Las cuchillas de la valla se las pondría al ministro del Interior en la puerta de su casa

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Santiago Agrelo, 72 años, arzobispo de Tánger, es el azote del discurso oficial -el español, el europeo- en el tratamiento de la inmigración.

Lleva años denunciando las violaciones de derechos humanos que se cometen contra los inmigrantes por parte de España y de Marruecos y en lugar de hostias reparte culpas: “Con los cientos de muertos de Lampedusa las autoridades europeas lloraron lágrimas de cocodrilo y prometieron no-sé-cuánto y no hicieron nada. ¡Nada! Entonces, para eso, no vayáis a llorar. Eso te repugna. Es un insulto para los muertos”. También tiene para dar a Marruecos, aunque se muestra agradecido por el hecho de que las autoridades marroquíes les dejen trabajar proporcionando ayuda a los inmigrantes.

Después de las agresiones en el barrio tangerino Boukhalef, cuando un grupo de marroquíes persiguieron con palos y machetes a los inmigrantes subsaharianos, Agrelo se subió al púlpito para señalar: “Según los testimonios que llegaron aquí, la policía estaba presente y no intervino para detener a los agresores“.

Agrelo cree que la responsabilidad de Marruecos por haber aceptado ser el gendarme de Europa es compartida, de pagado y pagador, para que Europa pueda limpiarse la conciencia, porque “éstos (Marruecos) no se dejan mandar, pero pagar sí. El pagado tiene su responsabilidad, pero quien paga también tiene mucha responsabilidad. Eso lo entiende hasta un niño… hasta yo lo entiendo”.

Uno de los casos que más ha indignado al padre Agrelo es la tragedia del Tarajal, en febrero pasado, cuando quince personas murieron ahogadas junto a Ceuta mientras la Guardia Civil disparaba pelotas de goma: “La violencia se ejerce a un lado y al otro. A mí me extrañó mucho en la Guardia Civil, yo la respeto un montón, me sorprenden cosas como lo de El Tarajal.

No puedo comprender que haya personas ahogándose y que en vez de ayudarlas a salir del apuro, les estés complicando la vida de la manera que sea. Y nadie ha asumido la responsabilidad. España tiene también sus muertos, éstos son sus muertos y no se han asumido responsabilidades políticas. Eché en falta que en Ceuta se declarase un día de luto, al menos, para enviar el mensaje: ‘Vuestra vida tiene importancia y os reconocemos como nuestros’; pero no ha pasado nada y nadie asume un mínimo de responsabilidad, así que les han dejado con las vergüenzas al aire”.

“A los delegados del gobierno (en Ceuta y Melilla) ya no puedo escucharles. Les tengo pánico. Cada declaración que hacen es más inhumana que la anterior. Hablan de lugares comunes: mafias, inmigración ilegal, avalanchas, asaltos… ¡Callen, por favor! Se refugian en palabras mágicas. Mafias, ¿qué son las mafias? Las mafias son una creación de los gobiernos en cuanto que si los gobiernos facilitaran a estas personas la posibilidad legal de pasar, no tendrían que recurrir a alguien para que les explote, para que les saque dinero, que les lleve a una situación de peligro de muerte”.

“En los púlpitos hay mucho discurso anti-inmigrante”

El arzobispo subraya que España está violando los derechos humanos de los inmigrantes, por ejemplo, con la colocación de concertinas en la valla de Melilla: “La malla anti- trepa que la pongan para quien quiere trepar, pero no a la gente que quiere vivir. Las cuchillas son una violación manifiesta de los derechos humanos, una violación de la integridad física de estas personas… yo se las pondría al ministro de Interior a la puerta de su casa, para que no pudiera entrar”.

En los púlpitos todavía hay mucho discurso anti-inmigrante. Cuántas veces hablo con sacerdotes y me encuentro con el mismo discurso que hace el ministro del Interior… que es el mismo que hace 13 TV, la televisión de la Iglesia, y es una prolongación del Gobierno. Hombre, no, por Dios. La Iglesia no puede estar jamás con el poder frente a los pobres, por muy legítimo que sea el poder. La Iglesia tiene que estar con el que tienen necesidades, que parece que somos nosotros los portavoces del gobierno. ¡Pues no!”.

A Santiago Agrelo se le han muerto dos chavales muy jóvenes en el Estrecho, cuando 1.300 personas llegaron a las costas de Cádiz. Formaban parte de un grupo de música con el que trabajan en el arzobispado. “Dos llegaron a la otra orilla y uno se quedó en el mar. De estas experiencias, al cabo del año tienes una montaña de ellas. A mí se me han muerto familias enteras en el Estrecho que yo había bautizado aquí… y claro, eso para el Gobierno no significa nada, pero para nosotros es nuestra familia”.

Explica que en el arzobispado no les piden credenciales ni certificado de penales, que ayudan a todos los que llegan.