Las prácticas para acabar con la vida

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Los argumentos a los que se recurre para justificar la práctica de la eutanasia giran alrededor de tres polos: el suicidio asistido, la compasión y la utilidad social y económica.

Prof. Michel SCHOOYANS, Universidad de Lovaina 


Examen de los argumentos
 


El suicidio asistido
En este caso particular, constatamos, ante todo, que el médico parece llevar al enfermo a la convicción de ser inútil, de ya no tener a nadie que cuide de él y de deber, por tanto, desalojar lo antes posible.
Según la experiencia referida por numerosos psiquiatras que examinan los casos de intento de suicidio, muy a menudo esos actos fallidos manifiestan llamamientos desesperados, peticiones de ayuda. Por tanto, se corre el riesgo de que la persona que asiste al paciente que pide el suicidio asistido no perciba en él ese llamamiento latente, pero no descifrado. En consecuencia, esa petición de asistencia no se interpreta realmente como lo que es, o sea, como una demanda de ayuda, como una aspiración a la acogida calurosa de una persona desesperada.
Ante alguien que me comunica su decisión de suicidarse, puedo, pues, adoptar dos actitudes muy diferentes: o me dirijo a un vendedor de cuerdas para comprarle una y ayudarlo a ahorcarse, o, de modo más humano, me acerco a él, le hablo y trato de hacerle comprender que tiene aún valor ante los ojos de algunos, independientemente de las dificultades en las que se encuentra y que estoy dispuesto a afrontar junto con él.



La compasión
¿Con qué derecho o según qué criterios podemos decidir nosotros en lugar del enfermo? No tenemos ningún criterio que nos permita cuantificar el valor de la vida humana, sea la nuestra, sea la de los demás. Cuando decimos que cedemos a la compasión, en realidad deberíamos hablar de autocompasión, o sea, de una fuga frente a una situación que nos perturba, que queremos evitar, y ante la cual quisiéramos poder cerrar los ojos. Para nosotros que estamos bien y en pleno uso de nuestras facultades, esta visión de un ser que sufre es intolerable.
Sin embargo, ¿puedo resolver este problema, que se me plantea, a costa de la vida de otra persona, de alguien cuyo estado psíquico y mental no he tenido la posibilidad de conocer, sólo porque le resulta difícil expresarse de modo lúcido y normal? ¿No es demasiado aventurado recurrir a la eutanasia en esas circunstancias?



La utilidad social y económica
Las publicaciones que abordan este tema comienzan por desgracia, a divulgarse con gran intensidad y frecuencia. En muchos ambientes, tanto de nuestros países desarrollados como de los que están en vías de desarrollo, el hombre se ha convertido en una especie de producto que se fabrica, al que se da la vida o, por el contrario, se le niega sobre la base de algunos criterios utilitaristas, especialmente de utilidad social y económica.
En una entrevista publicada en L'avenir de la science, Jacques Attali hace algunas consideraciones muy precisas a este propósito «La eutanasia será uno de los instrumentos fundamentales de nuestras sociedades futuras, en cualquier caso. Para comenzar, en una lógica socialista, este problema se plantea así: la lógica socialista es la libertad y la libertad fundamental es el suicidio. Por consiguiente, el derecho al suicidio, directo o indirecto, en este tipo de sociedad es un valor absoluto. En una sociedad capitalista, se crearán y utilizarán máquinas para asesinar, instrumentos que permitirán eliminar la vida cuando llegue a ser insoportable o demasiado costosa desde el punto de vista económico. Pienso, por tanto, que la eutanasia, entendida como libertad o como mercancía, será una de las reglas de nuestras sociedades futuras» (p. 274 ss).
 

