La manifestación más clara de la insolidaridad, en cualquier sociedad humana, es la división.
Y la división es la situación real en que se encuentra la sociedad catalana después de las últimas elecciones autonómicas.
Es verdad que Mas y de Junts pel Si han convertido estas elecciones en un plebiscito, cuyos resultados no dejan de ser inciertos y complejos pero que muestran el panorama de una sociedad claramente rota.
Si se han de interpretar los resultados en clave plebiscitaria, es cierto que los que votaron por una opción claramente independentista representan el 47,8 % de los votantes, y los que no votaron por esa opción son el 52,2 %.
Pero la realidad es que nos hallamos ante un plebiscito con trampa, que se planteó como tal, pero que luego se ha venido a interpretar, por los independentistas, como unas elecciones autonómicas más, valorando los resultados desde los escaños obtenidos, 72 frente a 63, fruto de una ley electoral que hace más valioso el voto de un ciudadano de una población rural que de Barcelona o alrededores.
También es cierto que los votos que se oponen con claridad a la independencia representan al 38,5 % de los votantes, pues Cataluña si que es pot, la marca blanca de podemos en Cataluña y Unió Democrática, antiguo socio de Convergencia, no se manifestaron abiertamente en contra de la independencia pero tampoco a favor; plantearon la vía del referéndum sin que se sepa con claridad cual es la posición real de un 13,5 % del electorado. Y a pesar de que el voto independentista ha crecido en Cataluña, posiblemente, si se llegara a celebrar la consulta, los resultados se aproximarían a un 50 % de si y un 50 % de no.
Lo más preocupante de la situación es que el futuro gobierno de Cataluña, con Mas a la cabeza, o sin él, va a gobernar imponiendo e ignorando que prácticamente la mitad de la población se opone al proyecto de irse de España.
Que las fuerzas independentistas hayan tenido una mayoría de escaños no les legitima moralmente, pero va a permitirles tomar decisiones que favorezcan más aun la ruptura, acrecentando la manipulación de los medios de comunicación autonómicos para decantar a mas población hacia la deriva independentista, buscando el reconocimiento internacional,… toda una operación de propaganda que centrará la tarea de gobierno en intereses partidistas y no en resolver los problemas reales de las personas, empezando por los últimos.
El paro, la pobreza estructural, la vida de las familias, los inmigrantes, los trabajadores autónomos, las personas dependientes,… no van a ser el objetivo de los que manden a partir de ahora en Cataluña. Eso lo van a dejar para esa huida hacia delante, para el “paraíso futuro” de la independencia.
A Artur Mas no le ha quedado otra que seguir la corriente a que le arrastran ERC y la CUP, después de militar en un partido que preparó durante más de 23 años este escenario.
Parece increíble que después de destaparse la corrupción de Jordi Pujol, que culpaba de todos los males a la política del gobierno de España, la mitad de los catalanes se hayan puesto una venda en los ojos y sigan pensando que la culpa fue siempre de Madrid.
Ahora Artur Mas aparece en los medios nacionalistas, aupado como un héroe, por 400 alcaldes que no representan al pueblo de Cataluña, al menos a la mitad de este. 400 alcaldes interesados, muchos de ellos, en no perder sus poltronas, muchos de ellos cómplices de la corrupción que sigue encubierta, y que gracias a Esquerra Republicana, no sienta al presidente Mas en el banquillo de los acusados.
Autor: El Noi de l’oli