Ex-internos denuncian las condiciones de vida en el centro mientras las ong alertan de redadas y detenciones ilegales por parte de la policía
Aquel día era para Alejandro uno
más. Volvía como cada jornada a su casa después de un día de buscar alguna
chapuza que hacer, algún trabajo. Dos policías le pidieron la documentación en
un intercambiador del Metro de Madrid. Tras comprobar que estaba en situación
irregular los agentes le condujeron a un furgón policial. Le quitaron el móvil
mientras advertía a su mujer de que estaba siendo detenido. «No me leyeron los
derechos, no sabía por qué me conducían a comisaría», rememora hoy aún con
cierto sobresalto.
En menos de 48 horas Alejandro
recorrió un calabozo, dos comisarías diferentes y, por fin, el Juzgado. Allí se
decretó su internamiento en el Centro de Internamiento de Extranjeros de Aluche,
donde aguardaría su expulsión. Un
periplo que muchos hicieron antes que él y que las ONG y los propios sindicatos
de Policía, que han hecho diversos comunicados, consideran de dudosa legalidad,
ya que la estancia 'sin papeles' en España no es un delito, sino una falta
administrativa castigada con una multa. El internamiento en un CIE y la
expulsión solos se contemplan como medidas extraordinarias dictaminadas por un
juez bajo el principio de proporcionalidad, algo que muchos magistrados han
rechazado.
El CIE de Aluche tiene capacidad
para 280 personas. No se trata de una prisión, sino de un centro de estancia
temporal donde los inmigrantes sin papeles aguardan la tramitación de sus
expulsiones a sus países de origen. Sin embargo, para Alejandro y muchos de los
compañeros «la vida en el CIE es peor que en la cárcel».
Problemas en la
convivencia
Alejandro pasó un total de 60
días en Aluche. «Fue durísimo. Pasar dos meses encerrado es demasiado. Allí casi
todos mis compatriotas estábamos ya de acuerdo con retornar a Ecuador.
Cualquier cosa antes de pasar tanto
tiempo allí», afirma. «Yo nunca he estado en prisión, pero por lo que sé y por
gente que conocí en el CIE que sí ha estado, sé que hay mejores comunicaciones,
mejor trato policial y mejor comida», añade.
La frase de Alejandro deja
entrever varios de los problemas que viven los internos del CIE. El primero de
ellos pasa casi desapercibido, pero tiene una importancia clave para los recién
llegados al centro. Y es que en Aluche conviven cada día internos conflictivos
con antecedentes más o menos graves e inmigrantes sin ficha policial. «Pasas
miedo, sobre todo al principio. Cuando te sientas en la cama y te dicen: 'mira
ese es un asesino, aquel es un narcotraficante…' Yo soy un trabajador, un
padre de familia. Soy una buena persona, nunca he hecho nada malo», expone
Alejandro.
El segundo de los problemas que
asfixia a los internos es el de las comunicaciones. En el CIE de Aluche hay un
solo teléfono para llamadas entrantes, que obviamente está saturado durante la
práctica totalidad del día, y apenas una decena de cabinas accesibles para los
internos. Muchos de los cuales, al ser detenidos con lo puesto, no disponen del
dinero necesario para utilizar los teléfonos y poder así llamar a sus familias.
Aislamiento del
exterior
Además, el régimen de visitas
aporta también su granito de arena a esa sensación de aislamiento. Los internos
solo pueden recibir una visita al día, de manera que si la mujer de uno de ellos
acude al CIE para ver a su marido, su hijo no podrá hacerlo. Este problema es de
especial relevancia dado que el centro recibe inmigrantes detenidos de fuera de
la Comunidad de Madrid. En cualquier caso a muchos de los internos ni siquiera
se les llega a plantear ese problema. «Para venir a hacer visitas los familiares
tienen que tener los papeles en regla, un requisito que no suele cumplirse»,
comenta Ana Navarro, miembro del grupo de visitas a internos de la ONG Pueblos
Unidos. Así, es fácil ver a familiares de internos gritando ante las fachadas
del CIE aguardando una respuesta al otro lado de los barrotes.
Indicios de
maltrato policial
A pesar de existir en el CIE
problemas de otra índole, el más grave de todos sea el de los indicios de
maltrato policial. Alejandro asegura que van más allá de abusos físicos e
incurre en faltas de respeto de determinados agentes en el interior del centro.
«Por la noche, cuando apagaban las luces, los agentes nos trataban como
animales. Hacían ruidos tratando de imitar a cerdos. Además, cuando dos internos
se peleaban en lugar de tratar de separarlos yo he visto como los agentes les
jaleaban. Cuando uno trataba de intervenir le decían, déjalos, que se maten»,
relata.
Pero la mayor parte de los
maltratos documentados se dan a cabo en los traslados a Barajas, cuando los
inmigrantes van a ser deportados. Alejandro muestra marcas de heridas y
hematomas en las extremidades inferiores, recuerdo de su intento frustrado de
deportación. El hecho de tener un bebé nacido en España le salvó 'in extremis'
del retorno forzado.
«Para que no te resistas, la
Policía te inmoviliza todas las extremidades. Vas casi en posición fetal.
Algunos compatriotas me comentaban que antes incluso te sedaban parcialmente
para evitar cualquier tipo de resistencia», relata Alejandro. «Aquel día un
agente me robó 400 euros de un fajo de billetes que llevaba en mi mochila para
vivir unos meses en mi país. Una vez llegados a Barajas se lo dije, y mientras
estaba inmovilizado de pies y manos, me dio un golpe en el estómago, y una vez
caí al suelo comenzó a patearme», añade. Alejandro asegura que otros tres
agentes contemplaron la escena sin intervenir, aunque al final uno de ellos le
facilitó el número de placa del agresor.
Para entender mejor la vida en el
CIE y el camino de dudosa legalidad que hacen muchos inmigrantes en situación
irregular hacia allí, Alejandro y un equipo de Pueblos Unidos pasaron ante las
cámaras de ABC. Este redactor solicitó también una entrevista personal al
director del CIE, Jesús Mateos, sin obtener respuesta a la petición de
autorización de la Dirección General de la Policía.