Consecuencias previsibles de la práctica de la eutanasia


Consideremos esas diversas argumentaciones, sobre todo la última, y saquemos algunas conclusiones previsibles que derivan de la práctica de la eutanasia, especialmente en los planos político, jurídico y médico



En el plano político
Ante todo, es necesario constatar que todas las democracias se fundan en el respeto incondicional a la vida humana; que, formulada de modo negativo, esta primera constatación lleva a reconocer que todas las guerras tienen como fin la eliminación de algunos seres humanos, y que las corrientes laicas figuran entre los factores que más han favorecido la reflexión sobre este punto. En el siglo XVIII, en particular, fueron unas de las primeras en señalar el valor de la vida humana cuyo respeto y garantía legal son fundamentales en una sociedad política democrática. Lo hicieron por ejemplo, en la Declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano, en 1789.
En consecuencia, es de temer que un Estado que permite legalizar la eutanasia vaya a la deriva, llegando a lo que un autor de nuestros días llama el Estado criminal (Yves Trnon, Ed. du Seuil, París 1995). Todas nuestras sociedades occidentales se fundan en la concepción de la igual dignidad entre los hombres y del derecho inalienable a la vida, independientemente de su estado físico o psicológico y de su condición racial, social e intelectual. Por tanto, desde el momento en que se recurre a la regla de la mayoría para poner en tela de juicio, si fuera necesario mediante la eutanasia, ese pilar de cualquier sociedad democrática, surge en la sociedad una dinámica totalitaria. A decir verdad, las sociedades que han legalizado la eutanasia, precisamente mediante ese acto han mostrado que ya están comprometidas en un proceso de totalitarismo y, en última instancia, de crimen generalizado.



En el plano jurídico
A propósito de la eutanasia, ¿acaso no se está utilizando una táctica ya experimentada en otros ámbitos, es decir, la táctica de la derogación? Dicha táctica consta de dos fases. En primer lugar, se afirma con gran fuerza un principio general. Por ejemplo: «Todos los hombres tienen derecho a la vida». Inmediatamente después, se apresura a suprimir ese principio que se acaba de proclamar, aplicándole una serie de derogaciones. El primer artículo de la ley Veil sobre el aborto es un ejemplo perfecto de esa táctica de la derogación. Afirma: «La ley garantiza el respeto a todo ser humano, desde el momento de su concepción. No se podrá atentar contra este principio, salvo en caso de necesidad, conforme a las condiciones establecidas por la presente ley».
De ese modo, aumenta el riesgo de asistir a la instauración de la tiranía mediante la vía del derecho. La ley pierde el carácter específico que se le ha reconocido desde los tiempos de Solón en la antiguedad, a saber, el de ser la fortaleza del débil frente al fuerte. Por el contrario, se pone al servicio del más fuerte. No debemos olvidar que el positivismo jurídico, o sea, un derecho puramente codificado, que brota sólo de la voluntad de los hombres y, por tanto, es mudable y adaptable a todo tipo de voluntad arbitraria de los grupos más potentes, ha sido siempre la base de los sistemas autoritarios. Basta pensar en cómo el derecho, sin ninguna dificultad, se puso al servicio de la Alemania nazi, dado que numerosos autores habían hecho triunfar en ese país una concepción ultrapositivista del derecho. La ironía de la historia es que su principal defensor, Kelsen, acabó siendo víctima de la teoría del derecho que él mismo había promovido. Cuando Hitler subió al poder, el derecho, que habría podido constituir un dique antinazi, se mostró ineficaz, porque el positivismo jurídico ya había proporcionado a Hitler las bases teóricas de un derecho acorde con su proyecto de muerte.

En el plano médico
También aquí hay que temer que la historia se repita y que la profesión pierda, en parte, su credibilidad. Es evidente que el médico no puede cambiar de papel durante el día, y pasar de artífice de la vida a autor de la muerte. ¿No afirmó el mismo doctor Schwarzenberg que «para un médico, el único éxito profesional es curar»? Los pacientes no pueden vivir con el constante temor de la sentencia de muerte pronunciada por el propio médico. Por lo que concierne al personal sanitario, corre el riesgo de perder toda motivación y convertirse en víctima de la división y la desesperación vinculadas a la práctica de la eutanasia.
En resumen, habría que denunciar por extremo abuso de poder al Estado que otorgara a los médicos el enorme poder de decidir quién puede vivir y quién debe morir, o que les pidiera que practicaran la eutanasia. Sería conveniente, en especial para los más jóvenes, informarse acerca de los errores cometidos a lo largo de la historia, leyendo, por ejemplo, el libro del autor norteamericano Lifton Los médicos nazis (Ed. Laffont, París 1989). Buena parte de esta obra está dedicada a la eutanasia y a los otros excesos médicos que se cometieron en la Alemania nazi, apoyada en la complacencia y la complicidad de los juristas y los médicos.