Las fresas que tienen espinas

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  • Viviendo bajo el plástico en la España del ladrillo.
  • Miles de personas en búsqueda de trabajo se hacinan y malviven en asentamientos chabolistas de la provincia de Huelva.

Sin acceso a los servicios básicos de agua, electricidad, recogida de basura, miles de inmigrantes procedentes de países africanos y del este de Europa se esconden en las nuevas urbanizaciones de la miseria de la globalización. En pinares y arboledas muchos africanos construyen chabolas con los plásticos inservibles de los invernaderos cada vez más alejados de los núcleos urbanos para no deslucir el paisaje. ¿Por qué?

Desde los años sesenta la agricultura de Huelva se revolucionó con la introducción de diversas variedades de fresa y su cultivo intensivo se convirtió en el motor económico de la provincia. El denominado «milagro del oro rojo» convirtió a Huelva en la mayor productora mundial de dicha fruta. Pero el milagro tenía truco. Los empresarios agrícolas y administraciones públicas descubrieron que la competitividad vendría por el uso intensivo de mano de obra barata lo que colocó a Huelva en el mapa del mundo como una estación de destino destacada en el recorrido de los temporeros agrícolas de Andalucía al principio y de África y Europa del Este después. A mediados de los años noventa, la campaña agrícola ya precisaba de más de 60.000 personas y cuando la población local tenía opciones de trabajo mejor remuneradas se produjo el giro hacia la política migratoria.

El bajo precio de los salarios se garantizó con el uso articulado de trabajadores inmigrantes tanto legales como clandestinos lo que proporcionaba una segura reserva de obreros agrícolas que permitía contener el incremento salarial. Mientras la prensa internacional publicaba reportajes sobre cómo se amasaban fortunas a costa de la explotación dentro de Europa, las administraciones públicas y la patronal agraria conformaron una alianza para correr un tupido velo sobre lo que estaba ocurriendo. Desde entonces los asentamientos se alejaron de los alrededores de los núcleos urbanos azuzados por la fuerza policial y el problema pareció desaparecer enterrando a los inmigrantes en los bosques.

En los meses de febrero a junio todos los años se ha dado en España un fenómeno de explotación del trabajo similar a la que se podía producir en el siglo XIX cuando la legislación social y laboral estaba por crear. El contingente de trabajadores contratados en origen hizo posible que los patronos freseros tuvieran a su disposición una abundante mano de obra disponible. Las plazas de los pueblos estaban llenas de trabajadores esperando a ser elegidos y montar en la furgoneta que les llevara al tajo. Pero esa abundancia de trabajadores provocaba que compitieran entre ellos provocando la bajada de salarios y de jornadas de trabajo mensuales para cada jornalero con lo cual la media de días trabajados por mes ha sido de menos de quince.

La mayoría de los salarios de los trabajadores de la fresa ha estado por debajo de lo establecido por el convenio colectivo de la provincia de Huelva. Se han impuesto sistema de trabajo a destajo aunque esté prohibido. El miedo de los irregulares a ser expulsados y la necesidad del dinero para pagar las deudas y los gastos del viaje permitían hacerlo de manera impune. Los temporeros de la fresa han sufrido aumentos injustificados en los precios de los arrendamientos de las viviendas, especialmente a los trabajadores andaluces, y de los precios de los alimentos en supermercados y bares durante la campaña para todos.

Las formas de esquivar el pago del salario legal son diversas. Se puede hacer aumentando la jornada sin pagar las horas extraordinarias, secuestrando los pasaportes y no entregar los contratos para limitar la libertad individual, cargar el riesgo de los días de lluvia a los trabajadores pagando solamente el tiempo trabajado, etc. La administración tampoco ha desaprovechado la posibilidad de lucrarse con los inmigrantes de la fresa. No informando sobre sus derechos y deberes ante la Seguridad Social y por el desconocimiento del idioma, era normal que los inmigrantes no pagaran los sellos de la cotización agraria pues la administración enviaba lo cupones a las empresas quienes los retenían y los entregaban al año siguiente lo que provocaba que tuviera que pagarse con la imposición de un recargo. También la Agencia Estatal de la Administración Tributaria ha ganado unos cuantos millones de euros sacándolos de los bolsillos de los trabajadores mediante retenciones fiscales que nunca debieron hacerse. La Inspección de Trabajo señaló ante el patrón a unas trabajadoras que tuvieron la osadía de interponer una denuncia. La justicia ha rechazado las denuncias y hasta un juzgado extravió un sumario por amenazas de unos patronos a sus trabajadores.

