente hasta Putin tenga miedo.

Segundo: reconozcamos el valor como lo que es y desechemos lo que no es valor. ¿Qué no es el valor? El valor no es orgullo. El valor tampoco es ausencia de miedo. Ni tampoco es cabezonería o intransigencia. El valor no es querer vencer al otro sin paliativos. El valor no es enemigo de la paz, ni enemigo del diálogo o la negociación. El valor es simple y llanamente superar el miedo. El valor, para ser verdadero valor, requiere plena consciencia de lo que está en juego, de cuáles son los riesgos, de qué se puede perder. Es un atreverse, siendo plenamente consciente de las posibles consecuencias. Si no, no es valor. Puede ser inconsciencia, puede ser temeridad, puede ser arrogancia… Pero no valor. Y ese falso valor puede conllevar bravuconadas y actos que, lejos de sacarnos de la guerra, nos introduzcan más y más, en una espiral de hostilidades suicida.

Por tanto, para ser valientes, valientes de verdad, de los que toman las decisiones correctas, lo primero que tenemos que hacer es reconocer que tenemos miedo.

Seamos verdaderamente gente de paz.

Cultivemos la compasión (padecer-con) con los demás seres humanos, todos los días de nuestra vida.

Tercero: No disfracemos nuestro miedo de solidaridad con Ucrania. Lamentablemente somos mucho menos solidarios de lo que decimos. No nos importó la guerra en Dombás durante ocho años, y ese es uno de los gérmenes (aunque no el único) de la guerra actual. ¿Ahora de repente nos preocupan las vidas de los ucranianos? Putin emplea entre sus argumentos para justificar la guerra, nuestra indiferencia con las víctimas del conflicto de Dombás. Sí, nuestra indiferencia es ahora un arma a favor de Putin. No neguemos esa indiferencia, ese pecado. Reconozcámoslo: también nosotros, ciudadanos de a pie, tenemos nuestra parte de culpa. Hemos vivido haciendo un pacto con el poder: mientras se garantizase nuestro bienestar, no miraríamos cómo nos era proporcionado ese bienestar, no miraríamos si nuestra comodidad se sustentaba en la agonía de otros pueblos… Pidamos perdón y solidaricémonos verdaderamente con el pueblo ucraniano y con cualquier pueblo que sufra la guerra. Pidamos la paz, no por miedo a Rusia, sino por un deseo profundo de que en el mundo haya paz. Por encima de nuestro bienestar o interés. Seamos verdaderamente gente de paz. Cultivemos la compasión (padecer-con) con los demás seres humanos, todos los días de nuestra vida.

Cuarto: En ese sentido, si lo que nos preocupa es el padecimiento de nuestros hermanos, nuestro objetivo ha de ser que se acabe la guerra cuanto antes. Ese debe ser el principal y más urgente objetivo: Que muera la menor cantidad de gente, que haya la menor destrucción, que el sufrimiento de las gentes de Ucrania sea el mínimo. Como objetivo secundario estaría que Putin pierda esta guerra, ya que su victoria traería sufrimiento en el futuro. Pero no es el principal objetivo. El principal objetivo de las gentes de paz es el fin inmediato de la guerra. La gran mentira que estamos viviendo estos días, la gran mentira que nos están contando la prensa y nuestros políticos, consiste en subvertir estos objetivos. Han puesto como primer objetivo que Putin pierda la guerra. O que, al menos, Rusia pague un alto coste. Y luego, como segundo objetivo, estaría ayudar al pueblo ucraniano. Esta subversión de los objetivos es la que está recrudeciendo la guerra, provocando más muerte y destrucción en Ucrania y generando cada vez más hostilidades entre Rusia y los países de la OTAN, con el peligro latente que hay detrás de todo esto. Dicho con ejemplos prácticos: Si nos preocupa realmente el pueblo ucraniano y el fin de la guerra, se puede sancionar económicamente a Rusia. Se pueden cortar los vínculos comerciales con ese país. Pero enviar armas a Ucrania o reforzar militarmente al bando más débil no es abogar por la paz. Es abogar por la guerra. Y los ucranianos lo están pagando con su sangre. Quién sabe si nosotros tendremos que pagar del mismo modo.

Quinto: Esto nos lleva al punto en el que la retórica pacifista de los primeros días de la invasión rusa, ha desaparecido una semana más tarde. Ya no se clama por la paz, sino que se ha empezado a justificar la guerra bajo el lema de “no a la invasión”. La guerra a favor de Ucrania, claro. Dado que ya hemos pintado a Putin como el malo, ahora pintamos como justa la guerra contra el malo. A Putin no hay quien lo justifique, pero la guerra tampoco es justificable. Nunca. Ni siquiera contra Putin. Santo Tomás Moro nos contaba que en Utopía no hacían guerras convencionales, sino que cuando el rey de un país quería entrar en guerra con ellos, mandaban espías a matar a ese rey. Así luchaban las guerras sin que los pueblos tuvieran que poner su sangre como pago por los desmadres de sus gobernantes. ¿Que los gobernantes quieren la guerra? Que se maten entre ellos, en vez de mandar a sus pueblos matarse entre sí. Ese es el único tipo de guerras que podrían estar justificadas. Pero ese tipo de guerras no existen, son “una utopía”. En las guerras reales los pueblos pagan con sus vidas, con su sangre, con sus heridas y enfermedades, con su hambre… los desmanes de quienes juegan a tener más poder que los demás. No debemos aceptar su retórica belicista, ni la de sus medios de comunicación.

Sexto: En esta guerra se le está dando poca importancia a los miles de rusos que están yendo a la cárcel por oponerse a su Gobierno. Si hay un motivo de esperanza en todo esto, más allá del mismo Dios, se encuentra en el valor de aquellos que siguen los dictados de su conciencia, los que no renuncian a la verdad, los que no cierran los ojos ante la injusticia, y están dispuestos a pagar con cárcel y quién sabe si con la vida, la ética defensa del bien, la verdad, la belleza, la paz. Quizá ellos son los que están evitando que el mundo acabe destruido por esta locura bélica.

Séptimo: Nosotros también podemos hacer algo para luchar contra la guerra. Podemos aportar nuestro granito de arena. Para empezar, no nos resignemos al lenguaje bélico. Hablemos, dialoguemos con quien tengamos a nuestro lado de nuestro miedo y de nuestros deseos de paz. Difundamos la semilla de la paz. No nos cansemos de buscar la paz, recordando que no hay camino para la paz, sino que la paz es el camino. La paz que sólo puede fundamentarse en la verdad. Pues si las guerras nacen con las mentiras, sólo pueden morir con la verdad.

Sí, la única arma eficaz contra la guerra es la verdad, la verdad siempre y en todo momento y lugar.