Hubo un año en el que se hizo especial hincapié en la contratación de mujeres rumanas, búlgaras y polacas. Sus relatos nos cuentan que fueron elegidas como el ganado que es seleccionado en las ferias ganaderas. Tuvieron que firmar un montón de papeles que no pudieron leer. Vivían en fincas valladas para que no tuvieran momentos de esparcimiento porque al día siguiente tenían que estar en perfectas condiciones para trabajar. Dormían hacinadas en almacenes o módulos con habitaciones asfixiantes y con goteras durmiendo en apretadas literas, una ducha para catorce mujeres y sin agua corriente teniendo que beber agua de un depósito viejo de chapa. Normalmente se firmaban contratos con periodos de prueba en los que el despido es libre. El miedo a ser despedidas y ser expulsadas a su país sin dinero para regresar a casa provoca que el patrón pueda utilizar a estas trabajadoras como herramientas de trabajo que han comprado y pueden utilizar cuando y como quieren. Efectivamente, la Ley de Igualdad no fue hecha para las mujeres que más la necesitaban.

En estos tiempos el problema se ha acentuado. La crisis del ladrillo provoca la vuelta de los nacionales al tajo. A pesar de que en las cosechas del Norte de España se llega a cobrar el doble, temporeros andaluces vuelven a Huelva. Ello ha hecho más dura la marginación de los sin papeles acampados, buscando leña para calentarse por las noches y deambulando por las fincas pidiendo trabajo. Muchos patronos se aprovechan de su necesidad y los usan de forma discontinua para las puntas de producción o para trabajar por las tardes por un precio que puede llegar a ser la mitad que los demás.

Pero ocultar un problema no es resolverlo y los asentamientos chabolistas de trabajadores explotados se han hecho estables y ya no siguen el calendario de la recogida de la fresa, Crece el número de temporeros inmigrantes a quienes el sistema económico no les depara otro papel que el de nómadas de las muy diversas cosechas de nuestro país y cuya única recompensa es la del «hogar» hecho de plásticos y cartones. El triste cortejo de los temporeros agrícolas recorre la fresa en Huelva, la fruta en Lérida, la vendimia en La Rioja, la aceituna en Jaén, etc., teniendo como campamento base su chabola de Huelva que, si no se ve desde la carretera, no será levantada por la policía.

El periplo vital de estos miles de nómadas es trágico. Cuando forma parte de un fino cálculo económico para el lucro de unos pocos, las vidas de las víctimas son, eso, trágicas. Muchos inmigrantes han venido en patera donde han visto morir a compañeros de viaje. El recibimiento policial, el rechazo social, la estancia en los CIEs y la clandestinidad les hacen candidatos perfectos a la más cruel explotación dentro de las fronteras de la Unión Europea, donde la burocracia es capaz de producir toneladas de normas que llevan por título «contra la discriminación». Sin vivienda, sin comida, sin posibilidad de hacer vida familiar, ocio, etc., la única opción que les queda es la de utilizar material de desecho de los vertederos para construir las pequeñas chabolas en las que pernoctar. Huyendo de este agujero, muchas mujeres acaban ejerciendo la prostitución. Otros acaban en trabajos marginales como limpiar las cuadras y caballerizas de los señoritos que lucen sus galas a caballo en las fiestas y romerías de la zona.

La crisis global que azota al mundo ha llenado, aun más, los asentamientos de inmigrantes que concentran cada vez a más personas aunque no puedan trabajar en la recogida de la fresa, pero siguen jugando el papel de que quienes lo logren no tengan salarios justos. La cifra de negocio de la cosecha de fresa en Huelva puede alcanzar los 400 millones de euros pero la riqueza producida ha sido acaparada por una clase terrateniente y no ha proporcionado una vida digna a los trabajadores que habitan los arrabales llenos de ratas y miseria.

La Junta de Andalucía del PSOE se ha gastado mucho dinero en despilfarros corruptos como el de los EREs, pero no ha sido capaz de financiar un albergue social en Huelva. La administración se limita a dotar de medios algún comedor social y repartir mantas y medicamentos para contener el estallido social. Es el nuevo orden social en el que la cuestión obrera adquiere los perfiles de la contratación del siglo XIX. En España ya se hacen suculentos negocios con trabajo esclavo de forma legal. Mariano Rajoy vende la Marca España fuera de nuestras fronteras anunciando un país con seguridad jurídica para el inversor con unos salarios tercermundistas.

El modelo de Huelva, común en los países empobrecidos, es susceptible de expandirse en la propia Unión Europea. Ya tenemos un sistema legal de relaciones laborales que ha renunciado a establecer relaciones sociales de producción duraderas configurando el trabajo como un activo del que extraer el mayor rendimiento en el menor plazo posible y en el que la deuda generada por la delincuente actividad financiera tiene preferencia sobre cualquier otra deuda social. Lo dice la Constitución en su artículo 135 y el Tratado Europeo de Estabilidad Presupuestaria. Ello nos muestra la ingente tarea que nos espera en un mundo en el que la esclavitud ya es legal.

Autor: Javier Marijuán